Historia de doña Juana de Dios de la Parra (1811-1865), benefactora de Jiquilpan

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Una de las facetas más importantes –aunque a menudo olvidada o menos tomada en cuenta– del legado positivo de la madre patria en México, en concreto durante las tres centurias que se prolongó el Virreinato novohispano, e inclusive varias décadas más tarde, reside en las obras de beneficencia y filantropía. Basta recordar, por mencionar tres ejemplos, los casos del esclarecido Fray Antonio Alcalde y Barriga y don Juan Manuel Caballero de la Colina, en Guadalajara, y del no menos célebre don Vasco de Quiroga y Alonso de la Cárcel, en Michoacán. Además de su interés por ayudar al prójimo, dichos personajes compartieron otra cualidad: el origen español.

Detalle del único retrato existente de doña Juana de la Parra. Imagen original de Salvador Meza Carrasco, mejorada y editada por la autora.

Pues bien: cuando Jiquilpan aún no llevaba el apellido del presidente oaxaqueño que pareció olvidar la obra humanitaria del clero católico y las órdenes monásticas que vinieron de allende el Atlántico, vino al mundo una mujer, española, connotada hija de esta población michoacana, que siguió los pasos de sus paisanos oriundos del suelo evangelizado por el Patrón Santiago. Se trata de doña Juana de la Parra, dama acaudalada, miembro de la aristocracia jiquilpense y gran benefactora local.

Su padre, hacendado, se llamaba don Miguel de la Parra Jiménez, hijo de Juan Manuel de la Parra y de María Guadalupe Jiménez, y fue él quien, en 1808, introdujo el agua a la plaza principal de Jiquilpan mediante una de cañería de barro de una vertiente, en la que se unían también aguas del río (Sánchez, 1896, p. 223). El nombre de su esposa, madre de Juana, era María Ignacia Jiménez Sánchez, hija de Juan Manuel Bartolomé Jiménez Bustamante y de María Josefa Sánchez. Del matrimonio Parra Jiménez, formalizado canónica y sacramentalmente el 11 de septiembre de 1794 en el templo parroquial de San Francisco, en Jiquilpan, nacieron once hijos.

Adjuntamos una imagen del acta de las nupcias religiosas de don Miguel y doña Ignacia, en la que se lee:

Partida de matrimonio canónico de don Miguel de la Parra y doña María Ignacia Jiménez, ambos hispanos, autores de los días de doña Juana de la Parra.

«Al margen izquierdo: Don Miguel / dela Parra con / D.a Maria Ygna- / cia Xim.z [1] Espa- / ñoles, yambos ve- / cinos de este Pue- / blo

Dentro: En el año del Sor. [2] de mil setec.s noventa y cuatro en onze / dias del mes de Septiembre Yo el B. [3] Miguel Diaz de Rabago / Cura y Juez Ecco. [4] de este Partido, en esta Santa Yglesia / Parroquial de Xiquilpan, Abiendo precedido todo lo Dis- / puesto por el Santo Concilio de Trento, y no aviendo resul- / tado otro impedimento amas [5] del parentesco de consan- / guinidad en tercero grado igual por linea transversal q. / se dignó dispensar el Ylmo. [6] Sor. […] D.n Fran.co [7] Ant.o [8] de San / Miguel Digmo. Señor Obispo de Michocan, é instruidos / en la Doctrina Christiana, aviendo confesado y comulgado; / por palabras de presente q hazen verdadero y legmo. [9] matrimonio case infacie Eclesie [10] y velé a D. Miguel de la / Parra, Español, origr.o [11] y vecino de este Pueblo, hijo legmo. de / D. Juan de la Parra y de D.a [12] Guadalupe Ximenez difun- / tos, con D.a Maria Ygnacia Ximenez Española, origr.a y vecina de este Pueblo, hija legma de D. Juan […] Bar- / tolomé Ximenez y de D.a Maria Josefa Sanchez difun- / tos. Fueron sus Padrinos D. Eugenio de la Fuente, y D.a Maria Manuela Echeveste conjuges [13] y vecinos de este Pue- / blo. Testigos D. Fran.co […], D. Jose Guerrero y Don / Juan Ybarra. Ypara q conste lo firme.»

Juana, octava de los vástagos del matrimonio, vio la luz primera el 7 de marzo de 1811 –Ramón Sánchez, en su Bosquejo estadístico e histórico del Distrito de Jiquilpan de Juárez, indica el día 8–. Para entonces, el nombre de Jiquilpan iba antecedido por el del Seráfico Padre, el fundador de la primera congregación religiosa que se aventuró a lo que hoy en día es nuestro país.

La pequeña fue incorporada a la Iglesia militante a los dos días de su nacimiento, como consta en la fe de Bautismo que reproducimos textualmente –respetando incluso la falta de tildes–:

«Al margen izquierdo: Juana Ma- / ria Josefa / Española / de este Pue- / blo

Dentro: En el Pueblo de S. Fran.co Xiquilpan á nueve días de el mes de Marzo de mil / ochocientos y once: Yo el Cura Párroco de este partido bautise solemnem.te, pu- / se oleo y crisma á una criatura de dos días de nacida, Española deeste / Pueblo, á quien puse p.r [14] nombre Juana de Dios Maria Josefa, hija legi- / tima de D. Mig.l Parra, y de D.a María Ygnacia Ximenes, fueron sus Pa- / drinos, D. Fran.co Ximenes y su esposa D.a Josefa de Analla, Españoles / todos de este Pueblo á quienes advertí su obligación y parentesco espiritual y p.r / q.e [15] conste lo firme.

Mariano Hondal (Rúbrica)».

Fe de Bautismo de Juana María de la Parra, distinguida dama y benefactora de Jiquilpan. Subrayados y recuadro por la autora.

Como dato interesante y complementario, el P. Mariano Hondal y Cabadilla –tal era el nombre completo del sacerdote bautizante– había tomado la dirección de la parroquia de San Francisco de Asís el 30 de diciembre de 1810. Su gestión al frente de ella no duraría mucho: el 30 de mayo del año siguiente, apenas tres meses después de bautizar a Juana, su labor pastoral allí terminó para abrir paso a la de don Pedro Gómez Euterria.

Juana pasó sus primeros años en Jiquilpan, al lado de sus padres. Su infancia transcurrió dentro de la tormenta de la guerra de independencia. A los diecinueve años, en noviembre de 1833, perdió a su madre, doña Ignacia, que falleció de tisis según consta en su acta de sepultura eclesiástica, y fue inhumada en el camposanto anexo a la parroquia de San Francisco de Asís, en el mismo pueblo. Recordemos que para ese momento aún estaba en ciernes la aplicación de la iniciativa gubernamental de que fuese el Registro Civil, y no el clero, quien llevara un padrón de los decesos. Asimismo, tal como era la costumbre, los entierros aún se efectuaban en camposantos que dependían de la Iglesia Católica.

Posteriormente, preocupada por los más desposeídos, Juana fundó una casa asilo en la localidad. Para instituir dicho establecimiento de caridad, dejó la cuantiosa cifra de setenta mil pesos, el valor de la antigua hacienda de San Diego. Por desgracia, el licenciado Agustín Villa, avecindado en Guadalajara, encargado de administrar tales bienes, vendió la hacienda susodicha otorgando el dinero, a rédito, a personas no garantizadas (Sánchez, 1896, p. 178). En consecuencia, la mayor parte de aquella suma se perdió y sólo se aprovechó lo gastado en la finca que, para la época porfiriana, llevaba el nombre de “asilo”, si bien la edificación dejó mucho que desear.

Panorámica de Jiquilpan, pueblo natal de Juana de la Parra, durante los tiempos decimonónicos. A la derecha, entre las copas de los árboles, la torre del templo de San Francisco de Asís.

Con todo, a pesar de semejantes reveses y malos manejos, doña Juana pudo fundar un hospicio para niños desamparados y, al lado, un hospital para pobres.

Nunca contrajo matrimonio. En sus últimos años, fungió como tesorera de la Cofradía de la Vela Perpetua del Santísimo Sacramento –en 1847– y también fue cofrade del Divino Señor Sacramentado desde abril de 1849.

La señorita Juana de la Parra murió en Guadalajara el 28 de abril de 1865 debido a una pulmonía, tal como lo atestigua la partida religiosa. En el documento, resguardado en el Archivo Parroquial del Sagrario Metropolitano de la antigua Ciudad de las Rosas, puede leerse lo siguiente:

«Al margen izquierdo: D.a Juana / Parra. / adulta. / 38,4 / 9

Dentro: En Guadalajara á veintinueve de abril de milochocientos / sesenta i cinco: con entierro alto rango funeral se hiso enel / Sagrario se sepultó en gabeta en el campo santo / de Angeles / el cadaver de D.a Juana Parra, doncella, de cincuenta /  i cinco años de edad, originaria de Jiquilpan, hija leg.a [16] de / D. Miguel Parra i de D.a Ygnacia Jimenes; murió de pulmonía ha- / biendo recibido los santos sacramentos. Ylo firme.

J. M. Gutierres Guevara (Rúbrica)»

Partida de inhumación eclesiástica de Juana de la Parra, fechada el 29 de abril de 1865. Señalamientos por la autora.

El camposanto en cuestión no era otro que el de Santa María de los Ángeles, o simplemente “de los Ángeles” o “de Ángeles”, construido bajo la supervisión de religiosos de un convento franciscano gracias a la gestión de fray Sebastián Aparicio Ortega. En el verano de 1833, cuando una epidemia de cólera morbus azotó Guadalajara, el flamante panteón sirvió para alojar a una gran cantidad de difuntos, ya que en el cementerio de Santa Paula, proyectado hacía varias décadas por el Fraile de la Calavera –Antonio Alcalde– y fundado por los padres betlemitas, no se daban abasto con los entierros. El susodicho cementerio, mejor conocido como “de Belén” por encontrarse junto al templo de Nuestra Señora de Belén, era, a la sazón, el sitio habitual –y casi por defecto– para las inhumaciones tapatías.

Catedral de Guadalajara, sin sus torres, y Sagrario Metropolitano, en 1807. Ilustración mejorada por la autora.

Cabe expresar que todas las iglesias de Guadalajara –y lo mismo las del resto del país–, como explicamos con anterioridad, tenían sus respectivos camposantos, pero la mayoría de los deudos, luego del panteón de Belén, tenía predilección por llevar a sepultar a sus muertos a dos sitios: el cementerio de San Francisco, en el templo y convento del mismo nombre, y el de Guadalupe, entre las actuales calles de Epigmenio González y Escobedo (hoy Federalismo), edificado a mediados del siglo XIX. Así consta en las mismas partidas del Sagrario Metropolitano.

Entrada al desaparecido cementerio de los Ángeles, último destino terreno de Juana de la Parra. Fotografía mejorada y editada por la autora.

El camposanto de Ángeles, que recibió el cuerpo de doña Juana de la Parra, era la otra opción para los entierros. Sería removido en 1930 para edificar el Estadio Municipal, a su vez destruido en 1952 para construir la Central Camionera Vieja –llamada así para distinguirla de la más reciente, la “Nueva”, situada en el municipio de Tonalá, en la Zona Metropolitana de Guadalajara–, cercana al Parque Agua Azul y que, pese al descuido y la mala infraestructura, continúa en servicio. Hasta la fecha, la vía en la que se localizan las entradas a la terminal de autobuses lleva el nombre de Calle de los Ángeles, en recuerdo del cementerio.

Por otro lado, y con base en la información del documento, Juana de la Parra pudo tener unas honras fúnebres propias de su condición socioeconómica privilegiada. Basta leer las actas de sepultura eclesiástica previas y posteriores a la suya: en todas ellas, el P. Gutiérrez Guevara se limita a escribir “se sepultó en el campo santo… el cadaver de…”, o a lo mucho aclara, si es el caso, “en gabeta”. En la de la benefactora, en contraste, esclarece: “con entierro alto rango funeral” y añade que éste se realizó en el mismo Sagrario Metropolitano.

Hasta la fecha, el nombre de doña Juana de la Parra figura al lado de los personajes ilustres y famosos de Jiquilpan, hoy “de Juárez”, al lado del padre Diego José Abad (1727-1779), Feliciano Béjar (1920-2007), Anastasio Bustamante (1780-1853), Lázaro Cárdenas del Río (1895-1970), Dámaso Cárdenas (1898-1976), Rafael Méndez (1906-1981), Amadeo Betancourt Villaseñor (1873-1953), Ramón Martínez Ocaranza (1915-1982) y Gabino Ortiz Villaseñor (1819-1885). De hecho, por lo menos en lo tocante a las monografías oficiales del municipio, es la única mujer incluida en tal listado. Sólo dos fuentes adicionales en nuestra búsqueda documental mencionan a otras féminas. La primera, que menciona a María de Jesús Magallón Pérez y Octaviana Sánchez Méndez, es Jiquilpan: Libro-Guía de Turismo, editado por la Secretaría de Turismo del Gobierno de México en 2020. La segunda, que únicamente nombra a doña Juana y no a las dos mujeres anteriores, es una monografía elaborada por el Instituto Tecnológico de Jiquilpan en el marco del XVIII Evento Nacional de Ciencias Básicas.

A Octaviana Sánchez, que además vivió en la misma época que ésta y realizó una importante labor benéfica, le dedicaremos una entrada aparte.

**Notas paleográficas:

[1] “Ximénez”.

[2] “Señor”

[3] Bachiller. Primero de los grados académicos que se otorgaba en las universidades.

[4] Juez Eclesiástico. Clérigo que tiene jurisdicción eclesiástica y canónica, ya sea general o estricta, y que preside a todas las personas bautizadas a su cargo.

[5] Además.

[6] “Ilustrísimo”.

[7] Abreviatura normal de “Francisco” en los documentos de antaño.

[8] “Antonio”.

[9] “legítimo”.

[10]  “In facie Eclessiae”. Expresión latina que se traduce como “en presencia de la Iglesia” y que se refiere, en específico, al matrimonio celebrado canónicamente, de forma pública, con todas las ceremonias prescritas por la Iglesia.

[11]  “originario”.

[12]  “Doña”.

[13]  “cónyuges”.

[14]  “por”.

[15]  “para que”.

[16] “legítima”.

© 2024. Todos los derechos reservados.

Imagen original de doña Juana de la Parra: Salvador Meza Carrasco.

Bibliografía:

Acosta Rico, F. (17 de octubre de 2015). Restos del pasado, de Cementerio a Central Camionera. Crónica Jalisco. https://www.cronicajalisco.com/notas/2015/53837.html

Instituto Tecnológico de Jiquilpan (s.f.). Jiquilpan. XVIII Evento Nacional de Ciencias Básicas. https://www.itjiquilpan.edu.mx/MemoriaCBCEA/Jiquilpan.htm

Sánchez, R. (1896). Bosquejo estadístico e histórico del Distrito de Jiquilpan de Juárez. Morelia: Imprenta de la Escuela Industrial Militar Porfirio Díaz. Sin autor (s.f.). Historia de Jiquilpan. https://jiquilpan.com/historia-de-jiquilpan

Sin autor (s.f.). Historia de Jiquilpan. https://jiquilpan.com/historia-de-jiquilpan

Sahuayo de Díaz. Primera parte

Generalidades históricas del Porfiriato en la actual Capital de la Ciénega (I)

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Durante el Porfiriato, al igual que muchas otras ciudades y poblaciones en México, Sahuayo experimentó un período de transformación y desarrollo y fue testigo y partícipe de la modernización impulsada por el gobierno de Porfirio Díaz, especialmente en los ámbitos demográfico y financiero. A continuación, abordaremos las generalidades de estas transformaciones. Dos de ellas, inclusive, tuvieron que ver con los aspectos político y toponímico. Por motivos de extensión, y para no cansar al lector, hemos determinado dividir el texto en dos entregas.

Fotomontaje alusivo al título de esta entrada, elaborado por la autora. En el centro, el general Porfirio Díaz; al fondo, el templo parroquial del pueblo que, al convertirse en Villa, tomaría su apellido.

La Guerra de los religioneros, en la que un grupo de sahuayenses tuvo una participación destacada, y el mismo pueblo fue escenario de los primeros polvorines oficiales de dicho conflicto bélico, tocó a su fin en 1876, con el triunfo del Plan de Tuxtepec y la rebelión homónima. Los militares Francisco Navarro y Herculano Ortega, sahuayenses, y el prefecto de Jiquilpan, Cayetano Macías, brindaron su apoyo al paladín que encabezaba la asonada, el oaxaqueño Porfirio Díaz Mori (1830-1915), que se alzó victorioso al derrotar a Lerdo de Tejada.

De este modo, Díaz subió al poder con el procedimiento ya habitual, a la sazón, en México: el golpe de Estado. Asumió la presidencia del país en forma interina entre el 28 de noviembre de 1876 y el 6 de diciembre de 1876, y por segunda vez del 17 de febrero de 1877 al 5 de mayo de 1877. Por fin, al menos la primera ocasión, ejerció el cargo en forma constitucional del 5 de mayo de 1877 al 30 de noviembre de 1880.

La paz volvió poco a poco a Michoacán, entidad que descolló en la Cristiada decimonónica, y eventualmente, también, al resto del país. En lo que respecta a Sahuayo, José Prado Sánchez refiere que, cuando Don Porfirio tomó posesión como primer mandatario, la futura Atenas michoacana ya había adquirido cierta forma de pueblo.

Leamos como lo describe él:

“[…] el templo había sido reconstruido y constaba de una nave de bóveda, al frente un gran atrio con una cruz frente al templo en un pedestal de piedra; ese atrio servía de camposanto y al norte y al sur anchos portones que daban acceso al atrio y al mismo tiempo servía de tránsito entre uno y otro extremo del pueblo. En ese tiempo fue designado párroco del pueblo el Sr. Cura (Macario) Saavedra, quien inició la reconstrucción del templo y, en el año de 1881, se terminaron los trabajos quedando una construcción magnífica” (1976, p. 15).

Templo de Santo Santiago Apóstol en Sahuayo, con su única torre. Fotografía mejorada por la autora.

Este autor añade que, para los aproximadamente ocho millares de habitantes que tenía la cabecera municipal en ese año, el templo era de gran tamaño, y poseía una enorme cúpula. Pero su rasgo más sobresaliente era la torre estilo minarete, de gran altura y esbeltez, cuya caída en 1911, a raíz de un poderoso sismo, le valdría a la localidad el mote “Sahuayo Torres Mochas”.

Luis González y González explica que el Porfiriato en Michoacán fue implantado por los siguientes gobernadores: Manuel González Flores –sucesor de Díaz en 1880–, Bruno Patiño, Octaviano Fernández, Prudencio Dorantes, Mariano Jiménez y Aristeo Mercado. Los tres primeros, con el apoyo cardinal de “rondas” y “acordadas”, dieron buena cuenta de los cabecillas que quedaban en pie de lucha o asolaban aquellas zonas (1997, p. 117). No era sino hacer eco a la táctica empleada por el primer mandatario, la de los famosos rurales, que si bien no era de la autoría de aquél, sí fue una de sus principales estrategias para pacificar el país y mantener el orden. Su misión era la defensa de zonas rurales en México, principalmente en lo tocante a la protección de diligencias y caravanas de ataques de bandoleros. Originalmente, el Cuerpo de Policía Rurales se compuso sobre la base de ex convictos, quienes por su experiencia y conocimiento de los grupos de delincuentes y de sus procedimientos pudieron reducir dramáticamente la inseguridad en los caminos y zonas campestres. Luego, por supuesto, se procedió a filtros más rigurosos para la selección de su personal.

General Manuel González Flores (1833-1893), primer gobernador porfirista de Michoacán. Fotografía mejorada por la autora.

Los tres últimos gobernadores del Porfiriato de Michoacán –véase el listado unos párrafos más arriba–, por su parte, condujeron a la entidad, sin prisas ni fanatismo, por la ruta de una prosperidad principalmente ferroviaria: ferrocarriles México-Morelia desde 1883; Morelia-Pátzcuaro desde 1886; Maravatío-Zitácuaro desde 1897; Yurécuaro-Zamora desde 1899, y hasta Los Reyes desde 1902; Pátzcuaro-Uruapan desde 1899, y algunos ramales como el de Angangueo, en distintas fechas (González, 1979, p. 117).

En lo que concierne al ámbito demográfico, el municipio de Sahuayo creció a pasos agigantados durante el mandato cuyo lema fue “Orden y progreso”. Prueba de ello fue que la población sahuayense pasó de 12326 habitantes en 1873 a 16689 en 1888, 18878 en 1895 y a veinte mil en 1900. La cabecera, por su parte, cambió de 5688 habitantes en 1873, a 7199 en 1895 y a los once mil a finales del Porfiriato. Así lo especifica Luis González y González citando a Antonio García Cubas, historiador, cartógrafo, geógrafo y escritor capitalino, considerado el padre de la estadística en México; y también lo confirman Ramón Sánchez (1896) en su Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez (p. 28) y Crecencio García Abarca en “Noticias históricas, geográficas y estadísticas del distrito de Jiquilpan” en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, primer volumen, página 493 (1873, citado en González, 1979).

Sin embargo, a pesar de tal crecimiento demográfico, la superficie municipal disminuyó. Una ley del 7 de diciembre de 1877 le restó a Sahuayo, para sumárselos a Jiquilpan, los siguientes sitios: la Hacienda del Sabino, Las Fuentes, los Corrales, el potrero de la Calera, Estancia del Cerrito, Guayabo, Ojo de Rana, Arena, Puerta de los Tábanos y Palo Dulce. En 1879 se volvió a lo de antes por un brevísimo intervalo de dos meses. El decreto de 16 de diciembre de 1879, por último le dejó a Sahuayo la Arena, Guayabo, Palo Dulce y Sabino, Tábanos, Cerrito, Fuentes, Corrales y Ojo de Rana.

Luis González, no sin fundamento, considera que, de no haber sido por las mermas de territorio que acabamos de describir, el municipio sahuayense habría doblado su población a semejanza de su cabecera. No obstante, es preciso acortar que el aumento poblacional porfiriano en los lares sahuayenses no se debió precisamente a la salud pública –de eso hablaremos en seguida–, sino al dinamismo y auge económicos que experimentó la población.

El mismo autor señala que Sahuayo enfrentó continuas enfermedades letales y endémicas. Los rudimentarios avances médicos de la época poco o nada pudieron contra las fiebres primaverales ni la diarrea al comienzo de las lluvias estivales, ni tampoco el paludismo, que fue terrible en 1889, año en que se desbordaron las aguas chapálicas. A ello hubo que sumar el tifo, constante en la localidad, y dos epidemias que dejaron huella indeleble en la memoria sahuayense: el mal de San Vito (1871-1872) y la fiebre efímera (1887). Esta última causó el deceso de tres mil personas en un lapso de tres días.

Portada de la edición de El Siglo Diez y Nueve en el que se hizo mención del mal de San Visto en Sahuayo.
Pequeño espacio, en el periódico El Siglo Diez y Nueve (tomo 54, número 9977, página 3), en el que se habla de la magnitud de los estragos provocados por el mal de San Vito en Sahuayo. Arriba, la portada de la edición. Resaltado por la autora.

Ahora bien, a pesar de haber perdido territorio y de que sus habitantes sufrieran tantas patologías, Sahuayo vio elevado su rango. Una ley fechada el 13 de abril de 1891 lo elevó a la categoría de villa y le puso el apellido del presidente que, para aquel entonces, ya se había reelegido en dos ocasiones. La población cuya principal parroquia estaba –y está– dedicada al primer Apóstol mártir, y que dos centurias antes había llevado su nombre –“Santiago Tzaguaio”–, pasó a llamarse “Sahuayo de Díaz”. La cabecera municipal de Jiquilpan, en contraste, sí fue designada como ciudad, apenas tres días después, y adquirió el apellido del gran rival político del presidente Díaz: Juárez.

En lo que concierne a Jiquilpan, la rivalidad que hasta la fecha existe entre ambas localidades, aunque tan cercanas una de la otra, se agudizó durante el Porfiriato. Tal es el planteamiento, sólidamente fundamentado, de Ramírez Sánchez (2017). Dicho autor refiere que en ello intervinieron factores sentimentales, pleitos por tierras, injerencia de las autoridades jiquilpenses en Sahuayo, altercados  entre  las  élites por la hegemonía política del distrito e, inclusive, la renuencia de los sahuayenses de subordinarse política,  administrativa y religiosamente a Jiquilpan (p. 65). En este último rubro, Sahuayo dependía de su antagonista al sur, y así sería hasta 1940. Para los habitantes de Jiquilpan, en contraparte, resultaba denigrante que Sahuayo, un poblado más pequeño y supeditado a ellos, se perfilara y cimentara como líder del crecimiento económico y demográfico de aquella región.

En cuanto a las comunicaciones, Sahuayo de Díaz se vio enriquecido, en el mismo año en que cambió de apellido, con el servicio telegráfico. Al año siguiente, 1892, se consumó la obra del puente de cal y canto sobre el río. Los caminos de tierra se tornaron transitables casi todo el año. No fue de extrañar que todo esto, aunado al vertiginoso auge financiero que, en opinión de Ramón Sánchez (citado en González, 1979, p. 120), se debió a la afición de los comerciantes locales de vender mercancía con profusión, permitiera que Sahuayo se transformara en el núcleo mercantil preponderante de la región de la Ciénega a cincuenta kilómetros a la redonda.

La agricultura fue otra actividad que propició el acelerado desarrollo de Sahuayo durante el Porfiriato –aunque Jiquilpan no se quedaría atrás–, dada su cercanía con el lago de Chapala. Tan es así que, junto con su rival, desplazó a Cotija en dicho ámbito. Durante este periodo, la hacienda de Guaracha se convirtió en un centro productor importante en la organización social y territorial, con enérgicos vínculos de poder y dominio que son, y han sido, materia para prolijos artículos aparte.

Dibujo ilustrativo de la Ciénega de Chapala. Llama la atención un detalle: que la Parroquia de Sahuayo tenga dos torres (lo cual pasó hasta la década de 1930) en lugar de una. Imagen tomada del primer número de la revista cultural «Sahuayo, historia desde su gente», correspondiente al trimestre enero-marzo de 2021.

Es importante subrayar que, a pesar de que Jiquilpan se situaba –y hasta hoy– más cerca de Villamar, la actividad de la hacienda de Guaracha favoreció más a Sahuayo (Ramírez-Sánchez, 2017, p. 64), lo cual, como es natural, contribuyó a acentuar la competencia y antipatía entre ambas localidades y municipios. Esto se debió a que los ganaderos jiquilpenses se vieron restringidos por la alta producción de la hacienda limítrofe, en el municipio de Villamar, mientras que los rancheros y acaudalados sahuayenses no tuvieron dificultades ni obstáculos para ensancharse hacia el occidente, a los antiguos territorios de la hacienda de Cojumatlán. Así, Sahuayo de Díaz se coronó como el centro y sede del comercio, en “concesionario mercantil” de la Ciénega (p. 65), como camino incipiente para, un día lejano, granjearse ser considerada su capital. Era el comienzo de una carrera que ya no habría de detenerse. La ganadería pronto adquirió valiosa relevancia.

Detalle de la Ciénega de Chapala en 1892. Del acervo de Pablo Hermosillo Villalobos.

En la próxima parte, la segunda y última, hablaremos de otros ámbitos en los que Sahuayo sufrió modificaciones considerables, tanto para bien como para mal, hasta alcanzar el instante en que el Porfiriato se hizo añicos.

Bibliografía

Cuevas, M. (1928). Historia de la Iglesia en México. El Paso: La Revista Católica.

González y González, L. (1979). Sahuayo. México: El Colegio de México.

Prado Sánchez, P. (1976). Sahuayo: Tradiciones y Leyendas. Edición del autor: Sahuayo.

Sánchez, R. (1896). Bosquejo estadístico e histórico del distrito de Jiquilpan de Juárez. Morelia: Porfirio Díaz.

Ramírez-Sánchez, R. (2017). Cambios y continuidades de una vecindad contenciosa en la región Ciénega de Chapala, Michoacán. Quivera Revista De Estudios Territoriales, 19(2), 59-79. Consultado de https://quivera.uaemex.mx/article/view/9752

8 de junio de 1956. Bendición de la primera piedra del altar del templo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús en Jiquilpan

Un día como hoy, pero de 1956, hace 68 años, en Jiquilpan de Juárez, Michoacán, se efectuó la solemne fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Asimismo, se aprovechó tan magna festividad litúrgica para llevar a cabo la bendición de la primera piedra del altar edificado en dicho recinto.

Original impreso del recuerdo de la festividad en honor al Sagrado Corazón en Jiquilpan, el 8 de junio de 1956.

Se conserva un Recuerdo que, a la letra, dice:

RECUERDO / de la / SOLEMNE FESTIVIDAD / DEL SACRATÍSIMO / CORAZÓN DE JESÚS / y de la / Bendición de la / PRIMERA PIEDRA que se colocará en el Altar construido en su Templo.

Católicos:

Nuestros templos son la Casa de Dios, la imagen del Cielo y en ambos es adorado el / mismo Dios, colocado sobre el Altar el mismo Corazón Divino y se repiten las mismas alabanzas.

El altar debe ser decente, hermoso y majestuoso, porque significa a Cristo, que tiene su / trono en el Tabernáculo y nos dice: “He aquí el Corazón que tanto amo a los hombres, que nada / ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor. En agradecimiento no recibo / de la mayor parte más que ingratitudes por los desprecios…y frialdades que tienen para Mí”.

Correspondamos al amor del Corazón Eucarístico de Jesús, tributándole culto de Adora- / ción y Reparación y levantemos su Trono en medio de nosotros”.

Jiquilpan, Mich., a 8 de junio de 1956.

El Capellán, / El Párroco,

Pbro. J. Jesús Ceja. / Carlos Verduzco.

Misa Solemne –llamada «de tres padres», con presbítero, diácono y subdiácono, o bien, con sacerdotes que hacían el papel de estos dos últimos– en el interior del templo del Sagrado Corazón en Jiquilpan, todavía sin su altar.

El P. José de Jesús Ceja, hijo de don Arcadio Ceja y de doña Refugio Torres, nació en Jiquilpan el 8 de septiembre de 1888 y fue bautizado a los tres días por el presbítero Cayetano García. Fue el responsable de la edificación de las torres y, como ya se dijo, del nuevo altar. Una de sus preocupaciones pastorales fue la atención a los enfermos más desposeídos. Para ello, empleó la medicina homeopática. Un sinnúmero de personas humildes lo buscaban para solicitar sus atinados servicios homeopáticos, en su propio domicilio. Murió el día 17 de enero de 1984 y sus restos descansan en “su templo”, el del Sagrado Corazón de Jiquilpan.

A su vez, el P. Carlos Verduzco, a raíz de la erupción del Paricutín, gestionó la reparación de la Parroquia de San Francisco de Asís, a fin de derrumbar y ensanchar una parte de la misma, y al mismo tiempo, negoció con el gobierno la devolución del templo del Sagrado Corazón.

Interior del templo consagrado al Sagrado Corazón en Jiquilpan. Nótense la imagen, en lo alto, y el púlpito, a la izquierda. Créditos de fotografía: JiquilpanPM.

Información e imágenes recabadas de Jiquilpan y su historia, página de Facebook. Quien esto escribe ha hecho algunas adaptaciones al texto y a la transcripción –las diagonales indican cambio de renglón–. También se han mejorado las imágenes.

Lic. Helena Judith López Alcaraz.