«Las Notas del Cronista» 📜 ✒️ Manuel Flores Jiménez *Cronista de Jocotepec
Nuestros antepasados se guiaban en base a una permanente y detallada observación de los hechos y fenómenos que sucedían en la cotidianidad. Para el importante proceso de los períodos agrícolas echaban mano de sus fieles observaciones para prever la entrada de la temporada de las lluvias y, con ello, poder asegurar una buena cosecha.

Destacan las señales que para ellos tenían un gran significado y que se relacionaban con la aproximación de las lluvias. Los más viejos llamaban “la revolución de marzo”, al estado del tiempo en que se nublaba, lloviznaba o llovía en forma, éstas eran las señales de las primeras lluvias. A partir de ese día en que aparecían esas manifestaciones se contaban días, es decir, tres meses para calcular la entrada formal del temporal lluvioso.
Por ejemplo, si llovía el 23 de marzo, las primeras lluvias ocurrirían el 23 de junio aproximadamente. Era consenso de los adultos de aquellas épocas que la entrada de las lluvias tenía como fecha principal el 13 de junio, día de San Antonio. Otra señal que se tomaba en cuenta era cuando se venían tres tolvaneras seguidas del otro lado del cerro, por el rumbo de San Marcos Evangelista. Esa era señal de que ya iba a llover.
Cuando las chancharras comenzaban a salir afanosamente de sus cavidades y metían hojarasca tierna, esa era otra premonición. Además, decían que cuando los toros empezaban a bramar con insistencia, se decía que ellos ya estaban presintiendo la aproximación del agua de las lluvias.
Por otra parte, cuando se escuchaban los truenos en el mes de mayo esa era buena señal. Había un refrán que decía: “Te estaba esperando como agua de mayo”, eso se decía cuando se ansiaba la presencia de alguien. Hasta una canción llevaba por título “Los aguaceros de mayo”.
Otra sospecha de la proximidad de las lluvias era la aparición de lo que se nombraba “la calma”, esa especie de nubosidad producida en parte por la evaporación del agua y por el humo de los incendios de los cerros o cuando comenzaban a preparar las tierras para las siembras. A esto último le llamaban “ajoyar”.
Si el amanecer era brumoso y el sol salía y se ocultaba muy rojo era también considerado como una señal. Si los cerros a lo lejos se veían como nublados, a eso se le llamaba “la calma”. Cuando caían las primeras lluvias salían (y siguen saliendo) unas hormigas rojas grandes con alas y otros insectos que les dicen chicatanas; además, hay otros insectos de alas frágiles y que dicen que roen las ropas y los atrae la luz interior nocturna de las casas. Es entonces, cuando comienzan a crecer con mayor furor las hierbas de la tierra más reseca.
Mientras más sofocadas fueran las noches y el día tuviera un calor intenso y seco, se afirmaba que muy pronto llovería. Lo anterior, combinado con el incesante y monótono chirrido de las chicharras, que desaparecen con las primeras lluvias y no vuelven a escucharse hasta el año venidero.
Entonces, comienzan a nacer las semillas ocultas entre las hojas del suelo y las lluvias traen aromas de la tierra que escapan de sus apretados y oscuros terrones, aromas lejanos que gratifican los sentidos porque el agua se mezcla con la tierra haciéndola florecer. Y luego, ya bien entrado el temporal, aparecían las luciérnagas (aquí les decimos alumbradores y todos los herbicidas aplicados a las tierras por las trasnacionales de las berries acabaron con ellas y con otras especies animales y vegetales), con sus lucecitas en medio de los campos húmedos y entre el croar intermitente de ranas y sapos.
Actualmente, cada 15 de mayo se celebra en Zapotitán de Hidalgo, el día de San Isidro Labrador, patrono de los campesinos y agricultores. Se celebra una misa donde se realiza la bendición de las semillas, luego, al salir, se queman cuetes y ristras y la banda de música acompaña en peregrinación al contingente de vecinos (antes le decían el convite) que llevan sus tractores adornados con flores y milpas. En este recorrido se lleva la imagen de San Isidro en un cuadro.
Son tantas las señales que la memoria colectiva conserva, que las presentes se comparten como algunas pocas de tantas que nuestros ancianos afirmaban que tenían validez. Como la llegada de las golondrinas, cuando los caballos se ponían a correr y andaban alborotados por veredas y corrales, cuando los conejos salían a buscar refugio, el estruendoso canto de las ranas y las chicharras, cuando soplaba más viento y se concentraban más nubes en el cielo, cuando los pájaros emigran y cambiaban de nido, la aparición de los insectos negros y rojos llamados asquiles.
El alma popular guarda muchas otras premoniciones que aquí no se dicen, los que las sepan hagan favor de compartirlas.


