Cuando la vorágine carrancista cayó sobre Guadalajara

La toma de la Perla de Occidente por las tropas constitucionalistas y la posterior persecución religiosa

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Catedral de Guadalajara. Tropas carrancistas. Edición por la autora.

Una avenida de Guadalajara, que atraviesa tres municipios de la ciudad –incluyendo el Centro Histórico–, de modo lacónico, rememora aquella fecha en las placas colocadas en las esquinas: “8 de julio”. Pero pocos saben a qué acontecimiento hace alusión tal epígrafe. Pues bien: un día como hoy, pero de 1914, hace 110 años, las tropas «constitucionalistas» comandadas por Álvaro Obregón (1880-1928) y Lucio Blanco (1879-1922) hicieron su fatídica entrada a la ciudad de Guadalajara, luego de haber vencido a las fuerzas federales en la Batalla de Orendáin –u “Orendain”, dependiendo del texto–. Pero, lejos de lo que se ha propagado en publicaciones y efemérides, no fue un suceso glorioso y digno de ser celebrado. Veamos el motivo. Claro que, como en otros casos, dejamos que cada lector saque sus propias conclusiones.

General Álvaro Obregón, principal dirigente de las tropas carrancistas que irrumpieron a la ciudad de Guadalajara el 8 de julio de 1914. Fotografía mejorada por la autora.

Después de tomar la población de Tepic, Nayarit, el Ejército de Occidente al mando de Obregón inició su marcha hacia Jalisco. Corría el mes de junio de 1914. El 24 de junio, el general sonorense arribó a Etzatlán con sus hombres. Dos días después estuvo en Ahualulco de Mercado. Para el 1 de julio, el desplazamiento de tropas hacia Guadalajara dio inicio.

Al día siguiente, el general Manuel Macario Diéguez Lara avanzó hacia la sierra de Tequila y salió por Amatitán y Achío, donde tomó La Venta del Astillero y El Castillo –donde peleó el tlajomulquense Eugenio Zúñiga–, al sur de Orendain. En dicha posición, según lo planeado, se enzarzó en la lucha contra los federales enviados por el gobernador José María Mier. Obregón llegó para reforzarlo y, de tal manera, atacar a sus enemigos por dos frentes. Era el 6 de julio. Para la mañana del 7, la columna de Mier fue dispersada a cañonazos.

Rutas de las tropas federales y carrancistas en la Batalla de Orendain y en la toma de Guadalajara.

El camino a la codiciada Guadalajara quedó libre. A sabiendas de las tropelías que los carranclanes –como la gente llamaba despectivamente a los carrancistas–, se extendió la orden a todos los ciudadanos tapatíos de dar una cálida bienvenida a aquellos bandidos, célebres por su anticlericalismo y su odio hacia todo lo que tuviese el adjetivo «católico». Muy pronto habrían de demostrar, de nueva cuenta, que la fama de clerófobos y jacobinos no era infundada, sino lo contrario, muy bien granjeada.

Las tropas al mando de Obregón llegaron a las diez de la mañana. Éste fue acompañado por los generales Diéguez, Benjamin Hill, Lucio Blanco y Sebastián Allende de Rojas. Se repicaron las campanas para recibir al militar de Siquisiva, y a él le desagradó –otro rasgo en el que no se diferenciaba de muchos liberales jacobinos de su tiempo, que en algunos casos llegaron al extremo de prohibir el tañido–.

Al mediodía arribó el grueso de las hordas y se apoderaron de cuanto edificio pudieron: los cuarteles del Carmen, Capuchinas, Colorado, de la Gendarmería del Estado, el de Artillería (que estaba junto a la Alameda, en lo que hoy en día es el Parque Morelos); el Liceo del Estado, el de Niñas, la Casa de Moneda, Escuela de Artes del Estado, la Plaza de Toros del Progreso, la Escuela Industrial de Señoritas; numerosas casas particulares; el Palacio Arzobispal –más tarde Inspección de Policía y, en la actualidad, Palacio municipal de Guadalajara–, localizado contraesquina de la Catedral; y el Seminario Conciliar, el Mayor, localizado en el inmueble que alguna vez albergó a las monjas Agustinas Recoletas de Santa Mónica y anexo al templo dedicado a esta Santa. Allí, por mucho tiempo, estaría instalada la XV Zona Militar.

Leamos cómo refiere los hechos el entonces estudiante de leyes Anacleto González Flores –hoy reconocido como mártir y Beato por la Iglesia Católica y quien encabezó el grupo al que perteneció, alguna vez, el adolescente San José Sánchez del Río–:

“[…] no pasó mucho tiempo sin que el pueblo, que había aplaudido a su llegada al ejército constitucionalista viera lleno de asombro que las hordas venidas del norte ge entregaban con un lujo inaudito de impiedad y de cinismo a la profanación y al despojo de lo más santo y venerable. El palacio arzobispal, los talleres de «El Regional», periódico que atacó rudamente la muerte de Madero y la dictadura de Huerta; los edificios de las escuelas que dependían del Gobierno Eclesiástico y los de algunos articulares; los de las escuelas superiores, industriales y de otros colegios cayeron en poder de los revolucionarios.

Otro tanto sucedió con los hospitales, casas para ancianos y otras instituciones de caridad sostenidas por la piedad de particulares, por asociaciones piadosas o por la Iglesia con los fondos proporcionados por el pueblo. Las bibliotecas del Seminario Conciliar, del Colegio de San José y los gabinetes de Física y de Química fueron destrozados por la turba de salvajes que convirtieron en cloacas y en caballerizas edificios que, como el Seminario, merecen ser respetados cuando menos por su belleza arquitectónica (p. 382)”.

Antiguo Seminario Conciliar de Guadalajara, incautado por los revolucionarios carrancistas en la toma de dicha urbe el 8 de julio de 1914.

No hay que olvidar que, en ese momento, el futuro líder católico ya vivía en Guadalajara, por lo que todos esos hechos no le fueron desconocidos, ni mucho menos lejanos, ya que residía en el ahora llamado Centro Histórico.

Ante la huida del gobernador José María Terán, Manuel M. Diéguez tomó posesión del cargo.

General Manuel Macario Diéguez Lara, que ocupó el cargo de gobernador de Jalisco después de los eventos del 8 de julio de 1914.

Al día siguiente, los «constitucionalistas» procedieron a incautar los colegios católicos. Luego, el 21 de julio, se dictó la orden de arrestar a todos los presbíteros de la ciudad, con el objetivo de recluirlos en la Penitenciaría de Escobedo.

Poco después, la Catedral Basílica de Nuestra Señora de la Asunción fue profanada: los revolucionarios entraron montados en las bestias y destruyeron cuanto pudieron. Asimismo, no conformes con utilizar los ornamentos como trapos para la caballada y los vasos sagrados para beber, desenterraron los cadáveres de los Obispos que allí reposaban. En ello se adelantaron a los milicianos rojos durante la persecución religiosa en la madre patria.

Penitenciaría de Escobedo en Guadalajara, donde más tarde se localizaría el Parque de la Revolución (hoy llamado “Rojo”).

La misma suerte corrieron numerosos templos. Dado que la orden de cerrarlos –que llevaba consigo la profanación– se ejecutó con premura, en muchos de ellos no hubo tiempo de consumir las Hostias consagradas. En la Catedral fueron halladas en el suelo, desperdigadas. A algunos sacerdotes, en contraste, se les permitió consumirlas antes de llevárselos presos.

La imagen de Nuestra Señora de Zapopan estuvo a punto de ser quemada, según declaraciones del P. Daniel Lorewee, pero gracias a Dios se salvó y fue rescatada por una joven cuyo nombre permaneció en el anonimato.

La toma del 8 de julio supuso la desaparición de la división de occidente del Ejército Federal, la pérdida del gobierno huertista de la plaza de Guadalajara y, por consiguiente, el avance del ejército del Noroeste hacia la capital de la República.

Pero, por motivos que es fácil imaginar, la mayor parte de los libros de historia de Guadalajara –por no decir su totalidad– nunca tocan la irrupción de los carrancistas aquel ya lejano día de 1914, y, si lo hacen, pintan un cuadro que dista mucho de lo que en realidad fue: una toma que, si bien no implicó que se entablara una lucha en las calles, sí significó la destrucción, el pillaje y la rapiña y –hay que decirlo– la profanación, el sacrilegio y que los recién llegados diesen rienda suelta a su animadversión contra el catolicismo. Sería el principio de una persecución religiosa que no demoraría en tornarse sistemática y que, doce años más tarde, alcanzaría su punto álgido con las reformas al Código Penal hechas por un coterráneo de Obregón, su sucesor en la silla presidencial: Plutarco Elías Calles.

En la Guadalajara actual, el aniversario de lo acontecido el 8 de julio se festeja con actos cívicos, de conformidad al decreto número 16434 emitido por el Congreso del Estado y la LVI Legislatura, fechado el 17 de diciembre de 1996 y publicado el 25 de enero del año posterior. Dicho documento establece ese día como fecha solemne. En 2014 hubo un inusitado desfile militar con ocasión del centenario.

Fuentes:

González Flores, A. (1920). La cuestión religiosa en Jalisco. Guadalajara: Talleres La Época.

Guillén Vicente, A. (31 de enero de 2020). Los católicos jaliscienses frente a villistas y carrancistas: enero-febrero de 1915. Instituto de Investigaciones Jurídicas de la  UNAM. (55). https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/hechos-y-derechos/article/view/14301/15478

Vargas Ávalos, P. (6 de julio de 2017). 8 DE JULIO, FECHA SIGNIFICATIVA EN JALISCO. EXGBO. Presión con sentido. https://elgrullo.com.mx/?p=5383

Santuario de Nuestra Señora del Carmen: Tlapujahua, Michoacán.

Virreinato de la Nueva España. Arquitectura

Este Santuario, que antiguamente era la Parroquia de San Pedro y San Pablo es toda una joya arquitectónica construida en el auge minero de la población en el siglo XVIII. La decoración del interior es del estilo ecléctico hecha por Joaquín Orta Menchaca en 1905. Se venera a la virgen del Carmen que fue pintada en 1625 sobre un muro de adobe.

La iglesia que se construyó era pequeña y mal distribuida, en el siglo XVIII se demolió esta primera parroquia y edificó una nueva, digna de admiración, el interior estaba adornado con cinco maravillosos retablos y la opulencia había dejado su huella en los ornamentos y mobiliario, así como vasos de plata para consagrar, de todos tamaños, una custodia dorada y lámparas.

El siglo XIX trajo consigo cambios esenciales en el templo, la torre principal fue destruida por un rayo y los retablos de madera dorados fueron sustituidos en forma paulatina, las piezas de plata desaparecieron poco a poco, unas a causa de las guerras civiles de la época y otras debido a que fueron vendidas por los párrocos para sufragar los gastos de reparaciones del monumento.

El Altar Mayor fue transformado en gran medida durante los años treinta, colocándose al centro la imagen de la Virgen del Carmen, trasladada desde la capilla levantada en su honor, destruida por incendio.

La imagen, asombrosamente conservada se trasladó a la parroquia situándola al centro del Altar Mayor, finalmente en 1958 se trajo en las obras de decorado de una parte del Altar Mayor, cerca la imagen de la Virgen del Carmen. Imagen que año con año recibe miles de peregrinos.

Previo a la conquista. Antropofagía, esclavitud y sometimiento en el México prehispánico.

Francisco Gabriel Montes Ayala

“Moctezuma a quien muchos llaman emperador, dominaba en calidad de Tecutli de una de tantas ciudades, la más extraña, la más bella y la más poderosa por la descollante aptitud de guerra de sus fundadores” dice Pereyra. Y es que Moctezuma el gran Tlatoani de México, no había logrado nunca unificar el territorio que dominaban. Faltaban aprestos de guerra, no había animales de carga, no había sustento alimenticio y solo existía el trabajo de subsistencia y la guerra. No había la metalurgia para fabricar armas con hierro.

Se sabe hoy,  que grandes epidemias habían mermaban las naciones, las hambrunas habían acabado con grandes centros habitacionales y ceremoniales. Las ciudades estado que allí estaban hacían la guerra entre ellas, sojuzgaban y dominaban a otras, las guerras entre unos y otros eran muy frecuentes, incluso entre las mismas naciones, se hacían guerras civiles, intestinas entre ellos por dominio, por poder. Se puede decir que la guerra y el sometimiento era la tónica en la zona más «civilizada».  Los desiertos, las llanuras más allá de las ciudades había tribus nómadas, cazadoras y recolectoras.  El territorio de aquel tiempo que se considera “civilizado” era una pequeña proporción de lo que llegó a ser la Nueva España.

Había en el centro del país, en México-Tenochtitlan, un señorío independiente el de Texcoco y otro menor,  el de Tlacopan o Tacuba. Tenochtitlan que ya se había unido a Tlatelolco, y estaban atados los anteriores en una alianza y sujetos a Moctezuma en lo militar. Las conquistas daban tres tipos de tributarios. Los que voluntariamente se unían, los que tenían menos independencia y los sometidos. La esclavitud transitoria o permanente existía de manera vitalicia o hereditaria y era uno de los fines de las conquistas.

Los nobles dedicados al ejercicio de las armas, necesitaban de esclavos, albañiles, cargadores, servicio domestico, que se prestaba juntamente con sus hijas, primas, hermanas. El desarrollo del comercio ocupaba de hombres como bestias de carga que llevaban de aquí, allá, todo. Los comerciantes, “conducían así recuas de hombres cargados de mantas pintadas, artefactos de valor; también iban esclavos que, con los otros artículos, servían para adquirir cacao, vainilla, liquidámbar y cuantos productos daban las tierras calientes” afirma Carlos Pereyra.

Fuera de los dominios estaban numerosos señoríos independientes y libres, como Tlaxcala,  que era enemiga a muerte de los mexicanos y otras que generaban odio y que no podían manifestarlos por miedo al acoso y sometimiento. Moctezuma gobernaba no con el cetro y la corona, sino con el terror.

Había en cada pueblo y cada señorío, sacrificios humanos,  no existía un pueblo, por más pequeño que este estuviera, que los españoles no encontraran sangre fresca, miembros de cuerpos despedazados y aún cadáveres enteros a quienes solo habían arrancado el corazón. 

Cada sacrificio no solo daba sangre a los Dioses, sino que después arrancaban los muslos, los brazos, las piernas y se los comían como si hubieran sido reses recién matadas. Era un matadero para alimentar la población. Era la única forma de obtener proteínas.

En Tenochtitlan, los sacrificios eran peores y la antropofagia, era mayor. Muertos los hombres y sacrificados, su sangre era embarrada en las paredes del templo, los sacerdotes bebían la sangre del descorazonado y se emdarrubaba las melenas con ella y el hedor era insoportable de la sangre podrida que se acumulaba; las piernas y los brazos, eran utilizados para comer, el torso era entregado a los animales enjaulados que tenían para la guerra, la insalubridad en la ciudad reinaba por doquier. Para los cientos de espectadores que esperaban comer un poco de carne, era necesario sacrificar a muchos hombres,  para satisfacer el hambre.

El culpable de todo era Huichilobos, como le llamaron los españoles. Pero eso es otra historia.

El párroco insurgente de Sahuayo

Historia del P. Marcos Castellanos Mendoza, sacerdote y héroe de la Guerra de Independencia en la Ciénega de Chapala

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Padre Marcos Castellanos Mendoza (1747-1826), presbítero insurgente oriundo de La Palma, Michoacán, bautizado en Sahuayo y más tarde cura de dicha población.

Un municipio del hermoso estado de Michoacán, cuya cabecera es la localidad de San José de Gracia, lleva su nombre. Su vida y trayectoria, que comenzaron en La Palma, que entonces pertenecía a territorio sahuayense, le valieron no sólo tal reconocimiento toponímico, sino que su nombre quedase inscrito en el nutrido grupo de presbíteros mexicanos que participaron en la insurrección armada de 1810.

Se trata de Marcos Castellanos Mendoza, nacido el 4 de marzo de 1747 cerca de la hoy Capital de la Ciénega, en La Palma, Michoacán, en la ribera chapálica. De hecho, por aquellos ayeres, La Palma pertenecía a Sahuayo. Fueron sus padres don José Antonio Castellanos y doña Mariana Mendoza, miembros de las familias fundadoras y terratenientes de la población, poseedores de la media hacienda de La Palma. Así lo relata el connotado cronista Francisco Gabriel Montes Ayala. Ambos eran españoles. El otro dueño de la media hacienda era Luis Macías, con quien Marcos Castellanos entablaría amistad posteriormente.

La Palma de Jesús, Michoacán, cuna del sacerdote y héroe Marcos Castellanos.

El recién nacido fue bautizado el 20 de marzo de 1747, a los dieciséis días de su venida al mundo, en la Parroquia de Santiago Apóstol en Sahuayo con los nombres de Marcos Victoriano –“Bictoriano” en su fe de Bautismo–. En la partida eclesiástica se estipula que era “español, de La Palma”. El sacerdote que lo bautizó se llamaba Juan Benito Gudiño.

Su padrino del primer Sacramento, Juan Ángel Gamarra, era un adinerado y próspero comerciante de Zamora –su acta bautismal ratifica que allí residía– y fungió cómo alcalde más de una vez. Fue él quien lo mandó a estudiar al Seminario de Valladolid, donde conoció a Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, futuros clérigos y jefes insurgentes como él.

Fe de Bautismo de don Marcos Castellanos. Recuadros para resaltar colocados por la autora.

Ya ordenado presbítero, Marcos Castellanos fue designado a la Parroquia de Sahuayo, la misma en la que había sido regenerado con las aguas bautismales. Ejerció su labor pastoral de 1789 a 1799. También fue párroco en su natal La Palma, donde se encargó de la edificación de la capilla dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, como lo consigna Francisco Montes Ayala.

En 1797, el obispo Fray Juan Miguel de San Miguel, obispo de Valladolid, le ordenó que fuera a Cojumatlán, otra comunidad de la Ciénega, con el objetivo de dirigir la construcción de un templo. El mismo Castellanos así lo narra al mismo prelado:

“Mi muy venerado Prelado y Señor… siendo de su superior agrado [que me encargue del redificio de la iglesia de Cojumatlán] no tendré embarazo, antes bien será de mi mayor complacencia, pues estando tan próximo a venir ya el cura propio de este partido, ser yo afecto a aquella iglesia inmediata a la hacienda de La Palma en donde tengo mis capellanías, y hallarme con veinte y más años de administración continua, redundará en muchos beneficios de aquella feligresía, así por la brevedad con que exigiré la fábrica [del templo] como por darles misa uno u otro día festivo, y juntamente administrar en aquellas distancias el santo sacramento de la penitencia. Hice saber y entregué en propia mano a don Francisco Orozco el nombramiento que hizo V. S. I. para mayordomo del redificio de la iglesia de Guarachita, también de este partido, quien lo aceptó gustoso” (citado por González y González, 1979, p. 67).

Así, Marcos Castellanos pasó a desempeñar su ministerio en la parroquia de Cojumatlán, que recién había sido erigida como vicaría fija. Quedó a las órdenes del señor cura Juan Miguel Cano.

Su trabajo en tierras cojumatlenses, genuina y realmente basado en el apoyo a su feligresía, se caracterizó por un notable e incansable apoyo el ámbito espiritual y, no menos importante para él, en el material. El eclesiástico recién arribado se destacó por su compromiso con el bienestar de los habitantes de la zona, en particular los indígenas, promoviendo valores como la solidaridad y la justicia social, pero sin dejar de lado la faceta religiosa y la cura de almas. Era, podemos decirlo en honor a la verdad, un sacerdote sumamente entregado a su grey.

Para septiembre de 1810, el padre Castellanos ya tenía sesenta y tres años. Había cumplido sus deberes ejemplarmente –y lo haría hasta su muerte–, al grado de desvivirse por sus fieles. Preocupado por la situación, pese a su nula preparación militar, se lanzó a la aventura insurgente. Compartió sus inquietudes con otros parroquianos aguayenses y junto con Luis Macías –el otro propietario de la media hacienda– y el capellán de La Palma, Pablo Victoria, puso en armas a un nutrido grupo de indígenas regionales.

Luis González y González (1979, p. 90) menciona que el otrora cura párroco de Sahuayo estaba convencido de que la América Septentrional estaba sometida a la avaricia y la política hispanas –no olvidemos que era criollo–, y creía fervientemente que había que defender aquella “preciosa perla de la corona española”, uno de tantos epítetos que se le daban a México.

Al ser derrotado y muerto Luis Macías, a cuyo lado peleó desde el principio don Marcos, en 1813, en La Barca, el presbítero tomó la dirección de la hueste que combatía en la ribera de Chapala, específicamente en la isla de Mezcala, adonde había partido en 1812. Poseedor de desconocida pero notable pericia militar, supo aprovechar la valentía de sus hombres y su habilidad en el arte de navegar en canoa. Otros dos dirigentes importantes al lado de Castellanos fueron Encarnación Rosas y José Santana.

En su lucha contra los realistas, Castellanos sorteó ataques, bloqueos y la devastación de cosechas y de poblados ordenada y ejecutada por las tropas fieles a la Corona Española a fin de cortar las fuentes de abasto para los insurrectos. Con todo, bien acuartelados en Mezcala, los insurgentes liderados por él resistieron ardua e incansablemente hasta 1816.

Aquella situación no podía mantenerse de forma perpetua e indefinida. La lucha llegó a su desenlace con la capitulación de Castellanos y los insurgentes, diezmados por las enfermedades, el hambre y el cansancio. El 25 de noviembre de 1816 se llevaron a cabo los acuerdos y el armisticio.

Vista de la Isla de Mezcala, en la ribera del Lago de Chapala, escenario de la resistencia insurgente liderada por don Marcos Castellanos.

José de la Cruz, gobernador de la Nueva Galicia, estableció las bases de la rendición con Santana. Cuatro fueron los principales acuerdos a los que llegaron primero éste y, posteriormente Castellanos: que fueran reconstruidos los pueblos ribereños arrasados durante los cuatro años de conflictos bélicos, entre ellos Mezcala –que había sido pasado bajo el fuego y destruido casi por completo–; eximir a los mezcalenses “de los aranceles parroquiales”; restituir a Castellanos como párroco de la región; y a Santana darle el cargo de Gobernador de Mezcala y de San Pedro Itzican con grado de Teniente Coronel (2011, p. 256).

Luego del perdón concedido por el gobierno realista, el padre Castellanos retomó su carrera eclesiástica y se hizo cargo de su nuevo destino, Ajijic –entonces escrito Axixic–, Jalisco, perteneciente a la Parroquia de Jocotepec. Allí residiría hasta su fallecimiento.

Siendo ya un anciano casi septuagenario, llevó una vida paupérrima, llena de penalidades y carencias. Francisco Montes Ayala, en su libro Marcos Castellanos, criollo de La Palma, refiere que a menudo enviaba cartas al entonces Obispo tapatío, Juan Cruz Ruiz de Cabañas, y que, en una de ellas, le expuso:

“…en ocasión de la pobreza que me embarga, le solicito ayuda debido a que hoy vivo en la ancianidad y esta villa es pobre, por eso, muchas veces he vivido momentos terribles, porque mi desayuno muchas veces ha sido un mendrugo de pan y un poco de atole que en caridad me regalan los vecinos”.

En otra misiva al mismo Obispo, Castellanos se expresó en los siguientes términos:

Excelentísimo e ilustrísimo señor doctor don Juan Cruz Ruiz de Cabañas

Xocotepec, agosto 19 de 1819

Mi muy venerado prelado

Hace un mes y diez días que el señor cura de este partido me puso de ministro en el pueblo de Ajijic, lo que no he participado a su excelencia ilustrísima por ver cómo me probaba. Hágolo ahora diciéndole que estoy a gusto por los muchos favores que del señor cura recibo, pues a pesar de que este pueblo se compone de puros indios y por lo mismo son muy cortas sus obvenciones, ha procurado sostenerme. Acabo de saber que a dicho señor se le ha dado el curato de Tapalpa y con esto pienso quedar otra vez en el aire.

Dios haga su santísima voluntad y le preste vida a su señoría ilustrísima para mi amparo, lo que incesantemente pide en sus cortas oraciones su más rendido súbdito que su pie besa.

Marcos Castellanos [rúbrica]”

Obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, destinatario de las epístolas en las que Marcos Castellanos le pidió auxilio debido a la gran estrechez económica que sufrió en sus últimos años.

No obstante, ni lo anterior ni su salud, cada vez más deteriorada, causaron un detrimento en su celo pastoral. Prueba de ello reside en la información contenida en un informe del párroco de Jocotepec, fechado el 13 de julio de 1820.

Este documento, dirigido al obispo Cabañas por el párroco de Jocotepec nos puede ilustrar, de primera mano, cómo fueron las condiciones pastorales y económicas de la última parroquia en la que sirvió Marcos Castellanos, dedicada al Señor del Monte:

Excelentísimo e ilustrísimo señor doctor don Juan Cruz Ruiz y Cabañas

Señor

A la superior orden de vuestra excelencia ilustrísima que con fecha 15 de junio me dirigió, no he podido cumplirla con brevedad como yo deseaba y dar razón a vuestra excelencia ilustrísima de todo lo que en esa superior orden se pide, lo que hago ahora respondiendo a lo más reservado; lo que falte [lo enviaré] para cuanto antes.

Remito a vuestra excelencia ilustrísima los padrones de toda esta feligresía y una lista por separado de todos los que han faltado al cumplimiento de la Iglesia, en la que no todos los de ella han faltado por renuencia, aunque sí los más, pues en una es por sus cortedades y asistencia en su trabajo, prometiéndome el hacerlo cuanto antes, y no cesan de llegar a confesarse, y creo que en todo el mes de julio quedaran sólo los muy rebeldes y contumaces. He cumplido en exhortarlos y amonestarlos.

Las costumbres de esta feligresía en lo general son cristianas y en pocos reinan algunos escándalos causados ya de la embriaguez y ya de concubinatos, en particular reina en los más de los indios la embriaguez.

Las iglesias así de esta parroquia como las de los pueblos de indios en lo material están buenas, ningunos fondos encuentro en ellas, sólo en la parroquial el de fábrica, que es muy escaso, cofradías ningunas.

La iglesia parroquial tiene ahora lo muy preciso de ornamentos, aunque viejos, y vasos sagrados para celebrar y administrar los sacramentos. Las de los pueblos y capillas de haciendas tienen lo preciso para celebrar. Eclesiásticos hay en esta feligresía tres: el padre don Marcos Castellanos en la ayuda de parroquia de Ajijic, administrando; el padre [no dice su nombre] capellán de Huejotitán, que administra toda la hacienda, ordenado a título de administración, su edad cuarenta y cinco años, sus licencias me dice tiene orden de refrendarlas, la ocupación de los dos lo ya referido, y ser asistentes en el confesionario y bien de las almas, pues el padre capellán no obstante estar algo enfermo, me ha servido y me sirve en cuanto lo ocupo, y si no fuera por él ahora que he estado solo, seguramente hubiera faltado yo en mucho y hubieran padecido bastante los feligreses. La vida y costumbres de ambos no tienen qué reprender.

Lo más pronto que pueda concluiré en dar razón a vuestra excelencia ilustrísima de lo demás que me falta.

Dios guarde a vuestra excelencia ilustrísima muchos años.

Jocotepec, julio 13 de 1820

Su más humilde y rendido súbdito que besa la mano a vuestra excelencia ilustrísima

José Reyes Ibarra [rúbrica]

En ambas transcripciones, cuyos facsímiles fueron facilitados en fotocopia para ser publicados en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara por el presbítero Jesús de León Arteaga, se ha actualizado la ortografía, anotado la puntuación y conservado sólo los arcaísmos de fácil comprensión. Las abreviaturas fueron desenlazadas.

Marcos Castellanos murió sumido en las tinieblas del olvido y de la miseria, el 7 de febrero de 1826. Sus deudos no alcanzaron a reunir la suma necesaria para comprarle un ataúd de madera, y fue sepultado gratuitamente. Ni siquiera hizo testamento, de tan pobre que había quedado.

Sus reposan en Jocotepec, en la misma entidad. Una placa, colocada por el Ayuntamiento local, así lo ratifica.

Placa que da fe de la localidad en que descansan los restos mortales de Marcos Castellanos.

Fuentes consultadas

Acosta Rico, F. (6 de febrero de 2019). Efemérides: Muere en Ajijic el insurgente Marcos Castellanos. Crónica Jalisco. https://www.cronicajalisco.com/notas/2019/91914.html

Arquidiócesis de Guadalajara (1 de abril de 2011). Billete de Marcos Castellanos al obispo Cabañas. En: Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara. Año CXXII, número 4.

Bastos Amigo, S. & Muñoz Morán, Ó. (abril de 2011) Los insurgentes de Mezcala (1812-1816). Conflictos internos y externos ante la celebración del bicentenario. Cuadernos de Marte. Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra. 1(1). https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/738

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: Colegio de México.

Montes Ayala, F. G. (1999). Marcos Castellanos, criollo de la Palma. México: ABC Sahuayo.

La epidemia de influenza en 1918 en Jocotepec.

Mtro. Manuel Flores Jiménez  * Cronista de Jocotepec, Jal.,


Ochenta y cinco años después del juramento al Señor del Monte (8 noviembre 1833), Jocotepec y su región se vio asolado por una peligrosa epidemia de influenza, llamada “la fiebre española”. Aunque no eran las fiebres palúdicas nombradas tercianas y cuartanas, pero sí eran parecidas las que la quebrantada salud de los feligreses de este pueblo padecieron a causa de este mal.
Esto ocurrió a fines del año de 1918, cuando aún estaba vigente la efervescencia de los grupos revolucionarios que transitaban por este pueblo de paso. Durante este año ocuparon el cargo de presidente municipal Rafael González, Vicente Urzúa y Arnulfo Olmedo, siendo éste último el que comunicó al gobierno estatal, el 3 de octubre de ese año, que en el mes de septiembre de 1918, no ocurrió “ninguna enfermedad epidémica en las personas, ni epizootia en los animales”.
Pero tres semanas después (24 octubre 1918), el mismo munícipe notificaba al Gobernador del Estado de Jalisco que “se está desarrollando en este municipio la influenza española de manera alarmante”. En un corto lapso de veintiún días se desarrolló esta epidemia en forma severa, sabiéndose que causó la pérdida de vidas humanas en todo el municipio. Ante la alarmante y crítica situación que provocó esta enfermedad, el entonces párroco don Justo Teófilo Araiza, convocó a toda la población y autoridades del gobierno civil para que se realizara la renovación del juramento firmado el 8 de noviembre de 1833.
Se invitó a tan significativo acto a algunos sacerdotes que habían estado años atrás como párrocos y vicarios, entre los que se pueden citar a Eduardo Aguilar, Juan Nepomuceno Martín (quien después de haber sido cura en este pueblo, años después asumió el cargo de Abad de la basílica de San Juan de los Lagos, donde también fue canónigo el Pbro. José Sánchez Contreras), Emigdio Carrillo, José Refugio Orozco y Pedro Sánchez, quienes según datos reseñados en la Novena y Triduo al Señor del Monte, firmaron el acta de tal renovación en la que estuvieron presentes y registraron su rúbrica los representantes de los agricultores, pescadores, herreros, panaderos, obrajeros, así como los miembros de asociaciones religiosas de la parroquia como la Vela Perpetua, Hijas de María, Apostolado de la Oración, Catecismo y otros más.
Este acontecimiento tuvo lugar el 6 de diciembre de 1918, y quedó registrado en una imagen fotográfica, para luego elaborar una pintura de gran tamaño donde quedaron plasmadas las figuras de algunos de los firmantes, entre los que se destacan Eulogio Vergara, Guadalupe Ibarra, Juan Ibarra, José Ibarra, Manuel Olmedo, Juan Zenteno, José Torres, José Corona, Vicente Mora, José O. Rivera, Bernardo Cuevas, Faustino Ibarra, Simón Navarro, Antonio Ibarra O, Miguel Solís León, Rafael Rodríguez, Juan Sánchez, José García Arechavala, Mariano Luvián, Antonio Elvira, J. Jesús Ramírez, Faustino Rodríguez, Donaciano Olmedo, Aureliano Gálvez, Diego Pérez, Hilario Aldana.
Esta pintura es de gran valor estimativo por el contenido que representa. Se encuentra en el templo parroquial de Jocotepec, y una copia de ella se realizó en un muro del interior del restaurante La Carreta, a iniciativa de su propietario, Catarino Olmedo Ramos. El ejecutor de dicho mural fue Isidro Xilonxóchitl (Xilotl), de San Juan Cosalá.

8 de junio de 1956. Bendición de la primera piedra del altar del templo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús en Jiquilpan

Un día como hoy, pero de 1956, hace 68 años, en Jiquilpan de Juárez, Michoacán, se efectuó la solemne fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Asimismo, se aprovechó tan magna festividad litúrgica para llevar a cabo la bendición de la primera piedra del altar edificado en dicho recinto.

Original impreso del recuerdo de la festividad en honor al Sagrado Corazón en Jiquilpan, el 8 de junio de 1956.

Se conserva un Recuerdo que, a la letra, dice:

RECUERDO / de la / SOLEMNE FESTIVIDAD / DEL SACRATÍSIMO / CORAZÓN DE JESÚS / y de la / Bendición de la / PRIMERA PIEDRA que se colocará en el Altar construido en su Templo.

Católicos:

Nuestros templos son la Casa de Dios, la imagen del Cielo y en ambos es adorado el / mismo Dios, colocado sobre el Altar el mismo Corazón Divino y se repiten las mismas alabanzas.

El altar debe ser decente, hermoso y majestuoso, porque significa a Cristo, que tiene su / trono en el Tabernáculo y nos dice: “He aquí el Corazón que tanto amo a los hombres, que nada / ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor. En agradecimiento no recibo / de la mayor parte más que ingratitudes por los desprecios…y frialdades que tienen para Mí”.

Correspondamos al amor del Corazón Eucarístico de Jesús, tributándole culto de Adora- / ción y Reparación y levantemos su Trono en medio de nosotros”.

Jiquilpan, Mich., a 8 de junio de 1956.

El Capellán, / El Párroco,

Pbro. J. Jesús Ceja. / Carlos Verduzco.

Misa Solemne –llamada «de tres padres», con presbítero, diácono y subdiácono, o bien, con sacerdotes que hacían el papel de estos dos últimos– en el interior del templo del Sagrado Corazón en Jiquilpan, todavía sin su altar.

El P. José de Jesús Ceja, hijo de don Arcadio Ceja y de doña Refugio Torres, nació en Jiquilpan el 8 de septiembre de 1888 y fue bautizado a los tres días por el presbítero Cayetano García. Fue el responsable de la edificación de las torres y, como ya se dijo, del nuevo altar. Una de sus preocupaciones pastorales fue la atención a los enfermos más desposeídos. Para ello, empleó la medicina homeopática. Un sinnúmero de personas humildes lo buscaban para solicitar sus atinados servicios homeopáticos, en su propio domicilio. Murió el día 17 de enero de 1984 y sus restos descansan en “su templo”, el del Sagrado Corazón de Jiquilpan.

A su vez, el P. Carlos Verduzco, a raíz de la erupción del Paricutín, gestionó la reparación de la Parroquia de San Francisco de Asís, a fin de derrumbar y ensanchar una parte de la misma, y al mismo tiempo, negoció con el gobierno la devolución del templo del Sagrado Corazón.

Interior del templo consagrado al Sagrado Corazón en Jiquilpan. Nótense la imagen, en lo alto, y el púlpito, a la izquierda. Créditos de fotografía: JiquilpanPM.

Información e imágenes recabadas de Jiquilpan y su historia, página de Facebook. Quien esto escribe ha hecho algunas adaptaciones al texto y a la transcripción –las diagonales indican cambio de renglón–. También se han mejorado las imágenes.

Lic. Helena Judith López Alcaraz.

7 de junio de 1840. Nacimiento de la Emperatriz Carlota de México

En una fecha como esta, pero de 1840, hace 184 años, en el palacio de Laeken, en Bruselas, vio la luz primera María Carlota Amelia (Amalia en algunas biografías) Victoria Clementina Leopoldina, mejor conocida por su segundo nombre, princesa de Bélgica, y luego Emperatriz de México al lado del austriaco Maximiliano de Habsburgo, con quien contraría matrimonio el 27 de julio de 1857. Sus padres fueron Leopoldo l, rey de Bélgica, y de la princesa María Luisa de Orleans.

Emperatriz Carlota, hija de Leopoldo I de Bélgica y María Luisa de Orleans, nacida el 7 de junio de 1840.

De ella fue la Guardia Belga que, el 11 de abril de 1865, fue vencida por las huestes republicana del general Nicolás Régules Cano en Tacámbaro, Michoacán. La historia de esta batalla, así como del oficial –español que adoptó a México como su patria– puede leerse en otra de las entradas de Crónicas de la Ciénega.

Carlota, cuyo trágico destino es de sobra conocido, vivió hasta la edad de ochenta y seis años. Falleció, viuda y bajo las sombras de la locura, el 19 de enero de 1927, en el Castillo de Bouchout, en su natal Bélgica.

Lic. Helena Judith López Alcaraz.

El magnánimo general montijano

La historia del español que peleó en cuatro guerras mexicanas y dio su apellido al poblado michoacano de Cojumatlán

Lic. Helena Judith López Alcaraz

General Nicolás Régules Cano. Fotografía mejorada por la autora.

Francisco Javier Mina ha pasado a la historia como el célebre militar español que dejó su patria, se embarcó y vino a México para luchar por la causa independentista. Sin embargo, ya entrado el siglo XIX, a mediados, hubo también otro hombre oriundo de la madre patria que, por diversas circunstancias y por decisiones que él mismo tomó, prestó su espada no en uno, sino en cuatro conflictos bélicos en nuestro suelo.

Se trata de Nicolás Régules Cano, nacido en Quintanilla Sopeña, Merindad de Montija (provincia de Burgos), España, el 10 de septiembre de 1826. Fue hijo de Leonardo de Régules y María Rita Cano. Cursó sus primeros estudios en Segovia y en Alcalá de Henares.

A los quince años, Nicolás se inscribió en la Escuela de Caballería de Segovia, en su país natal. Allí adquirió notables conocimientos sobre estrategia militar y manejo de armas, que posteriormente pondría en práctica en México, adónde arribó, procedente de La Habana, Cuba, en 1846. Venía ya como veterano de las guerras carlistas.

En dicho año, el 13 de mayo, Estados Unidos le declaró la guerra a México. Régules tenía apenas veinte años y ostentaba el cargo de Capitán de Escuadrón en el Ejército Isabelino. Sin demora, el joven se sumó a las filas del Ejército Mexicano con el grado de Capitán de Caballería, a fin de pelear contra los invasores estadounidenses.

Nicolás Régules fue un personaje de gran relevancia militar y política a lo largo de los enfrentamientos entre liberales y conservadores suscitados entre 1855 y 1862, concretamente la Revolución de Ayutla, bajo las órdenes del general Epitacio Huerta, y la Guerra de Reforma –también llamada “de Tres Años”–. En ambos casos, Régules combatió por la causa liberal. Después de todo, tales ideas eran las que lo habían orillado a salir de España.

En 1858, Nicolás Régules contrajo matrimonio –civil, el canónico sería hasta 1870– con María de la Soledad Solórzano Ayala, hija de Manuel Solórzano e Irene Ayala, ambos de Morelia. Para el momento del casamiento, el novio era Teniente Coronel de Caballería y Comandante Militar de Morelia. Tanto su puesto como su participación activa en la Guerra de Reforma –la llamada “de Tres Años”– significaron, como cabía suponer, que estuviera lejos de su hogar. En dicho lapso, Régules no visitó a su familia.

Se conserva, a propósito de ello, el fragmento de una carta que su esposa Soledad le dirigió el 8 de marzo de 1860:

Retrato de doña Soledad Solórzano, esposa del general Nicolás Régules, en la portada de El Álbum de la Mujer (año 2, tomo 2, número 9), fechado el 2 de marzo de 1894.

“A pesar de que ya han transcurrido veinte meses sin verte y que siento que la energía de mi alma me abandona, alabo tu determinación de no volver á ésta sino cuando quites á los Reaccionarios los elementos que llevaste de aquí. Dios te prestará su ayuda, por que [sic] la causa que defiendes es santa, pues su triunfo redundar en beneficio de la humanidad”. (p. 217)

Dentro de la Guerra de Reforma y de la Intervención de las tropas galas, vale la pena detenernos en tres sucesos en el cual Régules tuvo una actuación más que destacada. En el primero, la Batalla de Silao, acontecido el 10 de agosto de 1860, nuestro biografiado intervino de forma decisiva al lado del también General Jesús González Ortega. Éste le otorgó el grado de General de Brigada por méritos de guerra.

Retrato y firma del general Régules.

Poco después, Régules participó en la batalla de Calpulalpan, el segundo acontecimiento al que aludimos. La Intervención Francesa había iniciado. A este último respecto, al principio, el general Nicolás había solicitado y conseguido de Benito Juárez su retiro del Ejército, al no querer pelear contra sus compatriotas ibéricos. No obstante, cuando se rompieron los Tratados de la Soledad y Francia atacó sola a México, Régules se lanzó a la defensa de su patria adoptiva.

Para el momento del que vamos a ocuparnos, corría ya mayo de 1863. Habiendo quedado sitiados los republicanos en Puebla, donde se hallaba Régules al mando de la 3ª Brigada, él y sus hombres se arriesgaron a salir el día 14 de ese mes, con el objetivo de conseguir harina de un depósito localizado junto a la línea enemiga. La empresa fue un éxito. Por otro lado, Régules se opuso audaz y categóricamente a la rendición. Es posible que haya podido huir antes de caer prisionero, ya que su nombre no está incluido en las listas de jefes y oficiales que tomaron los franceses.

El tercer y último suceso tuvo lugar en abril de 1865, ya en pleno Imperio Mexicano, cuando el batallón comandado por el general Régules derrotó a la Guardia belga de la Emperatriz Carlota, comandada por el Mayor Tydgadt, en la Batalla de Tacámbaro (Michoacán), el día 11. El oficial montijano, comisionado para enfrentar a la Guardia, hizo gala de ecuanimidad y disciplina durante todo el combate.

Batalla de Tacámbaro. Défense héroïque du bataillon belgue commandé par le major Tydgadt dans Tacamburo, le 11 avril 1865. (D’après le croquis de M. A. Martin). Ilustración de Godefroy Durand datada el 17 de junio de 1865.

Los belgas, antes de la batalla, habían capturado y encerrado tanto a doña María Solórzano como a los tres hijos que habían engendrado hasta entonces, con el lógico propósito de usarlos como rehenes –la denuncia y arresto de la señora y sus vástagos fue llevada a cabo por un médico que acompañaba a la columna belga y que, luego de la refriega, fue asesinado–. Peor aún: los pusieron en la línea de fuego, a guisa de escudos humanos, para obligar a capitular a Régules. Ellos, para su seguridad, se refugiaron en el ex convento de San Francisco, en el mismo Tacámbaro.

Régules, contrariamente a lo que pensaban los enemigos, no cayó en el ardid, pese al peligro que ello implicaba para sus seres queridos. Antes bien, ordenó que los dos mil elementos juaristas que estaban a sus órdenes atacaran.

Durante lo más álgido del combate, los belgas emplearon el escudo humano de que disponían, tal como estaba previsto. No faltó quien sugiriera a Régules que se detuviera el ataque contra los adversarios, para evitar que las balas pudieran alcanzar a su esposa e hijos, mas él se limitó a arengarlos en los siguientes términos: “¡Señores, cada uno a sus puestos, a cumplir con su deber, primero es la Patria!”

No pasó mucho tiempo para que los juaristas inclinaran la balanza a su favor y los imperialistas se vieran cercados. El fuego comenzó a devorar la iglesia del convento. Régules decidió enviar a un conjunto de parlamentarios, a quienes los belgas dieron la bienvenida con disparos.

El incendio fue extendiéndose de modo imparable, hasta que se desplomó el techo de la iglesia. Desesperados, los imperialistas se refugiaron en la sacristía – que ya comenzaba a arder también–. Entre la humareda, el general Régules entró a caballo, envuelto en un sarape para protegerse de las llamas, y conminó a los belgas a rendirse, lo cual hicieron. La batalla acabó oficialmente, y Régules pudo rescatar a los suyos sanos y salvos.

Todos, imperialistas y juaristas, esperaban que Régules tomara venganza por la aprehensión de su familia y por el riesgo mortal que ésta había corrido. En vista de lo ocurrido, Régules podría haber mandado fusilar sin dilación a aquellos militares. Sin embargo, actuando con magnanimidad pocas veces vista en un oficial durante aquellos tiempos, actuó de la forma contraria. Casi parece un relato salido de alguna narración literaria. Contra todas las expectativas, les perdonó a todos la vida y los entregó como prisioneros al general Vicente Riva Palacio, quien los intercambiaría por republicanos en poder de los franceses en la población de Acutzingo, Michoacán el 5 de diciembre de 1865.

General Vicente Riva Palacio, que hizo efectivo el perdón otorgado por Régules a los imperialistas en Tacámbaro.

El excelente desempeño de Régules al frente de las tropas liberales le granjeó un raudo y consistente ascenso dentro de las huestes mexicanas. Tan sólo antes de cumplir los treinta años, fue condecorado por Benito Juárez con el grado de general de división y luego nombrado Jefe del Ejército del Centro.

Pintura sobre la batalla de Tacámbaro, que al parecer representa el indulto otorgado por Régules y ratificado por Riva Palacio.

En 1866, aún todavía durante el Imperio, Régules fue nombrado gobernador del estado de Michoacán. El 28 de mayo de 1870, en Morelia, él y doña Soledad se casaron por la Iglesia, en una casa particular. El sacerdote Nicanor Torres, con anuencia del presbítero rector del Curato del Sagrario Metropolitano, ratificó su unión y fue testigo de sus votos.

Constancia eclesiástica del matrimonio canónico de don Nicolás Régules, General de División, y doña Soledad Solórzano. Señalamientos en rojo por la autora.

En 1876, al triunfo de la rebelión de Tuxtepec liderada por el también general Porfirio Díaz Mori, el protagonista de esta semblanza salvó la vida al presidente Sebastián Lerdo de Tejada, rescatándolo de los adeptos del oaxaqueño y embarcándolo hacia Estados Unidos. Ya para 1877, durante el mandato de Manuel González –el interludio entre el primer gobierno de Díaz y el prolongado periodo de reelección tras reelección–, fue vicepresidente de la Alta Corte de Justicia Militar.

Al volver el otrora Héroe del 2 de abril a la silla presidencial, Régules planeó levantarse en armas contra él, apoyado por otros políticos y militares liberales. Un mensaje telegráfico fue enviado a la policía de la capital con los nombres de los sospechosos de sedición contra el régimen porfirista, y no tardó en consumarse la detención de cuatro de ellos: el general Nicolás Régules Cano, Carlos Fuero Unda, el Coronel José Vicente Villada y el abogado Francisco Hernández y Hernández. Todos fueron trasladados a Veracruz, recluidos en la prisión de San Juan de Ulúa y acusados formalmente del delito de conspiración ante el juez de distrito.

Prisión de San Juan de Ulúa, en el puerto de Veracruz, adonde fueron conducidos el general Régules y sus compañeros luego de su frustrado intento de rebelarse contra la primera reelección del presidente Díaz.

Unos años más tarde, en 1882, el general Nicolás Régules Cano se retiró del servicio militar activo. Viudo desde el 5 de febrero de 1884, falleció en la Ciudad de México el 9 de enero de 1895. Tenía sesenta y ocho años de edad. La inhumación se verificó en el Panteón del Tepeyac, en la Villa de Guadalupe, en la misma capital. En las exequias estuvieron presentes comisiones en representación del Congreso Federal, de la Suprema Corte de Justicia Militar, los cuerpos que estaban en guarnición en la capital y, por supuesto, del Gobierno de Michoacán.

El 20 de julio de 1909, ya en el declive del régimen de Don Porfirio, una tenencia de la Ciénega de Chapala, limítrofe al este con Sahuayo de Díaz, y de hecho perteneciente a éste, fue elevada al rango de municipio con el nombre de “Régules” en honor del general de Quintanilla. Su primer alcalde fue Julián Santiago Ortiz. Hoy en día tanto su cabecera, con su hermoso templo de color rojo oscuro dedicado al Señor del Perdón, como el municipio, lleva el nombre de Cojumatlán de Régules, perenne recuerdo del oficial que, aunque de sangre española, formó parte significativa de la Historia mexicana a lo largo de varias décadas.

Calle Cuauhtémoc, en Régules, Michoacán. Como puede advertirse, el templo del Señor del Perdón aún no tiene sus torres. Fotografía de Chumato.com

Como nota final, cada 10 de septiembre es fiesta local en Tacámbaro, escenario de la famosa batalla en la que Régules demostró su clemencia. Al festejo acuden las autoridades civiles y el pueblo entero, para honrar al varón que libró a la población de los soldados de Bélgica.

Fuentes consultadas

Carmona Dávila, D. (2024). El general republicano Nicolás Régules no toma venganza y perdona la vida a prisioneros belgas imperialistas que se le rinden. Memoria Política de México. https://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/4/11041865-GR-PB.html

Secretaría de la Defensa Nacional (1 de abril de 2019). 11 de abril de 1865, Batalla de Tacámbaro. Gobierno de México. https://www.gob.mx/sedena/documentos/11-de-abril-de-1865-batalla-de-tacambaro

Sin autor asignado (1961). Liberales ilustres mexicanos de la Reforma y la Intervención. Colección Digital UANL. México: Talleres Gráficos de la Nación. pp. 216-220, 350-354.

Sin autor (s. f.). El General Nicolás de Régules Cano, un montijano héroe de México del siglo XIX, nacido en Quintanilla Sopeña. Crónicas de las Merindades. https://cronicadelasmerindades.com/el-general-nicolas-de-regules-cano-un-montijano-heroe-de-mexico-del-siglo-xix-nacido-en-quintanilla-sopena/

Taylor Hanson, L. D. (1987). Voluntarios extranjeros en los ejércitos liberales mexicanos, 1854-1867. Historia mexicana, 37(2), 205-237. https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/1998

El primer párroco de Jocotepec, Jalisco

«Las Notas del Cronista»📜 ✒️

Kiosko y torre del templo de Jocotepec, Jal.


Después de rastrear las mínimas informaciones que existen hasta hoy, sobre el primer párroco de Jocotepec, los sacerdotes secularizados que por mandato superior desplazaron a los franciscanos del clero regular, siendo estos los que realizaron el proceso evangelizador en estas tierras ribereñas del lago de Chapala.
En base a lo anteriormente mencionado, se escribe esta recreación lo más apegada a la figura del primer párroco, que fue nombrado para dirigir los destinos de la recién fundada parroquia de Jocotepec, ante los conflictos posteriores que surgieron con la feligresía de San Andrés de Ajijic, ante la negativa de devolverles el sitio de antaño de su jurisdicción religiosa, como se aclara a continuación.

Yo, Don Francisco de la Roca Pérez y Guzmán, primer cura propio de la feligresía parroquial de San Francisco Xocotepec, en pleno uso de mis derechos y atribuciones, he venido comisionado a hacerme cargo de las responsabilidades de esta espiritual empresa, con el fin de aligerar las penas y escuchar confesiones, santoliar enfermos en tránsito de muerte con la extremaunción y dar a las bocas la Majestad de la hostia divina, a todas las almas de este pueblo que ahora es parroquia y no Ayuda como lo era antaño de San Andrés de Ajijic.
Así lo quiso y lo convino Don Guadalupe Buenaventura de Villaseñor, dueño de la hacienda de Huexotitlan, por el convencimiento que procuró en Don Joseph Manuel de Santa Cruz y Romerillo, Padre Guardián del Convento de Axixic, en el entendimiento de trasladar a Xocotepec, temporalmente, el asiento del control religioso, con la cabal deuda de palabra de poner en Axixic los servicios de un religioso que administrara los servicios religiosos de los feligreses, cosa que me han recriminado incesantemente hasta la fecha sin que yo tenga culpa alguna de no haberse llevado a la postre tal compromiso.
Esta demarcación parroquial fue erigida el 15 de julio del año de Nuestro Señor Jesucristo de 1765, consagrándose por tal virtud al Dulce Nombre de María, y que bajo la tutela de nuestro padre San Francisco, pueda orientar sus esfuerzos y desvaríos en pos de lograr mejores fortunas espirituales que las que imperan en la actualidad de estos días trasijados por la pobreza y agobiadas las almas por tanta peste que azota estas tierras húmedas.
Mis ojos han visto un pueblo con mayúsculas necesidades, amén de las otras capellanías que abarcan desde San Antonio hasta San Luis, sin dejar en la marginalidad a las haciendas de Huejotitán, El Potrerillo y de San Martín, que es un barrio aledaño y distante de la cabecera de este curato.
Complemento subrayar que es, además, bastante populoso en indios, mestizos y mulatos; los de razón, son españoles dueños de esta propiedad que alrededor de la mitad del siglo XVIII, fueron a fundar el pueblo nuevo de San Martín Tesistlán.
Debo decir con total apego a mi religiosa condición, que he llevado ordenadamente registradas las partidas de bautismos y defunciones de cuanto vecino ha sido sepultado en estas tierras, benéficas para la salud, así como para el descanso de los desvaríos del espíritu. Con toda puntualidad y exactitud expreso que: “en nueve de julio de mil setecientos sesenta y cinco años, murió en el Pueblo de Xocotepec, de esta feligresía, Doña María Cueva, española, casada que estaba con Joseph Bernardo Chacón, y la enterré en la Santa Yglesia de dicho Pueblo de Xocotepec. La enterré con entierro menor y le administró los sagrados sacramentos de la penitencia, Sagrada Eucaristía y extremaunción, el Br. Don Joseph de Aguilar, como Teniente de Cura, y para que conste lo firmo.
Francisco Roca”


MANUEL FLORES JIMÉNEZ

CRONISTA DE JOCOTEPEC, JALISCO.

CulturaJocotepec

Los espejos indígenas. Cae la leyenda negra.

*El espejo del Cerro Loco en la Ciénega de Chapala.

Francisco Gabriel Montes Ayala

La leyenda negra contra España, afirma que los españoles cambiaban espejos por oro, que despojaban a los indígenas de sus pertenencias, siendo falsa la información, pues los naturales ya hacían y conocían los espejos con una talla perfecta, que según estudiosos podía llevar de 800 a 1200 horas de trabajo de tallado.

Fray Bernardino de Sahagún, nos cuenta en su Libro XI lo siguiente: «Hay en esta tierra piedras de que se hacen espejos; hay venas de estas piedras y minas de donde se sacan. Unas de estas son blancas y de ellas se hacen buenos espejos, (y) son estos espejos de señores y señoras; cuando están en piedra parecen pedazos de metal; cuando los labran y pulen son muy hermosos, muy lisos, sin raza ninguna, son preciosos y hacen la cara muy al propio.

Hay otras piedras de este metal que son negras cuando las labran y pulen; hácense unos espejos de ellas que representan a la cara muy al revés de lo que es: hacen la cara grande y disforme y todas las particularidades del rostro muy disforme. Lábranse estos espejos de muchas figuras unas redondas y otros triangulados, etc. » Tal es el relato del Fray Bernardino,

El investigador Pedro Barrera, dice: «te comentamos que las civilizaciones que habitaban en la región de Mesoamerica compartían tradiciones, calendario, ubicación de monumentos y dioses similares. Incluso, la técnica de siembra conjunta de maíz y frijol, es una muestra de conocimientos compartidos. Uno de los objetos en común que se utilizaron para definir esta región fue el hallazgo de espejos. Eso sí, estos espejos no eran utilizados para verse, arreglarse u otro uso cosmético.«

El espejo del Cerro Loco en La Palma de Jesús, Michoacán. Hace ya muchos años que investigando en el Cerro Loco un lugar muy cercano a La Palma, descubri un espejo de Pedernal, o Tzinapo, redondo, completamente liso y plano, encontraba muy cercano al cerro en una tumba. El espejo tiene un diámetro de 4 y medio centímetros. Refleja la imagen real, tal como se ve y estando en un lugar iluminado es totalmente visible lo que refleja .