El tetramorfo de los evangelistas.

Ssly Katlheen *Arte Medieval

Un tetramorfo o, según el Diccionario de la lengua española, tetramorfos (del griego τετρα, tetra, «cuatro», y μορφη, morfé, «forma») es una representación iconográfica de un conjunto formado por cuatro elementos.

La más extendida de estas es cristiana, que los asocia con los cuatro evangelistas, aunque esta tradición se remonta al Antiguo Testamento, cuando el profeta Ezequiel describió en una de sus visiones cuatro criaturas que, de frente, tenían rostro humano y, de espaldas y en cada lateral, tenían rostro animal (Ezequiel 1:10). Una visión muy similar aparece en un pasaje del Apocalipsis de Juan (Apocalipsis 4:1-9) que describe a cuatro ángeles zoomorfos que rodean al pantocrátor.

Los tetramorfos y el pantocrátor son una constante del arte medieval, tanto en escultura como en pintura, sea mural o en códices miniados.

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Cuaresma roja en Guadalajara

Asesinato de obreros católicos tapatíos por parte de los comunistas en marzo de 1922

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

Fotomontaje alusivo al título de esta entrada. Podemos ver el templo de San Francisco de Asís en Guadalajara, parte del jardín de éste y (a la izquierda) el de la iglesia de Nuestra Señora de Aránzazu; lo que ahora es el Andador Alcalde y, al fondo, la antigua estación de ferrocarriles de Guadalajara. Edición de imagen hecha por la autora.

La Cuaresma, el tiempo penitencial católico por excelencia, trae consigo diversos rituales, prácticas y usanzas con los que, ya sea por ser parte de ellos, por costumbre o por cultura, la mayoría de los mexicanos estamos familiarizados: imposición de la ceniza acompañada con el recordatorio de nuestra mortalidad y la necesidad de arrepentimiento, ausencia del Gloria y del Aleluya, ornamentos sacerdotales morados, abstinencia de carne los viernes –lo que comúnmente es llamado “vigilia”– y la consecuente gama de platillos para suplirla, la constante invitación a la recepción de los Sacramentos, en especial el de la Penitencia… y los clásicos ejercicios espirituales, pensados para reflexionar en las verdades de la religión cristiana y disponer el alma para la celebración de los Oficios de Semana Santa y la Pascua florida.

Normalmente, los ejercicios cuaresmales concluyen con la admonición del presbítero o seglar encargado de impartirlos y, como reza el dicho popular, “aquí se rompió una taza y cada quién para su casa”. Esto en un contexto donde el catolicismo, dentro de las diversas circunstancias, puede profesarse con libertad. Pero ¿y en tiempos de rampante persecución religiosa? Hubo una ocasión, hace 103 años, en Guadalajara, en la que un grupo de ejercitantes fue atacado por una turba armada y airada de socialistas. Aquello, como cabía suponer por lo caldeado de los ánimos y de la misma coyuntura que se vivía en nuestro país, con ataques crecientes a los católicos, terminó en tragedia, en el suceso más sonado de aquella primavera de 1922 y de lo que, con todo acierto, fue una Cuaresma roja: no sólo porque así se conocía a los bolcheviques, con ese calificativo, sino también por la sangre que se derramó aquella jornada.

Ya desde 1921, la antigua Ciudad de las Rosas había sido testigo del arribo de militantes comunistas. Basta recordar que el 1° de mayo de ese año, a la vista de la sociedad tapatía, habían izado la bandera rojinegra en nada más y nada menos que en la Catedral. El estudiante de leyes Miguel Gómez Loza –cuya muerte tuvo lugar un 21 de marzo, pero de 1928, justo el mismo día que fueron ultimados los veintisiete cristeros en el atrio de la Parroquia de Santo Santiago en Sahuayo, Michoacán–, sin medir el peligro, subió, la quitó y la hizo jirones, aunque eso le granjeó una golpiza de los rojos, que lo dejaron ensangrentado y medio muerto.

En 1922, los embates bolcheviques cobraron nueva fuerza, y más tomando en consideración la inminencia del Primer Congreso Nacional Obrero Católico, que daría lugar a la Comisión Nacional Católica del Trabajo (CNCT). Los atropellos de los rojinegros alcanzaron su punto álgido en la Cuaresma, específicamente el 26 de marzo, Cuarto Domingo de Cuaresma, también llamado de Laetare por las palabras con que inicia el Introito: “Laetare, Ierusalem”, “Alégrate, Jerusalén”. Aquel día, a diferencia de las otras Domínicas, el órgano emitió sus notas solemnes y los altares fueron adornados con flores.

Fotografía tomada desde la esquina de la Av. Corona con la calle Prisciliano Sánchez. A la izquierda, el jardín de San Francisco, escenario de la matanza de los obreros católicos el 26 de marzo de 1922. Imagen de Guadalajara antigua; edición hecha por la autora.

En contraste con la alegría litúrgica previa a la Semana de Pasión –la inmediatamente anterior a la Semana Santa, según el calendario litúrgico anterior al Concilio Vaticano II–, Guadalajara habría de cubrirse de luto. Todo inició en la mañana. El Sindicato de Inquilinos, liderado por Genaro Laurito –anarquista de origen argentino– y Justo González, organizó una manifestación en contra de los adinerados y del clero católico. Cabe mencionar que, ya desde enero, Laurito había exhortado a los tapatíos a que no se pagaran las rentas. González había sido director de la Penitenciaría de Escobedo y había apoyado a Basilio Vadillo, el gobernador anterior, que había terminado su mandato unas jornadas antes, el 17 de marzo de 1922.

En este caso, según se dijo, la marcha perseguía la finalidad exigir que los propietarios redujeran la renta a los inquilinos, pero pronto quedó probado que también tenían la intención de destruir y atacar. La muchedumbre de aproximadamente mil quinientos inquilinos (González Navarro, 2000) agredió al párroco del templo de la Inmaculada Concepción –en la calle Santa Mónica, entre Juan Álvarez y Manuel Acuña, cerca del Santuario de Guadalupe– y al sacristán porque osaron no querer quitarse el bonete y el sombrero, respectivamente, ante la bandera rojinegra. A su vez, cuando pasaron frente al Palacio de Gobierno, prorrumpieron en denuestos contra los burgueses y el régimen en turno. En la cumbre de la exaltación, puñal en mano, Laurito ordenó a la banda de música que tocara «La Internacional», compuesta por Eugène Pottier y musicalizada por Pierre Degeyter y considerada como el himno del movimiento obrero (al grado de que el mismo Lenin la eligió como canción emblema de la naciente URSS). Después injuriaron al club Atlas, a El Informador –periódico al cual consideraban «reaccionario»–, el diario Restauración y al Casino Jalisciense. 

El Informador –que de conservador no tenía mucho, a decir verdad–, por ejemplo, narró así el «incalificable atropello» que sufrieron:

«Después de que los manifestantes bolsheviques oyeron los discursos candentes de Laurito y comparsa, ya preparado su ánimo en contra de «EL INFORMADOR» como consecuencia de las prédicas, los componentes de la columna voltearon por la Avenida Corona y se dirigieron a nuestras oficinas, deteniéndose frente a la puerta principal y profiriendo toda clase de insultos y gritos amenazantes en contra nuestra».

Luego de vagar por varias partes del ahora llamado Centro Histórico haciendo desmanes en un sitio y en otro, la turba socialista se dirigió al jardín de San Francisco, también llamado «jardín Corona». Allí sobrevendría el clímax de los hechos. Su arribo coincidió con la salida un grupo de obreros católicos, que habían participado de la Misa final de acción de gracias por los ejercicios espirituales –algunas fuentes hablan de un retiro–, dirigidos por el entonces sacerdote José Garibi Rivera –asistente eclesiástico de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana– , a los que habían estado asistiendo. Genaro Laurito iba montado a caballo, pistola en mano. Según El Informador, él mismo ordenó que el gentío al que encabezaba se dirigiera al jardín mencionado, pues sabía que los católicos estaban en tales ejercicios en el templo de San Francisco.

A lomo de corcel y en vanguardia, dirigiendo a sus camaradas, iba el líder socialista J. Concepción Cortés. Fue el primero que llegó al cruce de las calles Prisciliano Sánchez y 16 de septiembre. Viendo que los obreros católicos iban saliendo de Misa, el jefe socialista comenzó a vociferar: “¡Muera la religión! ¡Mueran los católicos!” Son palabras recogidas textualmente por El Informador.

Naturalmente que aquellos gritos llegaron a los oídos de los asistentes. Entre ellos se encontraban dos grandes amigos, ambos aspirantes a abogados: Anacleto González Flores y Miguel Gómez Loza –ambos beatificados en noviembre de 2005–, el mismo del episodio de la bandera en la Catedral. El temperamento sanguíneo y la osadía del segundo, que a veces sí rayaba en la temeridad y en la imprudencia, afloró de nuevo. El P. Garibi, al igual que Anacleto, consideró que en esa ocasión no era conveniente confrontar a los comunistas. Éstos, sin demora, se apostaron en el monumento a Ramón Corona Madrigal –originario, por cierto, de un pueblo de la Ciénega, Tuxcueca–.

Detalle de una fotografía de Anacleto González Flores, hoy Beato, tomada en 1919, cuando aún era estudiante de leyes. A diferencia de su mejor amigo Miguel Gómez Loza, juzgó irreflexivo e insensato enfrentar a los socialistas que atacaron verbalmente a los obreros católicos en el jardín del templo de San Francisco de Asís. Imagen editada por la autora.

Mientras los obreros volvieron al interior del templo, el sacerdote y el estudiante de leyes tepatitlense deliberaron sobre lo que había de hacerse. No tardaron en decidir, dada la magnitud del contingente bolchevique, que lo mejor era que todos se quedaran dentro del recinto hasta que se disolviera la manifestación. Pero Miguel, más airado, no lo creyó así: fue con los trabajadores y los arengó a resistir y, si fuera el caso, a contestar a sus improperios. En su opinión, los católicos también debían mostrar su postura de forma pública.

Su discurso tuvo eco en los obreros, quienes, olvidando que ninguno de ellos estaba armado, a diferencia de los rojos, aceptaron salir al jardín otra vez. Allí, trepado en una de las bancas, a guisa de tribuna, Miguel los instó a defender la causa católica… delante de los mismos socialistas, que ya estaban frente a la iglesia. La atmósfera se caldeó a un ritmo vertiginoso, al grado de que el diálogo –si es que podía haberlo– fue imposible entre ambos grupos. En la quinta plana, El Informador continúa su relato expresando que los católicos, “que por algún tiempo habían permanecido callados, contestaron a los gritos y aquel fue el principio de la tragedia”.

A las palabras se respondió con golpes, y éstos fueron seguidos por numerosos tiros, el primero de ellos hecho por J. Concepción Cortés, que arrancaron la vida a siete –la mayoría de las fuentes indica que fueron seis, pero una placa conmemorativa añade un caído a la lista– de los obreros en el acto. Otros más se desplomaron heridos. Las manchas de sangre crecieron en torno a los cuerpos, a la par que la balacera seguía, entre la gritería, el clamor de los que habían sido alcanzados por los proyectiles pero no había muerto, el llanto por los que ya habían partido al más allá, el fragor de los disparos y los insultos de los comunistas. Entre los heridos hubo una niña llamada María del Carmen.

La matanza, según El Informador, duró unos treinta y cinco minutos. Durante ese intervalo, más que suficiente para intervinieran las autoridades, éstas no hicieron absolutamente nada. Además, dice el diario independiente,

“La refriega fue desigual, pues mientras los bolcheviques hacían uso de sendas pistolas, los obreros católicos se encontraban completamente indefensos, recurriendo a defenderse con piedras recogidas del arroyo”.

La Enciclopedia histórica y biográfica de la Universidad de Guadalajara, en su semblanza del abogado de Paredones –hoy «El Refugio»– resume así lo sucedido:

“El 26 de marzo de 1922, tenía lugar en el Templo de San Francisco la misa de clausura de los ejercicios espirituales que dirigió el padre José Garibi Rivera, a los cuales asistieron González Flores y Gómez Loza. A la salida se encontraron con una marcha socialista, cuyos manifestantes empezaron a insultar a los católicos y nuevamente Gómez Loza arengó a los suyos, se produjo un gran zafarrancho y hubo muertos y heridos”.

Detalle de una fotografía del Lic. Miguel Gómez Loza con su esposa María Guadalupe Barragán (se casaron a finales de 1922). Sus palabras para animar a los obreros católicos a responder a los atacantes bolcheviques desembocaron, lastimosamente, en el tiroteo que costó la vida a siete de ellos. Edición de imagen realizada por la autora.

Miguel Gómez Loza fue fuertemente reprendido por el P. Garibi. No le quedó más remedio que aceptarla con humildad.

González Navarro (2001), por su parte, refiere así los sucesos:

“Cuando Gómez Loza pidió oponerse al atropellamiento de los derechos civiles y religiosos, José Garibi Rivera […] hizo ver lo infructuoso de esa lucha porque los manifestantes contaban con el apoyo gubernamental. Esta trifulca tuvo un saldo de varios muertos (algunos los calculan en 12, entre ellos un papelerito) y numerosos heridos”.

El papelerito, de acuerdo con datos de El Informador, se apellidaba Mireles, y era hermano de la niña María del Carmen. Murió instantáneamente, de un tiro en pleno pecho. Dicho periódico, junto con La Restauración, solventaron los gastos de su entierro. El cadáver fue llevado de las oficinas del diario tapatío al Hospital Civil, para practicarle la autopsia de ley, de allí a las oficinas de La Restauración y, finalmente, al panteón de Mezquitán.

En la versión de Silvano Barba González, acendrado jacobino de aquel tiempo que a la sazón fungía como procurador de justicia, los católicos no fueron víctimas, ya que no se trató de una agresión a ellos, sino que  “del alma fanatizada de los manifestantes surgió el choque, no fue una agresión “del Sindicato de Inquilinos sobre corderillos, sino sobre lobos con piel de oveja”. Pero González Navarro (2001), que no es un investigador allegado a la historiografía católica, no vacila en sintetizar lo acontecido en la siguiente forma: «En fin, los miembros del Sindicato rodearon la Columna de la Independencia hasta la iglesia de La Concepción, de ahí fueron al Palacio de Gobierno y luego marcharon al jardín de San Francisco, donde atacaron a los obreros católicos y a los acejotaemeros». Y añade, sin medias tintas: «Fueron, pues, los agresores». 

Dejamos que sea el lector quien discierna y emita su juicio al respecto.

Con todo y la animadversión gubernamental hacia el catolicismo, las consecuencias de lo ocurrido el 26 de marzo no se hicieron esperar. González Navarro (2001) expone que La Gaceta Mercantil opinó que Luis C. Medina, el presidente municipal, no hizo nada para evitar esos crímenes. Eso sin mencionar que el susodicho había acompañado a Laurito en algunas reuniones, y su única acción fue destituir al inspector general de policía.

Primera plana de El Informador, en su edición del 27 de marzo de 1922, donde da fe de los ataques perpetrados por los bolcheviques en el centro de Guadalajara a diversos establecimientos y –el culmen de los mismos– la ulterior balacera afuera del templo de San Francisco y el asesinato de los católicos. Ediciones hechas por la autora.

El Informador, otra víctima de los ataques, publicó la noticia en primera plana en su edición del 27 de marzo, en los siguientes términos:

«MATANZA DE CATOLICOS POR LOS BOLSHEVIKIS. – Seis Muertos y 12 Heridos Costó la Manifestación de Ayer, que en Nuestra Edición Anterior Anunciamos Como un Grave Peligro que Había que Conjurar. – Terrible Balacera en el Jardín de San Francisco – Las Redacciones de los Periódicos Locales Lapidadas por la Turba Exaltada.– El Casino Jalisciense Asaltado por los Manifestantes, Quienes en Verdadero Motín Invadieron la Calle de San Francisco, al Grito de ¡¡Mueran los Burgueses!! Los Líderes Bolshevikis Fueron Aprehendidos.–Se Atribuye Mucha Responsabilidad en los Lamentables Sucesos Ocurridos, al Inspector Gral. de Policía, por no Haber Disuelto a Tiempo la Manifestación, no Obstante Saber que Tomaba Carácter Violento.–La Acción de las Tropas Federales Fue Pasiva.–La Sociedad de Guadalajara Está Alarmada.»

Respetamos, como de costumbre, la ortografía original.

Página 6 de la edición de El Informador del lunes 27 de marzo de 1922, donde se abunda en detalles sobre lo que sucedió después de la masacre de los obreros católicos. Edición realizada por la autora.

En la sexta página, el mismo periódico refirió que Genaro Laurito fue apresado, junto con Justo González, J. Concepción Cortés y José María Puga, los principales dirigentes comunistas. La misma suerte corrió Miguel Gómez Loza, en uno de sus cincuenta y nueve encarcelamientos. De igual forma, un grupo de personas, en representación de los obreros católicos, acudió a la Jefatura de Operaciones Militares para pedir garantías; sin embargo, el jefe del Estado Mayor de dicho establecimiento replicó, en representación del general Jesús María Ferreira, que no era posible concedérselas sin previa orden de la Secretaría de Guerra y Marina.

El sepelio de los obreros asesinados, efectuado el 27 de marzo a las cuatro de la tarde, fue multitudinario. Empero, no bastaba con mostrar dolor, pena e indignación por lo ocurrido. El repudio social tapatío fue generalizado. Por una parte, Anacleto González Flores y José Cornejo Franco demandaron al gobernador sustituto, Antonio Valadez Ramírez, que el alcalde fuera removido de su cargo. Por otra, el banquero Robles Gil presidió la formación de un Comité de Defensa Social al cual se adscribieron representantes de las cámaras de comercio y agrícolas, el Sindicato de Agricultores, la Unión de Propietarios, la Sociedad Mutualista de Empleados de Comercio y, naturalmente, la Unión de Obreros Católicos y la ACJM. Entre los vocales estuvieron José Gutiérrez Hermosillo, Manuel Orendáin, Salvador Ugarte y Salvador Chávez Hayhoe. René Capistrán Garza, jefe nacional de la ACJM, envió un telegrama a Agustín Yáñez –entonces acejotaemero– en el que le ofreció apoyo.

El Gremio de Abastecedores de Carne también criticó la matanza y, para manifestar su oposición, pidió un lugar en el Comité Social Ejecutivo. El presidente Álvaro Obregón Salido recibió al Comité en México y afirmó que no se repetirían esos atentados, pero que él no podía deponer al presidente municipal tapatío.

A la postre, Luis C. Mediana sí fue destituido. Lo reemplazó José Guadalupe Zuno Hernández, que eventualmente dejaría el cargo para contender por la gubernatura de Jalisco.

Los nombres de los siete obreros asesinados se conservan en la placa conmemorativa a la que aludimos párrafos más arriba, y que se encuentra dentro del templo de San Francisco de Asís, donde alguna vez estuvieron para el cierre de sus últimos ejercicios espirituales. En ella se lee:

Placa que se conserva dentro del templo dedicado al Seráfico Padre en Guadalajara en el que se recuerda la muerte de los siete obreros católicos asesinados por los socialistas. Fotografía tomada y editada por la autora (2025).

EL PRIMER CONGRESO NACIONAL OBRERO A LA MEMORIA DE LOS OBREROS MARTIRES SACRIFICADOS CERCA DE ESTE LUGAR EL 26 DE MARZO DE 1922 / “JUSTICIA Y CARIDAD” / JOSE CABRERA. MIGUEL RAMIREZ. MIGUEL MAREZ. JUAN JIMENEZ. FELIX GONZALEZ. TIBURCIO SANTILLAN. APOLONIO VIZCARRA.

Tiburcio Santillán

© 2025. Todos los derechos reservados.

Fuentes y bibliografía:

Enciclopedia histórica y biográfica de la Universidad de Guadalajara (2025). Gómez Loza, Miguel. Los universitarios sin universidad. Tomo tercero. El interregno universitario, 1861 – 1925.

González Navarro, M. (2001). Cristeros y agraristas en JaliscoTomo 2. El Colegio de México.

Muriá, J. M., Martínez Réding, F. et. al. (1982) Historia de Jalisco. Tomo IV. Desde la consolidación del Porfiriato hasta mediados del siglo XX. Gobierno de Jalisco.

Periódico El Informador, edición del 27 de marzo de 1922. Páginas 1, 5 y 6.

Reyna, A. (24 de julio de 2024). El día que un sindicato declaró la huelga de los inquilinos para no pagar renta. Infobae. https://www.infobae.com/mexico/2024/07/25/mexico-magico-el-dia-que-un-sindicato-declaro-la-huelga-de-los-inquilinos-para-no-pagar-renta/

Fragmento de Raíces Hispánicas y el indigenismo

Leonardo López Lujan.

«Para recuperar nuestra herencia indígena, obviamente no vamos a destruir la otra mitad que es nuestra herencia europea. Los grupos indigenistas nos piden que demolamos todas estas joyas arquitectónicas de nuestro patrimonio artístico histórico para conocer la antigua Tenochtitlan.»

Ciudad de México «fue la urbe europea más importante de ultramar, es decir, una capital española en el continente americano. La Ciudad de México tuvo la primera imprenta de América, la segunda universidad de América, los primeros periódicos, las primeras revistas científicas, el primer ballet, la primera academia de cirugía…»

«La capital de la Nueva España tenía 170.000 habitantes en su máximo esplendor. En pocas palabras, eso significa que durante todos estos siglos ha sido una megalópolis con una influencia en un territorio gigantesco.»

«En mi caso personal, tengo muy definido mi mapa genético, y como la mayoría de los mexicanos soy un ejemplo del mestizaje. El 46% de mi sangre es española, de la península ibérica. Mi familia es de Chihuahua, en el norte de México, en la frontera con Estados Unidos, y aproximadamente otro 44% de mi sangre es indígena, específicamente apache, del norte.»

«Por eso yo no veo que tenga mucho sentido este asunto( las exigencias por parte del gobierno mexicano para que la corona española se disculpe), sobre todo cuando la conquista sucedió hace ya más de 500 años. Siempre ha habido una relación estrechísima con España y lo que queremos es que eso se incremente, porque ha sido una relación beneficiosa, gestada en un momento dramático como fue la conquista, pero que tiene su lado virtuoso.»

«La conclusión a la que llega uno es que nosotros no somos nadie para hablar de la violencia del pasado, sobre todo en estos momentos tan brutales. La violencia actual en mi país, en México, es atroz, con decenas de miles de desaparecidos. ¿Cómo desde el presente vamos a regañar al pasado cuando la violencia que hay en la actualidad rompe todos los récords?… Como científico, no puedo negar que los mexicas eran sumamente violentos, y practicaban el sacrificio humano, pero tampoco eran esos brutales sacrificadores como los que han pasado a la historia.»

Un mexicano puede mirar con orgullo a esa herencia española de más de tres siglos » porque nosotros somos el resultado de la confluencia de esas dos herencias, de esos dos flujos constantes y vigorosos que son la tradición indígena y la europea. Yo vivo en el sur de la Ciudad de México pero trabajo en el centro histórico, y nos enorgullece ese espacio que está repleto de toda esta tradición europea colonial, arte barroco, arte neoclásico, edificios excelsos, conventos, iglesias… Y son nuestros. Es nuestra herencia, nuestro ser, que sin duda es el ser español.»

Leonardo López Luján, arqueólogo e historiador mexicano. Director e Investigador del proyecto «Templo Mayor» del INAH.
Actualmente es uno de los principales investigadores de las sociedades prehispánicas del Centro de México y de la historia de la arqueología.

Extracto de entrevista. Publicación elaborada por Raíces Hispánicas

Sangre, flores y tempestad

La muerte de los 27 Mártires Cristeros de Sahuayo

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

Collage alusivo a la muerte de los 27 Mártires Cristeros de Sahuayo. Podemos ver, a la izquierda, a Jacobita Zepeda del Toro; a la derecha, la fotografía que les tomaron a los casi treinta defensores de la fe luego de que los mataron, con la notaría de la Parroquia de Santo Santiago de fondo; y en la mitad superior, el recinto religioso por excelencia de Sahuayo, aún con una sola torre. Fotomontaje realizado por la autora.

Fueron ultimados uno a uno, sin proceso legal, sin la formación del habitual cuadro de fusilamiento, a tiros de pistola, en el atrio de la Parroquia dedicada al Patrón Santiago, a plena luz del día. Una fotografía, perteneciente al valiosísimo Archivo Guerrero de Sahuayo, inmortalizó la magnitud y la índole tremebunda del sacrificio cruento de casi treinta almas. La historia, a estas alturas, ya es bastante conocida, pero no podíamos dejar pasar este mes sin hablar del tema, y más si tomamos en cuenta la cercanía del 97 [1] aniversario de este acontecimiento, tan emblemático como trágico, dentro de la historia cristera de Sahuayo y, en sí, de todo su devenir temporal. Ninguno de los asesinados era sahuayense, pero todos murieron ante la aterrorizada mirada de quienes sí lo eran.

Fue allí, en esta heroica y católica villa del estado de Michoacán, que a la sazón llevaba el apellido de don Porfirio, que tuvo lugar la muerte de los que, hasta la fecha, en honor a la verdad y con profundo cariño y devoción, y sin prevenir el juicio eclesiástico, son llamados los 27 mártires de Sahuayo.

Y algo más: aquel asesinato colectivo ya había sido predicho por una anciana sahuayense que ya en vida gozó de fama de santidad entre sus coterráneos y que, de acuerdo con los testimonios orales del pueblo de Sahuayo, era favorecida con revelaciones privadas por parte de Dios. Una de las pruebas de ello reside en su recuperación milagrosa después de haber sufrido por años de una enfermedad que la había postrado en cama por muchos años. Pues bien: según el informe médico del Dr. Amadeo Gálvez –una de las calles de Sahuayo, paralela al bulevar Lázaro Cárdenas, lleva su nombre–, ratificado por el juramento de varios sacerdotes sahuayenses, Jacobita pudo caminar de un día a otro, tras aquella prolongada parálisis, sin tomar ningún medicamento.

Plaza de Sahuayo de Díaz en 1924, ya en tiempos de persecución religiosa. A la izquierda podemos ver la Parroquia de Santo Santiago Apóstol, escenario de la matanza de los cristeros. A la derecha se alza el Portal Patria, o de los Arregui, que empezó a ser edificado precisamente ese año, y fue obra del ingeniero José Luis del mismo apellido. Imagen perteneciente al Archivo Guerrero, ampliada y editada por la autora.

Según los relatos sobre Jacobita, lo último que predijo fue:

«He visto correr ríos de sangre por las calles de Sahuayo».

Más allá de lo tétrica o truculenta que puede parecer esa imagen, la profecía se cumplió al pie de la letra.

¿Pero cómo? ¿De quiénes fue aquella efusión?

La historia de Mártires de Sahuayo, para no hacer más largo el relato, comienza con un grupo de treinta y cinco cristeros que fueron hechos prisioneros en una cueva llamada El Moral, cerca de Cotija de la Paz, el 20 de marzo de 1927. Los comandaban David Galván y Celso Valdovinos. Se habían refugiado allí debido a que dos de sus compañeros, Juan Aguilar y Jesús Zambrano, habían caído heridos, y creyeron que era un buen sitio para atenderlos. Pero los federales, comandados por el coronel Leopoldo Aguayo, dieron con su escondite improvisado.

Cristeros comandados por Celso Valdovinos –al centro, sentado–. Detrás de él, de pie, Manuel Andrade, y a su diestra, con camisa oscura, David Galván, el mismo que en la foto de la masacre fue retratado junto a los dos jovencitos supervivientes (datos de Alfredo Vega). Algunos de los cristeros de esta fotografía murieron aquel 21 de marzo. Ampliación y edición de imagen realizadas por la autora.

Desde el mediodía del 19 de marzo, festividad de San José, a eso de las dos de la tarde, hasta el atardecer del 20, se entabló un arduo combate. Los esfuerzos de los callistas por sacarlos con vida fueron inútiles, como lo fueron también sus tentativas de matarlos, hasta que tuvieron una idea: torturarlos con humo hasta que, presas de una asfixia inminente, se vieran obligados a salir. Así pues, encendieron una lumbrera con hierbas de olor fuerte y chiles en gran cantidad a la entrada de la cueva.

A los cristeros no les quedó más remedio que salir, ya que la humareda picante y maloliente los estaba ahogando. Conducidos a Cotija, los ataron de dos en dos. Tres de ellos fueron pasados por las armas poco después de su aprehensión y dos lograron ingeniárselas para escapar. El resto, un total de treinta,fue conducido a pie hasta Jiquilpan de Juárez por sus captores y encerrado en un calabozo. Al día siguiente, por fin, los llevaron a Sahuayo, al templo parroquial, donde los recluyeron en el bautisterio –la misma prisión de San José Sánchez del Río–. Eso fue como a las once de la mañana.

No tardaron en llegar los oficiales del gobierno para interrogarlos acerca del movimiento de resistencia en el cual participaban. Ninguno quiso decir nada. Los amenazaron con fusilarlos si no cedían. Pero fue inútil, ya que preferían morir que traicionar a la santa Causa que defendían. Todos, como si se hubieran puesto de acuerdo, empezaron a gritar vivas a Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe.Entonces, un teniente llamado Sidronio sacó su pistola y se apostó en una de las puertas que dan al atrio, donde nadie lo veía.

Otro militar señaló a uno de los cristeros y le dijo que saliera.

“¡Que venga uno de los prisioneros!” fue la orden.

Obediente y mansamente, así lo hizo aquel hombre valeroso. Y de inmediato cayó abatido por un disparo que el teniente le descargó por la espalda. Luego llamaron al siguiente cristero.

“¡Que venga otro!” llamó el militar.

El interpelado salió… Vino otro balazo y el correspondiente tiro de gracia.

La escena empezó a repetirse una y otra vez, deforma ininterrumpida. Los cristeros empezaron a gritar “¡Viva Cristo Rey!” antes de desplomarse al lado de sus compañeros muertos. La cifra de cadáveres ensangrentados comenzó a crecer, hasta sumar veintisiete. Uno de los caídos fue Jesús Zambrano, uno de los heridos de la cueva.

Cuando hubieron arrancado la vida a los casi treinta cristeros, éstos fueron irreverente y toscamente alineados en dos hileras y el líder de la tropa, David Galván, así como dos cristeros muy jovencitos, Félix Barajas y Claudio Becerra, fueron fotografiados con ellos, al fondo. En la instantánea inmortal aparecen también, en la parte superior izquierda, algunos oficiales y soldados del gobierno.

La fotografía de los veintisiete cristeros ejecutados, con los jovencitos Barajas y Becerra junto a David Galván, que los asesinos mandaron tomar luego de acomodar los cuerpos exánimes en el atrio. Edición y mejora de imagen realizada por la autora.

De pronto, como si el Cielo lamentara la tragedia, empezó a llover de forma torrencial. Cuentan las anécdotas y la historia sahuayenses que jamás había caído una lluvia tan fuerte como aquella. El viento y el agua movieron unos arbustos de buganvilias que estaban en el atrio, convertido en nuevo coliseo, digno de la época de los césares romanos.

Las flores, con sus delgados pétalos de color rojo, magenta y violeta, lozanas e innumerables, cayeron sobre aquellos cuerpos sin vida. El líquido que caía del firmamento se mezcló con la sangre fresca de los caídos, lavó los cadáveres, corrió por las lozas del atrio, bajó por las escaleras que están en la esquina de Madero e Insurgentes y empezó a escurrir, a semejanza de la de Cristo en la cumbre del Gólgota –se nos tendrá que dispensar la comparación, pero creemos que puede dar una idea del hecho–, por esta última calle, hacia el oriente del pueblo.

Al cabo de un rato, aquellos héroes, a quien el fervor popular empezó a llamar mártires desde el primer momento, fueron amontonados en una carreta y conducidos al entonces cementerio municipal, donde se les sepultó en una fosa común.

Leamos el testimonio directo de Claudio Becerra, uno de los dos supervivientes de aquella masacre:

“A la una de la tarde del propio día [21], es decir dos horas después de nuestra llegada a Sahuayo, fuimos llamados por orden de lista, que antes habían forjado los callistas, e inmediatamente fusilados en el atrio del mismo templo. Después de la matanza […], formaron a los muertos en dos hileras, en el pavimento del atrio y retratados juntamente con el jefe de nombre David Galván. Tres quedamos con vida, ya que se la reservaron a nuestro jefe cristero y a dos muchachos, siendo yo uno de ellos, escapándonos los dos jovencitos por nuestra tierna edad. Los tres supervivientes fuimos llevados a Zamora, Michoacán. La noche de nuestro arribo a Zamora, fusilaron a nuestro jefe. Otro día mi compañero y yo fuimos llamados a declarar. Nos tuvieron presos ocho días, al cabo de los cuales nos condujeron a México, dejándonos en la Inspección General de Policía y al tercer día a la escuela correccional, de donde me fugué”.

El Informador, periódico de Guadalajara, tampoco se quedó atrás a la hora de hablar de los cristeros ejecutados. Incluso dieron fe del acontecimiento en primera plana, en los siguientes términos –respetamos la ortografía original–:

Primera plana de El Informador, fechada el 23 de marzo de 1928, en donde –con inexactitud numérica, sin especificar que fue en Sahuayo– se notificó de la ejecución de los 27 cristeros. Edición y resaltado hechos por la autora.

«SE FUSILO A 36 ALZADOS CERCA DE COTIJA, MICH. Fueron capturados en el interior de la cueva de Los Morales por las tropas. ESTAS LOS TENIAN SITIADOS DESDE AYER. Esta cueva, que era un refugio seguro para los rebeldes, va a ser dinamitada.

El Teniente Coronel Leopoldo Aguayo, Segundo Jefe del 85° regimiento, por medio de un telegrama que envió al Sr. General don Andrés Figueroa, Jefe de las Operaciones Militares en el Estado, le da cuenta de un combate en la Cueva del Moral, manifestando lo siguiente:

«Hónrome en comunicar a Ud. con satisfacción que, como indiqué, en mi mensaje anterior, tuve sitiada La Cueva del Moral y ayer a las once horas se entabló nutrido tiroteo por haber querido escapar los rebeldes allí sitiados, acosados por el hambre y la sed. Les puse un plazo que terminó hasta hoy a las cinco horas para que se rindieran y en caso contrario volaría la cueva. Hoy rindiéronseme treinta y seis hombres, encabezados por David Galván, Celso Valdovinos y tres capitanes. Recogí veintiuna armas con buena dotación de parque y pistolas»».

A eso sigue un fragmento en el que el citado coronel refirió haberse llevado a los cristeros a Cotija, pero nada dice del sitio concreto en el que se les mató.

La noticia, que continúa en la quinta página de la edición de aquel día, viernes 23 de marzo de 1928, añade:

«Ese núcleo rebelde estaba compuesto de cuarenta individuos, cuatro de los cuales fueron muertos el día veinte cuando pretendían romper el sitio que habíaseles formado y el resto quedó prisionero. No logró escaparse ni uno solo.

LOS 36 FUERON EJECUTADOS – El señor general Fox ha dado órdenes para la ejecución inmediata de todos los jefes rebeldes y los que les seguían, ya que, según dijo el alto jefe militar, esos individuos se habían convertido en salteadores de caminos que asolaban la región de Cotija, Jiquilpan y Sahuayo, cuyos habitantes, agregó, se encuentran de plácemes por el exterminio de ese núcleo y ahora la calma ha renacido».

Quinta página de la edición de El Informador con fecha del 23 de marzo de 1928, donde se transcriben las declaraciones de las autoridades militares de Michoacán en las que éstas refieren su versión del asesinato de los cristeros que nos ocupan. Edición y resaltados hechos por la autora.

Evidentemente que el ejército contó su propia versión de lo ocurrido, ya que, por lo menos en Sahuayo, no reinó ni por asomo el júbilo luego de que fue perpetrada la carnicería en el atrio. Hay que recordar que los testimonios y la historiografía coinciden en que la futura Capital de la Ciénega fue un auténtico bastión cristero, donde todos, sin distinción de edad o condición, apoyaban la resistencia católica. El mismo Luis González y González lo confirma:

«Aunque se dice que los ricachones locales, por pura avaricia, no eran simpatizantes, se guardaron su antipatía mientras duró la lucha. Allí hasta los niños fueron anticallistas» (1979, p. 155).

Los restos de los veintisiete Mártires Cristeros de Sahuayo fueron exhumados gracias a las gestiones del P. Miguel Serrato Laguardia, a quien se debe también la edificación de las célebres Catacumbas del templo del Sagrado Corazón de Jesús en Sahuayo y el traslado del cuerpo de San José Sánchez del Río en 1945. Es en dichas criptas donde reposan estos valientes defensores de la fe que, sin ser originarios de esta extraordinaria localidad, pusieron en alto su nombre dentro de la historiografía martirial mexicana. Allí también descansa Jacobita Zepeda.

He aquí, por último, el listado con el nombre y origen de cada una de aquellas veintisiete víctimas, que los sahuayenses han tenido cuidado de conservar:

«1. Miguel Contreras, de Quitupan; 2. Celedonio Capistrán, de Santa Fe, Jal.; 3. Manuel López, de Quitupan, Jal.; 4. Francisco Orozco, de Piedra Grande, Mich.; 5. Juan Orozco, de Piedra Grande, Mich.; 6. Demetrio Ochoa, de Los Llanitos, Mich.; 7. y 8. Enrique Valencia y Ramón Zepeda, de El Zapote, Mich.; 9. David Zepeda, de Los Llanitos, Mich.; 10. Juan Salceda, de la Calera, Mich.; 11. Rafael Barajas (el primero), de Agua Blanca, Mich.; 12. Rafael Barajas (el segundo), de Agua Blanca, Mich.; 13. Juan Muratalla, de el Agua Blanca, Mich.; 14. Jesús Zambrano, del Moral, Mich.; 15. Rafael Galván, de Poca Sangre, Mich.; 16. Tomás Guerrero, de Pueblo Nuevo, Jal.; 17. Antonio Valdovinos, de San Antonio, Jal.; 18. Antonio López, de La Carámicua, Mich.; 19. Jesús López, hijo de Antonio, de La Carámicua, Mich.; 20. Wenceslao López, de La Carámicua, Mich.; 21. Reinaldo Álvarez, de Cotija, Mich.; 22. Paulo Barajas, de Cotija, Mich.; 23. Epifanio López, de El Quringual; 24. Juan Capistrán, de Santa Fe, Jal.; 25. Abraham González, de Quitupán, Jal.; 26. Aurelio Cárdenas (se ignora); 27. Don José, el Secretario, de Los Altos, Jal.»

Como último dato, la masacre fue recreada en 2021 para el documental polaco Joselito: Dejando Huella, de la mano del historiador Bartosz Kaczorowski y el director Pawel Janik, cuyo estreno se aplazó indefinidamente debido al conflicto bélico que ya es más que conocido en Europa.

Recreación cinematográfica de la masacre de los veintisiete Mártires Cristeros de Sahuayo y de la portentosa lluvia llevada por Dwa Promienie en 2021. Fotografía del perfil del Ing. Santiago Manzo.

[1] Las crónicas y testimonios indican que fue en el año 1927, pero tanto los partes oficiales como el periódico tapatío El Informador señalan que el asesinato de los 27 cristeros tuvo lugar en 1928.

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Fuentes y bibliografía:

Aportes históricos de Alfredo Vega Pulido y del Ing. Santiago Manzo Gómez.

Breve semblanza de Jacobita Zepeda del Toro escrita por la autora para la página Testimonium Martyrum.

Edición del diario El Informador fechada el viernes 23 de marzo de 1928. Páginas 1 y 5.

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: El Colegio de México.

Meyer, J. (1973). La Cristiada. Vol. I. México: Siglo XXI Editores.

Relato de Claudio Becerra recogido en la revista David (1955). Año IV, tomo II, 22 agosto, n. 35, 220. Ciudad de México.

Testimonios orales del Sr. Manuel García Cruz y de María Guadalupe Muñiz García, ambos sahuayenses.

Doscientos años del municipio de Sahuayo

Generalidades históricas de la conversión administrativa de la actual Capital de la Ciénega en municipio (1825)

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

Fotomontaje (hecho por la autora) alusivo al título de esta entrada, que muestra la calle La Palma, actualmente Madero, en los labores del siglo XX.

En tan sólo unos días, la Atenas de Michoacán –otro sobrenombre, muy bien ganado, con el que se conoce a esta singularísima localidad– celebrará su bicentenario de haber alcanzado el rango de municipio. Quien esto escribe no tuvo la fortuna de ser sahuayense por nacimiento, pero sí de serlo ya de corazón y por adopción, y por ende quiso dedicar, de forma un poco anticipada, algunos párrafos al respecto de este importante suceso y de los que rodearon dicha modificación política, un 15 de marzo, pero de 1825, mediante la Ley 40 emitida por el Congreso del Michoacán de aquel tiempo y que, como dato interesante, fue la primera ley territorial de dicha entidad en la época independiente.

Luego de la Guerra de Independencia, en la que el prócer de La Palma Don Marcos Victoriano Castellanos Mendoza, presbítero insurgente, tuvo un papel muy relevante, Sahuayo fue testigo de la restauración –dentro de lo que cabía– de la vida cotidiana. Luis González y González, en su magnífica y prolijamente glosada monografía, nos dice que la Parroquia de Sahuayo había perdido bastantes habitantes, pero también que, a pesar de los numerosos decesos, «su población se había duplicado» (1979, p. 99), esto para 1821. En la cabecera, la cifra de pobladores llegó al punto de triplicarse, si bien «luego volvió a reducirse y quedar en unos tres mil habitantes» (p. 100). Para ese instante, en lo eclesiástico, la vida sahuayense era presidida por el párroco don Manuel Osio y Barboza, sucesor de Juan Miguel Cano. El P. Osio, de hecho, fue señor cura de Sahuayo durante treinta y tres años, desde el 24 de febrero de 1799 hasta el 17 de mayo de 1832.

Pero el ámbito demográfico no fue el único que sufrió modificaciones. El mismo autor expone que aquella población michoacana también se vio beneficiada en lo político a raíz de la independencia, alcanzada en septiembre de 1821. Después del efímero imperio de Don Agustín de Iturbide y Arámburu –que en honor a la verdad fue, coloquial pero no menos acertadamente hablando, una «llamarada de petate»–, que exhaló su último suspiro el 19 de marzo de 1823, México se convirtió en una República federal y adoptó, para tales efectos, la flamante Carta Magna de 1824, promulgada en octubre de ese año. En consecuencia, el resto de las Entidades federativas recién formadas adoptó su propia Constitución (González y González, 1979, p. 100). A Michoacán le llegó su turno en 1825, específicamente el 19 de julio. Según el nuevo documento, la capital sería Valladolid y el Estado se fraccionaría en cuatro departamentos, uno por cada punto cardinal, a saber: Norte, o de la capital; Poniente, o de Zamora; Sur, o de Uruapan; y Oriente, o de Zitácuaro. En octubre de aquel mismo año, Antonio de Castro tomaría posesión de su cargo como primer gobernador michoacano.

Portada de las Actas y Decretos del Congreso Constituyente del Estado de Michoacán 1824-1825.
Portada de la primera Constitución Política del Estado de Michoacán.

Ahora bien, nos especifica el cronista e historiador sanjosefino, en el caso del departamento de Zamora salieron cinco partidos: el de la cabecera, homónima, y los de Tlazazalca, Puruándiro, La Piedad y Jiquilpan. Eventualmente, los partidos se fragmentaron en municipios: el de Jiquilpan, que es de nuestro mayor interés, dio lugar a cuatro: el de la cabecera, también con el mismo nombre, y los de Cotija, Guarachita… y nuestro Sahuayo. Para colofón, algunos de los recién formados municipios se subdividieron en cabeceras municipales y tenencias. Sahuayo, además de ayuntamiento, recibió dos tenencias: Cojumatlán y San Pedro, mientras que a éstos dos últimos se les asignó jefatura. Todo esto para reemplazar los antiguos cabildos indígenas (p. 100).

Como último dato, Sahuayo tardaría más de sesenta años en ser elevado al rango de Villa. Esto acontecería en 1891, cuando a su toponimia se añadió el apellido paterno del primer mandatario en turno, Porfirio Díaz Mori.

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Bibliografía:

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: El Colegio de México & Gobierno del Estado de Michoacán.

Sánchez, R. (1896). Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez. Imprenta de la E. I. M. p. 160.

En La Carámicua, se construirá una capilla para la Virgen de la Sábila.

Francisco Gabriel Montes Ayala.

Al norte de la ex hacienda de Platanal, está el potrero de la Carámicua, un lugar que desde 1785 hasta 1879 existió el rancho del mismo nombre. Lugar donde abunda el agua nacida en un manantial que existe desde hace más de mil años, debido a qué existen manifestaciones culturales de pueblos prehispánicos. Es en ese lugar donde un joven de la familia Figueroa, encontró en 1865, la Virgen de la Sábila, que durante muchos años fue conocida como la Virgen de la Carámicua.

Al desaparecer la ranchería de La Carámicua, la familia se traslado a La Sábila y fue entonces que la historia cambió, y desde aquel entonces, la Virgen de Guadalupe, fue conocida por toda la región, como la Virgen de la Sábila.

La Carámicua, recibe su nombre, del vocablo purépecha que llama así a la hoja elegante. Abundan cerca del manantial de agua azul que brota con una agua límpida y fresca. Pasados algunos años de la desaparición del pequeño rancho, cuando aún pertenecía a la hacienda de Platanal a Guaracha, allí se construyó una pequeña barda de calicanto, que circunda el manantial, y se vertía el agua por una canaleta hasta el lugar donde estaba instalada la vinata.

Hoy es un lugar muy bonito, pero que se ve la mano de quienes van, destruyen el lugar, rayan el sitio y dejan basura. El lugar debe preservarse, según el patronato que construirá la Capilla, ya que ese lugar, dentro de poco tiempo, será visitado por personas que buscarán el lugar preciso del hallazgo de la Virgen de la Sábila o de La Carámicua.

250 presbíteros para los jaliscienses

Reducción del número de sacerdotes en Jalisco en 1926

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

El 16 de marzo de 1926, apenas unos meses antes de la suspensión de cultos nacional y del estallido de la Guerra Cristera, fue dado en el Congreso de Jalisco el decreto 2801. El 18 de marzo siguiente, cuando faltaban justo doce años para la expropiación petrolera decretada por el jiquilpense Lázaro Cárdenas del Río, el estatuto fue publicado oficialmente desde el Palacio de Gobierno y dado a conocer a todos los tapatíos.

Palacio de Gobierno del Estado de Jalisco, en Guadalajara, sitio desde el cual fue emitido oficialmente el decreto 2801, el 18 de marzo de 1926. Edición y mejora de imagen por parte de la autora.

Pero ¿qué era lo que mandaba?

En resumidas cuentas, el susodicho decreto prescribía que un total de 250 sacerdotes, ni uno más, ni uno menos, podrían ejercer legalmente su ministerio en toda la entidad. El permiso implicaba, en adición, registrarse para tal efecto. En aquel momento la entidad era regida por el gobernador José Guadalupe Zuno Hernández –que había ocupado el puesto desde febrero de 1924–, el mismo que, en un arranque de “creatividad” política había decidido “refundar” la Universidad de Guadalajara en 1925.

Lic. José Guadalupe Zuno Hernández (1891-1980), originario de La Barca, gobernador de Jalisco en los tiempos en que la persecución religiosa en Jalisco (como en el resto del país) alcanzó uno de sus puntos más candentes, poco antes de que empezara la Cristiada. Edición y mejora de fotografía por parte de la autora.

No era sino retomar lo que ya se había hecho en 1918, cuando el gobierno encabezado por Manuel Bouquet Jr. había ordenado, en un estatuto análogo, primero denominado “1913” y luego corregido y aumentado con el número “1927”, que sólo podría haber un ministro por cada templo abierto al culto mas, al mismo tiempo, uno solo por cada cinco mil habitantes o fracción.

En Michoacán, por mencionar otro ejemplo, se había procedido a la arbitraria disposición casi dos semanas antes. En el caso de esta entidad, la medida se tomó el 5 de marzo anterior. Y, en honor a la verdad, la legislación del Estado que lleva el apellido del liberal don Melchor no había sido tan generosa como en el que, a la sazón, era conocido con el mote de “el gallinero de la República”: en tierras michoacanas, se había dictaminado una división de los municipios en cinco categorías y de éstas dependería la cifra permitida. Zamora y Jiquilpan, entre otros, entraron en la segunda, con lo que se autorizaba a cuatro sacerdotes en cada municipalidad; Cotija y Sahuayo, en cambio, quedaron en la tercera, con sólo tres sacerdotes cada uno. Guarachita, por último, sólo podía tener dos. Tal fue el decreto del Congreso.

Asimismo, el 8 de marzo, y en consonancia con lo que sucedía a lo ancho y largo del país, el gobierno de Michoacán clausuró el Seminario Conciliar de Zamora. Entre los estudiantes levíticos que tuvieron que abandonar el plantel se hallaban veinte jóvenes oriundos de la tenencia de Ornelas (hoy Marcos Castellanos), perteneciente al Distrito de Jiquilpan, quienes, al volver a sus hogares, fundaron el ala local de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, la famosa ACJM.

Pero retornemos a Jalisco. La disposición gubernamental que fijó la cifra máxima de presbíteros en Jalisco en un cuarto de millar fue acompañada por más medidas anticlericales y antirreligiosas. La expulsión de eclesiásticos extranjeros, cumplimiento de la regla constitucional de que sólo los mexicanos por nacimiento tenían permitido ejercer el ministerio de algún culto, fue sólo la primera.

Unos meses más tarde, en agosto, el gobernador sustituto Silvano Barba González “tuvo a bien expedir” el reglamento correspondiente al decreto 2801, que empezaba así:

“Artículo 1°—Cada uno de los encargados de un templo, a qué se refiere el artículo 130 de la Constitución Federal, remitirá al Ejecutivo del Estado por conducto del Presidente Municipal del lugar, los datos necesarios para la formación del registro a que se refiere el artículo 6° de este Reglamento. Si dentro de un mes a contar de la fecha de este mismo Reglamento, no cumplieren con la anterior prevención, serán castigados conforme a la Ley”.

Siguiendo el ejemplo del Congreso de Michoacán, Jalisco también habría de “distribuir” la cantidad de sacerdotes dependiendo de su magnitud demográfica y geográfica, como lo especificó el artículo 2° del Reglamento:

“En Guadalajara podrán ejercer hasta 65. En C. Guzmán hasta 10. En Tepatitlán y Lagos de Moreno 5. En S. Juan de los Lagos hasta 4. En Ameca, Sayula, Ocotlán, Ahualulco, Talpa de Allende, la Barca, Autlán, Mascota, Chapala, Teocaltiche, Atotonilco y Encarnación, hasta 3. En Zapopan, Tlaquepaque, San Gabriel, Mazamitla, Zacoalco de Torres, Tocuitatlán, Concepción de Buenos Aires, Cocula, Unión de Tula,  Jalostotitlán, Arandas, Atoyac, Etzatlán, Atemajac de Brizuela, Yahualica, Tizapán el Alto, Tamazula de Gordiano,  Tecalitlán, Tapalpa, San Miguel el Alto, Amatitlán y Magdalena, hasta 2. El resto de los Municipios, 1.”

Pero todo eso con muchas condiciones, explicadas en los siguientes ocho artículos, entre ellas que los encargados de los templos tendrían que avisar al Ejecutivo cualquier cambio en los ministros (muerte, enfermedad, cambio de residencia, etc.), un escrupuloso registro con nombre, edad, estado civil, oficio o profesión, denominación del culto, templo donde se ejercía el ministerio, domicilio, lugar de nacimiento y fecha (si se obtenía el permiso) en que se permitiera el inicio de dicho ejercicio; consignación judicial en caso de incumplimiento, si la venia no se concedía; plazo máximo de quince días para ejercer en un municipio o templo ajeno, aviso al Ejecutivo en caso de querer ejercer el ministerio en otro lugar… Entre otras.

Lic. Silvano Barba González (1895-1967), quien reglamentó el decreto 2801 concerniente a la cantidad máxima de sacerdotes que, en 1926, podían ejercer su ministerio en Jalisco. Retrato de Rubén Mora Gálvez (1895-1977), artista originario de Sahuayo, Michoacán, pintor oficial de los rectores de la Universidad de Guadalajara y de los gobernadores del Estado de Jalisco.

Hasta parecía que tales normativas eran en extremo entretenidas para sus creadores, de tan rebuscadas. En verdad había que tener tiempo e inquina de sobra para proceder así, y más tomando en cuenta que más del 99% de los mexicanos profesaban el catolicismo y que, por ende, prácticamente todos los ministros de culto eran de esta religión.

Para el momento en que el decreto 2801 fue reglamentado, el culto público ya había sido suspendido en todo el país como resultado de la Carta Pastoral Colectiva del Episcopado Mexicano fechada el 25 de julio de 1926. En consecuencia, los fieles recurrieron al culto privado, a hurtadillas, siempre bajo el peligro de ser descubiertos por los sagaces elementos de la policía secreta o –llegó a suceder– de ser delatados en cualquier instante.

Calle 16 de septiembre, con el templo de San Francisco de Asís al fondo, en julio de 1926, cuando el conflicto religioso alcanzó su punto más álgido, previo a la suspensión de cultos. Imagen de México en fotos. Edición e imagen por parte de la autora.

Los católicos jaliscienses creyeron, erróneamente, que podrían repetir la experiencia de 1918, cuando gracias a un eficiente y enérgico boicot económico –ideado por el entonces estudiante de leyes Anacleto González Flores, hoy reconocido como Beato por la Iglesia– lograron que los decretos “1913” y “1927” fueran derogados. En esta ocasión, el gobierno dejó más que claro que no tenía intención alguna de dar su brazo a torcer. Al cabo de poco tiempo, como ya es sabido, no sólo vino el encarcelamiento de los sacerdotes que siguieron ejerciendo su ministerio clandestinamente y de los seglares que los ayudaban y amparaban, sino la tortura y el asesinato de muchos de ellos. La Guerra Cristera, en ciernes desde hacía unos meses, estalló.

En cuanto a Zuno, su permanencia en la gubernatura no se prolongó mucho después de la emisión del decreto el 18 de marzo. Su relación con el presidente Plutarco Elías Calles, otrora óptima, se volvió sumamente precaria debido a que el político de La Barca era un fuerte representante del obregonismo a nivel regional. Eso sin mencionar, de acuerdo con Tamayo (2016), que «su política radical en materia agraria y sindical lo habían acercado tanto a los líderes del Partido Nacional Agrarista, encabezado por Antonio Díaz Soto y Gama, como a los sindicalistas comunistas», lo cual lo alejó a pasos agigantados del pensamiento y las acciones de una de las agrupaciones proletarias más allegadas al mandatario sonorense: la Confederación Regional Obrera Mexicana, mejor conocida como la CROM.

El 23 de marzo, apenas cinco jornadas más tarde, la Cámara de Diputados se erigió en Gran Jurado con el objetivo de determinar si el Senado enjuiciaba o no al Ejecutivo de Jalisco. A la postre, la mayoría estuvo de acuerdo con que el personaje debía ser consignado ante la Cámara Alta. Pero Zuno no esperó a que el juicio iniciara: sin demora, con más celeridad que la de un rayo que surca un cielo tormentoso, renunció a su cargo. ¡Qué poco le había durado el gusto!

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Fuentes:

González Morfín, J., & Soberanes Fernández, J. L. (2017). El control de los ministros de culto religioso por la autoridad civil en la Constitución de 1917. Revista Mexicana De Historia Del Derecho1(33), 141–171. https://doi.org/10.22201/iij.24487880e.2016.33.11107

La Suprema Corte y la cuestión religiosa 1917-1928. Leyes de los Estados: Jalisco 1926. En: Sistema Bibliotecario de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Tamayo, J. (2016). «José Guadalupe Zuno». Revista Relatos e Historias en México, número 97.

Vencido por la influenza española (II)

La muerte del bandolero José Inés Chávez García (Segunda y última parte)

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

A la derecha, con su sombrero ancho y carrilleras cruzadas al pecho, José Inés Chávez García. Fotografía de Degollado a través del tiempo, editada y mejorada por la autora.

Es una verdad universal que cuando ya se sienten «pasos en la azotea», como dice la expresión popular, las cosas se ven de forma muy distinta. Entonces desaparecen, cual volutas de humo, los honores, el poder, la fuerza, y son reemplazadas por el natural temor a la muerte y a lo que pasa después de ella. Y para Inés Chávez no fue la excepción. En la anterior entrada dejamos al facineroso de Godino en los momentos en que fue visitado por el Dr. José María Barragán y éste, aunque amenazado por los subalternos del moribundo, dio su dictamen: el «Atila del Bajío» estaba desahuciado, y no le faltaba mucho para exhalar el último suspiro.

De acuerdo con lo narrado por el P. Esquivel, en medio de la ominosa atmósfera que indicaba a todas luces que la muerte pronto se apersonaría para cortar la vida del temido general con su implacable guadaña, alguien consiguió aproximarse al bandido agonizante y sudoroso, que respiraba afanosamente, y decirle:

—Mi general, yo lo veo bastante mal. ¿Por qué no manda llamar a un sacerdote?

Tomando en cuenta el cruento historial de Chávez, no era la mejor idea del mundo. En Churintzio, por ejemplo, hizo apresar al presbítero local, y hasta hizo que le ataran las manos a la espalda y le pusieran una soga al cuello con el objetivo de amedrentar a las mujeres que frecuentaban la iglesia y poder demandar dinero a cambio de no matarlo.

Detalle de una fotografía de Inés Chávez (al centro) con sus lugartenientes. Edición y mejora de imagen por la autora.

El mismo José Inés era sabedor de la larga lista de atrocidades que pesaban sobre su conciencia, porque repuso:

—Yo no creo que alcance perdón, dicen que soy un diablo.

«Por sus frutos los conoceréis», sentenció Jesucristo, tal como lo plasma el Evangelio según San Mateo. También dijo que «Un árbol bueno no dar llevar frutos malos, ni un árbol malo frutos buenos». Hasta el mismo Inés Chávez lo sabía. Más que un «Cada quien como se sienta», bien podría habérsele aplicado la lapidaria frase «Mentira no es».

El hombre que le sugirió llamar a un sacerdote, quien residía en la Aduana Vieja con los señores que alguna vez fueron propietarios de la Hacienda de San Antonio Carupo, se limitó a expresar:

—Recuerde, mi general, que la misericordia de Dios es infinita.

Numerosos autores píos, incluyendo Santos, han explicado que lo es, si hay arrepentimiento y contrición.

Inés Chávez, de momento, pidió un vaso con agua. Bebió algunos sorbos, y todavía con el traste en la mano, solicitó:

—Díganle al señor cura que venga.

El susodicho sacerdote era el P. Francisco Luna Pérez, un varón virtuoso y en extremo caritativo, que no contento con haber dotado de templo y torre a sus fieles y auxiliarlos espiritualmente siempre que lo requerían, los socorría en todas sus necesidades materiales, al grado de comprarles cobijas para que no pasaran frío y de entregar a los más desposeídos, íntegras, las cosechas que obtenía de los terrenos que alguna vez habían pertenecido a su madre.

Cuando le explicaron la situación, el P. Luna no vaciló en acudir y recorrer los aproximadamente ochenta metros que separaban la puerta del curato del lugar en el que yacía Inés Chávez en su camilla. Antes de acercarse quiso ratificar si el enfermo deseaba confesarse, a lo que éste contestó de manera afirmativa.

Al verlo in articulo mortis, el P. Luna mandó a su acompañante, el señor Mario Cerda, que fuera al curato y llamara a los vicarios, a fin de que le llevaran el Sagrado Viático y los Santos Óleos para darle la Extremaunción. Mientras cumplían el encargo, el sacerdote mandó a quienes se hallaban cerca que se apartaran. Los testigos, incluso de lejos, pudieron ver que Inés Chávez se confesó y recibió la absolución.

Casi en seguida arribaron los vicarios, Raúl Manzo González y Enrique Pineda. El primero le administró el Viático y el segundo lo ungió. Acabado todo esto, los tres eclesiásticos se retiraron, y entró el doctor Barragán, quien dictaminó que cambiaran de sitio a Chávez, metiéndolo al cuarto de la presidencia. Allí, entre la puerta y la primera ventana hacia el sur, nuestro personaje expiró.

Eran las 5:30 de la tarde. Ni la misma tropa, o el «estado mayor», se dieron cuenta. Sólo lo supieron, en ese instante, las tres personas que se encontraban presentes: el médico que lo atendió, el alcalde Vicente Guillén y su secretario, Lorenzo Salazar.

Así fue como acabó sus días «el Atila del Michoacán», a quien Luis González y González no dudó en describir como sigue:

“Nunca creció […] Fue bajito y malvado. Lo adornaban muchas virtudes animales y algunos vicios humanos” (1968, p. 162).

Tenía apenas veintinueve años de edad. Lo sepultaron en un terreno que era propiedad de Pedro Ortiz, al oriente de Purépero, en un paraje llamado El Baluarte, dentro del Cerro de la Alberca.

Al mes siguiente de su muerte, la dispersión de la gavilla chavista era prácticamente total. Algunos de sus seguidores se dispersaron, y otros prefirieron aceptar la amnistía que les ofrecía el Gobernador del Estado, Pascual Ortiz Rubio.

El 14 de noviembre de 1918, diversos diarios del país, máxime los del Occidente, dieron fe del fallecimiento de nuestro personaje en diversos términos:

Primera plana de El Pueblo, fechada el 14 de noviembre de 1918, donde se comunicó oficialmente la muerte de Inés Chávez. Edición por la autora.

«CHÁVEZ GARCÍA MURIÓ A CAUSA DE LA EPIDEMIA, EN MICHOACÁN. […] Una de las más abominables plagas que han venido azotando al país en el Estado de Michoacán: el feroz vándalo José Inés Chávez García, terror de los pueblos débiles y de las rancherías abandonas y solitarias, acaba de morir. […] el «General en Jefe» del más salvaje núcleo rebelde del país se despidió para siempre de este mundo con fecha 11 de los corrientes, en la población de Purépero, Estado de Michoacán» (El Pueblo).

Telegramas en los que se dio aviso al Despacho de Guerra y Marina y al presidente Carranza sobre el deceso de Inés Chávez. Periódico El Pueblo. Edición por la autora.

«JOSE I. CHAVEZ GARCIA FUE AJUSTICIADO POR LA INFLUENZA. * * * […] La epidemia de «influenza española», que se ha desarrollado en Michoacán en forma realmente alarmante, se ha encargado de castigar a los rebeldes que encabeza José Inés Chávez García, y según telegramas que el señor general de división Manuel M. Diéguez, jefe de las operaciones en el Centro y Noreste del país, envió a la Secretaría de Guerra y Marina, y que están fechados en Uruapam, el mismo José Inés el temible cabecilla que tanto daño causó a la región michoacana, y tantas lágrimas y su derramar a los tranquilos y laboriosos habitantes de aquella comarca, acaba de morir, víctima de la enfermedad reinante» (Excélsior).

Nota del diario capitalino Excélsior acerca del fallecimiento del temible bandido de Godino. En este caso, la influenza es descrita como brazo justiciero. Edición por la autora.

«SE HA CONFIRMADO PLENAMENTE LA MUERTE DEL CABECILLA JOSE INES GARCIA CHAVEZ. Oficialmente se dió a conocer la noticia. Algunos particulares recibieron ayer mensajes procedentes de diversas poblaciones del Estado de Michoacán, en que se daba la noticia de la muerte del famoso cabecilla José Inés García Chávez, ocurrida en Purépero, a causa de la influenza española» (El Informador).

Breve nota en El Informador, con telegrama de Jesús Ferreira incluido, que comunica la muerte de Inés Chávez. Edición por la autora.

«MURIO DE INFLUENZA J. I. CHAVEZ GARCIA. Anoche, a las siete, se nos informó por teléfono, de las oficinas de la Secretaría de Guerra, que en ese departamento de Estado se acababa de recibir un telegrama firmado por el señor general Diéguez, en el que daba cuenta de que tenía informes referentes a que el bandolero José Inés Chávez García murió el día once de los corrientes, en la población de Puréparo [sic], Michoacán, víctima de la «influenza española»» (El Demócrata).

Algunos en primera plana, otros en la segunda página, algunos más se limitaron a hablar del tema en alguna pequeña nota. Pero se trataba de una noticia que no podía ser omitida.

A su vez, distintas personalidades militares abordaron la cuestión. Citamos a Manuel Macario Diéguez y los documentos telegráficos referidos:

General Manuel M. Diéguez, designado por el Varón de Cuatro Ciénegas para sofocar la campaña de Inés Chávez en Michoacán en 1918, y quien notificó el fallecimiento de aquél, por telegrama, desde Uruapan. Imagen editada y mejorada por la autora.

«Uruápam, 13 de noviembre de 1918. «Oficial Mayor Encargado del Despacho de Guerra y Marina. —México, D. F. «Con profunda satisfacción comunícole que el día 11 murió en Purépero, Michoacán, el bandolero Chávez García, víctima de la Influenza española.» Atentamente. General en Jefe de las Operaciones— M. M. Diéguez.»

«Uruápam, 13 de noviembre de 1918. «Presidente de la República.— Número 4,240.— Tengo el honor de poner en el superior conocimiento de usted que en este momento acabo de recibir un mensaje del señor general J. M. Ferreira, fechado en Zamora, Michoacán, en que me comunica que está confirmado que el día 11 murió bandido García Chávez, víctima de la «influenza española.»— Respetuosamente. General M. M. DIEGUEZ.» (Respetamos ortografía, signos de puntuación y falta de tildes).

Pascual Ortiz Rubio tampoco se quedó atrás en la labor de comunicar al primer mandatario, Venustiano Carranza, que el criminal había muerto en el territorio de la entidad que regenteaba:

«Morelia, 13 de noviembre—4 p.m. Presidente Carranza.— Con verdadero placer hónrome en comunicarle que general J. M. Ferreira me comunica desde Zamora, Michoacán, telegráficamente, confirmada muerte terrible bandido Inés Chávez García.—Salúdolo respetuosamente. El Gobernador Constitucional del E., P. ORTIZ RUBIO.»

En el caso del mensaje que envió Jesús María Ferreira, las palabras fueron las siguientes:

«ZAMORA, 13 de noviembre. Sr. Gral. J. J. Méndez.—Urgente. Con gusto comunico a Ud. que se ha confirmado la muerte en Purépero, del bandolero García Chávez, de influenza española. Salúdolo. Gral. J. M. Ferreira.»

Más allá de que la influenza española hiciera lo que muchos en su tiempo desearon hacer, y de cuánta alegría causó su partida, es llamativo leer que, con todo y el daño que provocó a diestra y siniestra, José Inés Chávez alcanzó a recibir los Sacramentos. Ante esto, es natural pensar «¡Hasta suerte tuvo el desdichado!» y cuestionarnos qué fue lo que pudo haberle valido la oportunidad de recibir el perdón – el divino, no el humano– por sus culpas y tropelías, de ser confortado por los auxilios espirituales de la religión cristiana, y más tomando en consideración a cuántas personas, independientemente de su sexo o edad, él mismo quitó dicha posibilidad. Y más cuando reparamos en que Inés Chávez, a diferencia de otros personajes, no fue liberal o anticlerical desde sus años mozos. Más aún: era piadoso, devoto, católico practicante.

Leamos los testimonios de las personas que lo trataron en su juventud:

“Inés, desde chico, acostumbraba mandar a todos los que jugábamos con él, pronto se enseñó a leer y escribir. Ya más grandecito era el que guiaba el Vía crucis en los viernes de Cuaresma en la capilla de Godino, porque no teníamos sacerdote allí, guiaba también los rosarios y el padre de la Presa de Herrera lo nombró celador del Apostolado de la Oración, y portando él mismo el estandarte del Sagrado Corazón, llevaba mucha gente a hacer los viernes primeros a la Presa de Herrera”.

Casi parece que estamos hablando de una persona completamente distinta. Y bueno, aunque no es el caso, ya que toda nuestra entrada se ha centrado en el mismo hombre, el cambio había sido radical. En consecuencia, aflora una pregunta inquietante: ¿cómo se producido semejante alteración? ¿En qué momento un chico que encabezaba las devociones de su ranchito, que hasta pertenecía a un grupo parroquial, y que fue promotor de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús?

La respuesta que dan los mismos testigos es esta:

“Se echó a perder cuando anduvo con Joaquín Amaro, el que desde que fue su jefe directo se convirtió en su ángel negro”.

Es verdad que otra versión de la modificación tan drástica de su conducta indica que Inés Chávez no era cruel en sus comienzos como revolucionario pero que, luego de haberse curado de una enfermedad grave, adoptó la táctica de asolar los poblados a sangre, fuego y dinero, esto último mediante los clásicos préstamos o rescates forzosos. Pero adjudicar su funesta transformación a haberse juntado con Joaquín Amaro Domínguez no es, ni remotamente, algo descabellado o fuera de lugar. El susodicho militar fue conocido por su sadismo, su inquina hacia el clero y los católicos y, en suma, por ser un perseguidor de la Iglesia a ultranza. En Zamora, entre diversas providencias, apoyó la confiscación y embargo de los bienes eclesiásticos, mandó suspender la edificación del Santuario Diocesano de Nuestra Señora de Guadalupe –la Catedral Inconclusa– e hizo exclaustrar a las religiosas capuchinas.

Retrato de José Inés Chávez García. Fotografía editada y mejorada por la autora.

El hecho específico es que, en efecto, Chávez sí anduvo bajo las órdenes de «El Indio» Amaro, y que, como éste y tantísimos cabecillas y bandidos que se hicieron llamar «revolucionarios», aprovechó la prolongación del levantamiento armado para obtener beneficios personales y dar rienda suelta no únicamente a su sed de riqueza y de efusión de sangre, sino, también, al odio antirreligioso que, en incontables ocasiones, rayó en la vesania y en la locura febril.

También es cierto que, por muchos años, el hecho de que el bandolero de Godino se había reconciliado con Dios antes de partir al más allá no fue más que un mero rumor, algo que «se decía por allí» pero de lo que no había pruebas claras. Tan fue así que según los relatos orales de María Luisa Herrera Mendoza, transmitidos a su hija María del Carmen Ávalos Herrera, abuela paterna de quien esto escribe, consignan la historia de una anciana anónima que, al enterarse de las hablillas referentes a la confesión final de Chávez, exclamó:

«Si al morirme llego al Cielo, y Chávez entró allí, ¡del Cielo me salgo!»

Así de malvado había sido. Dice otro refrán: «Cría fama, y échate a dormir». En el caso de Inés Chávez, no sólo era la fama.

Las declaraciones escritas del P. Esquivel arrojaron luz sobre la cuestión y resolvieron el misterio. Ahora, como quedó ya asentado, sabemos a ciencia cierta que José Inés Chávez García sí recibió los Sacramentos antes de morir, lo cual, aunque sólo el Creador lo sepa, abre la posibilidad a que incluso alguien como él haya podido salvarse. Probablemente Dios se haya valido de la influenza española para brindarle tiempo para arrepentirse y acercarse a Él, algo que habría sido imposible si hubiese muerto al fragor de un combate o asesinado en venganza de tantas familias destruidas, tantas mujeres mancilladas, tantas localidades y villas asoladas.

Sin duda que, aunque no lo comprendamos, el Señor no mide los acontecimientos como lo hacemos nosotros. Solamente Él sabe por qué las cosas acontecen de una manera y no de otra.

Citamos las palabras del resumo biográfico de Degollado a través del tiempo:

“¿Quizá las oraciones de su madre y las prácticas piadosas que él mismo tuvo, en sus primeros años, cuando guiaba viacrucis y rosarios en Godino, le sirvieron para que la misericordia infinita de Dios le perdonara sus innumerables delitos, como lo hizo Jesús, al borrar los crímenes del ladrón arrepentido en la cima del Calvario?”

Esto, sin embargo, no debe movernos a olvidar la justicia y la historia de todas las víctimas de las que, antes de que la influenza española lo derrotara indefectiblemente y le diera un pasaporte a la Eternidad, fue fautor y causante.

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Fuentes:

Degollado a través del tiempo. Apuntes biográficos de José Inés Chávez García. No hemos podido localizar al autor.

Gómez-Dantés O. El “trancazo”, la pandemia de 1918 en México. Salud Publica Mex [Internet]. 29 de agosto de 2020 [citado 23 de febrero de 2025];62(5, sep-oct):593-7. Disponible en: https://www.saludpublica.mx/index.php/spm/article/view/11613

González y González, L. (1968). Pueblo en vilo: Michohistoria de San José de Gracia. México: El Colegio de México.

Ochoa Serrano, Á. (2006). Inés Chávez, muerto. Dos textos del Padre Esquivel. Revista Relaciones.

Testimonios orales de María del Carmen Ávalos Herrera, q.e.p.d., cuya madre radicó en Zamora en los tiempos de la Revolución y atestiguó tanto los atropellos de las tropas carrancistas en contra de todo lo que fuese católico como la presencia y crueldad de Joaquín Amaro. Asimismo, la Sra. Carmen relataba varias anécdotas relativas a Inés Chávez García.

Vencido por la influenza española (I)

La muerte del bandolero José Inés Chávez García (Primera parte)

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

Detalle de una fotografía del temido José Inés Chávez García. Mejora y edición por la autora.

Los grupos de defensa social de los diversos pueblos que asoló –el listado es sumamente largo– no pudieron acabar con él. Tampoco el gobierno federal. Mucho menos los civiles entre los que lo único que sembró fue el horror, la sangre y la barbarie. José Inés Chávez García, que vio la luz primera el 19 de abril de 1889, se ganó muy merecidamente el mote de «El Atila de Michoacán» o «El Atila del Bajío». Creemos que huelga explicar el sobrenombre. Bastaba que los pobladores de algún sitio supiesen que las hordas que él lideraba se aproximaban al lugar, para que el terror cundiera y se esparciera como reguero de pólvora, como chispas en un cañaveral. A la irrupción de Chávez seguían incontables crímenes, entre asesinatos en masa, violaciones y saqueos, sin faltar los incendios de viviendas y la profanación de la iglesia o capilla local. Aquellos bandoleros, verdaderamente, hacían gala de sadismo y perversidad.

La entrada de hoy no se detendrá en los detalles de aquellas morbosas incursiones, sino en cómo fue que la carrera en este mundo de aquel bárbaro personaje, que da la impresión de haber salido de alguna novela sangrienta, tocó a su desenlace inexorable. Inés Chávez era, en verdad, un bandido imparable. Tratar de resistir contra él era imposible, como si se tratara de contener un incendio en un pajar o detener, en el estío de 2024, las aguas que se desbordaron e inundaron diversos terrenos y parajes de la Ciénega de Chapala cuando arreció el temporal. Pero fue vencido. Más aún, murió, y no en el paredón de fusilamiento, ni ahorcado o acuchillado, como tantas de sus víctimas en presencia suya.

Cabe que nos preguntemos a quién correspondió el logro de haberle puesto un alto a sus tropelías. Tal hazaña, como ya lo adelantó el epígrafe de nuestro texto, fue de la influenza española. El testimonio escrito del sacerdote Francisco Esquivel en 1973, el de otros testigos oculares del desenlace del facineroso originario del rancho Godino (Puruándiro, Michoacán) y lo consignado en los periódicos de la época, indican que el deceso aconteció en noviembre de 1918, a causa de la enfermedad que, tras llegar a México un mes antes, causó la muerte de incontables personas. Y ni siquiera Inés Chávez, con su poderío de barbarie y fechorías, pudo librarse de sus garras. A la postre, la naturaleza humana y su flaqueza ante las patologías nos demuestran que nuestra vida en la tierra es endeble y puede apagarse, a semejanza de una candela, con el más leve soplo.

El «Atila de Michocán», al centro y con la pierna izquierda cruzada sobre la derecha, acompañado por su séquito de lugartenientes. Edición de imagen por la autora.

Pero dejémonos de preámbulos y veamos cómo y en dónde aconteció.

Durante buena porción de 1918, Inés Chávez dominó buena parte del estado de Michoacán, incluyendo la zona de la Ciénega. A fines de marzo, cayó sobre Cotija de la Paz, en mayo hincó sus dientes sobre San José de Gracia y, en junio, sobre Pátzcuaro. Garciadiego Dantán menciona que, a diferencia de sus inicios como bandolero, el facineroso comandaba «un ejército más regular, con cierta organización militar, que se desplazaba de un lugar a otro según las exigencias de la campaña» (2010, p. 865). Todo eso mientras, aplicándole unos versos dedicados a otro facineroso, Luis B. Gutiérrez alias «El Chivo Encantado», recorría esas tierras dejando en todas las partes la miseria y el dolor (p. 217).

Aquello, por fortuna, no habría de durar para siempre. Reza un dicho que «todo cae por su propio peso» y, en este caso, por la iniquidad. Ni siquiera los perversos, aunque por mucho tiempo hagan lo que les plazca, pueden escaparse de las consecuencias de sus actos de modo indefinido. Al acercarse el último cuatrimestre de 1918, la fuerza de Chávez empezó a declinar. Fue en Peribán donde, pese a todos los estragos que provocó, se vio sitiado por los coroneles Bonifacio Moreno y Pruneda, hasta que sufrió –¡por fin!– su primera y única derrota, de la que ya no se recuperaría. Allí perdió, además, a uno de sus principales lugartenientes, el coronel Rafael «El Mocho» Nares, tan sanguinario como su jefe. Chávez, empero, no conoció el término de sus desmanes en aquella jornada, 24 de agosto de 1918.

Plaza de Peribán, Michoacán, el pueblo que presenció la caída militar de Inés Chávez García. Fotografía editada y mejorada por la autora.

Un corrido de Chavinda, proporcionado por el profesor Alfonso del Río, así lo cuenta:

Señores, tengan presente lo que en Peribán pasó:
Hubo un combate sangriento «El mocho Nares» murió.

Bajó Nares con su gente a almorzar a ese pueblito:
-Orita les dan caliente, nomás se esperan tantito.

Bajó Nares con su gente y a nadie le dijo nada,
y Pineda con su gente ya le tenía su emboscada.

De repente un fuerte trueno por todo el pueblo se oía,
un grito: «¡Viva el Gobierno! ¡Muera Inés Chávez García!»

Con sus hordas deshechas, el facineroso se encaminó a Purépero. Allí lo encontraría la muerte, destino ineludible del género humano. Para cuando se dirigía a aquel pueblo, ya había contraído la gripe que a tantos llevó al sepulcro. Muchos de sus hombres, contagiados, sucumbieron a la enfermedad antes que él. «Se amanecía con dolor de cabeza, venían la fiebre y las hemorragias, y había que cuidarse unos seis días porque si se levantaba antes de tiempo, recaía con neumonía, y de la recaída nadie se salvaba» (González y González, 1968, p. 165).

Ya cuando se hallaba cerca de Purépero, uno de los señores principales, Jesús Duarte, salió a hablar con él para pedirle que no dañara a la población y que, a cambio, él conseguiría dinero entre los vecinos y pastura para la caballada.

Para ese instante, «El Terror de Michoacán» ya no podía ni mantenerse en pie: en una camilla, fue conducido a la plaza municipal y colocado bajo la sombra de un trueno, mas pronto se lo llevaron al portal de la presidencia municipal y, por último, al interior del edificio, donde se produciría el deceso.

Tan mal se sentía ya José Inés, que hicieron llamar a un médico. Acudió el Dr. José María Barragán, quien tras haberlo examinado se percató de la gravedad del caso.

Plaza y portales de Purépero, Michoacán. Por aquí pasó Inés Chávez, ya enfermo de gripe española y en camilla, poco antes de morir. Imagen editada y mejorada por la autora.

Los chavistas no anduvieron con sutilezas y lo amenazaron:

— Mire, dotorcito —le dijeron—, si no lo alivia, lo tronamos.

Tampoco el médico le dio rodeos al asunto. Sin temor, replicó:

—Yo no soy Dios para hacer milagros, la fiebre española es mortal y como no guardó ningunos cuidados, va a ser difícil que se alivie luego, yo de mi parte haré lo que pueda, por de pronto surtan esta receta —y se las dio.

El facultativo se marchó de la habitación con el convencimiento de que Chávez expiraría en poco tiempo.

Pero aún faltaba para que eso sucediese. De ello nos ocuparemos en la siguiente entrada, la segunda y última.

© 2025. Todos los derechos reservados.

Fuentes:

Degollado a través del tiempo. Apuntes biográficos de José Inés Chávez García. No hemos podido localizar al autor.

Gómez-Dantés, O (29 de agosto de 2020). El “trancazo”, la pandemia de 1918 en México. Salud Publica Mex [Internet]. 62 (5, sep-oct): 593-7. Disponible en: https://www.saludpublica.mx/index.php/spm/article/view/11613

González y González, L. (1968). Pueblo en vilo: Michohistoria de San José de Gracia. México: El Colegio de México.

Miranda Fodinez, F. (2006). Inés Chávez, muerto. Dos textos del Padre Esquivel. Relaciones. 27 (105), pp. 179-202.

Sin autor (s.f.). Corridos. De bandidos. 97. De «El Chivo Encantado»biblat.unam.mx/hevila/EstudiosdeFolklore/no2/10.pdf

La Virgen de la Piedrita

Por: José Gabriel Ramírez Segura.  

*Cronista de 11 años de edad del Rincón de San Andrés, Michoacán.

Luis Higareda que se encontró la Virgen

El 8 de Noviembre de 1935, nace en El Rincón de San Andrés, comunidad del municipio de Sahuayo;   Luis Higareda Chavarria,  sus padres fueron, José Cruz Higareda Higareda y Aurora  Chavarria.

A la corta edad de 13 años, Luis empieza a trabajar con su padre José Cruz, en la actividad de campesino, en un predio denominado “El Muerto” que era un conjunto de tierras entre la desviación de la Flor del Agua y la entrada a la Barranca del Aguacate, en el cerro posterior a lo que ahora conocemos como la barranca de  La Chicharra.

En un día normal de trabajo, mientras araban la tierra para sembrarla; Luis encuentra una piedra entre el surco, en esa piedra se visualiza la silueta de la virgen de Guadalupe, decide enseñársela a su padre, y él le dijo;  -Ponla debajo de aquel nopal, para cuando terminemos, llevárnosla.  

Pero al terminar el día, Luis y su padre se olvidaron de ella. Un compañero campesino; llamado Luis Manzo, originario de la comunidad Flor del Agua; se percató de aquella piedra cerca del nopal, y se la llevó a sus casa,  aun sabiendo que su tocayo Luis, como se nombraban, la había encontrado.

El hijo de Luis Manzo, trato de que su padre no se la llevará; porque sabían a quien le pertenecía, sin embrago este la llevo consigo. Lo que ocasiono, que su “tocayo” la olvidara.  

Luis, quien se había encontrado la Virgen,   se casó con Olivia  Avila formando una  familia de 10 hijos, 35 nietos y 10 bisnietos.

Después de 57 años, el hijo de Luis Manzo acudió a la casa de Luis, quien en esa fecha tendría 70 años; y le dijo: -“Sabes mi papá la tomo y nunca quiso regresarla  pero la virgen no quiere  estar en mi casa , siempre intentamos  hacerle un altar pero sin motivo aparente el altar se deshacía, por eso te la regreso ya que tú la encontraste”.

Después de esto, Luis le mando  construir un altar, tipo cueva y la virgen empezó a ser venerada.  Cada 12 de diciembre la familia le adorna su altar, reza su novenario implorando su protección.  

Ante cualquier necesidad, o situación que necesite su intercesión hacen la siguiente oración:

Virgencita de la piedrita ¿Por qué me haces renegar?

Ya sabes mi necesidad Ponme donde la solución pueda encontrar.

En agradecimiento del milagro concedido las personas le donan veladoras o algunas plantitas.

La Virgen de la Piedrita se encuentra en la Comunidad del Rincón de San Andrés, en la calle Padre Manuel Campos #1667 en la casa de Luis Higareda, que fallece a la edad de 89 años de un infarto fulminante, a las 12:00 del medio día el lunes 3 Febrero de 2025.  

EL AUTOR DE ESTA NOTA:

José Gabriel Ramírez Segura, tiene 11 años está en la Primaria Benito Juárez, de la ciudad de Sahuayo, Mich., cursando el 6o. grado. Es originario de El Rincón de San Andrés.