Vencido por la influenza española (II)

La muerte del bandolero José Inés Chávez García (Segunda y última parte)

Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo

A la derecha, con su sombrero ancho y carrilleras cruzadas al pecho, José Inés Chávez García. Fotografía de Degollado a través del tiempo, editada y mejorada por la autora.

Es una verdad universal que cuando ya se sienten «pasos en la azotea», como dice la expresión popular, las cosas se ven de forma muy distinta. Entonces desaparecen, cual volutas de humo, los honores, el poder, la fuerza, y son reemplazadas por el natural temor a la muerte y a lo que pasa después de ella. Y para Inés Chávez no fue la excepción. En la anterior entrada dejamos al facineroso de Godino en los momentos en que fue visitado por el Dr. José María Barragán y éste, aunque amenazado por los subalternos del moribundo, dio su dictamen: el «Atila del Bajío» estaba desahuciado, y no le faltaba mucho para exhalar el último suspiro.

De acuerdo con lo narrado por el P. Esquivel, en medio de la ominosa atmósfera que indicaba a todas luces que la muerte pronto se apersonaría para cortar la vida del temido general con su implacable guadaña, alguien consiguió aproximarse al bandido agonizante y sudoroso, que respiraba afanosamente, y decirle:

—Mi general, yo lo veo bastante mal. ¿Por qué no manda llamar a un sacerdote?

Tomando en cuenta el cruento historial de Chávez, no era la mejor idea del mundo. En Churintzio, por ejemplo, hizo apresar al presbítero local, y hasta hizo que le ataran las manos a la espalda y le pusieran una soga al cuello con el objetivo de amedrentar a las mujeres que frecuentaban la iglesia y poder demandar dinero a cambio de no matarlo.

Detalle de una fotografía de Inés Chávez (al centro) con sus lugartenientes. Edición y mejora de imagen por la autora.

El mismo José Inés era sabedor de la larga lista de atrocidades que pesaban sobre su conciencia, porque repuso:

—Yo no creo que alcance perdón, dicen que soy un diablo.

«Por sus frutos los conoceréis», sentenció Jesucristo, tal como lo plasma el Evangelio según San Mateo. También dijo que «Un árbol bueno no dar llevar frutos malos, ni un árbol malo frutos buenos». Hasta el mismo Inés Chávez lo sabía. Más que un «Cada quien como se sienta», bien podría habérsele aplicado la lapidaria frase «Mentira no es».

El hombre que le sugirió llamar a un sacerdote, quien residía en la Aduana Vieja con los señores que alguna vez fueron propietarios de la Hacienda de San Antonio Carupo, se limitó a expresar:

—Recuerde, mi general, que la misericordia de Dios es infinita.

Numerosos autores píos, incluyendo Santos, han explicado que lo es, si hay arrepentimiento y contrición.

Inés Chávez, de momento, pidió un vaso con agua. Bebió algunos sorbos, y todavía con el traste en la mano, solicitó:

—Díganle al señor cura que venga.

El susodicho sacerdote era el P. Francisco Luna Pérez, un varón virtuoso y en extremo caritativo, que no contento con haber dotado de templo y torre a sus fieles y auxiliarlos espiritualmente siempre que lo requerían, los socorría en todas sus necesidades materiales, al grado de comprarles cobijas para que no pasaran frío y de entregar a los más desposeídos, íntegras, las cosechas que obtenía de los terrenos que alguna vez habían pertenecido a su madre.

Cuando le explicaron la situación, el P. Luna no vaciló en acudir y recorrer los aproximadamente ochenta metros que separaban la puerta del curato del lugar en el que yacía Inés Chávez en su camilla. Antes de acercarse quiso ratificar si el enfermo deseaba confesarse, a lo que éste contestó de manera afirmativa.

Al verlo in articulo mortis, el P. Luna mandó a su acompañante, el señor Mario Cerda, que fuera al curato y llamara a los vicarios, a fin de que le llevaran el Sagrado Viático y los Santos Óleos para darle la Extremaunción. Mientras cumplían el encargo, el sacerdote mandó a quienes se hallaban cerca que se apartaran. Los testigos, incluso de lejos, pudieron ver que Inés Chávez se confesó y recibió la absolución.

Casi en seguida arribaron los vicarios, Raúl Manzo González y Enrique Pineda. El primero le administró el Viático y el segundo lo ungió. Acabado todo esto, los tres eclesiásticos se retiraron, y entró el doctor Barragán, quien dictaminó que cambiaran de sitio a Chávez, metiéndolo al cuarto de la presidencia. Allí, entre la puerta y la primera ventana hacia el sur, nuestro personaje expiró.

Eran las 5:30 de la tarde. Ni la misma tropa, o el «estado mayor», se dieron cuenta. Sólo lo supieron, en ese instante, las tres personas que se encontraban presentes: el médico que lo atendió, el alcalde Vicente Guillén y su secretario, Lorenzo Salazar.

Así fue como acabó sus días «el Atila del Michoacán», a quien Luis González y González no dudó en describir como sigue:

“Nunca creció […] Fue bajito y malvado. Lo adornaban muchas virtudes animales y algunos vicios humanos” (1968, p. 162).

Tenía apenas veintinueve años de edad. Lo sepultaron en un terreno que era propiedad de Pedro Ortiz, al oriente de Purépero, en un paraje llamado El Baluarte, dentro del Cerro de la Alberca.

Al mes siguiente de su muerte, la dispersión de la gavilla chavista era prácticamente total. Algunos de sus seguidores se dispersaron, y otros prefirieron aceptar la amnistía que les ofrecía el Gobernador del Estado, Pascual Ortiz Rubio.

El 14 de noviembre de 1918, diversos diarios del país, máxime los del Occidente, dieron fe del fallecimiento de nuestro personaje en diversos términos:

Primera plana de El Pueblo, fechada el 14 de noviembre de 1918, donde se comunicó oficialmente la muerte de Inés Chávez. Edición por la autora.

«CHÁVEZ GARCÍA MURIÓ A CAUSA DE LA EPIDEMIA, EN MICHOACÁN. […] Una de las más abominables plagas que han venido azotando al país en el Estado de Michoacán: el feroz vándalo José Inés Chávez García, terror de los pueblos débiles y de las rancherías abandonas y solitarias, acaba de morir. […] el «General en Jefe» del más salvaje núcleo rebelde del país se despidió para siempre de este mundo con fecha 11 de los corrientes, en la población de Purépero, Estado de Michoacán» (El Pueblo).

Telegramas en los que se dio aviso al Despacho de Guerra y Marina y al presidente Carranza sobre el deceso de Inés Chávez. Periódico El Pueblo. Edición por la autora.

«JOSE I. CHAVEZ GARCIA FUE AJUSTICIADO POR LA INFLUENZA. * * * […] La epidemia de «influenza española», que se ha desarrollado en Michoacán en forma realmente alarmante, se ha encargado de castigar a los rebeldes que encabeza José Inés Chávez García, y según telegramas que el señor general de división Manuel M. Diéguez, jefe de las operaciones en el Centro y Noreste del país, envió a la Secretaría de Guerra y Marina, y que están fechados en Uruapam, el mismo José Inés el temible cabecilla que tanto daño causó a la región michoacana, y tantas lágrimas y su derramar a los tranquilos y laboriosos habitantes de aquella comarca, acaba de morir, víctima de la enfermedad reinante» (Excélsior).

Nota del diario capitalino Excélsior acerca del fallecimiento del temible bandido de Godino. En este caso, la influenza es descrita como brazo justiciero. Edición por la autora.

«SE HA CONFIRMADO PLENAMENTE LA MUERTE DEL CABECILLA JOSE INES GARCIA CHAVEZ. Oficialmente se dió a conocer la noticia. Algunos particulares recibieron ayer mensajes procedentes de diversas poblaciones del Estado de Michoacán, en que se daba la noticia de la muerte del famoso cabecilla José Inés García Chávez, ocurrida en Purépero, a causa de la influenza española» (El Informador).

Breve nota en El Informador, con telegrama de Jesús Ferreira incluido, que comunica la muerte de Inés Chávez. Edición por la autora.

«MURIO DE INFLUENZA J. I. CHAVEZ GARCIA. Anoche, a las siete, se nos informó por teléfono, de las oficinas de la Secretaría de Guerra, que en ese departamento de Estado se acababa de recibir un telegrama firmado por el señor general Diéguez, en el que daba cuenta de que tenía informes referentes a que el bandolero José Inés Chávez García murió el día once de los corrientes, en la población de Puréparo [sic], Michoacán, víctima de la «influenza española»» (El Demócrata).

Algunos en primera plana, otros en la segunda página, algunos más se limitaron a hablar del tema en alguna pequeña nota. Pero se trataba de una noticia que no podía ser omitida.

A su vez, distintas personalidades militares abordaron la cuestión. Citamos a Manuel Macario Diéguez y los documentos telegráficos referidos:

General Manuel M. Diéguez, designado por el Varón de Cuatro Ciénegas para sofocar la campaña de Inés Chávez en Michoacán en 1918, y quien notificó el fallecimiento de aquél, por telegrama, desde Uruapan. Imagen editada y mejorada por la autora.

«Uruápam, 13 de noviembre de 1918. «Oficial Mayor Encargado del Despacho de Guerra y Marina. —México, D. F. «Con profunda satisfacción comunícole que el día 11 murió en Purépero, Michoacán, el bandolero Chávez García, víctima de la Influenza española.» Atentamente. General en Jefe de las Operaciones— M. M. Diéguez.»

«Uruápam, 13 de noviembre de 1918. «Presidente de la República.— Número 4,240.— Tengo el honor de poner en el superior conocimiento de usted que en este momento acabo de recibir un mensaje del señor general J. M. Ferreira, fechado en Zamora, Michoacán, en que me comunica que está confirmado que el día 11 murió bandido García Chávez, víctima de la «influenza española.»— Respetuosamente. General M. M. DIEGUEZ.» (Respetamos ortografía, signos de puntuación y falta de tildes).

Pascual Ortiz Rubio tampoco se quedó atrás en la labor de comunicar al primer mandatario, Venustiano Carranza, que el criminal había muerto en el territorio de la entidad que regenteaba:

«Morelia, 13 de noviembre—4 p.m. Presidente Carranza.— Con verdadero placer hónrome en comunicarle que general J. M. Ferreira me comunica desde Zamora, Michoacán, telegráficamente, confirmada muerte terrible bandido Inés Chávez García.—Salúdolo respetuosamente. El Gobernador Constitucional del E., P. ORTIZ RUBIO.»

En el caso del mensaje que envió Jesús María Ferreira, las palabras fueron las siguientes:

«ZAMORA, 13 de noviembre. Sr. Gral. J. J. Méndez.—Urgente. Con gusto comunico a Ud. que se ha confirmado la muerte en Purépero, del bandolero García Chávez, de influenza española. Salúdolo. Gral. J. M. Ferreira.»

Más allá de que la influenza española hiciera lo que muchos en su tiempo desearon hacer, y de cuánta alegría causó su partida, es llamativo leer que, con todo y el daño que provocó a diestra y siniestra, José Inés Chávez alcanzó a recibir los Sacramentos. Ante esto, es natural pensar «¡Hasta suerte tuvo el desdichado!» y cuestionarnos qué fue lo que pudo haberle valido la oportunidad de recibir el perdón – el divino, no el humano– por sus culpas y tropelías, de ser confortado por los auxilios espirituales de la religión cristiana, y más tomando en consideración a cuántas personas, independientemente de su sexo o edad, él mismo quitó dicha posibilidad. Y más cuando reparamos en que Inés Chávez, a diferencia de otros personajes, no fue liberal o anticlerical desde sus años mozos. Más aún: era piadoso, devoto, católico practicante.

Leamos los testimonios de las personas que lo trataron en su juventud:

“Inés, desde chico, acostumbraba mandar a todos los que jugábamos con él, pronto se enseñó a leer y escribir. Ya más grandecito era el que guiaba el Vía crucis en los viernes de Cuaresma en la capilla de Godino, porque no teníamos sacerdote allí, guiaba también los rosarios y el padre de la Presa de Herrera lo nombró celador del Apostolado de la Oración, y portando él mismo el estandarte del Sagrado Corazón, llevaba mucha gente a hacer los viernes primeros a la Presa de Herrera”.

Casi parece que estamos hablando de una persona completamente distinta. Y bueno, aunque no es el caso, ya que toda nuestra entrada se ha centrado en el mismo hombre, el cambio había sido radical. En consecuencia, aflora una pregunta inquietante: ¿cómo se producido semejante alteración? ¿En qué momento un chico que encabezaba las devociones de su ranchito, que hasta pertenecía a un grupo parroquial, y que fue promotor de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús?

La respuesta que dan los mismos testigos es esta:

“Se echó a perder cuando anduvo con Joaquín Amaro, el que desde que fue su jefe directo se convirtió en su ángel negro”.

Es verdad que otra versión de la modificación tan drástica de su conducta indica que Inés Chávez no era cruel en sus comienzos como revolucionario pero que, luego de haberse curado de una enfermedad grave, adoptó la táctica de asolar los poblados a sangre, fuego y dinero, esto último mediante los clásicos préstamos o rescates forzosos. Pero adjudicar su funesta transformación a haberse juntado con Joaquín Amaro Domínguez no es, ni remotamente, algo descabellado o fuera de lugar. El susodicho militar fue conocido por su sadismo, su inquina hacia el clero y los católicos y, en suma, por ser un perseguidor de la Iglesia a ultranza. En Zamora, entre diversas providencias, apoyó la confiscación y embargo de los bienes eclesiásticos, mandó suspender la edificación del Santuario Diocesano de Nuestra Señora de Guadalupe –la Catedral Inconclusa– e hizo exclaustrar a las religiosas capuchinas.

Retrato de José Inés Chávez García. Fotografía editada y mejorada por la autora.

El hecho específico es que, en efecto, Chávez sí anduvo bajo las órdenes de «El Indio» Amaro, y que, como éste y tantísimos cabecillas y bandidos que se hicieron llamar «revolucionarios», aprovechó la prolongación del levantamiento armado para obtener beneficios personales y dar rienda suelta no únicamente a su sed de riqueza y de efusión de sangre, sino, también, al odio antirreligioso que, en incontables ocasiones, rayó en la vesania y en la locura febril.

También es cierto que, por muchos años, el hecho de que el bandolero de Godino se había reconciliado con Dios antes de partir al más allá no fue más que un mero rumor, algo que «se decía por allí» pero de lo que no había pruebas claras. Tan fue así que según los relatos orales de María Luisa Herrera Mendoza, transmitidos a su hija María del Carmen Ávalos Herrera, abuela paterna de quien esto escribe, consignan la historia de una anciana anónima que, al enterarse de las hablillas referentes a la confesión final de Chávez, exclamó:

«Si al morirme llego al Cielo, y Chávez entró allí, ¡del Cielo me salgo!»

Así de malvado había sido. Dice otro refrán: «Cría fama, y échate a dormir». En el caso de Inés Chávez, no sólo era la fama.

Las declaraciones escritas del P. Esquivel arrojaron luz sobre la cuestión y resolvieron el misterio. Ahora, como quedó ya asentado, sabemos a ciencia cierta que José Inés Chávez García sí recibió los Sacramentos antes de morir, lo cual, aunque sólo el Creador lo sepa, abre la posibilidad a que incluso alguien como él haya podido salvarse. Probablemente Dios se haya valido de la influenza española para brindarle tiempo para arrepentirse y acercarse a Él, algo que habría sido imposible si hubiese muerto al fragor de un combate o asesinado en venganza de tantas familias destruidas, tantas mujeres mancilladas, tantas localidades y villas asoladas.

Sin duda que, aunque no lo comprendamos, el Señor no mide los acontecimientos como lo hacemos nosotros. Solamente Él sabe por qué las cosas acontecen de una manera y no de otra.

Citamos las palabras del resumo biográfico de Degollado a través del tiempo:

“¿Quizá las oraciones de su madre y las prácticas piadosas que él mismo tuvo, en sus primeros años, cuando guiaba viacrucis y rosarios en Godino, le sirvieron para que la misericordia infinita de Dios le perdonara sus innumerables delitos, como lo hizo Jesús, al borrar los crímenes del ladrón arrepentido en la cima del Calvario?”

Esto, sin embargo, no debe movernos a olvidar la justicia y la historia de todas las víctimas de las que, antes de que la influenza española lo derrotara indefectiblemente y le diera un pasaporte a la Eternidad, fue fautor y causante.

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Fuentes:

Degollado a través del tiempo. Apuntes biográficos de José Inés Chávez García. No hemos podido localizar al autor.

Gómez-Dantés O. El “trancazo”, la pandemia de 1918 en México. Salud Publica Mex [Internet]. 29 de agosto de 2020 [citado 23 de febrero de 2025];62(5, sep-oct):593-7. Disponible en: https://www.saludpublica.mx/index.php/spm/article/view/11613

González y González, L. (1968). Pueblo en vilo: Michohistoria de San José de Gracia. México: El Colegio de México.

Ochoa Serrano, Á. (2006). Inés Chávez, muerto. Dos textos del Padre Esquivel. Revista Relaciones.

Testimonios orales de María del Carmen Ávalos Herrera, q.e.p.d., cuya madre radicó en Zamora en los tiempos de la Revolución y atestiguó tanto los atropellos de las tropas carrancistas en contra de todo lo que fuese católico como la presencia y crueldad de Joaquín Amaro. Asimismo, la Sra. Carmen relataba varias anécdotas relativas a Inés Chávez García.


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