Cuando la vorágine carrancista cayó sobre Guadalajara

La toma de la Perla de Occidente por las tropas constitucionalistas y la posterior persecución religiosa

Lic. Helena Judith López Alcaraz

Catedral de Guadalajara. Tropas carrancistas. Edición por la autora.

Una avenida de Guadalajara, que atraviesa tres municipios de la ciudad de Guadalajara –incluyendo el Centro Histórico–, de modo lacónico, rememora aquella fecha en las placas colocadas en las esquinas: “8 de julio”. Pero pocos saben a qué acontecimiento hace alusión tal epígrafe. Pues bien: un día como hoy, pero de 1914, hace 110 años, las tropas «constitucionalistas» comandadas por Álvaro Obregón (1880-1928) y Lucio Blanco (1879-1922) hicieron su fatídica entrada a la ciudad de Guadalajara, luego de haber vencido a las fuerzas federales en la Batalla de Orendáin –u “Orendain”, dependiendo del texto–. Pero, lejos de lo que se ha propagado en publicaciones y efemérides, no fue un suceso glorioso y digno de ser celebrado. Veamos el motivo. Claro que, como en otros casos, dejamos que cada lector saque sus propias conclusiones.

General Álvaro Obregón, principal dirigente de las tropas carrancistas que irrumpieron a la ciudad de Guadalajara el 8 de julio de 1914. Fotografía mejorada por la autora.

Después de tomar la población de Tepic, Nayarit, el Ejército de Occidente al mando de Obregón inició su marcha hacia Jalisco. Corría el mes de junio de 1914. El 24 de junio, el general sonorense arribó a Etzatlán con sus hombres. Dos días después estuvo en Ahualulco de Mercado. Para el 1 de julio, el desplazamiento de tropas hacia Guadalajara dio inicio.

Al día siguiente, el general Manuel Macario Diéguez Lara avanzó hacia la sierra de Tequila y salió por Amatitán y Achío, donde tomó La Venta del Astillero y El Castillo –donde peleó el tlajomulquense Eugenio Zúñiga–, al sur de Orendain. En dicha posición, según lo planeado, se enzarzó en la lucha contra los federales enviados por el gobernador José María Mier. Obregón llegó para reforzarlo y, de tal manera, atacar a sus enemigos por dos frentes. Era el 6 de julio. Para la mañana del 7, la columna de Mier fue dispersada a cañonazos.

Rutas de las tropas federales y carrancistas en la Batalla de Orendain y en la toma de Guadalajara.

El camino a la codiciada Guadalajara quedó libre. A sabiendas de las tropelías que los carranclanes –como la gente llamaba despectivamente a los carrancistas–, se extendió la orden a todos los ciudadanos tapatíos de dar una cálida bienvenida a aquellos bandidos, célebres por su anticlericalismo y su odio hacia todo lo que tuviese el adjetivo «católico». Muy pronto habrían de demostrar, de nueva cuenta, que la fama de clerófobos y jacobinos no era infundada, sino lo contrario, muy bien granjeada.

Las tropas al mando de Obregón llegaron a las diez de la mañana. Éste fue acompañado por los generales Diéguez, Benjamin Hill, Lucio Blanco y Sebastián Allende de Rojas. Se repicaron las campanas para recibir al militar de Siquisiva, y a él le desagradó –otro rasgo en el que no se diferenciaba de muchos liberales jacobinos de su tiempo, que en algunos casos llegaron al extremo de prohibir el tañido–.

Al mediodía arribó el grueso de las hordas y se apoderaron de cuanto edificio pudieron: los cuarteles del Carmen, Capuchinas, Colorado, de la Gendarmería del Estado, el de Artillería (que estaba junto a la Alameda, en lo que hoy en día es el Parque Morelos); el Liceo del Estado, el de Niñas, la Casa de Moneda, Escuela de Artes del Estado, la Plaza de Toros del Progreso, la Escuela Industrial de Señoritas; numerosas casas particulares; el Palacio Arzobispal –más tarde Inspección de Policía y, en la actualidad, Palacio municipal de Guadalajara–, localizado contraesquina de la Catedral; y el Seminario Conciliar, el Mayor, localizado en el inmueble que alguna vez albergó a las monjas Agustinas Recoletas de Santa Mónica y anexo al templo dedicado a esta Santa. Allí, por mucho tiempo, estaría instalada la XV Zona Militar.

Leamos cómo refiere los hechos el entonces estudiante de leyes Anacleto González Flores –hoy reconocido como mártir y Beato por la Iglesia Católica y quien encabezó el grupo al que perteneció, alguna vez el adolescente San José Sánchez del Río–:

“[…] no pasó mucho tiempo sin que el pueblo, que había aplaudido a su llegada al ejército constitucionalista viera lleno de asombro que las hordas venidas del norte ge entregaban con un lujo inaudito de impiedad y de cinismo a la profanación y al despojo de lo más santo y venerable. El palacio arzobispal, los talleres de «El Regional», periódico que atacó rudamente la muerte de Madero y la dictadura de Huerta; los edificios de las escuelas que dependían del Gobierno Eclesiástico y los de algunos articulares; los de las escuelas superiores, industriales y de otros colegios cayeron en poder de los revolucionarios.

Otro tanto sucedió con los hospitales, casas para ancianos y otras instituciones de caridad sostenidas por la piedad de particulares, por asociaciones piadosas o por la Iglesia con los fondos proporcionados por el pueblo. Las bibliotecas del Seminario Conciliar, del Colegio de San José y los gabinetes de Física y de Química fueron destrozados por la turba de salvajes que convirtieron en cloacas y en caballerizas edificios que, como el Seminario, merecen ser respetados cuando menos por su belleza arquitectónica (p. 382)”.

Antiguo Seminario Conciliar de Guadalajara, incautado por los revolucionarios carrancistas en la toma de dicha urbe el 8 de julio de 1914.

No hay que olvidar que, en ese momento, el futuro líder católico ya vivía en Guadalajara, por lo que todos esos hechos no le fueron desconocidos, ni mucho menos lejanos, ya que residía en el ahora llamado Centro Histórico.

Ante la huida del gobernador José María Terán, Manuel M. Diéguez tomó posesión del cargo.

General Manuel Macario Diéguez Lara, que ocupó el cargo de gobernador de Jalisco después de los eventos del 8 de julio de 1914.

Al día siguiente, los «constitucionalistas» procedieron a incautar los colegios católicos. Luego, el 21 de julio, se dictó la orden de arrestar a todos los presbíteros de la ciudad, con el objetivo de recluirlos en la Penitenciaría de Escobedo.

Poco después, la Catedral Basílica de Nuestra Señora de la Asunción fue profanada: los revolucionarios entraron montados en las bestias y destruyeron cuanto pudieron. Asimismo, no conformes con utilizar los ornamentos como trapos para la caballada y los vasos sagrados para beber, desenterraron los cadáveres de los Obispos que allí reposaban. En ello se adelantaron a los milicianos rojos durante la persecución religiosa en la madre patria.

Penitenciaría de Escobedo en Guadalajara, donde más tarde se localizaría el Parque de la Revolución (hoy llamado “Rojo”).

La misma suerte corrieron numerosos templos. Dado que la orden de cerrarlos –que llevaba consigo la profanación– se ejecutó con premura, en muchos de ellos no hubo tiempo de consumir las Hostias consagradas. En la Catedral fueron halladas en el suelo, desperdigadas. A algunos sacerdotes, en contraste, se les permitió consumirlas antes de llevárselos presos.

La imagen de Nuestra Señora de Zapopan estuvo a punto de ser quemada, según declaraciones del P. Daniel Lorewee, pero gracias a Dios se salvó y fue rescatada por una joven cuyo nombre permaneció en el anonimato.

La toma del 8 de julio supuso la desaparición de la división de occidente del Ejército Federal, la pérdida del gobierno huertista de la plaza de Guadalajara y, por consiguiente, el avance del ejército del Noroeste hacia la capital de la República.

Pero, por motivos que es fácil imaginar, la mayor parte de los libros de historia de Guadalajara –por no decir su totalidad– nunca tocan la irrupción de los carrancistas aquel ya lejano día de 1914, y, si lo hacen, pintan un cuadro que dista mucho de lo que en realidad fue: una toma que, si bien no implicó que se entablara una lucha en las calles, sí significó la destrucción, el pillaje y la rapiña y –hay que decirlo– la profanación, el sacrilegio y que los recién llegados diesen rienda suelta a su animadversión contra el catolicismo. Sería el principio de una persecución religiosa que no demoraría en tornarse sistemática y que, doce años más tarde, alcanzaría su punto álgido con las reformas al Código Penal hechas por un coterráneo de Obregón, su sucesor en la silla presidencial: Plutarco Elías Calles.

En la Guadalajara actual, el aniversario de lo acontecido el 8 de julio se festeja con actos cívicos, de conformidad al decreto número 16434 emitido por el Congreso del Estado y la LVI Legislatura, fechado el 17 de diciembre de 1996 y publicado el 25 de enero del año posterior. Dicho documento establece ese día como fecha solemne. En 2014 hubo un inusitado desfile militar con ocasión del centenario.

Fuentes:

González Flores, A. (1920). La cuestión religiosa en Jalisco. Guadalajara: Talleres La Época.

Guillén Vicente, A. (31 de enero de 2020). Los católicos jaliscienses frente a villistas y carrancistas: enero-febrero de 1915. Instituto de Investigaciones Jurídicas de la  UNAM. (55). https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/hechos-y-derechos/article/view/14301/15478

Vargas Ávalos, P. (6 de julio de 2017). 8 DE JULIO, FECHA SIGNIFICATIVA EN JALISCO. EXGBO. Presión con sentido. https://elgrullo.com.mx/?p=5383


Descubre más desde Crónicas de la Ciénega. Desde Michoacán.

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario