La Alhóndiga de Granaditas, edificio histórico de Guanajuato.

Francisco G. Montes * Cronista

Alhóndiga «de Granaditas» en la ciudad de Guanajuato, Guanajuato. Es u edificio emblemático de rara belleza.

La construcción se inició en 1796, por orden del virrey Miguel de la Grúa Talamanca de Carini y Branciforte,, conocido más bien por el último de sus apellidos; la obra arquitectónica fue proyectada por el arquitecto José del Mazo y Avilés.

Los encargados de los trabajos fueron el maestro Juan de Dios Trinidad Pérez y Francisco Ortiz de Castro. Fue concluida el 7 de noviembre de 1809.

Su fin principal era el almacenaje de granos, para ser un almacén que pudiera satisfacer la demanda de granos en la ciudad de Guanajauato.

La historia nos recuerda que la finalidad para lo que fue construida duró poco, ya que a los pocos meses, en septiembre de 1810, la ciudad fue tomada por los insurgentes bajo el mando de don Miguel Hidalgo; la toma de la alhóndiga fue un acontecimiento traumatismo, debido a que allí perecieron muchos ciudadanos españoles residentes en la ciudad, que fueron masacrados por los insurgentes.

En este edificio, en sus cuatro vértices de las bardas del cuadrilongo, colgaron las cabezas de los primeros jefes insurgentes desde 1811 que fueron fusilados, hasta el año de 1821.

Maximiliano emperador embalsamado.


Dhyana A. Rodríguez


El encargado del embalsamamiento fue el doctor Licea, si bien se permitió que el doctor Basch estuviera presente, además del doctor Szender, quien había venido con el barón de Magnus desde San LuidsPotosí, trayendo sustancias para el proceso (éste último, finalmente, sí ayudó).
Por los numerosos tiros en el cuerpo, no pudieron embalsamar a Maximiliano con la técnica moderna de ese tiempo que era a través de inyecciones con sustancias, así que hicieron una combinación de eso, y la técnica egipcia, para lo cual, tuvieron que sacar todas las víseras, desecándolas y poniéndolas en vasijas. También le pusieron ojos de vidrio de color negro.
Antes del proceso, Lícea encontró al cuerpo totalmente desnudo en la Iglesia, con las ropas ensangrentadas a un lado (las cuales pidió el fotógrafo Aubert permiso de fotografiar) y viendo que ya no era posible volver a usar las mismas, pidió al gobierno que le proporcionaran otra ropa. El gobierno le dijo que no había dinero para eso y Lícea trajo entonces de su propia ropa para vestirlo cuando ya estuviese embalsamado.
Hizo también una máscara de yeso de su rostro la cual, junto con parte de la ropa de la ejecución y algunos cabellos, pretendió vender a la princesa de Salm Salm alegando que lo hacía porque no le habían pagado y además él había tenido que dar su ropa. La princesa de Salm Salm denunció esto a Juárez y tales objetos fueron confiscados.
El cadáver quedó no tan bien, pero quedó, no desprendía ningún olor y fue puesto en un ataúd al que por desgracia después se le rompió un vidrio, debido a que uno de los soldados recargó su fusil en él para verlo. No se dieron cuenta de la rasgadura y así fue trasladado a la ciudad de México. En el camino, cayó en un manantial y le entró agua, lo cual echó a perder parte del embalsamamiento, así que en la ciudad de México, encargaron que le hicieran otro.
Así pues, en la capilla de San Andrés (hoy demolida), que fue su última morada en México, se hizo de nuevo el proceso, teniendo que colgar al cadáver de una lámpara para que escurriera todo el líquido, y luego se volvió a empezar. Se le vistió entonces de general, y se le metió en un triple ataúd, para que ya no sucedieran más accidentes.

El edificio de la Fonoteca Nacional historia colonial

La Casa Alvarado es la sede de la Fonoteca Nacional, un edificio del siglo XVIII construido con influencia andaluza y morisca declarado monumento histórico por la Dirección de Monumentos Coloniales el 27 de abril de 1932. Dicho inmueble, pese a las creencias populares, no guarda relación con Pedro de Alvarado. Hasta 1904 llevó el nombre de Quinta Rosalía, pero una de sus dueñas encontró el apellido Alvarado en los documentos antiguos de propiedad del inmueble y decidió poner el nombre de Casa Alvarado al exterior de la casa.
Previamente, el inmueble ha tenido diversas funciones: biblioteca de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, librería de la Secretaría de Educación Pública, sede de la Enciclopedia de México, de la Dirección de Estadística, y de la Fundación Octavio Paz. Asimismo, de diciembre de 1997 a abril de 1998, fue residencia de Octavio Paz y falleció en el inmueble.
El 4 de agosto de 2004, la Secretaría de la Función Pública cedió —en calidad de comodato— la Casa Alvarado al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, para ser la sede de la Fonoteca Nacional. En septiembre de 2005 iniciaron las labores de restauración en las que especialistas (arquitectos, historiadores y restauradores) le devolvieron sus condiciones arquitectónicas y colores originales. Además, se rehabilitó su jardín histórico gracias al proyecto del arquitecto holandés Keess Van Roij quien le devolvió la vegetación característica de Coyoacán.

Fuente: Virreinato de la Nueva España. Arquitectura.

Palabra de Honor. Carlos Fuero y el general Severo del Castillo

Carlos Fuero.


En el año de 1892 murió don Carlos Fuero. Una calle en la ciudad de Saltillo, Coahuila, una en Parral y en la capital de Chihuahua, llevan su nombre. La historia es digna de ser conocida por ustedes, mis queridos amigos. A la caída de la ciudad de Querétaro, quedó prisionero de los «Juaristas», el General don Severo del Castillo, Jefe del Estado Mayor de Maximiliano. Fue condenado a muerte, y su custodia se encomendó al Coronel Carlos Fuero. La víspera de la ejecución del general don Severo del Castillo, dormía el Coronel Fuero, cuando su asistente lo despertó. El General del Castillo, le dijo, deseaba hablar con él. Fuero, se vistió de prisa y acudió de inmediato a la celda del condenado a muerte. No olvidaba que el Gral. don Severo del Castillo, había sido amigo de su padre.


– Carlos – le dijo el General, – perdona que te haya hecho despertar. Como tú sabes me quedan unas cuantas horas de vida, y necesito que me hagas un favor. Quiero confesarme y hacer mi testamento. Por favor manda llamar al padre Montes y al licenciado José María Vázquez.


– Mi General – respondió el Coronel Fuero, – No creo que sea necesario que vengan esos señores.
– ¿Cómo? – se irritó el General Del Castillo. – Deseo arreglar las cosas de mi alma y de mi familia, ¿y me dices que no es necesario que vengan el sacerdote y el notario?
– En efecto, mi General – repitió el Coronel republicano. – No hay necesidad de mandarlos llamar. Usted irá personalmente a arreglar sus asuntos y yo me quedaré en su lugar hasta que usted regrese.
El General Don Severo se quedó estupefacto. La muestra de confianza que le daba el joven Coronel Fuero,era extraordinaria.
– Pero, Carlos – le respondió emocionado. – ¿Qué garantía tienes de que regresaré para enfrentarme al pelotón de fusilamiento?
– Su palabra de honor, mi General – contestó Fuero.
– Ya la tienes – dijo don Severo abrazando al joven Coronel.
Salieron los dos y dijo Fuero al encargado de la guardia: – El señor General Del Castillo, va a su casa a arreglar unos asuntos. Yo me quedaré en la celda en su lugar como prisionero. Cuando él regrese me manda usted a despertar.
A la mañana siguiente, cuando llegó al cuartel el superior de Fuero, General Sóstenes Rocha, el encargado de la guardia le informó de todo lo sucedido.
Corriendo fue Rocha a la celda en donde estaba Fuero y lo encontró durmiendo tranquilamente. Lo despertó moviéndolo.
– ¿Qué hiciste Carlos?, ¿Por qué dejaste ir al General del Castillo?
– Ya volverá – le contestó Fuero. – Y si no lo hace, entonces me fusilas a mí.
En ese preciso momento se escucharon pasos en la acera.
– ¿Quién vive? – gritó el centinela.
– ¡México! – respondió la vibrante voz del General del Castillo. – Y un prisionero de guerra.


Cumpliendo su palabra de honor volvía Don Severo para ser fusilado.
El final de esta historia es feliz. El General Severo del Castillo, no fue pasado por las armas. Rocha le contó a don Mariano Escobedo lo que había pasado, y éste le informó a don Benito Juárez. El Benemérito, conmovido por la magnanimidad de los dos militares, indultó al General y ordenó la suspensión de cualquier procedimiento contra el Coronel Fuero.
Ambos eran hijos del Colegio Militar; ambos hicieron honor a la Gloriosa Institución. Ambos hicieron honor a su palabra.
De ahí deriva también la palabra «Fuero»: tener «Fuero» es tener un privilegio, que debe sustentarse en la palabra de honor y en un juramento o «protesto».

General Severo del Castillo

Texto de México a través de su historia.

Juan de Palafox y Mendoza: De la naturaleza del indio, al Rey Nuestro señor. Primera Parte.

Francisco Gabriel Montes Ayala * Academia Nacional de la Crónica A.C.

Don Juan de Palafox y Mendoza ha sido una de las personas que ha merecido la atención de los historiadores. Arzobispo de México, Virrey y Gobernador de la Nueva España, después de un siglo de muerto, le recordaban sus feligreses y glorificaban con delirante frenesí. Don Juan de Palafox, escribió un texto que le llamó: «De la naturaleza del indio, al Rey Ntro. Sr. , por don Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de Puebla de los Ángeles, del Consejo de su Majestad, etc. en el año de 1653.

Dividido en una serie de capítulos, por demás interesantes, Palafox y Mendoza describe como nadie la naturaleza de los naturales de la américa conquistada, de los indígenas que vivían bajo el tutelaje de la corona española.

En el capítulo I, Juan de de Palafox, pide el amparo del Rey para los naturales, «La América, la cual virgen fecundísima y constantísima, no solamente recibió la fe cristiana con docilidad y la romana religión con pureza, sino que hoy la conserva sin mancha alguna de errores o herejías; y no solo ninguno de sus naturales otra cosa ha enseñado que la católica religión, pero ni creído, ni imaginado; de suerte que puede decirse que en esta parte del mundo se representan la vestidura inconsútil y nuca rompida de Cristo Nuestro Señor» podemos destacar del texto del original de don Juan de Palafox, su conocimiento preciso y su convivencia con los naturales que los conoce a fondo y lo plasma en el documento dirigido al Rey.

Palafox, asegura que el amparo del Rey que merecen los naturales es por el fervor grande con que se ejercitan en la religión cristiana: «las demostraciones que los indios hacen de muy fervorosos cristianos, como se ve en las cosas siguientes, que yo mismo he mirado y tocado con las manos. Lo primero en las procesiones públicas son penitentísimos y castigan sus culpas con increíble fervor, y esto con una sencillez tan sin vanidad, que sobre no llevar cosa sobre sí que cause ostentación o estimación, van vestidos, disciplinándose durante con incomportables silicios todo el cuerpo y el rostro, y descalzos, mirando una imagen de Cristo Nuestro Señor crucificado, en las manos y tal vez para mayor confusión, llevan descubierta la cara, y esto con una natural sencillez y verdad, que a quien lo viere y ponderare, causa grandísima devoción y aún confusión. Los demás van en las públicas procesiones, todos, hombres y mujeres, con imágenes de Nuestro Señor Jesucristo crucificado, en las manos y mirando al suelo o a la imagen, con grande y singular humildad y devoción»

Menciona que: » No hay casa por pobre que sea que no tenga su oratorio, que ellos llaman santo cali, que es aposento de Dios y de los Santos, y allí tienen compuestas su imágenes; y cuanto pueden ahorrar en su trabajo y sudor, lo gastan en estas santas y útiles alhajas y aquel aposento está reservado para orar en él y retirarse cuando comulgan con grandísima reverencia y silencio.-..(sic) finalmente, en habiendo pagado su tributo, todo lo demás lo emplean liberalmente en el divino culto y en sus cofradías, imágenes de santos, pendones, misas, cera y cuanto promueven el servicio de Nuestro Señor, sin que por ellos se haga, comúnmente hablando, resistencia a esto, particularmente cuando ven que sus ministros tratan solo de aumentar las cosas divinas en su doctrina y no de granjear utilidades con ella»

En cuanto al trato de los naturales con los ministros de la Iglesia, dice Palafox que: «En toda la Nueva España, sustentan los sacerdotes y la religión; ellos son los que dan ración a los maestros de la fe, que de entrambas profesiones los doctrinan; ellos son los que hacen frecuentes ofrendas; ellos les ofrecen los derechos de las misas; ellos son los que fabrican las iglesias y esto lo hacen, en cuanto ellos alcanzan, con mucha alegría y suavidad y liberalidad; y digo en cuanto ellos alcanza, porque tal vez se les pide lo que pueden y entonces no hay que admirar que porque no puedan, no quieran y lo hagan con disgusto y pesadumbre».

(Continuará)