Previo a la conquista. Antropofagía, esclavitud y sometimiento en el México prehispánico.

Francisco Gabriel Montes Ayala

“Moctezuma a quien muchos llaman emperador, dominaba en calidad de Tecutli de una de tantas ciudades, la más extraña, la más bella y la más poderosa por la descollante aptitud de guerra de sus fundadores” dice Pereyra. Y es que Moctezuma el gran Tlatoani de México, no había logrado nunca unificar el territorio que dominaban. Faltaban aprestos de guerra, no había animales de carga, no había sustento alimenticio y solo existía el trabajo de subsistencia y la guerra. No había la metalurgia para fabricar armas con hierro.

Se sabe hoy,  que grandes epidemias habían mermaban las naciones, las hambrunas habían acabado con grandes centros habitacionales y ceremoniales. Las ciudades estado que allí estaban hacían la guerra entre ellas, sojuzgaban y dominaban a otras, las guerras entre unos y otros eran muy frecuentes, incluso entre las mismas naciones, se hacían guerras civiles, intestinas entre ellos por dominio, por poder. Se puede decir que la guerra y el sometimiento era la tónica en la zona más «civilizada».  Los desiertos, las llanuras más allá de las ciudades había tribus nómadas, cazadoras y recolectoras.  El territorio de aquel tiempo que se considera “civilizado” era una pequeña proporción de lo que llegó a ser la Nueva España.

Había en el centro del país, en México-Tenochtitlan, un señorío independiente el de Texcoco y otro menor,  el de Tlacopan o Tacuba. Tenochtitlan que ya se había unido a Tlatelolco, y estaban atados los anteriores en una alianza y sujetos a Moctezuma en lo militar. Las conquistas daban tres tipos de tributarios. Los que voluntariamente se unían, los que tenían menos independencia y los sometidos. La esclavitud transitoria o permanente existía de manera vitalicia o hereditaria y era uno de los fines de las conquistas.

Los nobles dedicados al ejercicio de las armas, necesitaban de esclavos, albañiles, cargadores, servicio domestico, que se prestaba juntamente con sus hijas, primas, hermanas. El desarrollo del comercio ocupaba de hombres como bestias de carga que llevaban de aquí, allá, todo. Los comerciantes, “conducían así recuas de hombres cargados de mantas pintadas, artefactos de valor; también iban esclavos que, con los otros artículos, servían para adquirir cacao, vainilla, liquidámbar y cuantos productos daban las tierras calientes” afirma Carlos Pereyra.

Fuera de los dominios estaban numerosos señoríos independientes y libres, como Tlaxcala,  que era enemiga a muerte de los mexicanos y otras que generaban odio y que no podían manifestarlos por miedo al acoso y sometimiento. Moctezuma gobernaba no con el cetro y la corona, sino con el terror.

Había en cada pueblo y cada señorío, sacrificios humanos,  no existía un pueblo, por más pequeño que este estuviera, que los españoles no encontraran sangre fresca, miembros de cuerpos despedazados y aún cadáveres enteros a quienes solo habían arrancado el corazón. 

Cada sacrificio no solo daba sangre a los Dioses, sino que después arrancaban los muslos, los brazos, las piernas y se los comían como si hubieran sido reses recién matadas. Era un matadero para alimentar la población. Era la única forma de obtener proteínas.

En Tenochtitlan, los sacrificios eran peores y la antropofagia, era mayor. Muertos los hombres y sacrificados, su sangre era embarrada en las paredes del templo, los sacerdotes bebían la sangre del descorazonado y se emdarrubaba las melenas con ella y el hedor era insoportable de la sangre podrida que se acumulaba; las piernas y los brazos, eran utilizados para comer, el torso era entregado a los animales enjaulados que tenían para la guerra, la insalubridad en la ciudad reinaba por doquier. Para los cientos de espectadores que esperaban comer un poco de carne, era necesario sacrificar a muchos hombres,  para satisfacer el hambre.

El culpable de todo era Huichilobos, como le llamaron los españoles. Pero eso es otra historia.


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