La Princesa Isabel de Moctezuma, caso en 1528, con español Pedro Gallego de Andrade, nacido en Burguillos del Cerro, pasó a América junto a Narváez, siendo hombre de confianza de Hernán Cortés.
Allí se casó con la princesa Tecuixpo, hija legítima del Emperador Azteca Moctezuma, más tarde llamada Isabel de Moctezuma. De ese matrimonio nació en 1529 el que pudo ser un Principe Imperial Azteca Juan de Andrade Moctezuma.
“Niño en cuyas venas corrían fundidas la sangre de los soberanos indígenas y la de una honrada familia extremeña de labradores, de Burguillos del Cerro”.
Esto nos lo cuenta el Conde de Canilleros en el artículo adjunto, publicado en la prensa en la década de los sesenta del siglo pasado.
En Burguillos del Cerro hay una calle dedicada a Pedro Gallego de Andrade, la situada delante de la parroquia.
Las palabras de Moctezuma Xocoyotzin de la imagen se registran en la obra Monarquía Indiana de Juan de Torquemada y muestran claramente que Tlaxcala y Tenochtitlán no eran una sola nación, ni tenían ningún tipo de filiación o asociación política. Tenochtitlán ansiaba conquistar y someter a todos los pueblos mesoamericanos y exigir tributo para continuar engrandeciendo la ciudad: «el gran señor de Mexico era señor universal de todo el mundo y que todos los nacidos eran sus vasallos y que como a suyos los había de reducir a sí, para que le reconociesen por señor; y que los que no le quisiesen reconocer por tal, dándole la obediencia por bien, que los habia de destruir y asolarles las ciudades hasta los cimientos y poblarlas de otras gentes; por tanto que procurasen de tenerle por señor y sujetársele, pagándole tributo y pecho como las otras provincias lo hacían; y que si por bien no quisiesen hacerlo iria sobre ellos y los destruiría». (1) Cuando pidieron a los señores tlaxcaltecas someterse al poder imperial de Tenochtitlán, ellos respondieron: «Señores muy poderosos, Tlaxcala no os debe vasallaje, ni desde que salieron de las siete cuevas, jamás reconocieron con tributo ni pecho a ningún Rey ni Príncipe del Mundo, porque siempre los Tlaxcaltecas han conservado su libertad; y como no acostumbrados a esto, no os querrán obedecer, porque antes morirán que tal cosa suceda» (2) ¿Los tlaxcaltecas eran el único pueblo que se negó a someterse a Tenochtitlán? ¿Todos los demás pueblos estaban conformes bajo el yugo tenochca? No. Muchos pueblos se negaban a someterse a Tenochtitlán. Tlaxcala sirvió de refugio para aquellos que huían de los mexicas: «Puestos en este cerco, siempre y de ordinario tenían crueles guerras acometidas de todas partes, y como no tuviesen los mexicanos otros enemigos, ni más vecinos que a los de Tlaxcalla, siempre y a la continua se venían gentes a retraer y guarecer a esta provincia, como hicieron los xaltocamecas y otomís y chalcas, que por rebeliones que contra los príncipes mexicanos tuvieron, se vinieron a sujetar a esta provincia, donde fueron acomodados y recibidos por moradores de ella, dándoles tierras en qué viviesen». (3) Tenochtitlán utilizaba a Tlaxcala como medio de entrenamiento para sus soldados: «hasta ahora los han dejado de destruir nuestros antepasados, por tenerlos enjaulados como codornices para hacer sacrificio de ellos y para que el ejercicio militar de la guerra no se olvidase y porque tuviesen en qué ejercitarse los hijos de los señores mexicanos». (4) Esto era una guerra de desgaste para Tlaxcala que tenía que soportar las constantes incursiones mexicas y la captura de soldados, capitanes, mujeres y niños para los sacrificios rituales llevados a cabo en Tenochtitlán. Además Tlaxcala tuvo que soportar un cerco comercial que les privó de mercancías como la sal, piedras preciosas, oro, e impidió a los comerciantes tlaxcaltecas vender sus productos fuera de la Provincia, lo que la empobreció. Después de la muerte de Moctezuma Xocoyotzin, Cuitlahuac ofreció a Tlaxcala la paz a cambio de traicionar a los españoles y matarlos mientras se refigiaban en Tlaxcala después de la noche triste. ¿Después de todo el odio guerras, sacrificios y el cerco comercial debían los tlaxcaltecas aceptar estar la paz de sus enemigos? ¿Debían aceptar los términos de los que decían de ellos que eran codornices enjauladas?
(1) Monarquía Indiana. Juan de Torquemada (2) Historia de Tlaxcala Diego Muñoz Camargo (3) Historia de Tlaxcala. Diego Muñoz Camargo (4) Monarquía Indiana. Juan de Torquemada
«Para recuperar nuestra herencia indígena, obviamente no vamos a destruir la otra mitad que es nuestra herencia europea. Los grupos indigenistas nos piden que demolamos todas estas joyas arquitectónicas de nuestro patrimonio artístico histórico para conocer la antigua Tenochtitlan.»
Ciudad de México «fue la urbe europea más importante de ultramar, es decir, una capital española en el continente americano. La Ciudad de México tuvo la primera imprenta de América, la segunda universidad de América, los primeros periódicos, las primeras revistas científicas, el primer ballet, la primera academia de cirugía…»
«La capital de la Nueva España tenía 170.000 habitantes en su máximo esplendor. En pocas palabras, eso significa que durante todos estos siglos ha sido una megalópolis con una influencia en un territorio gigantesco.»
«En mi caso personal, tengo muy definido mi mapa genético, y como la mayoría de los mexicanos soy un ejemplo del mestizaje. El 46% de mi sangre es española, de la península ibérica. Mi familia es de Chihuahua, en el norte de México, en la frontera con Estados Unidos, y aproximadamente otro 44% de mi sangre es indígena, específicamente apache, del norte.»
«Por eso yo no veo que tenga mucho sentido este asunto( las exigencias por parte del gobierno mexicano para que la corona española se disculpe), sobre todo cuando la conquista sucedió hace ya más de 500 años. Siempre ha habido una relación estrechísima con España y lo que queremos es que eso se incremente, porque ha sido una relación beneficiosa, gestada en un momento dramático como fue la conquista, pero que tiene su lado virtuoso.»
«La conclusión a la que llega uno es que nosotros no somos nadie para hablar de la violencia del pasado, sobre todo en estos momentos tan brutales. La violencia actual en mi país, en México, es atroz, con decenas de miles de desaparecidos. ¿Cómo desde el presente vamos a regañar al pasado cuando la violencia que hay en la actualidad rompe todos los récords?… Como científico, no puedo negar que los mexicas eran sumamente violentos, y practicaban el sacrificio humano, pero tampoco eran esos brutales sacrificadores como los que han pasado a la historia.»
Un mexicano puede mirar con orgullo a esa herencia española de más de tres siglos » porque nosotros somos el resultado de la confluencia de esas dos herencias, de esos dos flujos constantes y vigorosos que son la tradición indígena y la europea. Yo vivo en el sur de la Ciudad de México pero trabajo en el centro histórico, y nos enorgullece ese espacio que está repleto de toda esta tradición europea colonial, arte barroco, arte neoclásico, edificios excelsos, conventos, iglesias… Y son nuestros. Es nuestra herencia, nuestro ser, que sin duda es el ser español.»
Leonardo López Luján, arqueólogo e historiador mexicano. Director e Investigador del proyecto «Templo Mayor» del INAH. Actualmente es uno de los principales investigadores de las sociedades prehispánicas del Centro de México y de la historia de la arqueología.
Extracto de entrevista. Publicación elaborada por Raíces Hispánicas
Francisco Gabriel Montes Ayala *Coordinador del Consejo de la Crónica de Sahuayo
Una de la comunidades de origen español, es San Andrés, que hacia el año de 1730 aparece como una estancia de ganado mayor y menor, muy cerca de los límites de la comunidad indígena de Sahuayo. Lo encontramos con diversos nombres, el primero encontrado en los sacramentales de la parroquia de Santiago Sahuayo, es como El Cerrito de San Andrés, luego lo encontramos como San Andrés y finalmente como Rincón de San Andrés.
El Rincón, registraba en los censos parroquiales las familias Victoria, Ceja, Sandoval, Ochoa, Figueroa, Guerrero, Torres, López, Mojica, Valencia, Espinoza, Amezcua, Escobedo, Navarro a mediados del siglo XVIII.
En la época de la guerra de independencia, el padre Pablo Victoria, nacido en aquella comunidad, a la sazón capellán de la Hacienda de La Palma, hizo que se levantara en armas el hacendado Luis Macías Mendoza. El padre Victoria, fue tomado preso por la acordada de Sahuayo, en el camino entre La Palma y Sahuayo a la altura del Ojo de Agua, según su expediente criminal levantado por el gobierno virreinal, fue llevado preso a la cárcel de Belén, donde muere el año de 1813.
Otro insurgente importantísimo nacido en San Andrés, es Ignacio Navarro Victoria, sobrino del padre Pablo, quien llegó ha ser un caudillo importante en la zona del bajío, donde alcanzó fama y todavía en 1817 era combatido por las fuerzas realistas.
El Rincón de San Andrés, es una población conurbada con Sahuayo, y que hace algunos años, ys es un importante centro recreativo por el parque al que visitan miles de personas durante el año; es una comunidad apacible, con un templo dedicado a San Andrés, construido por el señor cura José Alvarez, y está sujets la comunidad católica a la Parroquia de Guadalupe de Sahuayo.
El Rincón de San Andrés, es una de las comunidades más avanzadas de las que tiene el municipio de Sahuayo en cuestión de infraestructura.
Vale la pena visitar esta comunidad que es una de las más grandes de la municipalidad de Sahuayo.
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14 de Febrero 1542: en el Valle de Atemajac, el conquistador español Cristóbal de Oñate, Beatriz Hernández y 63 familias españolas (incluida por ese tiempo Portugal 🇵🇹) realizan la cuarta y definitiva fundación de Nueva Galicia, actualmente conocida como Guadalajara.
Se instaló el primer ayuntamiento de la actual Guadalajara, presidido por el vizcaíno Miguel de Ibarra.
Además, en agosto de 1542 llegaron a su destino las reales cédulas expedidas por el emperador Carlos I de España 🇪🇦, en noviembre de 1539, en las cuales concedía a Guadalajara el título de ciudad y escudo de armas.
Ese mismo mes se pregonaron ambas cédulas en la plaza mayor de la novel y definitiva Guadalajara.
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, destacada mujer del siglo XVII, ha sido conocida por su nombre religioso como Sor Juana Inés de la Cruz, nombre que se relaciona también con otros famosos epítetos que llevó en vida la monja jerónima: Décima Musa mexicana, Fénix de América y Fénix de México.
Nació un día como hoy, 12 de noviembre, pero de 1648, en San Miguel Nepantla, Estado de México.
Religiosa y escritora novohispana, exponente del Siglo de Oro de la literatura en español, que además, incorporó el náhuatl clásico a su creación poética.
Ampliamente reconocida como escritora, aunque ella misma declaró en su «Respuesta a Sor Filotea de la Cruz», que siempre escribió por encargo.
Escribió obras de teatro, como «Los empeños de una casa» (1683) y «Amor es más laberinto» (1689); autos sacramentales como «El divino Narciso» (1689) y abundante poesía.
Murió en la Ciudad de México, en el convento de San Jerónimo, hoy Universidad del Claustro de Sor Juana, el 17 de abril de 1695.
Sor Juana Inés de la Cruz, es considerada «la gran poeta hispanoamericana», que destacó por su deseo de emancipación y gran creatividad literaria, características que la convirtieron en pionera del movimiento feminista en México.
En una fecha como esta, pero del lejano año de 1570, en la Guadalajara neogallega, pasó a la Eternidad el célebre y connotado Fray Antonio de Segovia, reconocido por su incansable labor evangelizadora y, de forma muy especial, por haber sido quien trajo, desde los lares michoacanos, la bendita y venerada imagen de la que ahora es la querida Generala, Taumaturga, Pacificadora, y Patrona de la Arquidiócesis tapatía y del Estado Libre y Soberano de Jalisco.
Fotografía antigua de la Virgen de Zapopan, digitalizada y subida a Flickr por Anastasio Juárez Herrera.
Nuestro personaje, según la Real Academia de la Historia, nació en Segovia, España, en 1485. Según Leonicio Muñiz, cronista de Guadalajara, vio la luz primera en esa misma ciudad, pero en 1500. Profesó en el convento franciscanos de la Limpia Concepción, en su urbe natal, y viajó a la Nueva España en el año de 1527, en la segunda barcada de religiosos que lo dejaron todo para extender la religión católica en las tierras novohispanas.
Firmemente decidido a cumplir su misión, durante su estadía en la Ciudad de México, Fray Antonio aprendió náhuatl a los pocos meses de su arribo, y luego pasó a la recién conquistada Nueva Galicia, donde emprendería y llevaría a cabo su mayor legado. Lo destinaron, en específico, al convento de Santa Ana en Tzintzunzan, Michoacán. En ese sitio, adquirió grandes conocimientos sobre la imaginería elaborada y trabajada con caña de maíz, técnica indígena que aligera el peso de las imágenes. Para la evangelización y catequesis, el fraile llevó sobre sí una imagen de la Virgen de la Concepción, de treinta y cuatro centímetros de altura, justamente de caña de maíz, hecha en Pátzcuaro. Él mismo había mandado fabricarla.
La efigie de Nuestra Señora de Zapopan, aunque para ese momento probablemente sólo Dios lo sabía, estaba lista para principiar su portentosa historia.
Los Anales de los indios de Tlajomulco –antes “de Santo Santiago”, hoy “de Zúñiga”– asientan que en 1530, cuando Guadalajara no había sido fundada ni siquiera por primera vez, Fray Antonio arribó a ese territorio y comenzó, contra viento y marea, la conquista espiritual de los tlaxomultecas. Al año siguiente, sin demora, empezó a catequizar y bautizar a los cocas y tecuexes. Podría decirse que era, sin temor a exagerar –esto es apreciación de quien esto escribe–, un San Francisco Javier en pequeña escala.
Fray Antonio de Segovia; Imagen del Apóstol de la Nueva Galicia con la imagen de la Virgen colgada al pecho. Fotografía subida a Wikipedia por Héctor Josué Quintero. Imagen mejorada por la autora.
Aunado a sus correrías apostólicas, Fray Antonio fungió como el primer custodio de la Orden franciscana en el Reino de la Nueva Galicia. Como tal, en 1531 –mismo año de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en el cerro del Tepeyac–, institutó el convento de la Asunción, en Tetlán, junto a Tonalá, en las inmediaciones de lo que, más tarde, sería Guadalajara.
El 9 de octubre de 1531, en el atrio del susodicho convento, el egregio franciscano pregonó y efectuó, él mismo, el empadronamiento de las sesenta y tres familias que fundaron la villa del Espíritu Santo y, asimismo, mandó edificar –a raíz de la conquista, y en conmemoración de la victoria alcanzada– la primera capilla dedicada al primer miembro del Colegio Apostólico que sufrió el martirio. Poco más tarde, la ahora capital de la entidad jalisciense sería fundada por primera vez en 1532.
Durante algunos años, desde el convento de Tetlán, fray Antonio de Segovia, evangelizó, con sus hermanos de congregación, la mayor parte del Antiguo Occidente de México –es decir, los actuales estados mexicanos de Jalisco, Colima, Nayarit, Zacatecas–. Su extensa e perseverante acción apostólica se extendió entre los indios zacatecas, xiconaques, cuztiques y otomchichimeca. Porque, además de esto, Fray Antonio aprendió las lenguas cazcanas, coca y tecuexe.
Siempre a pie, descalzo, con su hábito de sayal, un Santo Cristo y la Virgen de la Concepción, cristianizó a miles de indígenas. En 1541, al llegar a su desenlace de la batalla del Mixtón –que puso en entredicho la Conquista– pidió al virrey de Mendoza:
“[…] ya ha corrido, Señor, sus términos la justicia, bueno es se le de lugar a la misericordia, yo me obligo a subir al cerro […] y me prometo con la gracia de Dios buen efecto, bajando a estos pobres reducidos”.
Fray Miguel de Bolonia y Fray Antonio de Segovia, este último portando en el pecho a Nuestra Señora de San Juan en 1542. Imagen: Página de Facebook de la Catedral Basílica de San Juan de los Lagos. Mejora por la autora.
Y cumplió la palabra empeñada. En compañía de Fray Miguel de Bolonia –nativo de Flandes, hoy parte de Bélgica–, o «Bologna» (pronunciado “Boloña”) logró bajar a seis mil combatientes, logrando paz y perdón para ellos. Después, se procedió a la fundación el pueblo de Juchipila, en el actual estado de Zacatecas. Cabe decir, como breve paréntesis, que Fray Miguel fue quien donó la imagen de Nuestra Señora –confeccionada en las cercanías de Pátzcuaro– que hasta la fecha se venera en San Juan de los Lagos. De hecho a él se le debe la fundación de San Juan Bautista Mezquititlán, que se convirtió en dicha ciudad jalisciense.
Llegó 1542, el año de la cuarta y definitiva fundación de Guadalajara, en el valle de Atemajac. En ese año, con pobladores indígenas, Fray Antonio refundó, en las inmediaciones, la villa de Zapopan. A ellos entregó la imagen que lo había acompañado por tanto tiempo en sus viajes evangelizadores: la Santísima Virgen de la Expectación, que con el correr del tiempo adquiriría tantos títulos como portentos habría de obtener del Todopoderoso para los habitantes de esta tierra que la tomó por Madre, gracias a la donación del fraile de Segovia.
Según relata Leonicio Muñiz, ya anciano, nuestro biografiado vivió en el Convento de San Francisco en Guadalajara, anexo al templo del mismo nombre, y que aún existe, donde siempre dio muestras de devoción y piedad. Cuenta la leyenda que Fray Antonio tenía por costumbre asistir al coro para rezar en solitario.
Templo de San Francisco de Asís, en Guadalajara, en el ocaso del siglo XIX. Fotografía: Guadalajara Antigua.
Una tarde, un hermano lego escuchó sus rezos, pero aquella vez, a diferencia de otras, las preces iban acompañadas de voces hermosas que, como cabía esperarse, movieron su curiosidad. El hermano se aproximó a la entrada del coro, donde vislumbró un resplandor muy especial que iluminaba al fraile, pero prefirió retirarse. Entonces descendió al refectorio donde, entonces sí, se llevó una gran sorpresa: ahí se encontraban todos los monjes, menos Fray Antonio.
Efigie levantada a Fray Antonio de Segovia en el atrio de la Basílica de Zapopan. Fotografía tomada por Luis Romo Herrera.
Al tiempo que se preguntaba quiénes, en tal caso, acompañaban al aludido en sus oraciones, subió de nueva al coro… sólo para hallarlo solo, en medio de las sombras, sin dejar de proferir sus plegarias.
Sin duda que los ángeles se le habían unido, pero ya habían desaparecido.
Extenuado pero con la satisfacción de quien ha cumplido su deber para con Dios y con el prójimo, habiendo sido el primer gran evangelizador de las tierras que ahora conforman Jalisco y parte de Zacatecas, Fray Antonio falleció en el convento franciscano ya descrito, el 19 de diciembre de 1570, a la edad de ochenta y cinco años. Justo una jornada antes, el 18 de diciembre, es la festividad litúrgica de Nuestra Señora de la Expectación, el nombre de la advocación de la Generala.
Atrio de la Basílica de Zapopan, en la que se yergue una estatua de Fray Antonio de Segovia. Fotografía del blog de San Carlos Fortín.
Los restos de Fray Antonio se encuentran en algún lugar del templo de San Francisco. Hasta la fecha se estudia la cuestión sobre un posible hallazgo, pero no se ha esclarecido todavía.
La descripción antigua de los curatos y doctrinas, un libro que se escribió en los primeros años del siglo XVII, que tiene la inscripción «libro de la minuta de las doctrinas que ay en este Obispado de Mechoacan, Assi veneficios de clérigos como guardianías y prioratos» es la más amplia descripción de los curatos diocesanos, agustinos y franciscanos del antiguo Obispado de Michoacán.
Dicho texto lo manó escribir el Obispo Fray Alfonso Enríquez de Toledo y Armendariz, y enriquecido con textos adicionales del siguiente obispo en sucesión, Fray Francisco de Ribera, Obispo de Michoacán, por el año de 1631, siendo su secretario Isidro Gutiérrez de Bustamante.
Dicha descripción de los curatos es amplísima, según el historiador José Bravo Ugarte, dice que el obispado de Michoacán, comprendía «los actuales estados de Michoacán, Colima y Guanajuato, este sin Casas Viejas, ni Xichú. En Guerrero, Tecpan, Coahuayutla, Zacatula, Coyuca y Cutzamala. En San Luis, dice Bravo Ugarte, correspondían San Luis Potosí, Santa María del Río, Cerritos, Guadalcazar, Río Verde y Maíz. En Tamaulipas, Jaumave, Palmillas, Real de los Infantes y Tula. En Jalisco, Almoloya, Atotonilco, Ayo, Cajititlán, Comanja, Ixtlahuacán, La Barca, Ocotlán y Zapotlán.
Los grupos étnicos que consigna esta minuta, son los mexicanos, purépechas, otomíes, mazaguas, matalzincas, cuitlatecos, chontales y mazatecos. Las tres primeras mencionadas era las predominantes. y el grupo más extendido era el tarasco; el mexicano y tras de éste el otomite. Después venían el mazagua, el cuitlateca y el chichimeca.
Destacaba también en la geografía del obispado michoacano, otros hablantes indígenas, que tenían lenguas como la sarame, la cuacomeca, la chumbia, la matalzinca, la teca, la zuteca, la teconuca, la coca, la alanzauteca, la pani, la mazateca, la chontal, la cuitlateca, la tepusteca, la tamazulteca, la zullulteca, la camalalla y la tequeje.
Sin duda, que era la variedad más extensa de lenguas. El Obispado obligaba a los sacerdotes, que se ordenaran hablar las lenguas, para mandarlos a las cabezas de parroquia, de acuerdo a la lengua hablada en la geografía de la parroquia. Por eso encontramos sacerdotes hablando uno, dos y hasta tres lenguas, a parte del español. Bien pudiera ser como el caso de que el párroco hablaba una lengua y el teniente de cura otra. En ningún momento se obligaba a los naturales de aprender el español, y según las leyes de indias, el castellanos era para que lo enseñaran los sacristanes, nunca los párrocos. Es preciso entender que muchos sacerdotes los encontramos siendo originarios de pueblos indígenas, por lo que no estaban vedados a la ordenación presbiteral los naturales.
Un ejemplo es el que muestra este documento, al hablar de Ayo el Chico, dice el señor Rivera: «los indios de este partido son cocas y otomites; administrase en mexicano». El mismo obispo dijo de Maquilí, «el mexicano es la lengua común».
En la ciénega la Parroquia de San Francisco Ixtlán se administraba en mexicano y purépecha, porque todos los pueblos sujetos como San Pedro Caro, Santa María de la Asunción Coxumatlán, San Cristobal Pajacuarán, Santiago Sahuayo, San Miguel Guaracha eran bilingües, hablantes del mexicano, pero obligados en tiempos de la expansión purépecha a hablar la lengua michoacana.
En fin que el Obispado de Michoacán, y esta minuta, nos muestra que la administración de los sacramentos estaba repartida entre 58 clérigos diocesanos beneficiados, 38 guardianías franciscanas y 20 prioratos agustinos.
Fray Bernardino de Sahagún en el libro II de la Historia General de la Cosas de la Nueva España, en su apéndice II ( Editorial Porrúa) hace una relación de edificios del gran templo de México: en el lugar 41 dice lo siguiente: «El cuadragésimo primero edificio se llama Hueitzompantli; era el edificio que estaba delante del cu de Huitzilopochtli, donde espetaban las cabezas de los cautivos que allí mataban a reverencia de este eficio, cada año en la fiesta panquetzaliztli.»
Esta fiesta, «era un día después del mes que se llama ochpaniztli » donde los dueños de los esclavos, sin precisar hombres, mujeres o niños, se preparaban «estas fiestas solo las hacían los mercaderes que compraban los esclavos» estos visitaban a sus familias y las casas de sus dueños «y algunos que tenían buen corazón, y 0tros no podían comer, con la memoria de la muerte que luego habían de padecer«- Dice Sahagún, que los primero cuatro sacrificados era en el juego de pelota «dos a honra del dios Amapan y otros dos a honra del dios Oappatzan, cuyas estatuas estaban junto al Tlachco (juego de pelota), en habiéndolos muerto arrstrábanlos por tlachco- ensangrentábase todo el suelo con la sangre que de ellos salían yéndolos arrastrando-« Asimismo asesinaban a cautivos sin precisar cuantos, «les sacaban el corazón» y mientras algunos peleaban en dos bandos «tomaban luego a los cautivos y a los otros esclavos que habían de morir y traíanlos en procesión alrededor del cu solo una vez» posteriormente Fray Bernardino, narra que «llegando arriba mataban primero a los cautivos, para que fuesen delante de los esclavos, y luego mataban a los esclavos…descendían el cuerpo por las gradas rodando, derramando por ellas la sangre; así hacían a todos los esclavos que mataban a honra de Huitzináhuatl, solos ellos morían, ningún cautivo moría con ellos, matábanlos en su cu de Huitznáhuatl.» esto el primero y tercer día; el cuarto día, los muertos habían sido repartidos para comer y decapitados para ser espetados. Anexados al Hueytompantli. Así se hacía la colección.
Fray Toribio de Benavente dice: » Las cabezas de los que sacrificaban, especialmente tomados en guerra, desollábanlas y si eran señores o principales personas los así presos, desollábanlas con sus cabellos y secábanlas para guardar. De estas había muchas al principio; y sino fuera porque tenían algunas barbas, nadie juzgara sino que eran rostros de niños de cinco o seis años, y causábanlo estar, como estaba, secas y curadas. Las calaveras las ponían en unos palos que tenían levantados a un lado de los templos del demonio; de esta manera: levantaban quince o veinte palos más y menos de largo de cuatro a cinco brazas fuera de tierra y en tierra entraba más de una braza, que eran una vigas rollizas apartadas una de otras cuando como seis pies y todas puestas en hilera, y todas aquellas vigas llenas de agujeros; y tomaban las cabezas horadadas por las sienes y hacían unos sartales de ellas en otros palos delgados pequeños y ponían los palos en los agujeros que estaban hechos en las vigas que dije, y así tenían quinientas en quinientas y de seiscientas en seiscientas y algunas partes de mil en mil calaveras; y en cayéndose una, ponían otras, porque valían muy barato; y en tener aquellos tendales muy llenos de aquellas cabezas mostraban ser grandes hombres de guerra y devotos sacrificadores de sus ídolos»
Actualmente se han descubierto dos columnas circulares de más de cuatro metros de altura que flanqueaban estos postes, compuestas por hileras de calaveras unidas con argamasa. Hasta hoy, se han identificado 655 cráneos humanos: 60% masculinos, 38% femeninos y 2% de infantes.
Pero aquellas que eran solo en columnas de palos, seguramente se perdieron los miles de restos humanos.
Fuentes consultadas:
1.-Historia General de las Cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagú, Libro II, Apéndice II, Editorial Porrúa.
2.-Historia de los Indios de la Nueva España de Fray Toribio de Benavente, Motolinía, Tratado I, Capítulo 9, pág. 42 y 42, Editorial Porrúa
Mtro. Manuel Flores Jiménez * Cronista de Jocotepec, Jalisco.
El año del hambre
Veinte años después de fundada la parroquia de Jocotepec, si bien es pertinente recordar que fue el 15 de julio de 1765, una serie de trastornos climáticos ocasionaron en una buena parte del virreinato de la Nueva España, graves problemas en el abastecimiento de alimentos que desencadenaron enormes necesidades en la alimentación en gran parte de la población, por la escasez de productos básicos del campo, principalmente semillas como el maíz y el frijol.
Lo anterior, debido a la crisis ocurrida en los años de 1785 y 1786, donde los historiadores señalan que las causas se debieron a la pérdida de las cosechas, por las heladas y sequías que diezmaron una considerable parte del territorio virreinal provocando la muerte de muchas personas, debido a la falta de alimentos.
El párroco que sucedió en el cargo al primer cura de Jocotepec (Francisco Roca), José Manuel de Santa Cruz y Romerillo, mismo que hizo los arreglos con el terrateniente de Huejotitán, Guadalupe Buenaventura Villaseñor, para el cambio temporal de la parroquia de Ajijic a Jocotepec, le tocó vivir el flagelo de esta calamidad donde perdieron la vida un considerable número de feligreses de esta demarcación religiosa. Hacia el 9 de febrero de 1787, el encargado de la parroquia era José Antonio Martínez Martaraña.
Gran parte de los habitantes de los pueblos de la región, principalmente indígenas, mulatos y de otras castas desprotegidas, fueron los que sufrieron más esa escasez desmedida en la provisión de los granos requeridos para la dieta de sus familias. Aunado a lo anterior, el azote de las epidemias que diezmaron la población durante los siglos XVII Y XVIII, postraron a los habitantes en la desesperación por la coincidencia de tantos males que se conjugaron.
Los únicos hospitales de indios en Jocotepec, que se sabe de su existencia en aquella época eran los del Santo Cristo de la Expiración, (cuyas constituciones fundacionales se establecieron en 1721) y el de la Limpia Concepción, al igual de este último en los pueblos de San Antonio Tlayacapan, Ajijic, San Juan Cosalá, San Cristóbal Tzapotitlan y San Luis Soyatlán. Todos esos hospitales eran sostenidos por los miembros de las cofradías de naturales que poseían ganado mayor y menor, así como tierras para el cultivo. De esa manera realizaban el sostenimiento de sus modestos hospitales.
La historiadora América Molina del Villar (Remedios contra la enfermedad y el hambre, Historia de la vida cotidiana en México, tomo III. FCE/CM) señala que: Debido al hambre muchos indios abandonaron sus pueblos para “mendigar sustento” en la ciudad de México. Una infeliz mujer de Texcoco llegó a la capital con su hijo muerto en los brazos, debido a que por el hambre “se le había secado la leche y de su falta había perecido su hijo”.
En el bando expedido por el virrey el conde de Gálvez, que la autora anterior también cita, se dice que “Con fecha de 23 de abril me participa el alcalde de Apan, que llega a tal extremo la infelicidad y desdicha de los pobres indios empleados en la labor de las haciendas de aquel distrito que cuando al mediodía dejan el trabajo y deberían tomar algún sustento, unos se sientan a descansar, sin tener que llevar a la boca, y otros a quienes estrecha más la necesidad, se van por el campo a buscar yerbas silvestres, para mitigar con ellas el hambre. ¡Ah qué corazón no enternecerá semejante grado de calamidad y miseria”.
De por sí, la parroquia de Jocotepec, que abarcaba todos los pueblos desde San Antonio Tlayacapan hasta San Luis Soyatlán, incluyendo las haciendas de Huejotitán, Potrerillos y San Martín, en los escritos que sus autoridades religiosas comunicaban a los Obispos de Guadalajara, reiteraban con bastante frecuencia de la marcada pobreza que prevalecía en las familias. Asociado a lo anterior, las condiciones mencionadas acrecentaron los problemas que los habitantes vivieron en los años de 1785 y 1786.
América Molina del Villar señala en el documento mencionado que: “Las heladas y la falta de granos habían deteriorado la salud y condiciones de vida de gran parte de los habitantes. La desnutrición, la ingestión de alimentos en descomposición y el hacinamiento propiciaron la aparición de brotes epidémicos. Por ejemplo, en Guadalajara los desnutridos pobres fueron víctima de una terrible enfermedad llamada la bola que provocó la muerte de más de 50 mil personas”.
La historia nos muestra que la humanidad ha transitado por etapas preocupantes de diversa índole en que las epidemias, las condiciones climáticas adversas, el atraso y poca atención médica, la sobreexplotación de los recurso naturales, el saqueo desmedido del agua de los mantos y la contaminación, entre tantos problemas y por mencionar sólo algunos, son factores determinantes que sufren todos los sujetos de las sociedades de todas las culturas, y que ocasionan gravísimos trastornos en un desarrollo responsable y sustentable. Tarea que es de todos.
Las calamidades que vivieron los habitantes de aquellas épocas llamadas el año del hambre, nos recuerdan las ideas del “progreso improductivo”, descrito por el escritor Gabriel Zaid, al ejercer una crítica certera sobre el manejo inconsciente de todos los recursos que tienen bajo sus responsabilidades, tanto autoridades como ciudadanos. Son más los males que ocasiona el llamado progreso porque no se planea para un beneficio colectivo, sino porque la lógica de la empresa es y será siempre el beneficio de unos cuantos, sin importar las consecuencias de las mayorías.
Los versos del poeta Miguel Hernández, en su poema “El hambre”, nos llevan a la reflexión: “Tened presente el hambre, recordad su pasado/ turbio de capataces que pagaban/ en plomo, /Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,/ con yugos en el alma,/ con golpes en el lomo (…) / Nosotros no podemos ser ellos,/ los de enfrente,/ los que entienden la vida por un botín sangriento:/ como los tiburones, voracidad y diente, panteras deseosas de un mundo/ siempre hambriento”.
Creo necesaria y urgente la lectura de la encíclica “Laudato si”, del pontífice Francisco, que muestra una realidad tan preocupante sobre nuestra Casa Común, que es la que habitamos todos y que es de todos. Una mirada hacia el respeto que tienen a la naturaleza otras culturas originarias nos será más conscientes de esa latente problemática que va en aumento exponencial.
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