El matrimonio de Isabel de Moctezuma, hija del Tlatoani Montecuzoma con Pedro Gallego de Andrade

La Princesa Isabel de Moctezuma, caso en 1528, con español Pedro Gallego de Andrade, nacido en Burguillos del Cerro, pasó a América junto a Narváez, siendo hombre de confianza de Hernán Cortés.

Allí se casó con la princesa Tecuixpo, hija legítima del Emperador Azteca Moctezuma, más tarde llamada Isabel de Moctezuma.
De ese matrimonio nació en 1529 el que pudo ser un Principe Imperial Azteca Juan de Andrade Moctezuma.


“Niño en cuyas venas corrían fundidas la sangre de los soberanos indígenas y la de una honrada familia extremeña de labradores, de Burguillos del Cerro”.

Esto nos lo cuenta el Conde de Canilleros en el artículo adjunto, publicado en la prensa en la década de los sesenta del siglo pasado.

En Burguillos del Cerro hay una calle dedicada a Pedro Gallego de Andrade, la situada delante de la parroquia.

CRÉDITOS: «Burguillos y su historia»

Centenario de la Encíclica «Quas Primas» del Papa Pío XI

Institución de la Solemnidad de Cristo Rey en 1925

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

En una fecha como ayer, 11 de diciembre, pero hace exactamente cien años, desde la Ciudad Eterna, Su Santidad Pío XI –el mismo que siguió de cerca la persecución religiosa en México, habló al respecto y también pidió oraciones a todo el mundo por los católicos perseguidos en nuestro país–, el Pontífice que impulsó la Acción Católica, instituyó la Solemnidad de Cristo Rey. Esto estuvo motivado, en gran medida, por el ejemplo de la Nación Mexicana. Recordemos que ya años antes, en 1914, al ser consagrado México al Sagrado Corazón de Jesús, había sonado por primera vez el grito «¡Viva Cristo Rey!»

El 11 de diciembre de 1925, el Papa Pío XI publicó esta Encíclica, «Quas Primas. Sobre la fiesta de Cristo Rey» («Como las primeras» en español) y declaró:

Su Santidad Pío XI, quien instauró la Solemnidad de Cristo Rey el 11 de diciembre de 1925 a través de la Encíclica «Quas Primas».

«Ponemos digno fin a este Año Jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey».

Asimismo, el Papa reconoció: «Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas» mas resaltó que era preciso que se le concediese real y verdaderamente, en sentido estricto, tal título, «porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas». Al mismo tiempo, señaló que dicha Reyecía posee asimismo una triple potestad, como redentor pero al mismo tiempo como legislador y como juez. Y pasó a enumerar diversos pasajes, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que corroboran tal argumento, para después ocuparse del ámbito litúrgico:

«Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa».

A este último respecto, basta revisar el Ordinario de la Misa para hallar expresiones semejantes: «Sólo Tú, Altísimo, Jesucristo» (Gloria), «Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos, y Su reino no tendrá fin» (Credo), «De suerte que en la confesión de la verdadera y sempiterna Deidad sea adorada la propiedad en las Personas, la unidad en la Esencia y la igualdad en la Majestad» (Prefacio de la Santísima Trinidad), «Ofrecemos a tu excelsa majestad, de tus mismos dones y dádivas, la víctima pura, la víctima santa, la víctima inmaculada» (Oración Unde et mémores, posterior a la Consagración), «Por Cristo Nuestro Señor, por Quien siempre creas, Señor, estos dones, los santificas, los vivificas, los bendices y nos los comunicas. Por Cristo, con Él y en Él…» (Parte final de la invocación a los Santos e inicio de la Doxología final del Canon) y, naturalmente, el enunciado que a menudo se repite: «Por el mismo Señor Jesucristo, Tu Hijo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos».

Imagen alusiva al título del presente texto, que muestra a Jesucristo con los atributos reales: el cetro, el orbe y su corona. Detrás de Él está la bandera mexicana y, franquéandolo, dos ramas de palma, en recuerdo de su entrada triunfal a Jerusalén el Domingo de Ramos. Diseño y edición realizados por la autora.

En efecto, al ser Dios y Hombre verdadero, consustancial al Padre, que es Primera Persona de la Santísima Trinidad, «la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas». Esta soberanía sobre ellas, escribió el Papa, no es «arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza».

A continuación, quien en el siglo llevara el nombre de Ambrogio Damiano Achille Ratti expuso que el campo de la Realeza del Redentor se extiende a tres ámbitos: el espiritual, el temporal y el de los individuos y las sociedades.

Después de explicar cada uno de estos aspectos, Pío XI decretó:

«Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente».

La primera vez que se celebró la fiesta de Cristo Rey en la Iglesia Universal fue el último domingo de octubre de 1926, día 25, cuando ya en México los cultos habían sido suspendidos y, poco a poco, comenzaban a estallar los diversos levantamientos armados de los católicos en contra del régimen perseguidor. Pero allí no se quedó todo, porque muy pronto su grito de batalla honró la festividad recién establecida: «¡Viva Cristo Rey!» Con esta aclamación vivían, luchaban y morían, al grado de que el gobierno, con desprecio, les dio el mote despectivo de «cristeros».

Pero para ellos, era la mayor de las glorias. Y también para los Mártires que fueron surgiendo a lo ancho y largo del país. Todos ellos morían con el vítor santo a flor de labios, a menudo uniendo el nombre de la Santísima Virgen de Guadalupe.

Actualmente, en el calendario posterior al Concilio Vaticano II, la festividad se denomina «Solemnidad de Cristo Rey del Universo» y se celebra el último domingo del año litúrgico, inmediatamente antes del primer domingo de Adviento. Empero, la fecha fijada por Pío XI todavía se observa en las comunidades que conservan la Liturgia preconciliar.

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Bibliografía litúrgica: Misal Diario Católico Apostólico Romano 1962 editado por Ángelus Press.

Enlace completo a la Encíclica Quas Primas: https://www.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_11121925_quas-primas.html

La fiesta de Guadalupe en Sahuayo, tradición perdurable.

Francisco Gabriel Montes Ayala

La fiesta de Sahuayo, cómo la conoce la gente, la “fiesta del 12” es una de las más añejas de la región de la Ciénega de Chapala, ya que, siendo el primer santuario guadalupano construido en toda la región, no solo los habitantes locales, sino de toda la zona confluyeron a lo largo, de por lo menos, cien años y que aún continúan viniendo de muchos rumbos a venerar a la guadalupana y por esa conjunción profana y religiosa.

El inicio del templo, data del 12 de diciembre de 1881 en que se puso la primera piedra, siendo señor cura don Macario Saavedra, dejando la responsabilidad al padre don Bernabé Orozco para el cuidado de la construcción. El padre Saavedra murió en Sahuayo en abril de 1885, después de una ardua labor, que dejó obras materiales que perduran, como la cúpula y el crucero del templo de Santiago, también hay que recordar a Saavedra, porque impulsó la primera línea de conducción de redes de agua potable, así como el inicio del templo del Sagrado Corazón y el Santuario (Montes, 2025).

 Unos meses después llegó el señor cura Esteban Zepeda Acuña, sahuayense, que se hizo cargo la Parroquia de Santiago y continúo las obras de ambos templos, que estaban bajo el cuidado de sus vicarios (Montes 2025).

El 12 de diciembre de 1886, se realizó la primera festividad, que abarcó los días del 8 al 12 de diciembre, en que desfilaron los gremios de aquel tiempo. El templo, para aquellos días, no tenía bóvedas, pero la suntuosa fiesta fue organizada por los sacerdotes encargados don Bonifacio Alcaraz y don Bernabé Orozco, haciéndose una festividad, que se quedó arraigada en el corazón de lo sahuayenses, que a partir de ese año, se continuaron hasta el día de hoy, con mayor fastuosidad (Montes, 2025).

Fue el Padre don Federico Sánchez, quien hizo las bóvedas y el padre don José Montes, continúo las obras del interior. El padre don Luis Amezcua, al nombrársele como capellán del Santuario,  invita al Ing. José Luis Amezcua, sahuayense constructor de templos, a que diseñara las torres y la cúpula y las construyera en la década de los cuarenta. Dentro del Santuario existen obras pictóricas de Rosalío González y de don Luis Sahagún. Uno de los cuadros, retrata precisamente a los sacerdotes que lo largo de la historia construyeron el santuario, don Bernabé Orozco, don Federico Sánchez, don José Montes, y don Luis Amezcua (Urbizu, 1963).

La fiesta, ha crecido con el paso del tiempo y es una de las principales que se realizan en la ciudad, dado que conserva la organización original de hace 139 años. Es admirable, que los sahuayenses sigan una tradición que vive desde el siglo XIX.

Fotografías Roberto Buenrostro Rodríguez.

Referencias:

Montes Francisco G. La grandeza de nuestra historia. Sahuayo Bicentenario. En imprenta. 2025

Francisco García Urbizu. Sahuayo y Zamora. Talleres linotipográficos Guía. 1963

Derechos Reservados © Francisco Gabriel Montes Ayala, México 2025

Comentando: El intervencionismo en nuestra Historia.

Mtro. Francisco Gabriel Montes Ayala

Joel Robert Poinsset, penitenciario de EUA en México.

La narrativa de la historia, podrá tener versiones variadas, de acuerdo a la ideologización o politización que el sistema impone. Pero algo que es tan cierto en la Historia de México, es la intervencionismo de nuestros vecinos del norte; este libro que se concluyó en 1951,  el historiador, José Fuentes Mares, 𝗣𝗼𝗶𝗻𝘀𝘀𝗲𝘁, 𝗵𝗶𝘀𝘁𝗼𝗿𝗶𝗮 𝗱𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗴𝗿𝗮𝗻 𝗶𝗻𝘁𝗿𝗶𝗴𝗮, es una prueba documental, de que nuestros vecinos,  desde los tiempos de la independencia, fueron quienes impulsaron  aquellos movimientos independentistas en América del sur; la copia exacta de la constitución norteamericana, sería transcrita en 1824 para México.

𝗝𝗼𝗲𝗹 𝗥𝗼𝗯𝗲𝗿𝘁 𝗣𝗼𝗶𝗻𝘀𝘀𝗲𝘁, fue el artífice de la aplicación del «destino manifiesto» en México, con la formación de un «partido americano», camuflado como partido liberal, como lo reconoce él mismo, en informes oficiales, para que en 1847, México perdiera sus territorios del norte, con la complicidad de muchos que hoy son héroes y estatuas de bronce, producto de la narrativa política, manipulada, perversa;  desde aquel entonces, se convirtió el pobre México, en el «patio trasero» de la potencia norteña.

La historia sirve para entender el presente, pero predecir, si es posible, el futuro. Documentos como este que nos presenta Fuentes Mares, nos enseña que este país, cumple con aquella frase famosa del presidente Díaz, «𝗽𝗼𝗯𝗿𝗲 𝗠𝗲́𝘅𝗶𝗰𝗼, 𝘁𝗮𝗻 𝗹𝗲𝗷𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝗗𝗶𝗼𝘀 𝘆 𝘁𝗮𝗻 𝗰𝗲𝗿𝗰𝗮 𝗱𝗲 𝗘𝘀𝘁𝗮𝗱𝗼𝘀 𝗨𝗻𝗶𝗱𝗼𝘀» y sigue la mata dando hasta el día de hoy.

Libro de Fuentes Mares

Se dejó de celebrar en México el día 27 de septiembre, día de la independencia ¿Sabes por qué?

Mtra. Patricia G. Frese

Agustin de Iturbide, libertador

Durante varios años años se celebraron con el mismo entusiasmo las dos fechas importantes de nuestra Independencia: el 16 de septiembre de 1810 y el 27 de septiembre de 1821.

Fue después de la Revolución que en 1921, Álvaro Obregón decidió «olvidar» la fecha que conmemora la entrada de Agustín de Iturbide a la CDMX. Así, de un plumazo borró de las efemérides la Consumación de la Independencia.

Sin disparar una bala, Iturbide nos dio nombre, Patria, libertad y colores para la bandera hace 204 años. Estamos en la víspera del cumpleaños de nuestro país ¡Viva México!

La foto corresponde a un fragmento del Manifiesto de Liorna que escribió Iturbide en Italia en 1823. La sangre es de él, porque tenía el manuscrito consigo cuando lo fusilaron en Padilla, Tamaulipas.

Fue en 1925, bajo la presidencia de Plutarco Elías Calles, cuando el Congreso ordenó retirar las letras de oro con el nombre de Iturbide del recinto legislativo. La decisión formaba parte de la política de exaltar a Hidalgo, Morelos, Guerrero y Juárez, y minimizar a Iturbide, visto como “monárquico” y contrario a los ideales republicanos que se querían consolidar.

Finalmente, en 1971, Luis Echeverría mandó construir la presa Vicente Guerrero, que sepultó al viejo pueblo de Padilla bajo el agua, obligando a trasladar a la población a Nuevo Padilla.

¡Viva Iturbide!

Los mexicas odiaban a Tlaxcala


Montecuzoma Xocoyotzin

Las palabras de Moctezuma Xocoyotzin de la imagen se registran en la obra Monarquía Indiana de Juan de Torquemada y muestran claramente que Tlaxcala y Tenochtitlán no eran una sola nación, ni tenían ningún tipo de filiación o asociación política.
Tenochtitlán ansiaba conquistar y someter a todos los pueblos mesoamericanos y exigir tributo para continuar engrandeciendo la ciudad:
«el gran señor de Mexico era señor universal de todo el mundo y que todos los nacidos eran sus vasallos y que como a suyos los había de reducir a sí, para que le reconociesen por señor; y que los que no le quisiesen reconocer por tal, dándole la obediencia por bien, que los habia de destruir y asolarles las ciudades hasta los cimientos y poblarlas de otras gentes; por tanto que procurasen de tenerle por señor y sujetársele, pagándole tributo y pecho como las otras provincias lo hacían; y que si por bien no quisiesen hacerlo iria sobre ellos y los destruiría». (1)
Cuando pidieron a los señores tlaxcaltecas someterse al poder imperial de Tenochtitlán, ellos respondieron:
«Señores muy poderosos, Tlaxcala no os debe vasallaje, ni desde que salieron de las siete cuevas, jamás reconocieron con tributo ni pecho a ningún Rey ni Príncipe del Mundo, porque siempre los Tlaxcaltecas han conservado su libertad; y como no acostumbrados a esto, no os querrán obedecer, porque antes morirán que tal cosa suceda» (2)
¿Los tlaxcaltecas eran el único pueblo que se negó a someterse a Tenochtitlán? ¿Todos los demás pueblos estaban conformes bajo el yugo tenochca?
No. Muchos pueblos se negaban a someterse a Tenochtitlán. Tlaxcala sirvió de refugio para aquellos que huían de los mexicas:
«Puestos en este cerco, siempre y de ordinario tenían crueles guerras acometidas de todas partes, y como no tuviesen los mexicanos otros enemigos, ni más vecinos que a los de Tlaxcalla, siempre y a la continua se venían gentes a retraer y guarecer a esta provincia, como hicieron los xaltocamecas y otomís y chalcas, que por rebeliones que contra los príncipes mexicanos tuvieron, se vinieron a sujetar a esta provincia, donde fueron acomodados y recibidos por moradores de ella, dándoles tierras en qué viviesen». (3)
Tenochtitlán utilizaba a Tlaxcala como medio de entrenamiento para sus soldados:
«hasta ahora los han dejado de destruir nuestros antepasados, por tenerlos enjaulados como codornices para hacer sacrificio de ellos y para
que el ejercicio militar de la guerra no se olvidase y porque tuviesen en qué ejercitarse los hijos de los señores mexicanos». (4)
Esto era una guerra de desgaste para Tlaxcala que tenía que soportar las constantes incursiones mexicas y la captura de soldados, capitanes, mujeres y niños para los sacrificios rituales llevados a cabo en Tenochtitlán. Además Tlaxcala tuvo que soportar un cerco comercial que les privó de mercancías como la sal, piedras preciosas, oro, e impidió a los comerciantes tlaxcaltecas vender sus productos fuera de la Provincia, lo que la empobreció. Después de la muerte de Moctezuma Xocoyotzin, Cuitlahuac ofreció a Tlaxcala la paz a cambio de traicionar a los españoles y matarlos mientras se refigiaban en Tlaxcala después de la noche triste. ¿Después de todo el odio guerras, sacrificios y el cerco comercial debían los tlaxcaltecas aceptar estar la paz de sus enemigos? ¿Debían aceptar los términos de los que decían de ellos que eran codornices enjauladas?

(1) Monarquía Indiana.
Juan de Torquemada
(2) Historia de Tlaxcala
Diego Muñoz Camargo
(3) Historia de Tlaxcala.
Diego Muñoz Camargo
(4) Monarquía Indiana.
Juan de Torquemada

Por: Tlaxcala La Conquistadora

Seminario Mayor, cuartel y Secretaría de Cultura

Breve historia del antiguo Seminario Conciliar de San José de Guadalajara, luego convertido en la famosa XV Zona Militar, y su relación con algunos Mártires jaliscienses de la persecución religiosa

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

Este bello y enorme inmueble, que hoy es sede de la Secretaría de Cultura, albergó al Seminario Conciliar de San José, el Seminario Mayor de Guadalajara. Por sus corredores transitaron diversos Mártires Mexicanos, entre ellos los ahora Santos Justino Orona Madrigal (ingresó en 1894), David Galván Bermúdez (en 1895), José María Robles Hurtado (1901), Pedro Esqueda Ramírez (1908, luego de haber estudiado en el Seminario auxiliar de su natal San Juan de los Lagos) Genaro Sánchez Delgadillo y Sabás Reyes Salazar (1899; no terminó allí sus estudios, pues lo enviaron a la Diócesis de Tamaulipas). San Pedro Esqueda, en contraste, fue uno de tantos seminaristas echados a la calle en 1914, y se vio obligado a interrumpir sus estudios. De San Genaro Sánchez, que también entró allí, aún desconocemos el año en que ingresó, pero sabemos que fue al acabar la primaria y que se ordenó en 1911.

Fachada principal del «Edificio Arroniz», antiguo Seminario Diocesano de Guadalajara, como luce en la actualidad. Fotografía tomada por la autora.

El inmueble también era conocido como «Edificio Arroniz», en recuerdo de quien lo proyectó e inició su edificación, el ingeniero Antonio Arroniz Topete, originario de Ameca, Jalisco, y casado con Elena Ponce Dávila. El terreno, originalmente, había sido ocupado por religiosas agustinas, cuyo convento databa de 1733. A causa de las Leyes de Reforma, las monjas fueron desalojadas y el edificio quedó abandonado. En 1868 se le cedió a la Arquidiócesis para que allí se instalara el Seminario. Allí empezaron sus estudios Santos Mártires como Julio Álvarez Mendoza (1880), José Isabel Flores Varela (1887) y Cristóbal Magallanes Jara (1888), ordenados respectivamente en 1894, 1896 y 1899.

En 1890, dados los daños estructurales, el entonces Arzobispo, D. Pedro Loza y Pardavé (muerto en 1898), recomendó que fuera reconstruido. La obra quedó a cargo del ingeniero Arroniz.

Ingeniero Antonio Arroniz, cuyo apellido dio nombre al edificio que alguna vez albergó a los seminaristas tapatíos, el día de sus nupcias canónicas con Elena Ponce Dávila, el 2 de febrero de 1882 –esto es, ocho años antes de empezar la comisión de Pedro Loza–. Fotografía digitalizada por Bernardo Camacho García.

El edificio que hoy conocemos empezó a ser construido en 1891 y fue finalizado en 1904, si bien fue inaugurado dos años antes. En ese año, el Arzobispo José de Jesús Ortiz, sucesor de Jacinto López y Romo y antecesor de Francisco Orozco y Jiménez, determinó separar los Seminarios Mayor y Menor; el primero se quedó en el flamante inmueble.

En 1914, al llegar las tropas carrancistas encabezadas por Álvaro Obregón Salido, éstas incautaron el Seminario. Con lujo de violencia, arrojaron a los estudiantes a la calle y destruyeron la biblioteca y los gabinetes de física y química; además remataron los libros.

Así lucía el ex Seminario tapatío, posteriormente XV Zona Militar, hacia finales del siglo XIX. Fotografía editada y ampliada por la autora.

A partir de entonces el edificio fungió como cuartel y como sede de la famosa XV Zona Militar de Guadalajara, V a partir de 1995. En 2009, la Secretaría de la Defensa Nacional lo cedió al Gobierno jalisciense –entonces encabezado por Emilio González Márquez– y se instaló allí el Museo de Arqueología de Occidente, inaugurado en 2011. Cuatro años más tarde, el Museo pasó a ser, y hasta la fecha, la sede de la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco. Su fachada principal se encuentra en la calle Zaragoza, justo enfrente de la Escuela Preparatoria #1.

Vale la pena hacer mención de la actual biblioteca del recinto, en la cual se resguarda el acervo del historiador y genealogista Gabriel Agraz García de Alba.

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Origen de la fiesta del Refugio en Jocotepec

Por Aida Aguilar Pérez, Cronista de Jocotepec

Jocotepec celebra anualmente, el 4 de julio, la fiesta en honor a “Nuestra Señora del Refugio”.

Esta tradición se remonta al suceso vivido por el señor cura Miguel Arana, quien durante un viaje de cabotaje por el Pacífico enfrentó un ciclón (15 de mayo al 30 de noviembre). La experiencia fue sumamente peligrosa: fuertes vientos, el barco inclinado por la fuerza de las olas, un violento balanceo que causaba náuseas, el estruendo del viento, y la lluvia que aumentaba la confusión al dificultar la visibilidad. El miedo provocado por estas circunstancias adversas hizo temer por la vida del pasaje y por la integridad de la embarcación. Dicho temor resultó justificado, pues terminaron naufragando.

El padre Miguel Arana logró sobrevivir gracias a la experiencia de los marinos, expertos en corrientes marinas, vientos, obtención de víveres e improvisación de plataformas flotantes.

Aquel espantoso peligro lo llevó a elevar fervientes súplicas de auxilio a la Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora del Refugio. Prometió que, si salía con vida, celebraría una fiesta en agradecimiento. Desde entonces, los habitantes de Jocotepec conmemoran que el padre no perdió la vida en aquella tempestad.

Esta fiesta de agradecimiento comenzó probablemente después de 1866, año en que el padre Miguel Arana llegó a Jocotepec para apoyar al señor cura Vicente López de Nava.

Con información de Jesús Pérez Ramos

Milagros de la Virgen de la Piedrita


Por José Gabriel Ramírez Segura * Cronista

En la entrega pasada les relaté de como encontraron a la Virgen de la Piedrita, quien la encontró, y dónde se ubica actualmente.
Hoy tengo la dicha de relatarles los milagros de la Virgen plasmada en piedra.

PRIMER MILAGRO.
A Luis Higareda en su propia casa.

Luis tenia un árbol de naranjas en su jardín al entrar a su casa, un día decidió cortar algunas para prepararse un agua; Luis no se percato que en ese árbol estaba escondido un panal de avispas africanas (las avispas africanas están teñidas de un color entre negro y café con un veneno mortal, más dañino que el de una abeja).

Don Luis Higareda, en su casa del Rincón de San Andrés.


Luis, tranquilamente observó  las naranjas y con sus dos manos agarro tres, entre esas naranjas estaba el panal de avispas, el cual se lo trajo consigo al jalar el fruto; de pronto un zumbido lo alerto, miro cientos de avispas rodeándolo por todo el cuerpo incluso dentro de su boca; se quedo quieto. Pero, en medio de la desesperación replico dentro de sí.

-Virgencita de la piedrita cúbreme con tu manto, que ninguno de tus animalitos me haga daño.

Fue tanta su fe,  que poco a poco las avispas se fueron retirando y Luis respiró profundamente, sano y salvo, sin ningún piquete.

SEGUNDO MILAGRO.
A Silvia  Higareda, hija de Don Luis Higareda.

Silvia nos narra que un día ella y su esposo Felipe iban a  salir fuera a Estados Unidos, en el año 2023.
Tenían casi todo listo, pero a Silvia, se le olvido alistar las visas de cada uno con anticipación; por que ella estaba segura del lugar donde las tenia.
Cuando Silvia empezó a organizar su documentación, no encontró la visa de su esposo; le ayudaron a buscarla también sus hijas y su papá don Luis por toda la casa.
Al no encontrarla, por ningún lado de la casa Silvia acude con desesperación a la  Virgen de la piedrita y replico:

“Virgencita de la piedrita ¿por que me haces renegar? ponme donde la visa pueda encontrar “

Silvia ya estaba desesperada por que faltaba poco tiempo para que pasaran por ellos para llevarlos al aeropuerto de la ciudad de Guadalajara.
Al verla desesperada su hija Karina le dijo:
-Busca de nuevo en el cuarto de mi Bis, arriba del ropero, del buro, de todos lados, tal vez ahí este.
Silvia hizo lo que su hija le dijo y con mucha fé repitiendo Virgen de la piedrita iluminame; relatan que como por arte de magia apareció ahí arriba de uno de los roperos.

TERCER MILAGRO.
A Sobrina de Don Luis.


Silvia relata que a su prima, ya le habían realizado diferentes estudios en la Ciudad de México y en Estados Unidos, por que no podía caminar.
En una ocasión que su sobrina visitó a don Luis en uno de sus viajes a Estados Unidos, él le contó la historia que tenia con Virgen, por lo tanto sus sobrinas le pidieron con mucha devoción a la Virgencita que la hiciera caminar.
La fé de estas hermanas trascendió fronteras, y le prometieron que si la hacia caminar ellas la visitarían en persona.
Así fue, la sobrina de Don Luis caminó y visitó a la Virgencita, en agradecimiento le compro dos cajas de veladoras.
 
Estos son algunos de los milagros que se tienen conocimiento que ha hecho la Virgen plasmada en piedra. Esperamos más testimonios, ya que antes de llegar a don Luis la Virgencita estuvo en la comunidad vecina de la Flor del Agua, por un periodo de tiempo largo, aproximadamente 60 años.
Seguimos agradeciendo a la familia de Don Luis Higareda, a su hijo Oscar, a su hija Silvia, sus nietas Monica y Karina, por permitirme compartir estos bonitos relatos, esperando que más personas conozcan a la Virgen de la Piedrita, para que no pierdan la fe de que los milagros existen.  
Culminando este relato, les dejo un dato curioso de Don Luis Higareda; padeció una enfermedad llamada Escoliosis Degenerativa Lumbar; una enfermedad que genera cargas asimétricas en un segmento espinal y consecuentemente en la columna lumbar y se manifiesta en una deformidad tridimensional, es decir,  la deformidad de su columna no coincidía con el ritmo de vida que llevaba Don Luis, ya que la padeció aproximadamente 55 años. Es por eso, que tambien los familiares nos narran  este fragmento de su vida. En una de sus citas medicas le dijeron que se le había terminado el liquido articular de las rodillas, por lo tanto no podía moverse. 
Con esta situación; dos personas llegaron a su domicilio, doña Olivia atendía su pequeña tienda de abarrotes, estas personas le dijeron:
– Señora cierre su tienda, venimos a hacerle una oración para que tu esposo mejore.
Olivia colocó unas tablas con las que cerraba su tienda.
– Luis, venimos a hacerte una oración para que te ayudes. Le dijeron.
Luis entre sus dolores, y por cortesía; acepto.
Luis lo contada de la siguiente manera a su familia:
-A mi vida llegaron dos ángeles, me acostaron en la cama y me dijeron que me harían una oración para que me ayudara, al inicio no creí, pensé que estaban locos; pero el loco era yo, cerré los ojos y comenzaron a rezar una oración muy bonita; al cerrar los ojos vi un sepulcro y pensé, a caray me voy a morir, ya viene mi muerte, me vi acostado en ese sepulcro, vi que llego una persona como Dios nuestro señor, y me puso las manos en la columna; a partir de ahí, me levante caminando. Yo platique con Dios y le dije si quieres que te siga enséñame, sé mi maestro, quiero que me des un centro bíblico, tu me enseñaras a leer tu palabra.
Así fue, tenia sus centros de oración en las comunidades de la Barranca del Aguacate, la Flor del Agua, el Rincón de San Andrés y en la Parroquia de Guadalupe.
Además, sin importar su enfermedad y que sus músculos tensos; sobaba a personas de las anginas, sin costo alguno; solo les decía:
-Hagan una oración por mí.

Don Luis; fue un ser humano de fé, y de servicio a su projimo.

EL AUTOR de este relato cuenta con 10 años de edad y esta concluyendo su educación primaria. Es cronista de Sahuayo y miembro de la SMHAG y de la Asociación de Cronistas Jalisco Michoacán.

«El General Invencible»

Breve semblanza de Enrique Gorostieta Velarde, primer general en jefe de la Guardia Nacional (Ejército Cristero)

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

El próximo 2 de junio se cumplirán 96 años de la muerte del general Enrique Gorostieta Velarde, militar de carrera, condecorado en varias ocasiones, que fue el primer general en jefe del Ejército Cristero y el que logró organizarlo y convertirlo en lo que él nombró como “Guardia Nacional”. Por este motivo, en vista del ya muy cercano aniversario, presentamos una biografía suya, preparada especialmente para la ocasión.

Detalle de un retrato del Gral. Enrique Gorostieta Velarde (1890-1929), editado y mejorado por la autora.

Su nombre completo era Enrique Nicolás José Gorostieta Velarde. Nació el 18 de septiembre de 1890 en Monterrey, Nuevo León. Fue hijo del abogado, político y escritor Enrique Gorostieta González, que fungió como ministro de Porfirio Díaz Mori, y de María Velarde Valdez-Llano, quienes además de nuestro personaje engendraron a Eva María Valentina y a Ana María. Enrique era el hijo menor. Don Enrique Gorostieta Sr., además, colaboraba con periódicos neoloneses destacados como El Horario y Flores y Frutos.

El niño fue bautizado el 19 de abril de 1891, tal como consta en la partida eclesiástica que a continuación transcribimos. La parroquia en la que recibió el primer Sacramento estaba dedicada a Nuestra Señora del Roble.

Fe de Bautismo de Enrique Gorostieta. Resaltados y edición por la autora.

Al margen izquierdo: N° 89 / Enrique Nicolas / José Gorrostieta

Dentro: En la Vicaría del Roble de Monterey, á diez y nueve de Abril / de mil ochocientos noventa y uno, el Canónigo Eleuterio Fernan- / dez, Capellan del Robe bautizó solemnemente á Enrique Ni- / colas José, nació el diez y ocho de Septiembre del año pasado, hi- / jo legítimo de Enrique Gorrostieta y Maria Velarde fueron sus padri- / nos Mauro Sepúlveda y Librada Gonzalez á quienes se les advir- / tió su obligaciín y parentesco espiritual. Y para constancia lo firmo.

Bartolomé García Guerra (Rúbrica)

Su acta de nacimiento, por su parte, dice:

Al margen izquierdo: Enrique / Nicolas / José / Gorostieta

Dentro: Acta 452 cuatrocientos cincuenta y dos. En / la Ciudad de Monterrey á dos de Octubre de / mil ochocientos ochenta noventa, ante mi / el Juez, primero del estado civil, presento el / Señor Licenciado Enrique Gorostieta de treinta y un / años de edad de este origen y vecindad á un niño á quien doy fé haber visto vivo que na- / cio el dia diez y ocho del pasado á las las sie- / te de la mañana en la calle de Matamoros / casa número 88 y se le puso por nombre En- / rique Nicolás José Gorostieta quien es hijo / legítimo suyo y de su esposa la Señora Ma- ria Velarde de veinti y cinco años de edad del / mismo origen; abuelos paternos Don Nico- / las Gorostieta y Doña Soledad Gonzalez y / maternos Don Fernando Velarde y Doña Anto- / nia Valdés. […] de lo que en cumplimiento / de la ley para que surta los efectos civiles / hice constar por la presenta acta que lei al / presentando y testigos Juan Martinez y An- / tonio Jimenez mayores de edad y de esta / vecindad quienes de conformidad firma- / ron los que supieron conmigo el Juez. / Doy fé = Santiago Sainz Rico. = Enrique Gorostieta.

Es copia que certifico.

Santiago Sainz Rico. (Rúbrica)

Al llegar a la juventud, Enrique decidió seguir la carrera de su abuelo paterno, Nicolás Gorostieta. Ingresó al Heroico Colegio Militar, instalado en el castillo de Chapultepec. Fue ahí, de acuerdo con Negrete (2019), “donde se definieron los principales rasgos de su carácter: dominante, impulsivo, aventurero, inteligente, de ideales firmes por los cuales estaba dispuesto a luchar” (p. 35). Como alumno siempre demostró gran aprovechamiento y obtuvo excelentes calificaciones y varias condecoraciones –sin dejar de lado que Asimismo, estudió en la prestigiosa Academia West Point, en Estados Unidos–. . Siendo todavía cadete fue asignado, en 1910, al cuerpo de ingenieros del Ejército Mexicano y luego, el 6 de mayo de 1911, unas semanas antes de la renuncia de Porfirio Díaz Mori, el grado de teniente táctico de artillería.

Ya graduado, con dicho rango, y fiel a sus convicciones y juramento de proteger y respetar la figura del primer mandatario, luchó a las órdenes del general Felipe Ángeles, durante el efímero gobierno maderista. Bajo el mando de Victoriano Huerta, aún siendo Madero presidente, combatió contra Emiliano Zapata en Morelos, contra Pascual Orozco en el Norte y, por último, contra los estadounidenses en Veracruz. Al ascender el colotlense al poder tras el golpe de Estado de febrero de 1913, Gorostieta fue nombrado capitán primero y recibió la Cruz del Mérito Militar de tercera clase. Talentoso estratega y valeroso artillero, defendió exitosamente su natal Monterrey del ataque de Pablo González y tuvo el mérito de ser, a los veinticuatro años, el general brigadier más joven de la historia. Sin embargo, al ser disuelto el Ejército federal en agosto de 1914, con la firma de los tratados de Teoloyucan, su hasta entonces impecable carrera militar se fue a pique.

Enrique Gorostieta, joven, con su uniforme de campaña. Fotografía mejorada y editada por la autora.

Exiliado, trabajó como ingeniero en El Paso, Texas, y luego en La Habana, Cuba. Pudo volver a México en 1921, cuando Álvaro Obregón ya estaba en la presidencia. El 22 de febrero de 1922 se casó con Gertrudis Lasaga Sepúlveda, a la que llamaba “Tulita” de cariño, con quien tuvo cuatro hijos: Enrique, que nació el 23 de septiembre de 1923 y falleció a fines de mayo de 1924; Enrique, nacido el 18 de enero de 1925; Fernando, que vino al mundo en 1926; y Luz María, en 1928, a quien conoció únicamente en fotografía. Por esos años emprendió varios negocios y, a la vez, rechazó la invitación de formar parte en dos rebeliones militares. Alejado de la vida que había conocido por tantos años, probó diversas ocupaciones, desde distribuidor de dulces hasta fabricante de jabones. Él mismo reconocería después que fueron tiempos difíciles, donde la falta de dinero hizo complicada su vida familiar.

El general Enrique Gorostieta y su esposa Gertrudis el día de sus nupcias. Imagen editada, retocada y mejorada por la autora.
Gertrudis Lasaga Sepúlveda, esposa de Gorostieta, su querida «Tulita». Mejora y edición de imagen hechas por la autora.

Cuando estalló la Cristiada, en los últimos meses de 1926 y los primeros de 1927, los alzamientos se dieron de modo espontáneo, sin coordinación ni recursos. Durante muchos meses, se trató de una guerra de guerrillas, con focos de insurrección aquí y allá, y combatientes cuyo número era tan elevado como escasos sus víveres y municiones, inconexa, y, sin dejar de lado la causa principal que se defendía, más idealizada que realista u operativamente factible. La Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR) intentó organizar y dirigir el movimiento, pero no tuvo éxito. En consecuencia, pensó en contratar un militar de carrera que se encargara de convertir las tropas cristeras en un verdadero ejército. El elegido fue Gorostieta, a quien llamaban “el General Invencible”.

Contra todo pronóstico, sin armas ni municiones suficientes, nuestro biografiado convirtió a un puñado de alzados desorganizados y aislados entre sí en un ejército en regla, una fuerza militar formidable de más de veinticinco mil hombres, eficaces, fuertes, organizados, capaces de poner en jaque al régimen de Plutarco Elías Calles, al que llamó «Guardia Nacional». Sobreponiéndose a múltiples obstáculos, gracias a su hábil gestión, la escasez de recursos fue capitalizada en liderazgo, valor y disciplina. La perspectiva de la victoria apareció y fulguró frente a los cristeros. De hecho, al terminar el primer tercio de 1929, ya se habían hecho planes para tomar la ciudad de Guadalajara, para luego pasar a la capital del país. El proyecto, triste e irremisiblemente, se truncó con su muerte.

El general Gorostieta en campaña. Fotografía editada y mejorada por la autora.

El 4 de agosto de 1928, el Generalísimo Cristero escribió desde Los Altos de Jalisco un hermoso Manifiesto a la Nación, firmado como «Enrique Gorostieta Jr.», que iniciaba con estas palabras:

«Hace más de año y medio que el pueblo mexicano, harto ya de la oprobiosa tiranía de Plutarco Elías Calles y sus secuaces, empuñó las armas para reconquistar las libertades que esos déspotas le han arrebatado, especialmente la religiosa y de conciencia. Durante ese largo periodo, los «Libertadores» se han cubierto de gloria y los tiranos no han logrado otra cosa que hundirse más en el cieno y la ignominia, al pretender ahogar en sangre los pujantes esfuerzos de un pueblo que los detesta y que está decidido a castigarlos».

Los «Libertadores» no eran otros que los combatientes cristeros. Gorostieta proseguía su texto resumiendo la índole del movimiento y de los ideales de defensa de la religión, la superioridad de los adversarios en contraposición a la escasez que siempre padecieron los levantados en armas y, de forma especial, el martirio sufrido por incontables mexicanos de toda edad y condición, tanto varones como mujeres –esto lo resaltamos con negritas–:

Manifiesto a la Nación, fechado el 4 de agosto de 1928 (en el segundo aniversario de la defensa de los templos en Sahuayo de Díaz, Michoacán), del general Gorostieta. Subrayados hechos por la autora.

«Cierto es que no se ha obtenido la victoria final, pues son muchos los recursos materiales con que cuentan nuestros opresores, pero también es verdad que así se ha probado al mundo que el pueblo ha empuñado las armas contra sus tiranos, no movido por un transitorio sentimiento de ira y de venganza, sino impulsado y sostenido por altísimos ideales. Los «Libertadores» han derramado generosamente y sin medida su noble sangre; la juventud, la edad viril, la ancianidad y hasta la niñez y la mujer, han escrito brillantísimas páginas que inundarán de gloria a las generaciones que nos sucedan y el triunfo nuestro, en esta lucha sangrienta contra la bárbara disolución bolchevista, será el cauterio para las Américas y tal vez el principio de la curación universal».

Dolor tan intenso, valor tan grande, tan sublime heroísmo, serán inconmovibles bases en que se asienta la futura grandeza de la Patria y ante el magnífico espectáculo que México está ofreciendo al mundo, éste ha prorrumpido en exclamaciones de asombro y ha dado muestras ardientes de admiración, a pesar del silencio con que en la sombra las gloriosas hazañas, la abnegación, la fe, la perseverancia y el heroísmo de los luchadores.

Luego de exponer el plan general del movimiento, sin dejar –es un rasgo llamativo– de tomar en cuenta la posibilidad que también las mujeres mexicanas pudiesen emitir su voto en plebiscitos y referéndums, Gorostieta finalizó su Manifiesto diciendo:

Con mi nuevo carácter [el de Jefe Militar del Movimiento Libertador], nada nuevo tengo que deciros. Seguiré con vosotros como antes; como antes, sufriré con vosotros el hambre y la sed. Como siempre pelearé a vuestro lado. Como siempre exigiré lealtad y obediencia, valor y abnegación. Como antes os ofrezco, llegar hasta el fin y como antes, por único premio: la satisfacción de la dignidad propia y la de haber cumplido con el deber; ánimo, la victoria está cerca y ahora más que antes, esto sí; os exhorto a que a todos los vientos y a toda hora sólo se oiga nuestro grito de guerra: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Muera el mal Gobierno!

Dios, Patria y Libertad

Por otro lado, nuestro «General Invencible» era contrario a las negociaciones que los obispos Pascual Díaz y Barreto y Leopoldo Ruiz y Flores, como representantes del ala conciliadora del Episcopado Mexicano, establecieron con el régimen, encabezado, desde el asesinato del presidente reelecto Álvaro Obregón, por el tamaulipeco Emilio Portes Gil. Tales gestiones ponían en entredicho no sólo la lucha cristera y, naturalmente, la victoria de las huestes católicas, sino las vidas y sacrificios de tantos hombres y mujeres a lo largo de casi tres años. En una carta fechada el 16 de mayo de 1929, dirigida a los susodichos prelados, Gorostieta se opuso a aquella idea de modo categórico:

«Desde que comenzó nuestra lucha, no ha dejado de ocuparse periódicamente la prensa nacional, y aun la extranjera, de posibles arreglos entre el llamado gobierno y algún miembro señalado del Episcopado mexicano, para terminar el problema religioso. Siempre que tal noticia ha aparecido han sentido los hombres en lucha que un escalofrío de muerte los invade, peor mil veces que todos los peligros que se han decidido a arrostrar, peor, mucho peor, que todas las amarguras que han debido apurar. Cada vez que la prensa nos dice de un obispo posible parlamentario con el callismo, sentimos como una bofetada en pleno rostro, tanto más dolorosa cuanto que viene de quien podríamos esperar un consuelo, una palabra de aliento en nuestra lucha, aliento y consuelo que con una sola honorabilísima excepción, de nadie hemos recibido […] Ahora que los que dirigimos en el campo necesitamos de un apoyo moral por parte de las fuerzas directoras, de manera especial de las espirituales, vuelve la prensa a esparcir el rumor de posibles pláticas entre el actual Presidente y el Sr. Arzobispo Ruiz y Flores […]».

Aquel «escalofrío de muerte» no era infundado, como tampoco el terrible impacto psicológico ante la idea de que fuesen miembros del mismo Episcopado quienes promovían la componenda y ante las consecuencias nefastas que un pacto traería para los «Libertadores», cuyas vidas no serían respetadas. No olvidemos que, de los treinta y ocho miembros que lo conformaban, sólo tres –José María González y Valencia, José de Jesús Manríquez y Zárate y Leopoldo Lara y Torres– habían aprobado abiertamente el movimiento cristero y reconocido, de manera pública, su licitud moral. Tampoco, por mencionar otro ejemplo, la Iglesia había aceptado brindar capellanes castrenses a las tropas, al grado de que, más bien, algunos sacerdotes habían decidido serlo por cuenta y voluntad propia, según su conciencia.

En adición, en honor a la verdad, Gorostieta les dirigió este acerbo reproche:

«No son en verdad los obispos los que pueden con justicia ostentar (una) representación. Si ellos hubieran vivido entre los fieles, si hubieran sentido en unión de sus compatriotas la constante amenaza de su muerte por sólo confesar su fe, si hubieran corrido, como buenos pastores, la suerte de sus ovejas…Pero no fue así ».

Sólo dos obispos, Francisco Orozco y Jiménez y Amador Velasco, que regían la Arquidiócesis de Guadalajara y la Diócesis de Colima respectivamente, habían permanecido con su grey, con todo lo que aquello implicaba.

Empero, contra y viento y marea, y pese a la oposición de las tropas cristeras, a las que no se tomó en cuenta en ningún momento, las tentativas de acuerdo entre el gobierno y la jerarquía eclesiástica prosiguieron. Por fin, unas semanas antes del armisticio del 21 de junio de 1929, el 2 del mismo mes, Gorostieta fue asesinado en la hoy ex Hacienda El Valle, en las cercanías de Atotonilco El Alto, Jalisco. Algunos miembros de su Estado Mayor murieron también; otros fueron capturados. Ya reunidos frente a los enemigos vencedores, los soldados llegaron con un cadáver al que han despojado de casi todo su vestido y calzado. El mayor federal Plácido Nungaray –a quien podemos ver en la fotografía de abajo– preguntó si lo conocían. Uno de los cristeros se adelantó y dijo: “Es el General Gorostieta”. Ni siquiera los adversarios sabían, hasta el momento, de quién se trataba.

Cuerpo de Gorostieta, ya sin sus botas, fotografiado junto con los oficiales que dirigieron el ataque que condujo a su asesinato en la Hacienda del Valle. Imagen tomada de la página de Facebook Testimonium Martyrum, antes llamada El Plebiscito de los Mártires – Obra dramática.

Hasta la fecha, la sombra de una muy posible traición se cierne sobre su muerte. Lo cierto es que el general Enrique sucumbió haciendo gala de su distintiva intrepidez y hombría, hasta el último suspiro. Sus últimas palabras fueron, cuando un subalterno le preguntó que habrían de hacer ante el ataque federal de que eran víctimas, fue:

“¡Pelear como los valientes y morir como los hombres!”

Y lo cumplió: al ser interpelado con el “¿Quién vive?”, exclamó por vez postrera, como último homenaje y tributo a Aquel por Quien había peleado: “¡Viva Cristo Rey!”

Detalle del cadáver del general Enrique Gorostieta Velarde. Instantánea mejorada, ampliada y editada por la autora.

Su cuerpo, que los federales fotografiaron y condujeron primero a Atotonilco El Alto para ser exhibido y que esto amedrentase a la población, fue sepultado en el Panteón Español, en la Ciudad de México. En su tumba se colocaron, además de las fechas de su nacimiento y su deceso, las palabras:

“Fue cristiano, patriota y caballero. Tuvo un ideal en su vida y por él supo morir. Dios, Patria y Libertad”.

Enrique Gorostieta fue sustituido en el cargo de General en Jefe de la Guardia Nacional, por muy breve tiempo, por el cotijense Jesús Degollado Guízar, quien tuvo que beber el trago amargo de «licenciar» al ejército cristero luego de los supuestos «arreglos».

En 2012, sus restos se trasladaron a Atotonilco el Alto, donde cada año, en su aniversario luctuoso, se le recuerda con eventos conmemorativos y con la celebración de la Santa Misa. La ex Hacienda que lo vio morir actualmente es un museo.

Para darnos una idea de lo mucho que sufrieron los cristeros y sus familias después del “modus moriendi” de 1929, la viuda y los hijos de Gorostieta vivieron ocultos en un sótano durante cuatro años. Como dato adicional, Gertrudis Lasaga murió en 1984, a los ochenta y nueve años de edad.

En 2012, Gorostieta fue llevado a la pantalla grande en el filme Cristiada (en inglés For Greater Glory) e interpretado por el actor cubano Andy García.

Como comentario final cabe mencionar que, durante décadas, su figura estuvo rodeada por la polémica, ya que fue considerado un mero mercenario, contratado para liderar la resistencia católica sin serlo él también, y se llegó a decir que era agnóstico, liberal, anticlerical, ateo o, inclusive, miembro de la masonería, y que fue el trato constante con los cristeros y con la vida de piedad que se llevaba en campaña lo que lo llevó a la conversión y lo transformó en un creyente convencido y devoto. Al publicarse las cartas que dedicó a su esposa durante el curso de la Guerra, en contraste, se descubrió que era profundamente católico y que nunca hubo discordancia entre la conducta del general y la misión para la que lo habían contratado, sino una admirable congruencia.

El mismo Jean Meyer reconoció el error de haberlo mostrado como alguien contrario a la religión en su célebre trilogía de los años 70: no sólo era un hombre profundamente enamorado de su esposa, amante de sus hijos, sino también cabeza de una familia muy católica, practicante, sin excepción, y, en suma, un varón cristiano que aceptó ir al monte a luchar no por obligación, por mera ambición o por dinero, sino por convicción y por deber genuinos.

Urna que contiene los restos de Enrique Gorostieta. Fotografía tomada por Ruta Cristera Sahuayo en el marco de los eventos conmemorativos del 95 aniversario de la muerte del general, en junio de 2024.

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Basado en una semblanza más breve, escrita por la autora de la presente entrada a inicios de abril del corriente, y en una biografía más extensa redactada el 3 de junio de 2019, a su vez complementadas con los libros La Cristiada (tomo III) de Jean Meyer y las Cartas del general Enrique Gorostieta a Gertrudis Lasaga, editado en 2011; el artículo de Marta Elena Negrete intitulado Gorostieta: un cristero agnóstico editado por la revista Estudios Jaliscienses en 2019, así como la investigación documental personal de la autora.