Sahuayo de Díaz. Primera parte

Generalidades históricas del Porfiriato en la actual Capital de la Ciénega (I)

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Durante el Porfiriato, al igual que muchas otras ciudades y poblaciones en México, Sahuayo experimentó un período de transformación y desarrollo y fue testigo y partícipe de la modernización impulsada por el gobierno de Porfirio Díaz, especialmente en los ámbitos demográfico y financiero. A continuación, abordaremos las generalidades de estas transformaciones. Dos de ellas, inclusive, tuvieron que ver con los aspectos político y toponímico. Por motivos de extensión, y para no cansar al lector, hemos determinado dividir el texto en dos entregas.

Fotomontaje alusivo al título de esta entrada, elaborado por la autora. En el centro, el general Porfirio Díaz; al fondo, el templo parroquial del pueblo que, al convertirse en Villa, tomaría su apellido.

La Guerra de los religioneros, en la que un grupo de sahuayenses tuvo una participación destacada, y el mismo pueblo fue escenario de los primeros polvorines oficiales de dicho conflicto bélico, tocó a su fin en 1876, con el triunfo del Plan de Tuxtepec y la rebelión homónima. Los militares Francisco Navarro y Herculano Ortega, sahuayenses, y el prefecto de Jiquilpan, Cayetano Macías, brindaron su apoyo al paladín que encabezaba la asonada, el oaxaqueño Porfirio Díaz Mori (1830-1915), que se alzó victorioso al derrotar a Lerdo de Tejada.

De este modo, Díaz subió al poder con el procedimiento ya habitual, a la sazón, en México: el golpe de Estado. Asumió la presidencia del país en forma interina entre el 28 de noviembre de 1876 y el 6 de diciembre de 1876, y por segunda vez del 17 de febrero de 1877 al 5 de mayo de 1877. Por fin, al menos la primera ocasión, ejerció el cargo en forma constitucional del 5 de mayo de 1877 al 30 de noviembre de 1880.

La paz volvió poco a poco a Michoacán, entidad que descolló en la Cristiada decimonónica, y eventualmente, también, al resto del país. En lo que respecta a Sahuayo, José Prado Sánchez refiere que, cuando Don Porfirio tomó posesión como primer mandatario, la futura Atenas michoacana ya adquirido cierta forma de pueblo.

Leamos como lo describe él:

“[…] el templo había sido reconstruido y constaba de una nave de bóveda, al frente un gran atrio con una cruz frente al templo en un pedestal de piedra; ese atrio servía de camposanto y al norte y al sur anchos portones que daban acceso al atrio y al mismo tiempo servía de tránsito entre uno y otro extremo del pueblo. En ese tiempo fue designado párroco del pueblo el Sr. Cura (Macario) Saavedra, quien inició la reconstrucción del templo y, en el año de 1881, se terminaron los trabajos quedando una construcción magnífica” (1976, p. 15).

Templo de Santo Santiago Apóstol en Sahuayo, con su única torre. Fotografía mejorada por la autora.

Este autor añade que, para los aproximadamente ocho millares de habitantes que tenía la cabecera municipal en ese año, el templo era de gran tamaño, y poseía una enorme cúpula. Pero su rasgo más sobresaliente era la torre estilo minarete, de gran altura y esbeltez, cuya caída en 1911, a raíz de un poderoso sismo, le valdría a la localidad el mote “Sahuayo Torres Mochas”.

Luis González y González explica que el Porfiriato en Michoacán fue implantado por los siguientes gobernadores: Manuel González Flores –sucesor de Díaz en 1880–, Bruno Patiño, Octaviano Fernández, Prudencio Dorantes, Mariano Jiménez y Aristeo Mercado. Los tres primeros, con el apoyo cardinal de “rondas” y “acordadas”, dieron buena cuenta de los cabecillas que quedaban en pie de lucha o asolaban aquellas zonas (1997, p. 117). No era sino hacer eco a la táctica empleada por el primer mandatario, la de los famosos rurales, que si bien no era de la autoría de aquél, sí fue una de sus principales estrategias para pacificar el país y mantener el orden. Su misión era la defensa de zonas rurales en México, principalmente en lo tocante a la protección de diligencias y caravanas de ataques de bandoleros. Originalmente, el Cuerpo de Policía Rurales se compuso sobre la base de ex convictos, quienes por su experiencia y conocimiento de los grupos de delincuentes y de sus procedimientos pudieron reducir dramáticamente la inseguridad en los caminos y zonas campestres. Luego, por supuesto, se procedió a filtros más rigurosos para la selección de su personal.

General Manuel González Flores (1833-1893), primer gobernador porfirista de Michoacán. Fotografía mejorada por la autora.

Los tres últimos gobernadores del Porfiriato de Michoacán –véase el listado unos párrafos más arriba–, por su parte, condujeron a la entidad, sin prisas ni fanatismo, por la ruta de una prosperidad principalmente ferroviaria: ferrocarriles México-Morelia desde 1883; Morelia-Pátzcuaro desde 1886; Maravatío-Zitácuaro desde 1897; Yurécuaro-Zamora desde 1899, y hasta Los Reyes desde 1902; Pátzcuaro-Uruapan desde 1899, y algunos ramales como el de Angangueo, en distintas fechas (González, 1979, p. 117).

En lo que concierne al ámbito demográfico, el municipio de Sahuayo creció a pasos agigantados durante el mandato cuyo lema fue “Orden y progreso”. Prueba de ello fue que la población sahuayense pasó de 12326 habitantes en 1873 a 16689 en 1888, 18878 en 1895 y a veinte mil en 1900. La cabecera, por su parte, cambió de 5688 habitantes en 1873, a 7199 en 1895 y a los once mil a finales del Porfiriato. Así lo especifica Luis González y González citando a Antonio García Cubas, historiador, cartógrafo, geógrafo y escritor capitalino, considerado el padre de la estadística en México; y también lo confirman Ramón Sánchez (1896) en su Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez (p. 28) y Crecencio García Abarca en “Noticias históricas, geográficas y estadísticas del distrito de Jiquilpan” en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, primer volumen, página 493 (1873, citado en González, 1979).

Sin embargo, a pesar de tal crecimiento demográfico, la superficie municipal disminuyó. Una ley del 7 de diciembre de 1877 le restó a Sahuayo, para sumárselos a Jiquilpan, los siguientes sitios: la Hacienda del Sabino, Las Fuentes, los Corrales, el potrero de la Calera, Estancia del Cerrito, Guayabo, Ojo de Rana, Arena, Puerta de los Tábanos y Palo Dulce. En 1879 se volvió a lo de antes por un brevísimo intervalo de dos meses. El decreto de 16 de diciembre de 1879, por último le dejó a Sahuayo la Arena, Guayabo, Palo Dulce y Sabino, Tábanos, Cerrito, Fuentes, Corrales y Ojo de Rana.

Luis González, no sin fundamento, considera que, de no haber sido por las mermas de territorio que acabamos de describir, el municipio sahuayense habría doblado su población a semejanza de su cabecera. No obstante, es preciso acortar que el aumento poblacional porfiriano en los lares sahuayenses no se debió precisamente a la salud pública –de eso hablaremos en seguida–, sino al dinamismo y auge económicos que experimentó la población.

El mismo autor señala que Sahuayo enfrentó continuas enfermedades letales y endémicas. Los rudimentarios avances médicos de la época poco o nada pudieron contra las fiebres primaverales ni la diarrea al comienzo de las lluvias estivales, ni tampoco el paludismo, que fue terrible en 1889, año en que se desbordaron las aguas chapálicas. A ello hubo que sumar el tifo, constante en la localidad, y dos epidemias que dejaron huella indeleble en la memoria sahuayense: el mal de San Vito (1871-1872) y la fiebre efímera (1887). Esta última causó el deceso de tres mil personas en un lapso de tres días.

Portada de la edición de El Siglo Diez y Nueve en el que se hizo mención del mal de San Visto en Sahuayo.
Pequeño espacio, en el periódico El Siglo Diez y Nueve (tomo 54, número 9977, página 3), en el que se habla de la magnitud de los estragos provocados por el mal de San Vito en Sahuayo. Arriba, la portada de la edición. Resaltado por la autora.

Ahora bien, a pesar de haber perdido territorio y de que sus habitantes sufrieran tantas patologías, Sahuayo vio elevado su rango. Una ley fechada el 13 de abril de 1891 lo elevó a la categoría de villa y le puso el apellido del presidente que, para aquel entonces, ya se había reelegido en dos ocasiones. La población cuya principal parroquia estaba –y está– dedicada al primer Apóstol mártir, y que dos centurias antes había llevado su nombre –“Santiago Tzaguaio”–, pasó a llamarse “Sahuayo de Díaz”. La cabecera municipal de Jiquilpan, en contraste, sí fue designada como ciudad, apenas tres días después, y adquirió el apellido del gran rival político del presidente Díaz: Juárez.

En lo que concierne a Jiquilpan, la rivalidad que hasta la fecha existe entre ambas localidades, aunque tan cercanas una de la otra, se agudizó durante el Porfiriato. Tal es el planteamiento, sólidamente fundamentado, de Ramírez Sánchez (2017). Dicho autor refiere que en ello intervinieron factores sentimentales, pleitos por tierras, injerencia de las autoridades jiquilpenses en Sahuayo, altercados  entre  las  élites por la hegemonía política del distrito e, inclusive, la renuencia de los sahuayenses de subordinarse política,  administrativa y religiosamente a Jiquilpan (p. 65). En este último rubro, Sahuayo dependía de su antagonista al sur, y así sería hasta 1940. Para los habitantes de Jiquilpan, en contraparte, resultaba denigrante que Sahuayo, un poblado más pequeño y supeditado a ellos, se perfilara y cimentara como líder del crecimiento económico y demográfico de aquella región.

En cuanto a las comunicaciones, Sahuayo de Díaz se vio enriquecido, en el mismo año en que cambió de apellido, con el servicio telegráfico. Al año siguiente, 1892, se consumó la obra del puente de cal y canto sobre el río. Los caminos de tierra se tornaron transitables casi todo el año. No fue de extrañar que todo esto, aunado al vertiginoso auge financiero que, en opinión de Ramón Sánchez (citado en González, 1979, p. 120), se debió a la afición de los comerciantes locales de vender mercancía con profusión, permitiera que Sahuayo se transformara en el núcleo mercantil preponderante de la región de la Ciénega a cincuenta kilómetros a la redonda.

La agricultura fue otra actividad que propició el acelerado desarrollo de Sahuayo durante el Porfiriato –aunque Jiquilpan no se quedaría atrás–, dada su cercanía con el lago de Chapala. Tan es así que, junto con su rival, desplazó a Cotija en dicho ámbito. Durante este periodo, la hacienda de Guaracha se convirtió en un centro productor importante en la organización social y territorial, con enérgicos vínculos de poder y dominio que son, y han sido, materia para prolijos artículos aparte.

Dibujo ilustrativo de la Ciénega de Chapala. Llama la atención un detalle: que la Parroquia de Sahuayo tenga dos torres (lo cual pasó hasta la década de 1930) en lugar de una. Imagen tomada del primer número de la revista cultural «Sahuayo, historia desde su gente», correspondiente al trimestre enero-marzo de 2021.

Es importante subrayar que, a pesar de que Jiquilpan se situaba –y hasta hoy– más cerca de Villamar, la actividad de la hacienda de Guaracha favoreció más a Sahuayo (Ramírez-Sánchez, 2017, p. 64), lo cual, como es natural, contribuyó a acentuar la competencia y antipatía entre ambas localidades y municipios. Esto se debió a que los ganaderos jiquilpenses se vieron restringidos por la alta producción de la hacienda limítrofe, en el municipio de Villamar, mientras que los rancheros y acaudalados sahuayenses no tuvieron dificultades ni obstáculos para ensancharse hacia el occidente, a los antiguos territorios de la hacienda de Cojumatlán. Así, Sahuayo de Díaz se coronó como el centro y sede del comercio, en “concesionario mercantil” de la Ciénega (p. 65), como camino incipiente para, un día lejano, granjearse ser considerada su capital. Era el comienzo de una carrera que ya no habría de detenerse. La ganadería pronto adquirió valiosa relevancia.

Detalle de la Ciénega de Chapala en 1892. Del acervo de Pablo Hermosillo Villalobos.

En la próxima parte, la segunda y última, hablaremos de otros ámbitos en los que Sahuayo sufrió modificaciones considerables, tanto para bien como para mal, hasta alcanzar el instante en que el Porfiriato se hizo añicos.

Bibliografía

Cuevas, M. (1928). Historia de la Iglesia en México. El Paso: La Revista Católica.

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: El Colegio de México.

Prado Sánchez, P. (1976). Sahuayo: Tradiciones y Leyendas. Edición del autor: Sahuayo.

Sánchez, R. (1896). Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez. Morelia: Porfirio Díaz.

Ramírez-Sánchez, R. (2017). Cambios y continuidades de una vecindad contenciosa en la región Ciénega de Chapala, Michoacán. Quivera Revista De Estudios Territoriales, 19(2), 59-79. Consultado de https://quivera.uaemex.mx/article/view/9752

8 de junio de 1956. Bendición de la primera piedra del altar del templo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús en Jiquilpan

Un día como hoy, pero de 1956, hace 68 años, en Jiquilpan de Juárez, Michoacán, se efectuó la solemne fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Asimismo, se aprovechó tan magna festividad litúrgica para llevar a cabo la bendición de la primera piedra del altar edificado en dicho recinto.

Original impreso del recuerdo de la festividad en honor al Sagrado Corazón en Jiquilpan, el 8 de junio de 1956.

Se conserva un Recuerdo que, a la letra, dice:

RECUERDO / de la / SOLEMNE FESTIVIDAD / DEL SACRATÍSIMO / CORAZÓN DE JESÚS / y de la / Bendición de la / PRIMERA PIEDRA que se colocará en el Altar construido en su Templo.

Católicos:

Nuestros templos son la Casa de Dios, la imagen del Cielo y en ambos es adorado el / mismo Dios, colocado sobre el Altar el mismo Corazón Divino y se repiten las mismas alabanzas.

El altar debe ser decente, hermoso y majestuoso, porque significa a Cristo, que tiene su / trono en el Tabernáculo y nos dice: “He aquí el Corazón que tanto amo a los hombres, que nada / ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor. En agradecimiento no recibo / de la mayor parte más que ingratitudes por los desprecios…y frialdades que tienen para Mí”.

Correspondamos al amor del Corazón Eucarístico de Jesús, tributándole culto de Adora- / ción y Reparación y levantemos su Trono en medio de nosotros”.

Jiquilpan, Mich., a 8 de junio de 1956.

El Capellán, / El Párroco,

Pbro. J. Jesús Ceja. / Carlos Verduzco.

Misa Solemne –llamada «de tres padres», con presbítero, diácono y subdiácono, o bien, con sacerdotes que hacían el papel de estos dos últimos– en el interior del templo del Sagrado Corazón en Jiquilpan, todavía sin su altar.

El P. José de Jesús Ceja, hijo de don Arcadio Ceja y de doña Refugio Torres, nació en Jiquilpan el 8 de septiembre de 1888 y fue bautizado a los tres días por el presbítero Cayetano García. Fue el responsable de la edificación de las torres y, como ya se dijo, del nuevo altar. Una de sus preocupaciones pastorales fue la atención a los enfermos más desposeídos. Para ello, empleó la medicina homeopática. Un sinnúmero de personas humildes lo buscaban para solicitar sus atinados servicios homeopáticos, en su propio domicilio. Murió el día 17 de enero de 1984 y sus restos descansan en “su templo”, el del Sagrado Corazón de Jiquilpan.

A su vez, el P. Carlos Verduzco, a raíz de la erupción del Paricutín, gestionó la reparación de la Parroquia de San Francisco de Asís, a fin de derrumbar y ensanchar una parte de la misma, y al mismo tiempo, negoció con el gobierno la devolución del templo del Sagrado Corazón.

Interior del templo consagrado al Sagrado Corazón en Jiquilpan. Nótense la imagen, en lo alto, y el púlpito, a la izquierda. Créditos de fotografía: JiquilpanPM.

Información e imágenes recabadas de Jiquilpan y su historia, página de Facebook. Quien esto escribe ha hecho algunas adaptaciones al texto y a la transcripción –las diagonales indican cambio de renglón–. También se han mejorado las imágenes.

Lic. Helena Judith López Alcaraz.