La historia de La Sábila, La Virgen y su templo.

Francisco Gabriel Montes Ayala

Hace algunos días en los principios del mes de julio, fuimos con Roberto Buernostro, a visitar La Sábila, comunidad del municipio de Venustiano Carranza, con el fin de tomar videos y fotos del templo, de la Virgen de Guadalupe, antigua advocación de la Virgen de la Carámicua y del pueblo en general.

El templo es impresionante, dada la geografía del lugar, en lo alto de un cerro pedregoso; obra inició el 7 de octubre del año 2003, casi tres de que había llegado el señor Cura Sergio Sánchez Mora, sahuayense que se puso como reto la construcción de este templo, dado que, la capilla antigua databa de los años cincuenta, en el tiempo en que estuvo como párroco don Francisco Esquivel.

El reto para Crónicas de la Ciénega es fijar la historia del pueblo, aunque yo había hecho ya un intento en el libro que hiciera por allá en los años noventa de San Pedro Caro, no es suficiente, falta sin duda alguna mucho de lo que puede escribirse del pueblo y la Virgen.

Hoy estamos afinando detalles con el equipo de Crónicas de la Ciénega para dar una historia más o menos bien armada ( aunque en la historia nada es totalmente finiquitado) y darle fuerza aquellos escritos que me pidiera el señor cura Roberto Torres sobre la historia de la Virgen y los antecedentes escritos antes por un servidor.

Esperemos que pronto estemos listos para darle a La Sábila y la región algo de la historia de templo, la virgen y la población, porque esta imagen es de todos los habitantes de la región que la han echo suya con su devoción.

Falta por escribir la historia completa. Crónicas de la Ciénega

©Todos los derechos reservados de Autor. México 2024.

Jesús Rojas, se va de La Palma en 1930 como cura de Ziracuaretiro. Fin de una historia.

Francisco Gabriel Montes Ayala

El padre Jesús Rojas Gil, originario de Sahuayo, (hijo de don Demetrio Rojas y de doña Rafaela Gil) fue notificado el 22 de enero de 1930 que debía abandonar la Vicaría de La Palma de Jesús.

Había llegado en los primeros días de 1922 en su primera etapa y más productiva como sacerdote a esta hacienda. Trazó las calles, introdujo la luz eléctrica en La Palma, comenzó con la construcción de la Plaza y en 1924 por influencia de él y de su amigo, el Lic. Aurelio Gómez Padilla, se hace Tenencia La Palma del municipio de Sahuayo; remodela toda la capilla, el altar, compra las imágenes y bautiza al pueblo como “La Palma de Jesús” al consagrar la comunidad, al Sagrado Corazón de Jesús. Y también el Divino Rostro, de ser solo una piedra, lo enmarca como lo conocemos hoy. Pudo la cruz en el cerro del copito y abrió la calle que va hacia aquel lugar santo. Pero se separó de la Vicaría apenas iniciado el conflicto cristero, en agosto de 1926.

El padre Marcos Vega Ceja, su sustituto,  le tocó llegar en septiembre de 1926 cuando se había suspendido  el culto por la guerra; vivía  a salto de mata en el cerro  y celebraba en casas como la de mi tía Aurora Zepeda, o con doña Emilia Mora, ya en la casa de mi bisabuelo (primo hermano del padre Vega) Rodrigo Montes, ya  con Manuel Zapién, otras veces con Eligio Castellanos, y así vivió y trabajó en casas distintas para bautizar o casar, confesar y dar la comunión. La capilla de 1926 a 1929 estuvo habilitada como cuadra y cuartel. El padre Vega estaba acostumbrado a andar a salto de mata, pues había sido maderista en la revolución y contaba con apoyo de José Vega, su hermano, de mi tío Francisco Montes Zepeda y de Chema Castellanos, que siempre andaban con él, cuidándolo, bien armados.

En enero de 1929 volvió el Padre Rojas  y, cuando se arregló el conflicto del estado y la iglesia, encontramos en la correspondencia del padre,  que le pusieron miles de trabas para entregar la capilla de La Palma. Hay correspondencia de la mitra y del padre Rojas donde  ambos apelaron a la intervención del diputado Rafael Picazo para mediar con el gobierno y  devolvieran la capilla.

Pero a mediados de enero de 1930 todavía no se entregaba el inmueble;  con tristeza,  el padre rojas expresa que «no hay culto en La Palma debido a que tampoco puede celebrar en lugares públicos por los arreglos de junio de 1929″.

Pero el 22 de enero le llegó un carta al padre Rojas de su prelado diciéndole: “ Envío a usted con la presente, el nombramiento de Párroco de Ziracuaretiro…(sic), el cura don Francisco Amezcua tiene necesidad de salir pronto para su nueva Parroquia de Tacatzcuaro; de manera que sería conveniente que recibiera usted su primera parroquia el día 31. Recomiendo a usted evite prudentemente cualquier agitación en ese pueblo en ocasión de su salida y aún el envío de ocursos y peticiones a esta superioridad, ya que su cambio obedece a la necesidad de atender a los fieles de una Parroquia”.

Tristemente para La Palma,  su vicario y capellán don Jesús Rojas, tuvo que aceptar el nombramiento, pero el mismo día 22 de enero cuando contestaba y refería que: “Si al señor le agradara que yo fuera registrado podría quedar en La Palma y se regocijaría este pueblo con el culto público…”

Jesús Rojas en 1923 en el recién remodelado atrio de la Capilla de la Hacienda de La Palma.

Pero no le fue aceptada tal petición y para el día 26 de enero se encontraba en su casa en Sahuayo en Constitución No. 7, y escribía al Vicario General  don Luis García haciéndole algunas recomendaciones para que su querida Palma no sufriera por la falta de Vicario. Todavía el padre Rojas hacía un acomodo, pues pedía se fuera el capellán del Sagrado Corazón de Sahuayo don Melesio R. Espinoza, y si no fuera posible, menciona: “el  Padre Arregui que es padrino y amigo del diputado Rafael Picazo, conseguirán que celebren y oficien públicamente el Padre José Sánchez a quién ayudará en la medida que pueda el Padre Castillo. Examine V.S.  lo propuesto y si le parece bien propóngalo a su Ilmo. Sr”.

Para el 31 de enero el padre Rojas tomaba posesión de su primera parroquia en Ziracuaretiro donde también, como en La Palma, dejaría una huella imborrable. Pero en La Palma la gente amargamente lloraba la salida de Rojas, cuando supieron que ese mismo día habían nombrado al Padre Francisco Castillo como Vicario Fijo…pero todavía en el mes de marzo de 1930 no se presentaba.  Hasta que en Mayo aparece nuevamente como Vicario el Padre don Marcos Vega Ceja para cubrir un largo periodo.

(DOCUMENTOS y cartas del Archivo de la Diócesis de Zamora, carpetas referentes a la Parroquia de La Palma) Publicado en TRIBUNA el año de 2005, corregido y aumentado 2024, Fotografías del Archivo Histórico Particular FGM, todos los derechos reservados Francisco Gabriel Montes.

Prohibido la reproducción total o parcial del contenido y fotos.

Sahuayo de Díaz. Primera parte

Generalidades históricas del Porfiriato en la actual Capital de la Ciénega (I)

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Durante el Porfiriato, al igual que muchas otras ciudades y poblaciones en México, Sahuayo experimentó un período de transformación y desarrollo y fue testigo y partícipe de la modernización impulsada por el gobierno de Porfirio Díaz, especialmente en los ámbitos demográfico y financiero. A continuación, abordaremos las generalidades de estas transformaciones. Dos de ellas, inclusive, tuvieron que ver con los aspectos político y toponímico. Por motivos de extensión, y para no cansar al lector, hemos determinado dividir el texto en dos entregas.

Fotomontaje alusivo al título de esta entrada, elaborado por la autora. En el centro, el general Porfirio Díaz; al fondo, el templo parroquial del pueblo que, al convertirse en Villa, tomaría su apellido.

La Guerra de los religioneros, en la que un grupo de sahuayenses tuvo una participación destacada, y el mismo pueblo fue escenario de los primeros polvorines oficiales de dicho conflicto bélico, tocó a su fin en 1876, con el triunfo del Plan de Tuxtepec y la rebelión homónima. Los militares Francisco Navarro y Herculano Ortega, sahuayenses, y el prefecto de Jiquilpan, Cayetano Macías, brindaron su apoyo al paladín que encabezaba la asonada, el oaxaqueño Porfirio Díaz Mori (1830-1915), que se alzó victorioso al derrotar a Lerdo de Tejada.

De este modo, Díaz subió al poder con el procedimiento ya habitual, a la sazón, en México: el golpe de Estado. Asumió la presidencia del país en forma interina entre el 28 de noviembre de 1876 y el 6 de diciembre de 1876, y por segunda vez del 17 de febrero de 1877 al 5 de mayo de 1877. Por fin, al menos la primera ocasión, ejerció el cargo en forma constitucional del 5 de mayo de 1877 al 30 de noviembre de 1880.

La paz volvió poco a poco a Michoacán, entidad que descolló en la Cristiada decimonónica, y eventualmente, también, al resto del país. En lo que respecta a Sahuayo, José Prado Sánchez refiere que, cuando Don Porfirio tomó posesión como primer mandatario, la futura Atenas michoacana ya había adquirido cierta forma de pueblo.

Leamos como lo describe él:

“[…] el templo había sido reconstruido y constaba de una nave de bóveda, al frente un gran atrio con una cruz frente al templo en un pedestal de piedra; ese atrio servía de camposanto y al norte y al sur anchos portones que daban acceso al atrio y al mismo tiempo servía de tránsito entre uno y otro extremo del pueblo. En ese tiempo fue designado párroco del pueblo el Sr. Cura (Macario) Saavedra, quien inició la reconstrucción del templo y, en el año de 1881, se terminaron los trabajos quedando una construcción magnífica” (1976, p. 15).

Templo de Santo Santiago Apóstol en Sahuayo, con su única torre. Fotografía mejorada por la autora.

Este autor añade que, para los aproximadamente ocho millares de habitantes que tenía la cabecera municipal en ese año, el templo era de gran tamaño, y poseía una enorme cúpula. Pero su rasgo más sobresaliente era la torre estilo minarete, de gran altura y esbeltez, cuya caída en 1911, a raíz de un poderoso sismo, le valdría a la localidad el mote “Sahuayo Torres Mochas”.

Luis González y González explica que el Porfiriato en Michoacán fue implantado por los siguientes gobernadores: Manuel González Flores –sucesor de Díaz en 1880–, Bruno Patiño, Octaviano Fernández, Prudencio Dorantes, Mariano Jiménez y Aristeo Mercado. Los tres primeros, con el apoyo cardinal de “rondas” y “acordadas”, dieron buena cuenta de los cabecillas que quedaban en pie de lucha o asolaban aquellas zonas (1997, p. 117). No era sino hacer eco a la táctica empleada por el primer mandatario, la de los famosos rurales, que si bien no era de la autoría de aquél, sí fue una de sus principales estrategias para pacificar el país y mantener el orden. Su misión era la defensa de zonas rurales en México, principalmente en lo tocante a la protección de diligencias y caravanas de ataques de bandoleros. Originalmente, el Cuerpo de Policía Rurales se compuso sobre la base de ex convictos, quienes por su experiencia y conocimiento de los grupos de delincuentes y de sus procedimientos pudieron reducir dramáticamente la inseguridad en los caminos y zonas campestres. Luego, por supuesto, se procedió a filtros más rigurosos para la selección de su personal.

General Manuel González Flores (1833-1893), primer gobernador porfirista de Michoacán. Fotografía mejorada por la autora.

Los tres últimos gobernadores del Porfiriato de Michoacán –véase el listado unos párrafos más arriba–, por su parte, condujeron a la entidad, sin prisas ni fanatismo, por la ruta de una prosperidad principalmente ferroviaria: ferrocarriles México-Morelia desde 1883; Morelia-Pátzcuaro desde 1886; Maravatío-Zitácuaro desde 1897; Yurécuaro-Zamora desde 1899, y hasta Los Reyes desde 1902; Pátzcuaro-Uruapan desde 1899, y algunos ramales como el de Angangueo, en distintas fechas (González, 1979, p. 117).

En lo que concierne al ámbito demográfico, el municipio de Sahuayo creció a pasos agigantados durante el mandato cuyo lema fue “Orden y progreso”. Prueba de ello fue que la población sahuayense pasó de 12326 habitantes en 1873 a 16689 en 1888, 18878 en 1895 y a veinte mil en 1900. La cabecera, por su parte, cambió de 5688 habitantes en 1873, a 7199 en 1895 y a los once mil a finales del Porfiriato. Así lo especifica Luis González y González citando a Antonio García Cubas, historiador, cartógrafo, geógrafo y escritor capitalino, considerado el padre de la estadística en México; y también lo confirman Ramón Sánchez (1896) en su Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez (p. 28) y Crecencio García Abarca en “Noticias históricas, geográficas y estadísticas del distrito de Jiquilpan” en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, primer volumen, página 493 (1873, citado en González, 1979).

Sin embargo, a pesar de tal crecimiento demográfico, la superficie municipal disminuyó. Una ley del 7 de diciembre de 1877 le restó a Sahuayo, para sumárselos a Jiquilpan, los siguientes sitios: la Hacienda del Sabino, Las Fuentes, los Corrales, el potrero de la Calera, Estancia del Cerrito, Guayabo, Ojo de Rana, Arena, Puerta de los Tábanos y Palo Dulce. En 1879 se volvió a lo de antes por un brevísimo intervalo de dos meses. El decreto de 16 de diciembre de 1879, por último le dejó a Sahuayo la Arena, Guayabo, Palo Dulce y Sabino, Tábanos, Cerrito, Fuentes, Corrales y Ojo de Rana.

Luis González, no sin fundamento, considera que, de no haber sido por las mermas de territorio que acabamos de describir, el municipio sahuayense habría doblado su población a semejanza de su cabecera. No obstante, es preciso acortar que el aumento poblacional porfiriano en los lares sahuayenses no se debió precisamente a la salud pública –de eso hablaremos en seguida–, sino al dinamismo y auge económicos que experimentó la población.

El mismo autor señala que Sahuayo enfrentó continuas enfermedades letales y endémicas. Los rudimentarios avances médicos de la época poco o nada pudieron contra las fiebres primaverales ni la diarrea al comienzo de las lluvias estivales, ni tampoco el paludismo, que fue terrible en 1889, año en que se desbordaron las aguas chapálicas. A ello hubo que sumar el tifo, constante en la localidad, y dos epidemias que dejaron huella indeleble en la memoria sahuayense: el mal de San Vito (1871-1872) y la fiebre efímera (1887). Esta última causó el deceso de tres mil personas en un lapso de tres días.

Portada de la edición de El Siglo Diez y Nueve en el que se hizo mención del mal de San Visto en Sahuayo.
Pequeño espacio, en el periódico El Siglo Diez y Nueve (tomo 54, número 9977, página 3), en el que se habla de la magnitud de los estragos provocados por el mal de San Vito en Sahuayo. Arriba, la portada de la edición. Resaltado por la autora.

Ahora bien, a pesar de haber perdido territorio y de que sus habitantes sufrieran tantas patologías, Sahuayo vio elevado su rango. Una ley fechada el 13 de abril de 1891 lo elevó a la categoría de villa y le puso el apellido del presidente que, para aquel entonces, ya se había reelegido en dos ocasiones. La población cuya principal parroquia estaba –y está– dedicada al primer Apóstol mártir, y que dos centurias antes había llevado su nombre –“Santiago Tzaguaio”–, pasó a llamarse “Sahuayo de Díaz”. La cabecera municipal de Jiquilpan, en contraste, sí fue designada como ciudad, apenas tres días después, y adquirió el apellido del gran rival político del presidente Díaz: Juárez.

En lo que concierne a Jiquilpan, la rivalidad que hasta la fecha existe entre ambas localidades, aunque tan cercanas una de la otra, se agudizó durante el Porfiriato. Tal es el planteamiento, sólidamente fundamentado, de Ramírez Sánchez (2017). Dicho autor refiere que en ello intervinieron factores sentimentales, pleitos por tierras, injerencia de las autoridades jiquilpenses en Sahuayo, altercados  entre  las  élites por la hegemonía política del distrito e, inclusive, la renuencia de los sahuayenses de subordinarse política,  administrativa y religiosamente a Jiquilpan (p. 65). En este último rubro, Sahuayo dependía de su antagonista al sur, y así sería hasta 1940. Para los habitantes de Jiquilpan, en contraparte, resultaba denigrante que Sahuayo, un poblado más pequeño y supeditado a ellos, se perfilara y cimentara como líder del crecimiento económico y demográfico de aquella región.

En cuanto a las comunicaciones, Sahuayo de Díaz se vio enriquecido, en el mismo año en que cambió de apellido, con el servicio telegráfico. Al año siguiente, 1892, se consumó la obra del puente de cal y canto sobre el río. Los caminos de tierra se tornaron transitables casi todo el año. No fue de extrañar que todo esto, aunado al vertiginoso auge financiero que, en opinión de Ramón Sánchez (citado en González, 1979, p. 120), se debió a la afición de los comerciantes locales de vender mercancía con profusión, permitiera que Sahuayo se transformara en el núcleo mercantil preponderante de la región de la Ciénega a cincuenta kilómetros a la redonda.

La agricultura fue otra actividad que propició el acelerado desarrollo de Sahuayo durante el Porfiriato –aunque Jiquilpan no se quedaría atrás–, dada su cercanía con el lago de Chapala. Tan es así que, junto con su rival, desplazó a Cotija en dicho ámbito. Durante este periodo, la hacienda de Guaracha se convirtió en un centro productor importante en la organización social y territorial, con enérgicos vínculos de poder y dominio que son, y han sido, materia para prolijos artículos aparte.

Dibujo ilustrativo de la Ciénega de Chapala. Llama la atención un detalle: que la Parroquia de Sahuayo tenga dos torres (lo cual pasó hasta la década de 1930) en lugar de una. Imagen tomada del primer número de la revista cultural «Sahuayo, historia desde su gente», correspondiente al trimestre enero-marzo de 2021.

Es importante subrayar que, a pesar de que Jiquilpan se situaba –y hasta hoy– más cerca de Villamar, la actividad de la hacienda de Guaracha favoreció más a Sahuayo (Ramírez-Sánchez, 2017, p. 64), lo cual, como es natural, contribuyó a acentuar la competencia y antipatía entre ambas localidades y municipios. Esto se debió a que los ganaderos jiquilpenses se vieron restringidos por la alta producción de la hacienda limítrofe, en el municipio de Villamar, mientras que los rancheros y acaudalados sahuayenses no tuvieron dificultades ni obstáculos para ensancharse hacia el occidente, a los antiguos territorios de la hacienda de Cojumatlán. Así, Sahuayo de Díaz se coronó como el centro y sede del comercio, en “concesionario mercantil” de la Ciénega (p. 65), como camino incipiente para, un día lejano, granjearse ser considerada su capital. Era el comienzo de una carrera que ya no habría de detenerse. La ganadería pronto adquirió valiosa relevancia.

Detalle de la Ciénega de Chapala en 1892. Del acervo de Pablo Hermosillo Villalobos.

En la próxima parte, la segunda y última, hablaremos de otros ámbitos en los que Sahuayo sufrió modificaciones considerables, tanto para bien como para mal, hasta alcanzar el instante en que el Porfiriato se hizo añicos.

Bibliografía

Cuevas, M. (1928). Historia de la Iglesia en México. El Paso: La Revista Católica.

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: El Colegio de México.

Prado Sánchez, P. (1976). Sahuayo: Tradiciones y Leyendas. Edición del autor: Sahuayo.

Sánchez, R. (1896). Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez. Morelia: Porfirio Díaz.

Ramírez-Sánchez, R. (2017). Cambios y continuidades de una vecindad contenciosa en la región Ciénega de Chapala, Michoacán. Quivera Revista De Estudios Territoriales, 19(2), 59-79. Consultado de https://quivera.uaemex.mx/article/view/9752

Santuario de Nuestra Señora del Carmen: Tlapujahua, Michoacán.

Virreinato de la Nueva España. Arquitectura

Este Santuario, que antiguamente era la Parroquia de San Pedro y San Pablo es toda una joya arquitectónica construida en el auge minero de la población en el siglo XVIII. La decoración del interior es del estilo ecléctico hecha por Joaquín Orta Menchaca en 1905. Se venera a la virgen del Carmen que fue pintada en 1625 sobre un muro de adobe.

La iglesia que se construyó era pequeña y mal distribuida, en el siglo XVIII se demolió esta primera parroquia y edificó una nueva, digna de admiración, el interior estaba adornado con cinco maravillosos retablos y la opulencia había dejado su huella en los ornamentos y mobiliario, así como vasos de plata para consagrar, de todos tamaños, una custodia dorada y lámparas.

El siglo XIX trajo consigo cambios esenciales en el templo, la torre principal fue destruida por un rayo y los retablos de madera dorados fueron sustituidos en forma paulatina, las piezas de plata desaparecieron poco a poco, unas a causa de las guerras civiles de la época y otras debido a que fueron vendidas por los párrocos para sufragar los gastos de reparaciones del monumento.

El Altar Mayor fue transformado en gran medida durante los años treinta, colocándose al centro la imagen de la Virgen del Carmen, trasladada desde la capilla levantada en su honor, destruida por incendio.

La imagen, asombrosamente conservada se trasladó a la parroquia situándola al centro del Altar Mayor, finalmente en 1958 se trajo en las obras de decorado de una parte del Altar Mayor, cerca la imagen de la Virgen del Carmen. Imagen que año con año recibe miles de peregrinos.

La Batalla de la Trasquila

Jiquilpenses contra galos durante la Intervención Francesa

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Expédition du Mexique. — Victoire d’Uquilpan, remportée par le colonel Clinchant, du 2e zouaves, sur les généraux Juaristes Arteaga, Echegueray, Neri et Espinola. (Ce dernier remet son épée au Colonel Clinchant, atteint d’une balle à la jambe. D’après le croquis de M. Maynard.) [La victoria de Jiquilpan, ganado por el Coronel Clinchant, 2ª zuavos, en generales juaristes Arteaga, Echegueray, Neri e Espinola. (Éste último da su espada a Coronel Clinchant, quien recibió un disparo en la pierna)]. Ilustración fechada el 21 de enero de 1865, de la autoría de Gustave Janet y Charles Maurand. Incluida en la revista El mundo ilustrado.

El poblado michoacano de Jiquilpan, que desde el 16 de abril de 1891 ostentaría el rango de ciudad y el apellido del presidente zapoteca de Oaxaca, también tomó parte en la resistencia mexicana contra la invasión de los franceses. Dos años después del famoso combate en Puebla del 5 de mayo de 1862, en esta localidad de la Ciénega, las armas de ambas naciones se batieron… Sólo que allí, a diferencia de lo acontecido bajo el mando del general Ignacio Zaragoza, las de México “no se cubrieron de gloria”.

General José María Arteaga (1827-1865), quien lideró a las tropas republicanas durante la Batalla de La Trasquila.

Se trata de la Batalla de la Trasquila, también llamada de Jiquilpan, que tuvo lugar en noviembre de 1864, específicamente el 22.

En los días previos al día 21, el General de División José María Arteaga Magallanes, conocido liberal y republicano nacido en la capital del país, había ordenado a los Generales de Brigada Leonardo Ornelas Rourigner y Pedro Rioseco Romero –ambos originarios de Guadalajara– que, en unión del coronel Ignacio Zepeda, atacasen al contraguerrillero Rito Sabalsa en la población jalisciense de Jocotepec. El susodicho Sabalsa disponía de doscientos hombres de caballería –del bando conservador– y más de cien franceses del 81 de línea que mandaba el teniente Barberi, así como una media batería de artillería. En adición, en aquella tropa militaban quinientos jinetes mexicanos aliados de los galos. Así lo expone Eduardo Ruiz en su libro Historia de la Intervención en Michoacán.

En Jonotepec, los generales Rioseco y Ornelas lograron la victoria, causaron sesenta bajas muertos y tomaron prisioneros a ochenta artilleros zuavos. Después de la batalla, el Ejército mexicano se trasladó a la región de Jiquilpan, Michoacán, y se distribuyó en los lugares aledaños a esta localidad. González Ortega entró a Jiquilpan a las 11 de la mañana del 21 de noviembre, escoltado por el general Cuervo y el regimiento Lanceros de Jalisco.

Algunas horas después arribó el Ejército. El Cuartel General permaneció en la plaza, y por orden del segundo en jefe, general Miguel María Echegaray, se montó el campamento de la manera siguiente: la División compuesta de fuerzas de Jalisco y San Luis Potosí, al mando del mismo Echegaray, se instaló en el camino que conduce a Mazamitla, al pie de un cerro. Las brigadas de caballería marcharon hasta Guaracha, distante más de dos leguas de Jiquilpan –más de tres kilómetros–, y la mayor parte de la cuarta División, al mando del general Ignacio Herrera y Cairo se alojó en la población. El resto de los soldados, finalmente, se quedó en la loma que daría nombre a la batalla: La Trasquila.

Según el cronista José Luis Ceja, toda la noche del 21 de noviembre llovió de modo torrencial. El 22, durante la madrugada, la avanzada del Ejército Mexicano que acampaba en La Trasquila escucharon el ruido de fuerzas armadas que atravesaban las milpas cercanas. Eran los franceses. Se notificó al general Pedro Rioseco, quien acudió a todo galope en su montura desde el lugar en que acampaba. Iba aún en su corcel, cuando –de acuerdo con José Luis Ceja– fue muerto de un lanzazo por un zuavo francés. Otra versión, la de Jiquilpan y su historia, refiere que lo ultimaron a bayonetazos.

El Ejército invasor avanzó hasta las primeras casas del pueblo, donde estaba el general Leonardo Ornelas, quien combatió con bravura al invasor hasta desplomarse, muerto, de su caballo. A continuación los invasores franceses y los aliados mexicanos penetraron en Jiquilpan para sorprender al resto del Ejército republicano, que fue vencido.

Los cadáveres de Ornelas y Rioseco fueron sepultados en el camposanto de Jiquilpan, que a la sazón se localizaba en el atrio de la Parroquia de San Francisco de Asís –tal era la costumbre en aquella época–. Así lo expone la siguiente partida eclesiástica, que dice:

“En veintidós de Noviembre anterior / estando yo ausente  y según me informó mi Encar- / gado, el Sr. Ver. D. Estevan Careaga fueron se- / pultados en el campo santo algunos cadáve- res de mejicanos  y un extranjero muertos / en la guerra que en este día hubo en La Trasquila / entre Franceses y el Grueso del Ejército de Jalisco al mando del Sr. General Ar- / teaga; allí fueron sepultados, sin derechos los cada- / veres de los Sres. Generales D. Leonardo Ornelas; y D. Pedro Rioseco. José Ma. Prado [Rúbrica]”

La derrota, en suma, fue total para los republicanos. Ruiz, a quien citamos con anterioridad, inclusive llega al extremo de llamar a este episodio histórico “el desastre de Jiquilpan”.

Partida de sepultura eclesiástica de los generales Ornelas y Rioseco. Imagen editada por la autora.

Francisco Hernández Pulido, jiquilpense, en la segunda mitad del siglo XX, relataría así la magnitud de la carnicería:

“Y de tanto muerto que hubo lograron llenar un pozo de cantera que había por ahí, nomás pasaba el carretón lleno de muertos de un lado a otro. Todo eso me lo platicaba mi abuelo, porque mi abuelo era muy viejo” (Ramos y Rueda, 1984, p. 95).

Por su parte, José María Arteaga sería pasado por las armas el 21 de octubre de 1865 en Uruapan, Michoacán. El general Carlos Salazar, los coroneles Jesús Díaz y Trinidad Villagómez y el capitán Juan González correrían una suerte análoga. Todo para cumplir y llevar a la práctica el Decreto sobre guerrilleros y bandas armadas, emitido por el emperador Maximiliano el 3 del mismo mes. Dicho estatuto, conocido como el “decreto negro”, imponía la pena capital para los “guerrilleros”, incluyendo a aquellos republicanos que resistían al Imperio.

Decreto sobre guerrillas y bandas armadas, México, 3 de octubre de 1865, en Diario del Imperio, México, 3 de octubre de 1865, tomo II, núm. 228, p. 333, en AGN, Biblioteca-Hemeroteca.

El 1 de julio de 1934, apenas unos meses antes de ascender a la presidencia de la República, el General Lázaro Cárdenas del Río, oriundo del terruño jiquilpense, inauguró un monumento conmemorativo en la Loma de la Trasquila. Él mismo lo había mandado edificar y costeado, de su propio bolsillo, la mayor parte de su construcción. También se colocó una placa que resume el combate.

Monumento a los generales Leonardo Ornelas Rourigner y Pedro Rioseco Romero, en la Loma de la Trasquila, Michoacán. De México en fotos. Imagen mejorada por la autora.

Dicho monumento aún se conserva. La Loma de la Trasquila ahora es un asentamiento poblado, dentro de Jiquilpan. Una escalinata conduce al obelisco. Yendo unas cuadras hacia el oriente, en línea recta, se sitúa la Parroquia dedicada al Seráfico Padre. Hacia el poniente, se yergue el templo de San José.

Placa colocada en Jiquilpan de Juárez, Michoacán, con fecha del 1 de julio de 1934, para rememorar la Batalla de la Trasquila y la prolongada aunque infructuosa resistencia de las tropas republicanas en contra de las huestes francesas.

Fuentes:

Archivo General de la Nación (11 de octubre de 2022). Medidas contraguerrilleras durante el segundo imperio. Gobierno de México. https://www.gob.mx/agn/es/articulos/medidas-contraguerrilleras-durante-el-segundo-imperio#:~:text=El%20decreto%20del%203%20de,el%20guerrillero%20la%20pena%20capital.

Ceja, J. L. (5 de mayo de 2022). Jiquilpan, donde los franceses derrotaron a México dos años después de la Batalla de Puebla. La Voz de Michoacán. https://www.lavozdemichoacan.com.mx/cultura/historia/jiquilpan-donde-los-franceses-derrotaron-a-mexico-dos-anos-despues-de-la-batalla-de-puebla/

Ramos Arizpe, G. & y Rueda Smithers, A. (1984). Jiquilpan 1895-1920. Una visión subalterna del pasado a través de la historia oral. México: Centro de Estudios de la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas A. C., México. p. 95.

Ruiz, E. (1940). Historia de la Guerra de Intervención en Michoacán. México: Рипол Классик y Secretaría de Educación Pública.

El párroco insurgente de Sahuayo

Historia del P. Marcos Castellanos Mendoza, sacerdote y héroe de la Guerra de Independencia en la Ciénega de Chapala

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Padre Marcos Castellanos Mendoza (1747-1826), presbítero insurgente oriundo de La Palma, Michoacán, bautizado en Sahuayo y más tarde cura de dicha población.

Un municipio del hermoso estado de Michoacán, cuya cabecera es la localidad de San José de Gracia, lleva su nombre. Su vida y trayectoria, que comenzaron en La Palma, que entonces pertenecía a territorio sahuayense, le valieron no sólo tal reconocimiento toponímico, sino que su nombre quedase inscrito en el nutrido grupo de presbíteros mexicanos que participaron en la insurrección armada de 1810.

Se trata de Marcos Castellanos Mendoza, nacido el 4 de marzo de 1747 cerca de la hoy Capital de la Ciénega, en La Palma, Michoacán, en la ribera chapálica. De hecho, por aquellos ayeres, La Palma pertenecía a Sahuayo. Fueron sus padres don José Antonio Castellanos y doña Mariana Mendoza, miembros de las familias fundadoras y terratenientes de la población, poseedores de la media hacienda de La Palma. Así lo relata el connotado cronista Francisco Gabriel Montes Ayala. Ambos eran españoles. El otro dueño de la media hacienda era Luis Macías, con quien Marcos Castellanos entablaría amistad posteriormente.

La Palma de Jesús, Michoacán, cuna del sacerdote y héroe Marcos Castellanos.

El recién nacido fue bautizado el 20 de marzo de 1747, a los dieciséis días de su venida al mundo, en la Parroquia de Santiago Apóstol en Sahuayo con los nombres de Marcos Victoriano –“Bictoriano” en su fe de Bautismo–. En la partida eclesiástica se estipula que era “español, de La Palma”. El sacerdote que lo bautizó se llamaba Juan Benito Gudiño.

Su padrino del primer Sacramento, Juan Ángel Gamarra, era un adinerado y próspero comerciante de Zamora –su acta bautismal ratifica que allí residía– y fungió cómo alcalde más de una vez. Fue él quien lo mandó a estudiar al Seminario de Valladolid, donde conoció a Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, futuros clérigos y jefes insurgentes como él.

Fe de Bautismo de don Marcos Castellanos. Recuadros para resaltar colocados por la autora.

Ya ordenado presbítero, Marcos Castellanos fue designado a la Parroquia de Sahuayo, la misma en la que había sido regenerado con las aguas bautismales. Ejerció su labor pastoral de 1789 a 1799. También fue párroco en su natal La Palma, donde se encargó de la edificación de la capilla dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, como lo consigna Francisco Montes Ayala.

En 1797, el obispo Fray Juan Miguel de San Miguel, obispo de Valladolid, le ordenó que fuera a Cojumatlán, otra comunidad de la Ciénega, con el objetivo de dirigir la construcción de un templo. El mismo Castellanos así lo narra al mismo prelado:

“Mi muy venerado Prelado y Señor… siendo de su superior agrado [que me encargue del redificio de la iglesia de Cojumatlán] no tendré embarazo, antes bien será de mi mayor complacencia, pues estando tan próximo a venir ya el cura propio de este partido, ser yo afecto a aquella iglesia inmediata a la hacienda de La Palma en donde tengo mis capellanías, y hallarme con veinte y más años de administración continua, redundará en muchos beneficios de aquella feligresía, así por la brevedad con que exigiré la fábrica [del templo] como por darles misa uno u otro día festivo, y juntamente administrar en aquellas distancias el santo sacramento de la penitencia. Hice saber y entregué en propia mano a don Francisco Orozco el nombramiento que hizo V. S. I. para mayordomo del redificio de la iglesia de Guarachita, también de este partido, quien lo aceptó gustoso” (citado por González y González, 1979, p. 67).

Así, Marcos Castellanos pasó a desempeñar su ministerio en la parroquia de Cojumatlán, que recién había sido erigida como vicaría fija. Quedó a las órdenes del señor cura Juan Miguel Cano.

Su trabajo en tierras cojumatlenses, genuina y realmente basado en el apoyo a su feligresía, se caracterizó por un notable e incansable apoyo el ámbito espiritual y, no menos importante para él, en el material. El eclesiástico recién arribado se destacó por su compromiso con el bienestar de los habitantes de la zona, en particular los indígenas, promoviendo valores como la solidaridad y la justicia social, pero sin dejar de lado la faceta religiosa y la cura de almas. Era, podemos decirlo en honor a la verdad, un sacerdote sumamente entregado a su grey.

Para septiembre de 1810, el padre Castellanos ya tenía sesenta y tres años. Había cumplido sus deberes ejemplarmente –y lo haría hasta su muerte–, al grado de desvivirse por sus fieles. Preocupado por la situación, pese a su nula preparación militar, se lanzó a la aventura insurgente. Compartió sus inquietudes con otros parroquianos aguayenses y junto con Luis Macías –el otro propietario de la media hacienda– y el capellán de La Palma, Pablo Victoria, puso en armas a un nutrido grupo de indígenas regionales.

Luis González y González (1979, p. 90) menciona que el otrora cura párroco de Sahuayo estaba convencido de que la América Septentrional estaba sometida a la avaricia y la política hispanas –no olvidemos que era criollo–, y creía fervientemente que había que defender aquella “preciosa perla de la corona española”, uno de tantos epítetos que se le daban a México.

Al ser derrotado y muerto Luis Macías, a cuyo lado peleó desde el principio don Marcos, en 1813, en La Barca, el presbítero tomó la dirección de la hueste que combatía en la ribera de Chapala, específicamente en la isla de Mezcala, adonde había partido en 1812. Poseedor de desconocida pero notable pericia militar, supo aprovechar la valentía de sus hombres y su habilidad en el arte de navegar en canoa. Otros dos dirigentes importantes al lado de Castellanos fueron Encarnación Rosas y José Santana.

En su lucha contra los realistas, Castellanos sorteó ataques, bloqueos y la devastación de cosechas y de poblados ordenada y ejecutada por las tropas fieles a la Corona Española a fin de cortar las fuentes de abasto para los insurrectos. Con todo, bien acuartelados en Mezcala, los insurgentes liderados por él resistieron ardua e incansablemente hasta 1816.

Aquella situación no podía mantenerse de forma perpetua e indefinida. La lucha llegó a su desenlace con la capitulación de Castellanos y los insurgentes, diezmados por las enfermedades, el hambre y el cansancio. El 25 de noviembre de 1816 se llevaron a cabo los acuerdos y el armisticio.

Vista de la Isla de Mezcala, en la ribera del Lago de Chapala, escenario de la resistencia insurgente liderada por don Marcos Castellanos.

José de la Cruz, gobernador de la Nueva Galicia, estableció las bases de la rendición con Santana. Cuatro fueron los principales acuerdos a los que llegaron primero éste y, posteriormente Castellanos: que fueran reconstruidos los pueblos ribereños arrasados durante los cuatro años de conflictos bélicos, entre ellos Mezcala –que había sido pasado bajo el fuego y destruido casi por completo–; eximir a los mezcalenses “de los aranceles parroquiales”; restituir a Castellanos como párroco de la región; y a Santana darle el cargo de Gobernador de Mezcala y de San Pedro Itzican con grado de Teniente Coronel (2011, p. 256).

Luego del perdón concedido por el gobierno realista, el padre Castellanos retomó su carrera eclesiástica y se hizo cargo de su nuevo destino, Ajijic –entonces escrito Axixic–, Jalisco, perteneciente a la Parroquia de Jocotepec. Allí residiría hasta su fallecimiento.

Siendo ya un anciano casi septuagenario, llevó una vida paupérrima, llena de penalidades y carencias. Francisco Montes Ayala, en su libro Marcos Castellanos, criollo de La Palma, refiere que a menudo enviaba cartas al entonces Obispo tapatío, Juan Cruz Ruiz de Cabañas, y que, en una de ellas, le expuso:

“…en ocasión de la pobreza que me embarga, le solicito ayuda debido a que hoy vivo en la ancianidad y esta villa es pobre, por eso, muchas veces he vivido momentos terribles, porque mi desayuno muchas veces ha sido un mendrugo de pan y un poco de atole que en caridad me regalan los vecinos”.

En otra misiva al mismo Obispo, Castellanos se expresó en los siguientes términos:

Excelentísimo e ilustrísimo señor doctor don Juan Cruz Ruiz de Cabañas

Xocotepec, agosto 19 de 1819

Mi muy venerado prelado

Hace un mes y diez días que el señor cura de este partido me puso de ministro en el pueblo de Ajijic, lo que no he participado a su excelencia ilustrísima por ver cómo me probaba. Hágolo ahora diciéndole que estoy a gusto por los muchos favores que del señor cura recibo, pues a pesar de que este pueblo se compone de puros indios y por lo mismo son muy cortas sus obvenciones, ha procurado sostenerme. Acabo de saber que a dicho señor se le ha dado el curato de Tapalpa y con esto pienso quedar otra vez en el aire.

Dios haga su santísima voluntad y le preste vida a su señoría ilustrísima para mi amparo, lo que incesantemente pide en sus cortas oraciones su más rendido súbdito que su pie besa.

Marcos Castellanos [rúbrica]”

Obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, destinatario de las epístolas en las que Marcos Castellanos le pidió auxilio debido a la gran estrechez económica que sufrió en sus últimos años.

No obstante, ni lo anterior ni su salud, cada vez más deteriorada, causaron un detrimento en su celo pastoral. Prueba de ello reside en la información contenida en un informe del párroco de Jocotepec, fechado el 13 de julio de 1820.

Este documento, dirigido al obispo Cabañas por el párroco de Jocotepec nos puede ilustrar, de primera mano, cómo fueron las condiciones pastorales y económicas de la última parroquia en la que sirvió Marcos Castellanos, dedicada al Señor del Monte:

Excelentísimo e ilustrísimo señor doctor don Juan Cruz Ruiz y Cabañas

Señor

A la superior orden de vuestra excelencia ilustrísima que con fecha 15 de junio me dirigió, no he podido cumplirla con brevedad como yo deseaba y dar razón a vuestra excelencia ilustrísima de todo lo que en esa superior orden se pide, lo que hago ahora respondiendo a lo más reservado; lo que falte [lo enviaré] para cuanto antes.

Remito a vuestra excelencia ilustrísima los padrones de toda esta feligresía y una lista por separado de todos los que han faltado al cumplimiento de la Iglesia, en la que no todos los de ella han faltado por renuencia, aunque sí los más, pues en una es por sus cortedades y asistencia en su trabajo, prometiéndome el hacerlo cuanto antes, y no cesan de llegar a confesarse, y creo que en todo el mes de julio quedaran sólo los muy rebeldes y contumaces. He cumplido en exhortarlos y amonestarlos.

Las costumbres de esta feligresía en lo general son cristianas y en pocos reinan algunos escándalos causados ya de la embriaguez y ya de concubinatos, en particular reina en los más de los indios la embriaguez.

Las iglesias así de esta parroquia como las de los pueblos de indios en lo material están buenas, ningunos fondos encuentro en ellas, sólo en la parroquial el de fábrica, que es muy escaso, cofradías ningunas.

La iglesia parroquial tiene ahora lo muy preciso de ornamentos, aunque viejos, y vasos sagrados para celebrar y administrar los sacramentos. Las de los pueblos y capillas de haciendas tienen lo preciso para celebrar. Eclesiásticos hay en esta feligresía tres: el padre don Marcos Castellanos en la ayuda de parroquia de Ajijic, administrando; el padre [no dice su nombre] capellán de Huejotitán, que administra toda la hacienda, ordenado a título de administración, su edad cuarenta y cinco años, sus licencias me dice tiene orden de refrendarlas, la ocupación de los dos lo ya referido, y ser asistentes en el confesionario y bien de las almas, pues el padre capellán no obstante estar algo enfermo, me ha servido y me sirve en cuanto lo ocupo, y si no fuera por él ahora que he estado solo, seguramente hubiera faltado yo en mucho y hubieran padecido bastante los feligreses. La vida y costumbres de ambos no tienen qué reprender.

Lo más pronto que pueda concluiré en dar razón a vuestra excelencia ilustrísima de lo demás que me falta.

Dios guarde a vuestra excelencia ilustrísima muchos años.

Jocotepec, julio 13 de 1820

Su más humilde y rendido súbdito que besa la mano a vuestra excelencia ilustrísima

José Reyes Ibarra [rúbrica]

En ambas transcripciones, cuyos facsímiles fueron facilitados en fotocopia para ser publicados en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara por el presbítero Jesús de León Arteaga, se ha actualizado la ortografía, anotado la puntuación y conservado sólo los arcaísmos de fácil comprensión. Las abreviaturas fueron desenlazadas.

Marcos Castellanos murió sumido en las tinieblas del olvido y de la miseria, el 7 de febrero de 1826. Sus deudos no alcanzaron a reunir la suma necesaria para comprarle un ataúd de madera, y fue sepultado gratuitamente. Ni siquiera hizo testamento, de tan pobre que había quedado.

Sus reposan en Jocotepec, en la misma entidad. Una placa, colocada por el Ayuntamiento local, así lo ratifica.

Placa que da fe de la localidad en que descansan los restos mortales de Marcos Castellanos.

Fuentes consultadas

Acosta Rico, F. (6 de febrero de 2019). Efemérides: Muere en Ajijic el insurgente Marcos Castellanos. Crónica Jalisco. https://www.cronicajalisco.com/notas/2019/91914.html

Arquidiócesis de Guadalajara (1 de abril de 2011). Billete de Marcos Castellanos al obispo Cabañas. En: Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara. Año CXXII, número 4.

Bastos Amigo, S. & Muñoz Morán, Ó. (abril de 2011) Los insurgentes de Mezcala (1812-1816). Conflictos internos y externos ante la celebración del bicentenario. Cuadernos de Marte. Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra. 1(1). https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/738

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: Colegio de México.

Montes Ayala, F. G. (1999). Marcos Castellanos, criollo de la Palma. México: ABC Sahuayo.

8 de junio de 1956. Bendición de la primera piedra del altar del templo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús en Jiquilpan

Un día como hoy, pero de 1956, hace 68 años, en Jiquilpan de Juárez, Michoacán, se efectuó la solemne fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Asimismo, se aprovechó tan magna festividad litúrgica para llevar a cabo la bendición de la primera piedra del altar edificado en dicho recinto.

Original impreso del recuerdo de la festividad en honor al Sagrado Corazón en Jiquilpan, el 8 de junio de 1956.

Se conserva un Recuerdo que, a la letra, dice:

RECUERDO / de la / SOLEMNE FESTIVIDAD / DEL SACRATÍSIMO / CORAZÓN DE JESÚS / y de la / Bendición de la / PRIMERA PIEDRA que se colocará en el Altar construido en su Templo.

Católicos:

Nuestros templos son la Casa de Dios, la imagen del Cielo y en ambos es adorado el / mismo Dios, colocado sobre el Altar el mismo Corazón Divino y se repiten las mismas alabanzas.

El altar debe ser decente, hermoso y majestuoso, porque significa a Cristo, que tiene su / trono en el Tabernáculo y nos dice: “He aquí el Corazón que tanto amo a los hombres, que nada / ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor. En agradecimiento no recibo / de la mayor parte más que ingratitudes por los desprecios…y frialdades que tienen para Mí”.

Correspondamos al amor del Corazón Eucarístico de Jesús, tributándole culto de Adora- / ción y Reparación y levantemos su Trono en medio de nosotros”.

Jiquilpan, Mich., a 8 de junio de 1956.

El Capellán, / El Párroco,

Pbro. J. Jesús Ceja. / Carlos Verduzco.

Misa Solemne –llamada «de tres padres», con presbítero, diácono y subdiácono, o bien, con sacerdotes que hacían el papel de estos dos últimos– en el interior del templo del Sagrado Corazón en Jiquilpan, todavía sin su altar.

El P. José de Jesús Ceja, hijo de don Arcadio Ceja y de doña Refugio Torres, nació en Jiquilpan el 8 de septiembre de 1888 y fue bautizado a los tres días por el presbítero Cayetano García. Fue el responsable de la edificación de las torres y, como ya se dijo, del nuevo altar. Una de sus preocupaciones pastorales fue la atención a los enfermos más desposeídos. Para ello, empleó la medicina homeopática. Un sinnúmero de personas humildes lo buscaban para solicitar sus atinados servicios homeopáticos, en su propio domicilio. Murió el día 17 de enero de 1984 y sus restos descansan en “su templo”, el del Sagrado Corazón de Jiquilpan.

A su vez, el P. Carlos Verduzco, a raíz de la erupción del Paricutín, gestionó la reparación de la Parroquia de San Francisco de Asís, a fin de derrumbar y ensanchar una parte de la misma, y al mismo tiempo, negoció con el gobierno la devolución del templo del Sagrado Corazón.

Interior del templo consagrado al Sagrado Corazón en Jiquilpan. Nótense la imagen, en lo alto, y el púlpito, a la izquierda. Créditos de fotografía: JiquilpanPM.

Información e imágenes recabadas de Jiquilpan y su historia, página de Facebook. Quien esto escribe ha hecho algunas adaptaciones al texto y a la transcripción –las diagonales indican cambio de renglón–. También se han mejorado las imágenes.

Lic. Helena Judith López Alcaraz.

El magnánimo general montijano

La historia del español que peleó en cuatro guerras mexicanas y dio su apellido al poblado michoacano de Cojumatlán

Lic. Helena Judith López Alcaraz

General Nicolás Régules Cano. Fotografía mejorada por la autora.

Francisco Javier Mina ha pasado a la historia como el célebre militar español que dejó su patria, se embarcó y vino a México para luchar por la causa independentista. Sin embargo, ya entrado el siglo XIX, a mediados, hubo también otro hombre oriundo de la madre patria que, por diversas circunstancias y por decisiones que él mismo tomó, prestó su espada no en uno, sino en cuatro conflictos bélicos en nuestro suelo.

Se trata de Nicolás Régules Cano, nacido en Quintanilla Sopeña, Merindad de Montija (provincia de Burgos), España, el 10 de septiembre de 1826. Fue hijo de Leonardo de Régules y María Rita Cano. Cursó sus primeros estudios en Segovia y en Alcalá de Henares.

A los quince años, Nicolás se inscribió en la Escuela de Caballería de Segovia, en su país natal. Allí adquirió notables conocimientos sobre estrategia militar y manejo de armas, que posteriormente pondría en práctica en México, adónde arribó, procedente de La Habana, Cuba, en 1846. Venía ya como veterano de las guerras carlistas.

En dicho año, el 13 de mayo, Estados Unidos le declaró la guerra a México. Régules tenía apenas veinte años y ostentaba el cargo de Capitán de Escuadrón en el Ejército Isabelino. Sin demora, el joven se sumó a las filas del Ejército Mexicano con el grado de Capitán de Caballería, a fin de pelear contra los invasores estadounidenses.

Nicolás Régules fue un personaje de gran relevancia militar y política a lo largo de los enfrentamientos entre liberales y conservadores suscitados entre 1855 y 1862, concretamente la Revolución de Ayutla, bajo las órdenes del general Epitacio Huerta, y la Guerra de Reforma –también llamada “de Tres Años”–. En ambos casos, Régules combatió por la causa liberal. Después de todo, tales ideas eran las que lo habían orillado a salir de España.

En 1858, Nicolás Régules contrajo matrimonio –civil, el canónico sería hasta 1870– con María de la Soledad Solórzano Ayala, hija de Manuel Solórzano e Irene Ayala, ambos de Morelia. Para el momento del casamiento, el novio era Teniente Coronel de Caballería y Comandante Militar de Morelia. Tanto su puesto como su participación activa en la Guerra de Reforma –la llamada “de Tres Años”– significaron, como cabía suponer, que estuviera lejos de su hogar. En dicho lapso, Régules no visitó a su familia.

Se conserva, a propósito de ello, el fragmento de una carta que su esposa Soledad le dirigió el 8 de marzo de 1860:

Retrato de doña Soledad Solórzano, esposa del general Nicolás Régules, en la portada de El Álbum de la Mujer (año 2, tomo 2, número 9), fechado el 2 de marzo de 1894.

“A pesar de que ya han transcurrido veinte meses sin verte y que siento que la energía de mi alma me abandona, alabo tu determinación de no volver á ésta sino cuando quites á los Reaccionarios los elementos que llevaste de aquí. Dios te prestará su ayuda, por que [sic] la causa que defiendes es santa, pues su triunfo redundar en beneficio de la humanidad”. (p. 217)

Dentro de la Guerra de Reforma y de la Intervención de las tropas galas, vale la pena detenernos en tres sucesos en el cual Régules tuvo una actuación más que destacada. En el primero, la Batalla de Silao, acontecido el 10 de agosto de 1860, nuestro biografiado intervino de forma decisiva al lado del también General Jesús González Ortega. Éste le otorgó el grado de General de Brigada por méritos de guerra.

Retrato y firma del general Régules.

Poco después, Régules participó en la batalla de Calpulalpan, el segundo acontecimiento al que aludimos. La Intervención Francesa había iniciado. A este último respecto, al principio, el general Nicolás había solicitado y conseguido de Benito Juárez su retiro del Ejército, al no querer pelear contra sus compatriotas ibéricos. No obstante, cuando se rompieron los Tratados de la Soledad y Francia atacó sola a México, Régules se lanzó a la defensa de su patria adoptiva.

Para el momento del que vamos a ocuparnos, corría ya mayo de 1863. Habiendo quedado sitiados los republicanos en Puebla, donde se hallaba Régules al mando de la 3ª Brigada, él y sus hombres se arriesgaron a salir el día 14 de ese mes, con el objetivo de conseguir harina de un depósito localizado junto a la línea enemiga. La empresa fue un éxito. Por otro lado, Régules se opuso audaz y categóricamente a la rendición. Es posible que haya podido huir antes de caer prisionero, ya que su nombre no está incluido en las listas de jefes y oficiales que tomaron los franceses.

El tercer y último suceso tuvo lugar en abril de 1865, ya en pleno Imperio Mexicano, cuando el batallón comandado por el general Régules derrotó a la Guardia belga de la Emperatriz Carlota, comandada por el Mayor Tydgadt, en la Batalla de Tacámbaro (Michoacán), el día 11. El oficial montijano, comisionado para enfrentar a la Guardia, hizo gala de ecuanimidad y disciplina durante todo el combate.

Batalla de Tacámbaro. Défense héroïque du bataillon belgue commandé par le major Tydgadt dans Tacamburo, le 11 avril 1865. (D’après le croquis de M. A. Martin). Ilustración de Godefroy Durand datada el 17 de junio de 1865.

Los belgas, antes de la batalla, habían capturado y encerrado tanto a doña María Solórzano como a los tres hijos que habían engendrado hasta entonces, con el lógico propósito de usarlos como rehenes –la denuncia y arresto de la señora y sus vástagos fue llevada a cabo por un médico que acompañaba a la columna belga y que, luego de la refriega, fue asesinado–. Peor aún: los pusieron en la línea de fuego, a guisa de escudos humanos, para obligar a capitular a Régules. Ellos, para su seguridad, se refugiaron en el ex convento de San Francisco, en el mismo Tacámbaro.

Régules, contrariamente a lo que pensaban los enemigos, no cayó en el ardid, pese al peligro que ello implicaba para sus seres queridos. Antes bien, ordenó que los dos mil elementos juaristas que estaban a sus órdenes atacaran.

Durante lo más álgido del combate, los belgas emplearon el escudo humano de que disponían, tal como estaba previsto. No faltó quien sugiriera a Régules que se detuviera el ataque contra los adversarios, para evitar que las balas pudieran alcanzar a su esposa e hijos, mas él se limitó a arengarlos en los siguientes términos: “¡Señores, cada uno a sus puestos, a cumplir con su deber, primero es la Patria!”

No pasó mucho tiempo para que los juaristas inclinaran la balanza a su favor y los imperialistas se vieran cercados. El fuego comenzó a devorar la iglesia del convento. Régules decidió enviar a un conjunto de parlamentarios, a quienes los belgas dieron la bienvenida con disparos.

El incendio fue extendiéndose de modo imparable, hasta que se desplomó el techo de la iglesia. Desesperados, los imperialistas se refugiaron en la sacristía – que ya comenzaba a arder también–. Entre la humareda, el general Régules entró a caballo, envuelto en un sarape para protegerse de las llamas, y conminó a los belgas a rendirse, lo cual hicieron. La batalla acabó oficialmente, y Régules pudo rescatar a los suyos sanos y salvos.

Todos, imperialistas y juaristas, esperaban que Régules tomara venganza por la aprehensión de su familia y por el riesgo mortal que ésta había corrido. En vista de lo ocurrido, Régules podría haber mandado fusilar sin dilación a aquellos militares. Sin embargo, actuando con magnanimidad pocas veces vista en un oficial durante aquellos tiempos, actuó de la forma contraria. Casi parece un relato salido de alguna narración literaria. Contra todas las expectativas, les perdonó a todos la vida y los entregó como prisioneros al general Vicente Riva Palacio, quien los intercambiaría por republicanos en poder de los franceses en la población de Acutzingo, Michoacán el 5 de diciembre de 1865.

General Vicente Riva Palacio, que hizo efectivo el perdón otorgado por Régules a los imperialistas en Tacámbaro.

El excelente desempeño de Régules al frente de las tropas liberales le granjeó un raudo y consistente ascenso dentro de las huestes mexicanas. Tan sólo antes de cumplir los treinta años, fue condecorado por Benito Juárez con el grado de general de división y luego nombrado Jefe del Ejército del Centro.

Pintura sobre la batalla de Tacámbaro, que al parecer representa el indulto otorgado por Régules y ratificado por Riva Palacio.

En 1866, aún todavía durante el Imperio, Régules fue nombrado gobernador del estado de Michoacán. El 28 de mayo de 1870, en Morelia, él y doña Soledad se casaron por la Iglesia, en una casa particular. El sacerdote Nicanor Torres, con anuencia del presbítero rector del Curato del Sagrario Metropolitano, ratificó su unión y fue testigo de sus votos.

Constancia eclesiástica del matrimonio canónico de don Nicolás Régules, General de División, y doña Soledad Solórzano. Señalamientos en rojo por la autora.

En 1876, al triunfo de la rebelión de Tuxtepec liderada por el también general Porfirio Díaz Mori, el protagonista de esta semblanza salvó la vida al presidente Sebastián Lerdo de Tejada, rescatándolo de los adeptos del oaxaqueño y embarcándolo hacia Estados Unidos. Ya para 1877, durante el mandato de Manuel González –el interludio entre el primer gobierno de Díaz y el prolongado periodo de reelección tras reelección–, fue vicepresidente de la Alta Corte de Justicia Militar.

Al volver el otrora Héroe del 2 de abril a la silla presidencial, Régules planeó levantarse en armas contra él, apoyado por otros políticos y militares liberales. Un mensaje telegráfico fue enviado a la policía de la capital con los nombres de los sospechosos de sedición contra el régimen porfirista, y no tardó en consumarse la detención de cuatro de ellos: el general Nicolás Régules Cano, Carlos Fuero Unda, el Coronel José Vicente Villada y el abogado Francisco Hernández y Hernández. Todos fueron trasladados a Veracruz, recluidos en la prisión de San Juan de Ulúa y acusados formalmente del delito de conspiración ante el juez de distrito.

Prisión de San Juan de Ulúa, en el puerto de Veracruz, adonde fueron conducidos el general Régules y sus compañeros luego de su frustrado intento de rebelarse contra la primera reelección del presidente Díaz.

Unos años más tarde, en 1882, el general Nicolás Régules Cano se retiró del servicio militar activo. Viudo desde el 5 de febrero de 1884, falleció en la Ciudad de México el 9 de enero de 1895. Tenía sesenta y ocho años de edad. La inhumación se verificó en el Panteón del Tepeyac, en la Villa de Guadalupe, en la misma capital. En las exequias estuvieron presentes comisiones en representación del Congreso Federal, de la Suprema Corte de Justicia Militar, los cuerpos que estaban en guarnición en la capital y, por supuesto, del Gobierno de Michoacán.

El 20 de julio de 1909, ya en el declive del régimen de Don Porfirio, una tenencia de la Ciénega de Chapala, limítrofe al este con Sahuayo de Díaz, y de hecho perteneciente a éste, fue elevada al rango de municipio con el nombre de “Régules” en honor del general de Quintanilla. Su primer alcalde fue Julián Santiago Ortiz. Hoy en día tanto su cabecera, con su hermoso templo de color rojo oscuro dedicado al Señor del Perdón, como el municipio, lleva el nombre de Cojumatlán de Régules, perenne recuerdo del oficial que, aunque de sangre española, formó parte significativa de la Historia mexicana a lo largo de varias décadas.

Calle Cuauhtémoc, en Régules, Michoacán. Como puede advertirse, el templo del Señor del Perdón aún no tiene sus torres. Fotografía de Chumato.com

Como nota final, cada 10 de septiembre es fiesta local en Tacámbaro, escenario de la famosa batalla en la que Régules demostró su clemencia. Al festejo acuden las autoridades civiles y el pueblo entero, para honrar al varón que libró a la población de los soldados de Bélgica.

Fuentes consultadas

Carmona Dávila, D. (2024). El general republicano Nicolás Régules no toma venganza y perdona la vida a prisioneros belgas imperialistas que se le rinden. Memoria Política de México. https://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/4/11041865-GR-PB.html

Secretaría de la Defensa Nacional (1 de abril de 2019). 11 de abril de 1865, Batalla de Tacámbaro. Gobierno de México. https://www.gob.mx/sedena/documentos/11-de-abril-de-1865-batalla-de-tacambaro

Sin autor asignado (1961). Liberales ilustres mexicanos de la Reforma y la Intervención. Colección Digital UANL. México: Talleres Gráficos de la Nación. pp. 216-220, 350-354.

Sin autor (s. f.). El General Nicolás de Régules Cano, un montijano héroe de México del siglo XIX, nacido en Quintanilla Sopeña. Crónicas de las Merindades. https://cronicadelasmerindades.com/el-general-nicolas-de-regules-cano-un-montijano-heroe-de-mexico-del-siglo-xix-nacido-en-quintanilla-sopena/

Taylor Hanson, L. D. (1987). Voluntarios extranjeros en los ejércitos liberales mexicanos, 1854-1867. Historia mexicana, 37(2), 205-237. https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/1998

Los espejos indígenas. Cae la leyenda negra.

*El espejo del Cerro Loco en la Ciénega de Chapala.

Francisco Gabriel Montes Ayala

La leyenda negra contra España, afirma que los españoles cambiaban espejos por oro, que despojaban a los indígenas de sus pertenencias, siendo falsa la información, pues los naturales ya hacían y conocían los espejos con una talla perfecta, que según estudiosos podía llevar de 800 a 1200 horas de trabajo de tallado.

Fray Bernardino de Sahagún, nos cuenta en su Libro XI lo siguiente: «Hay en esta tierra piedras de que se hacen espejos; hay venas de estas piedras y minas de donde se sacan. Unas de estas son blancas y de ellas se hacen buenos espejos, (y) son estos espejos de señores y señoras; cuando están en piedra parecen pedazos de metal; cuando los labran y pulen son muy hermosos, muy lisos, sin raza ninguna, son preciosos y hacen la cara muy al propio.

Hay otras piedras de este metal que son negras cuando las labran y pulen; hácense unos espejos de ellas que representan a la cara muy al revés de lo que es: hacen la cara grande y disforme y todas las particularidades del rostro muy disforme. Lábranse estos espejos de muchas figuras unas redondas y otros triangulados, etc. » Tal es el relato del Fray Bernardino,

El investigador Pedro Barrera, dice: «te comentamos que las civilizaciones que habitaban en la región de Mesoamerica compartían tradiciones, calendario, ubicación de monumentos y dioses similares. Incluso, la técnica de siembra conjunta de maíz y frijol, es una muestra de conocimientos compartidos. Uno de los objetos en común que se utilizaron para definir esta región fue el hallazgo de espejos. Eso sí, estos espejos no eran utilizados para verse, arreglarse u otro uso cosmético.«

El espejo del Cerro Loco en La Palma de Jesús, Michoacán. Hace ya muchos años que investigando en el Cerro Loco un lugar muy cercano a La Palma, descubri un espejo de Pedernal, o Tzinapo, redondo, completamente liso y plano, encontraba muy cercano al cerro en una tumba. El espejo tiene un diámetro de 4 y medio centímetros. Refleja la imagen real, tal como se ve y estando en un lugar iluminado es totalmente visible lo que refleja .

Fiesta de Totolán, Michoacán. La Virgen de los Remedios.

Francisco Gabriel Montes Ayala

La Virgen de los Remedios es una imagen que data después de la década de los sesenta del siglo XVI cuando el fundador de la hacienda de La Palma, de San Juan Guaracha, don Hernando Toribio de Alcaraz y Ruiz, nieto de don Pedro Ruiz de Guadalcanal, conquistar de la zona de Zacatula y Colima, regaló la imagen a la comunidad indígena de San Martin Totolán, asentado en la Loma de la Cebada.

La Virgen es una de las imágenes realizadas en Pátzcuaro con caña de maíz, ya que el propio Hernando Toribio era el encargado, por Vasco de Quiroga de la construcción de la famosa Basílica de aquella ciudad de Michoacán.

Las peregrinaciones, a lo largo de la historia de cientos de miles de personas de diversas comunidades, son parte de la tradición de esta festividad, que no se sabe a ciencia cierta cuando iniciaron; continúan hoy en día y son peculiares porque las personas toman los caminos de la ciénega para llegar hasta San Martín Totolán de diversas comunidades. En este 2024 hemos visto peregrinaciones de diversas parroquias de la ciénega, que antes de la fiesta del 31 de mayo, se dan cita en el santuario de la Virgen de los Remedios, o como la gente la conoce: «la Güerita de Totolán».

Esta fiesta esta llena de colorido, y el templo está arreglado finamente, siguiendo ya una tradición que poco se modifica, y que nos muestra un amor inmenso a esta imagen milagrosa, que hoy luce un vestido muy bien engalanado y precioso.

Totolán está de fiesta este 2024, los visitantes ya superan los miles que van a darle las gracias a la Virgen de los Remedios. Actualmente es cura del lugar, el padre Manuel Navarro Temores, originario de Briseñas, Michoacán.