Sahuayo de Díaz. Segunda y última parte

Generalidades históricas del Porfiriato en la actual Capital de la Ciénega (II)

Lic. Helena Judith López Alcaraz

En la entrega anterior leímos acerca del comienzo del Porfiriato en Sahuayo, cuáles fueron los gobernadores que llevaron la batuta durante dicho periodo, el arribo del ferrocarril a las regiones cercanas, el desarrollo demográfico y económico de esta localidad, la reducción territorial del municipio que benefició a su vecino Jiquilpan, las enfermedades y epidemias que asolaron a los sahuayenses, el crecimiento de la agricultura y la ganadería y –el hecho que brinda epígrafe al escrito–, por supuesto, la elevación del pueblo a rango de villa con el apellido del primer mandatario.

Sahuayo en el ocaso del Porfiriato (ca. 1908). Actualmente esta es la calle Madero, en aquellos ayeres llamada La Palma.

En el presente texto, segundo y último sobre el tema, abordaremos otras esferas no menos importantes: las comunicaciones favorecidas por la ribera chapálica, máxime en lo tocante al comercio; la religión, la educación y, en lo histórico, el tema de la desecación de la laguna más extensa de México, sus consecuencias y cuál fue la participación de la poderosa Hacienda de Guaracha, hasta llegar al declive del prolongadísimo mandato de Don Porfirio.

Dicho esto, iniciemos de lleno.

La comunicación que favorecía el lago de Chapala también contribuyó a que Sahuayo tomara la ventaja en las rutas comerciales, máxime con rumbo a Guadalajara (Ramírez-Sánchez, 2017, p. 65), gracias al embarcadero de La Palma, el más cercano a la villa. Otro factor influyente, y a la postre decisivo, fue que en 1905, cuando el régimen porfirista ya se bamboleaba desde sus cimientos y amenazaba con derrumbarse de modo definitivo, en Sahuayo y las áreas aledañas se inició la desecación de la laguna de Chapala, que aumentó todavía más la riqueza de los terratenientes de la zona. Éstos no sólo obtuvieron más tierras, sino que aprovecharon para terminar de despojar a los campesinos o de dominarlos mediante el control del agua. Tanto la infraestructura como la economía de Sahuayo alcanzaron mejoras considerables.

Pero no todo fue bonanza ni beneficios; también hubo problemas, conflictos y grandes injusticias. Hacia 1906, según expone Cancino (2024) los indígenas sahuayenses pescaban, recolectaban tule y leña y cazaban en el terreno comunal que, hasta entonces, limitaba en cierta área con el lago chapálico. Pero, como resultado de aquella invasión de hacendados, fueron perdiendo sus tierras, que les quitaron, de modo legal, territorios de la Hierbabuena y otros colindantes con Jiquilpan (p. 173).

Pasando a otra cuestión, y para concluir lo tocante a actividades económicas, la arriería fue el otro medio de que los sahuayenses se valieron para prosperar. Inclusive llegaron al punto de competir con Cotija en esta esfera. Lo mismo sucedió con el comercio. Lo mismo sucedió con el comercio, que se consolidó todavía más. Como cabía suponer, tampoco faltaron conflictos con los jiquilpenses por esta causa. Ya en 1885, Ignacio Zepeda, alcalde sahuayense, acusó tanto al prefecto de Jiquilpan como a los dueños de Guaracha de interceptar y tapar el camino Sahuayo-Guarachita, que los arrieros solían visitar muy a menudo. El patrón de Guaracha negó la imputación, mas no tuvo más remedio que acatar las indicaciones venidas desde Morelia (González, 1979, p. 123). No obstante, eso no impidió que, más tarde, el dueño de Guaracha, don Diego Moreno Leñero, hiciera cuanto estuvo a su alcance para que el ferrocarril no se acercara demasiado a Jiquilpan o a Sahuayo y, de tal modo, poder mantener su control en la zona disponiendo de recuas y transporte caballar (Pérez Monfort, 2018).

Ex hacienda de Guaracha, en el municipio de Villamar. Fotografía tomada por Juan Flores.

Por otro lado, en el campo religioso, la pax porfiana significó una mejora sustancial en las relaciones entre el Estado y la Iglesia. Esta última vivió tres décadas de calma y una atmósfera más que propicia para llevar a cabo su misión espiritual y pastoral. Luego de la Guerra de Reforma y del movimiento religionero, los seglares habían tomado la determinación de alejarse de cuestiones políticas, y ahora se limitaban a una vida tranquila enfocada a la práctica habitual de los ejercicios de piedad, la recepción de los Sacramentos y, para quienes sentían inclinación a ello, la pertenencia a diversas sociedades y agrupaciones piadosas.

La postura eclesiástica que habría de seguirse se resumía, en sí, a abandonar cualquier actitud combativa hacia el gobierno, mientras que éste, encabezado por el antiguo héroe del 2 de abril, permitiría que la Iglesia continuara su trabajo en los templos, seminarios, colegios, asilos, centros de beneficencia y demás campos de apostolado. Las Leyes de Reforma, aunque nunca fueron derogadas, fueron letra muerta y cayeron bajo el conocido adagio “Obedézcase, pero no se cumpla”.

Era, como suele decirse en nuestro país, “llevar la fiesta en paz”, aunque los masones más radicales –no hay que olvidar que el mismo Díaz pertenecía a esta sociedad, e inclusive con el grado 33, como Benito Juárez– jamás aceptaron tal actitud conciliadora y la consideraron digna de un traidor o un renegado. No faltaron quienes, de entre las filas de la masonería, lo tildaban de clerical, al grado de que don Porfirio renunció a su cargo de Gran Maestre en 1895. Empero, para él era más importante llevar buenas relaciones con la Iglesia, si bien dentro de un Estado liberal, porque de otra forma no podría obtener la tan anhelada concordia. Podría afirmarse, a la luz de estas circunstancias, que había un bien mayor en juego.

Tan fue así que el deán de Michoacán, Lorenzo Olaciregui Herrera, citado por el padre Mariano Cuevas en el tomo quinto de su Historia de la Iglesia en México (1928), comparó los tiempos de los embates del jacobinismo y la masonería bajo el mando juarista con los del régimen de don Porfirio y dijo que las persecuciones sufridas en su juventud, cuando el zapoteca mantuvo el poder, “habían sido poda saludable para que con más bríos retoñase la Iglesia de Dios en México, hasta obtener esa florescencia y opimos [ricos] frutos que alcanzó en su respetable ancianidad”, ya que, según apuntaló, en vez de mil seiscientos presbíteros había cerca de cinco mil, treinta y seis obispos en lugar de cuatro, diecisiete seminarios en forma, incontables colegios, misiones entre fieles e infieles, órdenes religiosas y cultos de gran solemnidad, “como jamás se habían visto en nuestro suelo ni en los mejores días del tiempo colonial” (p. 420).

Detalle de la carta eclesiástica mexicana de 1885. Aunque no aparezca en el mapa –prueba de su dependencia respecto de Jiquilpan, que sí figura–, Sahuayo ya pertenecía desde entonces al Obispado de Zamora. Imagen editada por la autora.

Lo descrito en los párrafos previos dio sus correspondientes y más que profusos frutos en Sahuayo, que desde aquellos años adquirió fama, no del todo infundada, de pueblo de acérrimo catolicismo y, según el juicio de los más liberales –los jiquilpenses incluidos–, hasta de “mocho” y “fanático”, por nombrar algunos epítetos. Fue una etapa de genuino florecimiento y auge religioso. En los más de treinta años de Porfiriato, los siguientes sacerdotes regentearon la Parroquia de Santo Santiago Apóstol: Macario Saavedra (1874-1886), Esteban Zepeda (1886-1892) y Benigno Arregui (1892-1910). Fue durante la gestión como párroco de este último, a principios del siglo XX, cuando la imagen del Patrón Santiago se subió al nicho central del retablo principal. A los tres párrocos de tan prolongado intervalo hay que sumar a los numerosos presbíteros residentes en Sahuayo en el ocaso de la centuria decimonónica y los albores de la vigésima, “nunca menos de seis en la cabecera”, según Luis González y González (p. 125).

Además de la culminación del templo principal, el 12 de diciembre de 1881, Sahuayo fue testigo del principio de la edificación del hermoso Santuario guadalupano, en la ladera del cerro de Santiaguito –o Santiaguillo–. Las obras avanzaron notablemente gracias a la dirección del padre Bernabé Orozco, que junto con el padre Esteban Zepeda y don Bonifacio Alcaraz celebraron por primera vez el Sacrificio de la Misa aquella jornada, fiesta de la Morenita del Tepeyac. La iglesia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús también inició en los primeros años del Porfiriato, en 1882, y trajo consigo la propagación de la devoción al Deífico Corazón y la piadosa práctica de los nueve viernes primeros del mes. Por último, la capilla de la Virgen de Lourdes –muy cercana a la Parroquia de Santiago– fue renovada.

Interior de la capilla dedicada a Nuestra Señora de Lourdes. La fotografía –mejorada por la autora–, que corresponde al año de 1944, se utiliza aquí con fines ilustrativos.

El ámbito educativo fue otro que desplegó. De la noche a la mañana, cuenta González, se pasó a tener seis planteles. Con fondos estatales se mantuvieron dos escuelas en las que, por cada año, se pagaban seis pesos y veintidós centavos. Por su parte, el obispo de Zamora, José María Cázares y Martínez, abrió escuelas denominadas asilos, en las cuales se instruía con el Silabario de San Miguel, el Libro Primero, el Libro Segundo, el Catecismo y El lector católico mexicano (p. 126).

En 1904, los sahuayenses vieron la instauración de un colegio marista, análogo al que los miembros de dicha congregación habían abierto un par de años antes en Jacona, Zamora, Uruapan y Cotija, que fue bautizado en honor de San Luis Gonzaga y que, en 1909, se instaló en un hermoso y amplio edificio de corte neoclásico, justo al lado del templo del Sagrado Corazón –donde actualmente es la casa social anexa a dicho recinto–, que muchos años antes había albergado el convento de las siervas del Sagrado Corazón de Jesús.

Colegio San Luis Gonzaga en Sahuayo y, a su lado, el templo del Sagrado Corazón en proceso de edificación. Imagen editada y mejorada por la autora.
La casa social del Sagrado Corazón, antiguamente sede del colegio de San Luis Gonzaga en Sahuayo. Fotografía tomada de Mi Lindo Sahuayo.

No hay que olvidar, por último, el seminario auxiliar que se fundó en la villa, en el cual se enseñaba lo correspondiente al bachillerato: castellano, latín, matemáticas y un poco de filosofía. Allí impartieron clases algunos connotados sacerdotes del lugar: el ya mencionado Benigno Arregui, Felipe Villaseñor, Rosendo Sánchez, José Montes y los hermanos Alejandro y Luis Amezcua Calleja. El hecho de que no sólo los jóvenes locales acudieran a las aulas de aquel flamante plantel levítico, sino también muchos foráneos, dio como resultado un raudal de vocaciones y, posteriormente, de sacerdotes.

En Sahuayo, los últimos cuatro años de Porfiriato transcurrieron sin más turbulencia que la ocasionada por las luchas de los hacendados, que procuraban replicar el esquema empleado en Guaracha. En Sahuayo, sin ser porfiristas de hueso colorado, como reza la expresión coloquial, no se veía al ya dictador con malos ojos o, por lo menos, la aversión de algunos hacia él se contenía quizá por el hecho de que le gustaba sobremanera visitar el lago y gozar de sus beneficios. Allí, en la finca “El Manglar” –en Chapala–, propiedad de Lorenzo “Chato” Elízaga Retes, pasó las vacaciones de Semana Santa entre 1904 y 1909. Don Lorenzo, dicho sea de paso, no era cualquier personaje: era esposo de Sofía Romero Rubio y Castelló, hermana de doña Carmelita, la primera dama.

Hacienda «El Manglar», donde Don Porfirio pasó su asueto de Semana Santa por cinco años.

Y no sólo él: la ribera chapálica, , incluyendo la cercana a Sahuayo, se erigió como centro vacacional predilecto de algunos personajes muy acaudalados y, claro, de varios políticos porfirianos destacados. Uno de ellos fue Manuel Cuesta Gallardo –futuro gobernador de Jalisco, quien asesinaría al diputado sahuayense Rafael Picazo Sánchez en 1931–, ingeniero y dueño de la Hacienda de Atequiza,desempeñó un papel determinante como socio de la Compañía Hidroeléctrica e Irrigadora de Chapala, “la Hidro” de Guadalajara, que posibilitó concretar el proyecto de construcción del dique de Maltaraña, a fin de desecar la Ciénega. En consecuencia, la posibilidad de pesca y de traslado de mercancías y personas entre Sahuayo y La Palma se vieron sumamente afectadas, con los inevitables conflictos que ello trajo consigo. Los pescadores y los canoeros, al igual que los socios de la comunidad indígena sahuayense, sufrieron considerable menoscabo.

Ingeniero Manuel Cuesta Gallardo (1873-1920), que junto con su hermano Joaquín efectuó e hizo factible la desecación del lago de Chapala, con el daño que ello trajo consigo. Imagen mejorada por la autora.

En 1910, el Porfiriato se vino abajo irrevocable y estrepitosamente. El presidente casi octogenario aceptó reelegirse por séptima y última vez. Mientras que en el resto de la nación la atmósfera política y social, de por sí caldeada, amenazaba con su inminente e ineludible explosión, en la comarca de Sahuayo no se suscitaron conatos ni brotes de apoyo a la revolución iniciada por Madero. Si bien los habitantes de San Martín Totolán –en el municipio de Jiquilpan– aprovecharon la coyuntura para que Guaracha les devolviera sus tierras, el único levantamiento contra don Porfirio tuvo lugar en Zamora.

Ya en 1911, tras la renuncia del estadista y su destierro rumbo a París, la situación se mantuvo casi igual. Las angustias de los sahuayenses, lejos de deberse a los acontecimientos políticos, fueron causadas más bien por el “temblor maderista”, el 7 de junio, que derribó la única torre del templo de Santo Santiago dejando tras de sí una densa polvareda. Justo aquel día –de allí el mote dado al sismo–, el triunfante caudillo de Parras de la Fuente entró a la Ciudad de México.

En 1912, más que por las eventualidades de la fugaz presidencia del antiguo creador del Partido Antirreeleccionista, las insurrecciones zapatistas y orozquistas, el nuevo Congreso y el surgimiento del efímero Partido Católico Nacional (PCN), entre otros sucesos, las mentes de los pobladores de la villa que conservaba el apellido del hombre que partió en el vapor “Ypiranga” estuvieron ocupadas por las precipitaciones tempestuosas, el crecimiento del lago de Chapala, el desbordamiento de sus aguas al romperse el bordo de contención hecho en 1896 y el anegamiento de la ciénega y de las zonas hondas de Guaracha (González, 1979, p. 143), así como la erupción del volcán de Colima en enero de 1913.

Titular de El Imparcial, diario capitalino, que habla de los grandes estragos causados por el gran temblor del 7 de junio de 1911. En Sahuayo, el más recordado fue la caída de la torre de la Parroquia de Santo Santiago Apóstol.

Con todo, no fue sino hasta ya entrado 1913 cuando Sahuayo se vio inmerso, de manera irremisible, en el polvorín revolucionario. Después de diversas incursiones de sendos cabecillas –una significativa parte de ellos, por no decir la inmensa mayoría, caracterizados por su ojeriza al catolicismo y al clero– en poblados aledaños o en la extensión del distrito, en junio de 1914, el tlajomulquense Eugenio Zúñiga hizo gala de crueldad tras haber irrumpido en Sahuayo y en Jiquilpan. Los pormenores del hecho pueden leerse en otra entrada de esta revista.

En ese punto, cuando el Porfiriato se transmutó sin remedio en una remembranza acreedora de aborrecimiento y desprecio, dejamos esta historia.

Como último dato, Sahuayo de Díaz conservaría su apellido hasta 1967, cuando el apellido del general José de la Cruz Porfirio fue reemplazado con el del celebérrimo sacerdote y caudillo insurgente vallisoletano, José María Morelos, tal como continúa hasta nuestros días. Para el momento del cambio, desde 1952, ya ostentaba el rango de “Ciudad”.

Bibliografía

Cancino, N. A. (2024). “Redes que tienden los pescadores en la laguna. . .”. El patrimonio biocultural de la laguna de Chapala antes de su desecación. Relaciones/Relaciones Estudios de Historia y Sociedad, 45(178), 167-191. https://doi.org/10.24901/rehs.v45i178.1056

Cuevas, M. (1928). Historia de la Iglesia en México. El Paso: La Revista Católica.

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: El Colegio de México.

Pérez Monfort, R. (28 de febrero de 2018). Lázaro Cárdenas, un mexicano del siglo XX. Nexos: Sólo en línea. https://www.nexos.com.mx/?p=36432

Prado Sánchez, P. (1976). Sahuayo: Tradiciones y Leyendas. Edición del autor: Sahuayo.

Sánchez, R. (1896). Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez. Morelia: Porfirio Díaz. Ramírez-Sánchez, R. (2017). Cambios y continuidades de una vecindad contenciosa en la región Ciénega de Chapala, Michoacán. Quivera Revista De Estudios Territoriales

Jesús Rojas, se va de La Palma en 1930 como cura de Ziracuaretiro. Fin de una historia.

Francisco Gabriel Montes Ayala

El padre Jesús Rojas Gil, originario de Sahuayo, (hijo de don Demetrio Rojas y de doña Rafaela Gil) fue notificado el 22 de enero de 1930 que debía abandonar la Vicaría de La Palma de Jesús.

Había llegado en los primeros días de 1922 en su primera etapa y más productiva como sacerdote a esta hacienda. Trazó las calles, introdujo la luz eléctrica en La Palma, comenzó con la construcción de la Plaza y en 1924 por influencia de él y de su amigo, el Lic. Aurelio Gómez Padilla, se hace Tenencia La Palma del municipio de Sahuayo; remodela toda la capilla, el altar, compra las imágenes y bautiza al pueblo como “La Palma de Jesús” al consagrar la comunidad, al Sagrado Corazón de Jesús. Y también el Divino Rostro, de ser solo una piedra, lo enmarca como lo conocemos hoy. Pudo la cruz en el cerro del copito y abrió la calle que va hacia aquel lugar santo. Pero se separó de la Vicaría apenas iniciado el conflicto cristero, en agosto de 1926.

El padre Marcos Vega Ceja, su sustituto,  le tocó llegar en septiembre de 1926 cuando se había suspendido  el culto por la guerra; vivía  a salto de mata en el cerro  y celebraba en casas como la de mi tía Aurora Zepeda, o con doña Emilia Mora, ya en la casa de mi bisabuelo (primo hermano del padre Vega) Rodrigo Montes, ya  con Manuel Zapién, otras veces con Eligio Castellanos, y así vivió y trabajó en casas distintas para bautizar o casar, confesar y dar la comunión. La capilla de 1926 a 1929 estuvo habilitada como cuadra y cuartel. El padre Vega estaba acostumbrado a andar a salto de mata, pues había sido maderista en la revolución y contaba con apoyo de José Vega, su hermano, de mi tío Francisco Montes Zepeda y de Chema Castellanos, que siempre andaban con él, cuidándolo, bien armados.

En enero de 1929 volvió el Padre Rojas  y, cuando se arregló el conflicto del estado y la iglesia, encontramos en la correspondencia del padre,  que le pusieron miles de trabas para entregar la capilla de La Palma. Hay correspondencia de la mitra y del padre Rojas donde  ambos apelaron a la intervención del diputado Rafael Picazo para mediar con el gobierno y  devolvieran la capilla.

Pero a mediados de enero de 1930 todavía no se entregaba el inmueble;  con tristeza,  el padre rojas expresa que «no hay culto en La Palma debido a que tampoco puede celebrar en lugares públicos por los arreglos de junio de 1929″.

Pero el 22 de enero le llegó un carta al padre Rojas de su prelado diciéndole: “ Envío a usted con la presente, el nombramiento de Párroco de Ziracuaretiro…(sic), el cura don Francisco Amezcua tiene necesidad de salir pronto para su nueva Parroquia de Tacatzcuaro; de manera que sería conveniente que recibiera usted su primera parroquia el día 31. Recomiendo a usted evite prudentemente cualquier agitación en ese pueblo en ocasión de su salida y aún el envío de ocursos y peticiones a esta superioridad, ya que su cambio obedece a la necesidad de atender a los fieles de una Parroquia”.

Tristemente para La Palma,  su vicario y capellán don Jesús Rojas, tuvo que aceptar el nombramiento, pero el mismo día 22 de enero cuando contestaba y refería que: “Si al señor le agradara que yo fuera registrado podría quedar en La Palma y se regocijaría este pueblo con el culto público…”

Jesús Rojas en 1923 en el recién remodelado atrio de la Capilla de la Hacienda de La Palma.

Pero no le fue aceptada tal petición y para el día 26 de enero se encontraba en su casa en Sahuayo en Constitución No. 7, y escribía al Vicario General  don Luis García haciéndole algunas recomendaciones para que su querida Palma no sufriera por la falta de Vicario. Todavía el padre Rojas hacía un acomodo, pues pedía se fuera el capellán del Sagrado Corazón de Sahuayo don Melesio R. Espinoza, y si no fuera posible, menciona: “el  Padre Arregui que es padrino y amigo del diputado Rafael Picazo, conseguirán que celebren y oficien públicamente el Padre José Sánchez a quién ayudará en la medida que pueda el Padre Castillo. Examine V.S.  lo propuesto y si le parece bien propóngalo a su Ilmo. Sr”.

Para el 31 de enero el padre Rojas tomaba posesión de su primera parroquia en Ziracuaretiro donde también, como en La Palma, dejaría una huella imborrable. Pero en La Palma la gente amargamente lloraba la salida de Rojas, cuando supieron que ese mismo día habían nombrado al Padre Francisco Castillo como Vicario Fijo…pero todavía en el mes de marzo de 1930 no se presentaba.  Hasta que en Mayo aparece nuevamente como Vicario el Padre don Marcos Vega Ceja para cubrir un largo periodo.

(DOCUMENTOS y cartas del Archivo de la Diócesis de Zamora, carpetas referentes a la Parroquia de La Palma) Publicado en TRIBUNA el año de 2005, corregido y aumentado 2024, Fotografías del Archivo Histórico Particular FGM, todos los derechos reservados Francisco Gabriel Montes.

Prohibido la reproducción total o parcial del contenido y fotos.

Sahuayo de Díaz. Primera parte

Generalidades históricas del Porfiriato en la actual Capital de la Ciénega (I)

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Durante el Porfiriato, al igual que muchas otras ciudades y poblaciones en México, Sahuayo experimentó un período de transformación y desarrollo y fue testigo y partícipe de la modernización impulsada por el gobierno de Porfirio Díaz, especialmente en los ámbitos demográfico y financiero. A continuación, abordaremos las generalidades de estas transformaciones. Dos de ellas, inclusive, tuvieron que ver con los aspectos político y toponímico. Por motivos de extensión, y para no cansar al lector, hemos determinado dividir el texto en dos entregas.

Fotomontaje alusivo al título de esta entrada, elaborado por la autora. En el centro, el general Porfirio Díaz; al fondo, el templo parroquial del pueblo que, al convertirse en Villa, tomaría su apellido.

La Guerra de los religioneros, en la que un grupo de sahuayenses tuvo una participación destacada, y el mismo pueblo fue escenario de los primeros polvorines oficiales de dicho conflicto bélico, tocó a su fin en 1876, con el triunfo del Plan de Tuxtepec y la rebelión homónima. Los militares Francisco Navarro y Herculano Ortega, sahuayenses, y el prefecto de Jiquilpan, Cayetano Macías, brindaron su apoyo al paladín que encabezaba la asonada, el oaxaqueño Porfirio Díaz Mori (1830-1915), que se alzó victorioso al derrotar a Lerdo de Tejada.

De este modo, Díaz subió al poder con el procedimiento ya habitual, a la sazón, en México: el golpe de Estado. Asumió la presidencia del país en forma interina entre el 28 de noviembre de 1876 y el 6 de diciembre de 1876, y por segunda vez del 17 de febrero de 1877 al 5 de mayo de 1877. Por fin, al menos la primera ocasión, ejerció el cargo en forma constitucional del 5 de mayo de 1877 al 30 de noviembre de 1880.

La paz volvió poco a poco a Michoacán, entidad que descolló en la Cristiada decimonónica, y eventualmente, también, al resto del país. En lo que respecta a Sahuayo, José Prado Sánchez refiere que, cuando Don Porfirio tomó posesión como primer mandatario, la futura Atenas michoacana ya adquirido cierta forma de pueblo.

Leamos como lo describe él:

“[…] el templo había sido reconstruido y constaba de una nave de bóveda, al frente un gran atrio con una cruz frente al templo en un pedestal de piedra; ese atrio servía de camposanto y al norte y al sur anchos portones que daban acceso al atrio y al mismo tiempo servía de tránsito entre uno y otro extremo del pueblo. En ese tiempo fue designado párroco del pueblo el Sr. Cura (Macario) Saavedra, quien inició la reconstrucción del templo y, en el año de 1881, se terminaron los trabajos quedando una construcción magnífica” (1976, p. 15).

Templo de Santo Santiago Apóstol en Sahuayo, con su única torre. Fotografía mejorada por la autora.

Este autor añade que, para los aproximadamente ocho millares de habitantes que tenía la cabecera municipal en ese año, el templo era de gran tamaño, y poseía una enorme cúpula. Pero su rasgo más sobresaliente era la torre estilo minarete, de gran altura y esbeltez, cuya caída en 1911, a raíz de un poderoso sismo, le valdría a la localidad el mote “Sahuayo Torres Mochas”.

Luis González y González explica que el Porfiriato en Michoacán fue implantado por los siguientes gobernadores: Manuel González Flores –sucesor de Díaz en 1880–, Bruno Patiño, Octaviano Fernández, Prudencio Dorantes, Mariano Jiménez y Aristeo Mercado. Los tres primeros, con el apoyo cardinal de “rondas” y “acordadas”, dieron buena cuenta de los cabecillas que quedaban en pie de lucha o asolaban aquellas zonas (1997, p. 117). No era sino hacer eco a la táctica empleada por el primer mandatario, la de los famosos rurales, que si bien no era de la autoría de aquél, sí fue una de sus principales estrategias para pacificar el país y mantener el orden. Su misión era la defensa de zonas rurales en México, principalmente en lo tocante a la protección de diligencias y caravanas de ataques de bandoleros. Originalmente, el Cuerpo de Policía Rurales se compuso sobre la base de ex convictos, quienes por su experiencia y conocimiento de los grupos de delincuentes y de sus procedimientos pudieron reducir dramáticamente la inseguridad en los caminos y zonas campestres. Luego, por supuesto, se procedió a filtros más rigurosos para la selección de su personal.

General Manuel González Flores (1833-1893), primer gobernador porfirista de Michoacán. Fotografía mejorada por la autora.

Los tres últimos gobernadores del Porfiriato de Michoacán –véase el listado unos párrafos más arriba–, por su parte, condujeron a la entidad, sin prisas ni fanatismo, por la ruta de una prosperidad principalmente ferroviaria: ferrocarriles México-Morelia desde 1883; Morelia-Pátzcuaro desde 1886; Maravatío-Zitácuaro desde 1897; Yurécuaro-Zamora desde 1899, y hasta Los Reyes desde 1902; Pátzcuaro-Uruapan desde 1899, y algunos ramales como el de Angangueo, en distintas fechas (González, 1979, p. 117).

En lo que concierne al ámbito demográfico, el municipio de Sahuayo creció a pasos agigantados durante el mandato cuyo lema fue “Orden y progreso”. Prueba de ello fue que la población sahuayense pasó de 12326 habitantes en 1873 a 16689 en 1888, 18878 en 1895 y a veinte mil en 1900. La cabecera, por su parte, cambió de 5688 habitantes en 1873, a 7199 en 1895 y a los once mil a finales del Porfiriato. Así lo especifica Luis González y González citando a Antonio García Cubas, historiador, cartógrafo, geógrafo y escritor capitalino, considerado el padre de la estadística en México; y también lo confirman Ramón Sánchez (1896) en su Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez (p. 28) y Crecencio García Abarca en “Noticias históricas, geográficas y estadísticas del distrito de Jiquilpan” en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, primer volumen, página 493 (1873, citado en González, 1979).

Sin embargo, a pesar de tal crecimiento demográfico, la superficie municipal disminuyó. Una ley del 7 de diciembre de 1877 le restó a Sahuayo, para sumárselos a Jiquilpan, los siguientes sitios: la Hacienda del Sabino, Las Fuentes, los Corrales, el potrero de la Calera, Estancia del Cerrito, Guayabo, Ojo de Rana, Arena, Puerta de los Tábanos y Palo Dulce. En 1879 se volvió a lo de antes por un brevísimo intervalo de dos meses. El decreto de 16 de diciembre de 1879, por último le dejó a Sahuayo la Arena, Guayabo, Palo Dulce y Sabino, Tábanos, Cerrito, Fuentes, Corrales y Ojo de Rana.

Luis González, no sin fundamento, considera que, de no haber sido por las mermas de territorio que acabamos de describir, el municipio sahuayense habría doblado su población a semejanza de su cabecera. No obstante, es preciso acortar que el aumento poblacional porfiriano en los lares sahuayenses no se debió precisamente a la salud pública –de eso hablaremos en seguida–, sino al dinamismo y auge económicos que experimentó la población.

El mismo autor señala que Sahuayo enfrentó continuas enfermedades letales y endémicas. Los rudimentarios avances médicos de la época poco o nada pudieron contra las fiebres primaverales ni la diarrea al comienzo de las lluvias estivales, ni tampoco el paludismo, que fue terrible en 1889, año en que se desbordaron las aguas chapálicas. A ello hubo que sumar el tifo, constante en la localidad, y dos epidemias que dejaron huella indeleble en la memoria sahuayense: el mal de San Vito (1871-1872) y la fiebre efímera (1887). Esta última causó el deceso de tres mil personas en un lapso de tres días.

Portada de la edición de El Siglo Diez y Nueve en el que se hizo mención del mal de San Visto en Sahuayo.
Pequeño espacio, en el periódico El Siglo Diez y Nueve (tomo 54, número 9977, página 3), en el que se habla de la magnitud de los estragos provocados por el mal de San Vito en Sahuayo. Arriba, la portada de la edición. Resaltado por la autora.

Ahora bien, a pesar de haber perdido territorio y de que sus habitantes sufrieran tantas patologías, Sahuayo vio elevado su rango. Una ley fechada el 13 de abril de 1891 lo elevó a la categoría de villa y le puso el apellido del presidente que, para aquel entonces, ya se había reelegido en dos ocasiones. La población cuya principal parroquia estaba –y está– dedicada al primer Apóstol mártir, y que dos centurias antes había llevado su nombre –“Santiago Tzaguaio”–, pasó a llamarse “Sahuayo de Díaz”. La cabecera municipal de Jiquilpan, en contraste, sí fue designada como ciudad, apenas tres días después, y adquirió el apellido del gran rival político del presidente Díaz: Juárez.

En lo que concierne a Jiquilpan, la rivalidad que hasta la fecha existe entre ambas localidades, aunque tan cercanas una de la otra, se agudizó durante el Porfiriato. Tal es el planteamiento, sólidamente fundamentado, de Ramírez Sánchez (2017). Dicho autor refiere que en ello intervinieron factores sentimentales, pleitos por tierras, injerencia de las autoridades jiquilpenses en Sahuayo, altercados  entre  las  élites por la hegemonía política del distrito e, inclusive, la renuencia de los sahuayenses de subordinarse política,  administrativa y religiosamente a Jiquilpan (p. 65). En este último rubro, Sahuayo dependía de su antagonista al sur, y así sería hasta 1940. Para los habitantes de Jiquilpan, en contraparte, resultaba denigrante que Sahuayo, un poblado más pequeño y supeditado a ellos, se perfilara y cimentara como líder del crecimiento económico y demográfico de aquella región.

En cuanto a las comunicaciones, Sahuayo de Díaz se vio enriquecido, en el mismo año en que cambió de apellido, con el servicio telegráfico. Al año siguiente, 1892, se consumó la obra del puente de cal y canto sobre el río. Los caminos de tierra se tornaron transitables casi todo el año. No fue de extrañar que todo esto, aunado al vertiginoso auge financiero que, en opinión de Ramón Sánchez (citado en González, 1979, p. 120), se debió a la afición de los comerciantes locales de vender mercancía con profusión, permitiera que Sahuayo se transformara en el núcleo mercantil preponderante de la región de la Ciénega a cincuenta kilómetros a la redonda.

La agricultura fue otra actividad que propició el acelerado desarrollo de Sahuayo durante el Porfiriato –aunque Jiquilpan no se quedaría atrás–, dada su cercanía con el lago de Chapala. Tan es así que, junto con su rival, desplazó a Cotija en dicho ámbito. Durante este periodo, la hacienda de Guaracha se convirtió en un centro productor importante en la organización social y territorial, con enérgicos vínculos de poder y dominio que son, y han sido, materia para prolijos artículos aparte.

Dibujo ilustrativo de la Ciénega de Chapala. Llama la atención un detalle: que la Parroquia de Sahuayo tenga dos torres (lo cual pasó hasta la década de 1930) en lugar de una. Imagen tomada del primer número de la revista cultural «Sahuayo, historia desde su gente», correspondiente al trimestre enero-marzo de 2021.

Es importante subrayar que, a pesar de que Jiquilpan se situaba –y hasta hoy– más cerca de Villamar, la actividad de la hacienda de Guaracha favoreció más a Sahuayo (Ramírez-Sánchez, 2017, p. 64), lo cual, como es natural, contribuyó a acentuar la competencia y antipatía entre ambas localidades y municipios. Esto se debió a que los ganaderos jiquilpenses se vieron restringidos por la alta producción de la hacienda limítrofe, en el municipio de Villamar, mientras que los rancheros y acaudalados sahuayenses no tuvieron dificultades ni obstáculos para ensancharse hacia el occidente, a los antiguos territorios de la hacienda de Cojumatlán. Así, Sahuayo de Díaz se coronó como el centro y sede del comercio, en “concesionario mercantil” de la Ciénega (p. 65), como camino incipiente para, un día lejano, granjearse ser considerada su capital. Era el comienzo de una carrera que ya no habría de detenerse. La ganadería pronto adquirió valiosa relevancia.

Detalle de la Ciénega de Chapala en 1892. Del acervo de Pablo Hermosillo Villalobos.

En la próxima parte, la segunda y última, hablaremos de otros ámbitos en los que Sahuayo sufrió modificaciones considerables, tanto para bien como para mal, hasta alcanzar el instante en que el Porfiriato se hizo añicos.

Bibliografía

Cuevas, M. (1928). Historia de la Iglesia en México. El Paso: La Revista Católica.

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: El Colegio de México.

Prado Sánchez, P. (1976). Sahuayo: Tradiciones y Leyendas. Edición del autor: Sahuayo.

Sánchez, R. (1896). Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez. Morelia: Porfirio Díaz.

Ramírez-Sánchez, R. (2017). Cambios y continuidades de una vecindad contenciosa en la región Ciénega de Chapala, Michoacán. Quivera Revista De Estudios Territoriales, 19(2), 59-79. Consultado de https://quivera.uaemex.mx/article/view/9752

El párroco insurgente de Sahuayo

Historia del P. Marcos Castellanos Mendoza, sacerdote y héroe de la Guerra de Independencia en la Ciénega de Chapala

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Padre Marcos Castellanos Mendoza (1747-1826), presbítero insurgente oriundo de La Palma, Michoacán, bautizado en Sahuayo y más tarde cura de dicha población.

Un municipio del hermoso estado de Michoacán, cuya cabecera es la localidad de San José de Gracia, lleva su nombre. Su vida y trayectoria, que comenzaron en La Palma, que entonces pertenecía a territorio sahuayense, le valieron no sólo tal reconocimiento toponímico, sino que su nombre quedase inscrito en el nutrido grupo de presbíteros mexicanos que participaron en la insurrección armada de 1810.

Se trata de Marcos Castellanos Mendoza, nacido el 4 de marzo de 1747 cerca de la hoy Capital de la Ciénega, en La Palma, Michoacán, en la ribera chapálica. De hecho, por aquellos ayeres, La Palma pertenecía a Sahuayo. Fueron sus padres don José Antonio Castellanos y doña Mariana Mendoza, miembros de las familias fundadoras y terratenientes de la población, poseedores de la media hacienda de La Palma. Así lo relata el connotado cronista Francisco Gabriel Montes Ayala. Ambos eran españoles. El otro dueño de la media hacienda era Luis Macías, con quien Marcos Castellanos entablaría amistad posteriormente.

La Palma de Jesús, Michoacán, cuna del sacerdote y héroe Marcos Castellanos.

El recién nacido fue bautizado el 20 de marzo de 1747, a los dieciséis días de su venida al mundo, en la Parroquia de Santiago Apóstol en Sahuayo con los nombres de Marcos Victoriano –“Bictoriano” en su fe de Bautismo–. En la partida eclesiástica se estipula que era “español, de La Palma”. El sacerdote que lo bautizó se llamaba Juan Benito Gudiño.

Su padrino del primer Sacramento, Juan Ángel Gamarra, era un adinerado y próspero comerciante de Zamora –su acta bautismal ratifica que allí residía– y fungió cómo alcalde más de una vez. Fue él quien lo mandó a estudiar al Seminario de Valladolid, donde conoció a Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, futuros clérigos y jefes insurgentes como él.

Fe de Bautismo de don Marcos Castellanos. Recuadros para resaltar colocados por la autora.

Ya ordenado presbítero, Marcos Castellanos fue designado a la Parroquia de Sahuayo, la misma en la que había sido regenerado con las aguas bautismales. Ejerció su labor pastoral de 1789 a 1799. También fue párroco en su natal La Palma, donde se encargó de la edificación de la capilla dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, como lo consigna Francisco Montes Ayala.

En 1797, el obispo Fray Juan Miguel de San Miguel, obispo de Valladolid, le ordenó que fuera a Cojumatlán, otra comunidad de la Ciénega, con el objetivo de dirigir la construcción de un templo. El mismo Castellanos así lo narra al mismo prelado:

“Mi muy venerado Prelado y Señor… siendo de su superior agrado [que me encargue del redificio de la iglesia de Cojumatlán] no tendré embarazo, antes bien será de mi mayor complacencia, pues estando tan próximo a venir ya el cura propio de este partido, ser yo afecto a aquella iglesia inmediata a la hacienda de La Palma en donde tengo mis capellanías, y hallarme con veinte y más años de administración continua, redundará en muchos beneficios de aquella feligresía, así por la brevedad con que exigiré la fábrica [del templo] como por darles misa uno u otro día festivo, y juntamente administrar en aquellas distancias el santo sacramento de la penitencia. Hice saber y entregué en propia mano a don Francisco Orozco el nombramiento que hizo V. S. I. para mayordomo del redificio de la iglesia de Guarachita, también de este partido, quien lo aceptó gustoso” (citado por González y González, 1979, p. 67).

Así, Marcos Castellanos pasó a desempeñar su ministerio en la parroquia de Cojumatlán, que recién había sido erigida como vicaría fija. Quedó a las órdenes del señor cura Juan Miguel Cano.

Su trabajo en tierras cojumatlenses, genuina y realmente basado en el apoyo a su feligresía, se caracterizó por un notable e incansable apoyo el ámbito espiritual y, no menos importante para él, en el material. El eclesiástico recién arribado se destacó por su compromiso con el bienestar de los habitantes de la zona, en particular los indígenas, promoviendo valores como la solidaridad y la justicia social, pero sin dejar de lado la faceta religiosa y la cura de almas. Era, podemos decirlo en honor a la verdad, un sacerdote sumamente entregado a su grey.

Para septiembre de 1810, el padre Castellanos ya tenía sesenta y tres años. Había cumplido sus deberes ejemplarmente –y lo haría hasta su muerte–, al grado de desvivirse por sus fieles. Preocupado por la situación, pese a su nula preparación militar, se lanzó a la aventura insurgente. Compartió sus inquietudes con otros parroquianos aguayenses y junto con Luis Macías –el otro propietario de la media hacienda– y el capellán de La Palma, Pablo Victoria, puso en armas a un nutrido grupo de indígenas regionales.

Luis González y González (1979, p. 90) menciona que el otrora cura párroco de Sahuayo estaba convencido de que la América Septentrional estaba sometida a la avaricia y la política hispanas –no olvidemos que era criollo–, y creía fervientemente que había que defender aquella “preciosa perla de la corona española”, uno de tantos epítetos que se le daban a México.

Al ser derrotado y muerto Luis Macías, a cuyo lado peleó desde el principio don Marcos, en 1813, en La Barca, el presbítero tomó la dirección de la hueste que combatía en la ribera de Chapala, específicamente en la isla de Mezcala, adonde había partido en 1812. Poseedor de desconocida pero notable pericia militar, supo aprovechar la valentía de sus hombres y su habilidad en el arte de navegar en canoa. Otros dos dirigentes importantes al lado de Castellanos fueron Encarnación Rosas y José Santana.

En su lucha contra los realistas, Castellanos sorteó ataques, bloqueos y la devastación de cosechas y de poblados ordenada y ejecutada por las tropas fieles a la Corona Española a fin de cortar las fuentes de abasto para los insurrectos. Con todo, bien acuartelados en Mezcala, los insurgentes liderados por él resistieron ardua e incansablemente hasta 1816.

Aquella situación no podía mantenerse de forma perpetua e indefinida. La lucha llegó a su desenlace con la capitulación de Castellanos y los insurgentes, diezmados por las enfermedades, el hambre y el cansancio. El 25 de noviembre de 1816 se llevaron a cabo los acuerdos y el armisticio.

Vista de la Isla de Mezcala, en la ribera del Lago de Chapala, escenario de la resistencia insurgente liderada por don Marcos Castellanos.

José de la Cruz, gobernador de la Nueva Galicia, estableció las bases de la rendición con Santana. Cuatro fueron los principales acuerdos a los que llegaron primero éste y, posteriormente Castellanos: que fueran reconstruidos los pueblos ribereños arrasados durante los cuatro años de conflictos bélicos, entre ellos Mezcala –que había sido pasado bajo el fuego y destruido casi por completo–; eximir a los mezcalenses “de los aranceles parroquiales”; restituir a Castellanos como párroco de la región; y a Santana darle el cargo de Gobernador de Mezcala y de San Pedro Itzican con grado de Teniente Coronel (2011, p. 256).

Luego del perdón concedido por el gobierno realista, el padre Castellanos retomó su carrera eclesiástica y se hizo cargo de su nuevo destino, Ajijic –entonces escrito Axixic–, Jalisco, perteneciente a la Parroquia de Jocotepec. Allí residiría hasta su fallecimiento.

Siendo ya un anciano casi septuagenario, llevó una vida paupérrima, llena de penalidades y carencias. Francisco Montes Ayala, en su libro Marcos Castellanos, criollo de La Palma, refiere que a menudo enviaba cartas al entonces Obispo tapatío, Juan Cruz Ruiz de Cabañas, y que, en una de ellas, le expuso:

“…en ocasión de la pobreza que me embarga, le solicito ayuda debido a que hoy vivo en la ancianidad y esta villa es pobre, por eso, muchas veces he vivido momentos terribles, porque mi desayuno muchas veces ha sido un mendrugo de pan y un poco de atole que en caridad me regalan los vecinos”.

En otra misiva al mismo Obispo, Castellanos se expresó en los siguientes términos:

Excelentísimo e ilustrísimo señor doctor don Juan Cruz Ruiz de Cabañas

Xocotepec, agosto 19 de 1819

Mi muy venerado prelado

Hace un mes y diez días que el señor cura de este partido me puso de ministro en el pueblo de Ajijic, lo que no he participado a su excelencia ilustrísima por ver cómo me probaba. Hágolo ahora diciéndole que estoy a gusto por los muchos favores que del señor cura recibo, pues a pesar de que este pueblo se compone de puros indios y por lo mismo son muy cortas sus obvenciones, ha procurado sostenerme. Acabo de saber que a dicho señor se le ha dado el curato de Tapalpa y con esto pienso quedar otra vez en el aire.

Dios haga su santísima voluntad y le preste vida a su señoría ilustrísima para mi amparo, lo que incesantemente pide en sus cortas oraciones su más rendido súbdito que su pie besa.

Marcos Castellanos [rúbrica]”

Obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, destinatario de las epístolas en las que Marcos Castellanos le pidió auxilio debido a la gran estrechez económica que sufrió en sus últimos años.

No obstante, ni lo anterior ni su salud, cada vez más deteriorada, causaron un detrimento en su celo pastoral. Prueba de ello reside en la información contenida en un informe del párroco de Jocotepec, fechado el 13 de julio de 1820.

Este documento, dirigido al obispo Cabañas por el párroco de Jocotepec nos puede ilustrar, de primera mano, cómo fueron las condiciones pastorales y económicas de la última parroquia en la que sirvió Marcos Castellanos, dedicada al Señor del Monte:

Excelentísimo e ilustrísimo señor doctor don Juan Cruz Ruiz y Cabañas

Señor

A la superior orden de vuestra excelencia ilustrísima que con fecha 15 de junio me dirigió, no he podido cumplirla con brevedad como yo deseaba y dar razón a vuestra excelencia ilustrísima de todo lo que en esa superior orden se pide, lo que hago ahora respondiendo a lo más reservado; lo que falte [lo enviaré] para cuanto antes.

Remito a vuestra excelencia ilustrísima los padrones de toda esta feligresía y una lista por separado de todos los que han faltado al cumplimiento de la Iglesia, en la que no todos los de ella han faltado por renuencia, aunque sí los más, pues en una es por sus cortedades y asistencia en su trabajo, prometiéndome el hacerlo cuanto antes, y no cesan de llegar a confesarse, y creo que en todo el mes de julio quedaran sólo los muy rebeldes y contumaces. He cumplido en exhortarlos y amonestarlos.

Las costumbres de esta feligresía en lo general son cristianas y en pocos reinan algunos escándalos causados ya de la embriaguez y ya de concubinatos, en particular reina en los más de los indios la embriaguez.

Las iglesias así de esta parroquia como las de los pueblos de indios en lo material están buenas, ningunos fondos encuentro en ellas, sólo en la parroquial el de fábrica, que es muy escaso, cofradías ningunas.

La iglesia parroquial tiene ahora lo muy preciso de ornamentos, aunque viejos, y vasos sagrados para celebrar y administrar los sacramentos. Las de los pueblos y capillas de haciendas tienen lo preciso para celebrar. Eclesiásticos hay en esta feligresía tres: el padre don Marcos Castellanos en la ayuda de parroquia de Ajijic, administrando; el padre [no dice su nombre] capellán de Huejotitán, que administra toda la hacienda, ordenado a título de administración, su edad cuarenta y cinco años, sus licencias me dice tiene orden de refrendarlas, la ocupación de los dos lo ya referido, y ser asistentes en el confesionario y bien de las almas, pues el padre capellán no obstante estar algo enfermo, me ha servido y me sirve en cuanto lo ocupo, y si no fuera por él ahora que he estado solo, seguramente hubiera faltado yo en mucho y hubieran padecido bastante los feligreses. La vida y costumbres de ambos no tienen qué reprender.

Lo más pronto que pueda concluiré en dar razón a vuestra excelencia ilustrísima de lo demás que me falta.

Dios guarde a vuestra excelencia ilustrísima muchos años.

Jocotepec, julio 13 de 1820

Su más humilde y rendido súbdito que besa la mano a vuestra excelencia ilustrísima

José Reyes Ibarra [rúbrica]

En ambas transcripciones, cuyos facsímiles fueron facilitados en fotocopia para ser publicados en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara por el presbítero Jesús de León Arteaga, se ha actualizado la ortografía, anotado la puntuación y conservado sólo los arcaísmos de fácil comprensión. Las abreviaturas fueron desenlazadas.

Marcos Castellanos murió sumido en las tinieblas del olvido y de la miseria, el 7 de febrero de 1826. Sus deudos no alcanzaron a reunir la suma necesaria para comprarle un ataúd de madera, y fue sepultado gratuitamente. Ni siquiera hizo testamento, de tan pobre que había quedado.

Sus reposan en Jocotepec, en la misma entidad. Una placa, colocada por el Ayuntamiento local, así lo ratifica.

Placa que da fe de la localidad en que descansan los restos mortales de Marcos Castellanos.

Fuentes consultadas

Acosta Rico, F. (6 de febrero de 2019). Efemérides: Muere en Ajijic el insurgente Marcos Castellanos. Crónica Jalisco. https://www.cronicajalisco.com/notas/2019/91914.html

Arquidiócesis de Guadalajara (1 de abril de 2011). Billete de Marcos Castellanos al obispo Cabañas. En: Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara. Año CXXII, número 4.

Bastos Amigo, S. & Muñoz Morán, Ó. (abril de 2011) Los insurgentes de Mezcala (1812-1816). Conflictos internos y externos ante la celebración del bicentenario. Cuadernos de Marte. Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra. 1(1). https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/738

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: Colegio de México.

Montes Ayala, F. G. (1999). Marcos Castellanos, criollo de la Palma. México: ABC Sahuayo.

Semana del Emprendedor. Último día.

Francisco Gabriel Montes *Colaborador.

El día de hoy concluyó con éxito la semana del emprendedor que el Ayuntamiento de Sahuayo, empresas y el Consejo Coordinador Empresarial de la Ciénega de Chapala, llevaron a cabo en el recinto ferial en Sahuayo.

Se presentaron los proyectos emprendedores restantes que estaban pendientes para hoy, y luego se llevó a cabo la conferencia magistral por Marcus Dantus de Shark Tank México, ante un auditorio repleto. Se considera que en los dos día se presentaron más de 3 mil personas que asistieron al recinto ferial a escuchar las conferencias.

Posteriormente se premiaron a los emprendedores. Y se dio por terminado el evento.

Semana del Emprendedor en Sahuayo. Primer día.

Francisco Gabriel Montes * Colaborador.

Con éxito se llevó a cabo el primer día de la semana del emprendedor en la ciudad de Sahuayo, evento que patrocina el gobierno de Sahuayo, el Consejo Coordinador Empresarial de la Ciénega, la Secretaría de Economía del gobierno del Estado de Michaocán y otras organizaciones e instituciones de nivel superior.

Entre los ponentes destacaron la participación de Mario Cuevas, «La Garra», uno de los mejores creadores de contenido en la radio y la televisión a nivel nacional; así como la presencia del periodista, conductor, locutor y productor René Franco. También compartieron escenario, el creador, emprendedor e impulsor talentoso, Luis Gerardo Arandia Uribe, que brindó su conocimiento acerca de las tendencias futuristas para la creación de nuevas culturas empresariales en nuestro país; De la voz de un experto, Manuel Alejandro González Martínez, Secretario de Desarrollo Económico del Gobierno del Estado de Aguascalientes, escuchamos las tendencias e innovación de negocios para sobrevivir en un mercado global como en el que vivimos actualmente.

También se presentaron los proyectos emprendedores de: D’ Ruth, Detalles Suculentos; E – Cooter y; Chiligom, que presentan en un stand los productos que elaboran.

Mañana continuarán presentándose otros proyectos emprendedores de la región de la ciénega de Chapala.

Presentan Crónicas de Sahuayo, volumen II

Ante más de doscientos invitados el presidente municipal de Sahuayo, el Dr. Manuel Gálvez Sánchez encabezó el acto protocolario de la presentación del volumen II de Crónicas de Sahuayo, como parte del proyecto del Ayuntamiento para impulsar la cultura y el rescate histórico de Sahuayo. Estuvo también presente el Directo de Cultura del Gobierno de Sahuayo, el Maestro Fernando Guerrero, la titular de Difusion cultural Lic. Patricia Zamora, así como algunos regidores municipales.

Presentaron el libro, el maestro Luis Girarte Martínez poeta y novelista sahuayense, el maestro José Castellanos Higareda cronista de Pajacuarán, y el coordinador del volumen el maestro Francisco Gabriel Montes Ayala. El evento fue amenizado por el mariachi municipal «Silvestre Rodríguez» dirigido por el Maestro Juan García Arzate.

El volumen contiene, artículos especializados muy bien documentados de la historia de Sahuayo en tiempo de las revoluciones.

Escriben el Coordinador del mismo, Ana Karen Ramirez, Francisco Jesús Montes Vázquez, Santiago Manzo Gómez, José de Jesús Girarte Villanueva, Miguel Ceja, Hugo Gomez, un equipo de jovenes talentos, tambien colaboró el escritor Eduardo Sahagún, y contiene un cuento del recordado poeta sahuayense Alberto Barragán.

Antigua capilla del Hospital de Indios en Sahuayo, guarda un tesoro documental.

REPORTAJE EN VIDEO

La antiquísima capilla del Hospital de Indios que es aproximadamente de 1550 en Sahuayo, guarda un tesoro documental en una vieja viga de madera que está fechada de 1793, ve este reportaje de Crónicas de la Ciénega.

De las extintas comunidades indígenas: Santiago Sahuayo II

Francisco Gabriel Montes Ayala *Academia Nacional de la Crónica

En este alegato al que aludimos, los indígenas sahuayenses exigen que el administrador de Guaracha don Pedro de Guardiola y Chávez  se presente ante el juez a “que con toda claridad y señas diga sus linderos poniendo mojoneras a donde fuere necesario”.

Efectivamente en la foja 19 aparece la notificación y luego la citación mencionada en que comparece Guardiola, iniciando así la lista de testimonios vertidos por los testigos presentados de una y otra parte.

El primer testigo se presentó el 18 de mayo de 1758 un tal Juan de Alcázar vecino de la hacienda de La Palma, luego Juan José Bautista mulato libre de Sahuayo y Juan Antonio de Torres español del mismo pueblo, luego de las declaraciones se fijó la fecha para hacer la vista de ojos de los linderos, para lo cual una pléyade de españoles y dueños de estancias se dieron cita el lunes 22 de mayo para ello.

En la foja 22 v y 23 aparece el documento en le que sirvieron de testigos el cura sahuayense don Juan Ruiz de Aragón,  don Pedro de Guardiola, don Ignacio García, don Gaspar Gutiérrez de Robles y don Diego Cárcamo, común y naturales del pueblo iniciando su vista de ojos en el paso de Carretas “que está en el arroyo que llaman de Zaguayo y puestos en él comenzaron a reconocer guiados por los testigos ; línea recta para el sur por sobre el camino que de dicho paso sale para el pueblo de Xiquilpa, que llaman carretero ; y a poca distancia toparon con un corral de madera que está de cuenta de Guaracha…dijo el administrador era de la Hacienda y reclamándole el Sr. Cura y los naturales que en aquella esquina estaba introducida la dicha hacienda…”

Publicado en 1995

Copyright@Francisco Gabriel Montes, México 2020

Queda prohibida la reproducción total o parcial del texto, sin autorización escrita del autor. Las violaciones al derecho reservado de autor son castigadas por la ley.

De las extintas comunidades indígenas: Santiago Sahuayo (parte I)

Francisco Gabriel Montes Ayala *Academia Nacional de la Crónica A.C.

Consultado exhaustivamente el AGN y otros archivos locales y foráneos, durante varios años, no podíamos encontrar nada de Sahuayo, a no ser por las noticias que don Luis González había recabado. Pero en 1990 pudimos encontrarnos con referencias siquiera del fundo legal que tenía la extinta comunidad indígena de Santiago Sahuayo. Dichos documentos están contenidos en el legajo 2o. número 61 con 33 fojas útiles y que tratan los “Autos que sobre tierras siguen… los naturales del pueblo de Zaguayo”.

Todo inicia con una petición que está incluida en la foja 18 y 18 v. y que dice al centro : “Don Antonio Flores Alcalde actual de república, con el demás común y naturales de este Pueblo de Santiago Saguayo… nos presentamos” etc. etc., mas adelante dice que sus tierras tienen linderos por “el oriente con tierras de la hacienda de Guaracha, dividiéndonos el camino que viene de La Palma para Xiquilpan, por el paso de las carretas.

Junto al derramadero del río de Saguayo, por el poniente con tierras de la propia hacienda de Guaracha hasta la Tuna Mansa y Piedra Blanca, por el norte con tierras asimismo de Guaracha, por la loma de las tunas mansas, dividiéndonos callejón y cerca por toda la cuchilla de dicha loma y por el sur con tierras de dicha Guaracha hasta el corral viejo de la cofradía y desde el para el oriente  con dicho camino de las carretas y para el poniente hasta la reserva de la Piedra Blanca que son las tierras del medio sitio y caballería de este hospital, bajo de los cuales linderos nos estamos manteniendo…”

Continuará…

Foto Guerrero

Copyright© Francisco Gabriel Montes Ayala. México 2020

Nota publicada por el autor en 1995.

Queda prohibida la reproducción total o parcial del texto, sin autorización escrita del autor. Las violaciones al derecho reservado de autor son castigadas por la ley.