Institución de la Solemnidad de Cristo Rey en 1925
Lic. Helena Judith López Alcaraz, cronista honoraria adjunta de Sahuayo
En una fecha como ayer, 11 de diciembre, pero hace exactamente cien años, desde la Ciudad Eterna, Su Santidad Pío XI –el mismo que siguió de cerca la persecución religiosa en México, habló al respecto y también pidió oraciones a todo el mundo por los católicos perseguidos en nuestro país–, el Pontífice que impulsó la Acción Católica, instituyó la Solemnidad de Cristo Rey. Esto estuvo motivado, en gran medida, por el ejemplo de la Nación Mexicana. Recordemos que ya años antes, en 1914, al ser consagrado México al Sagrado Corazón de Jesús, había sonado por primera vez el grito «¡Viva Cristo Rey!»
El 11 de diciembre de 1925, el Papa Pío XI publicó esta Encíclica, «Quas Primas. Sobre la fiesta de Cristo Rey» («Como las primeras» en español) y declaró:

«Ponemos digno fin a este Año Jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey».
Asimismo, el Papa reconoció: «Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas» mas resaltó que era preciso que se le concediese real y verdaderamente, en sentido estricto, tal título, «porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas». Al mismo tiempo, señaló que dicha Reyecía posee asimismo una triple potestad, como redentor pero al mismo tiempo como legislador y como juez. Y pasó a enumerar diversos pasajes, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que corroboran tal argumento, para después ocuparse del ámbito litúrgico:
«Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa».
A este último respecto, basta revisar el Ordinario de la Misa para hallar expresiones semejantes: «Sólo Tú, Altísimo, Jesucristo» (Gloria), «Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos, y Su reino no tendrá fin» (Credo), «De suerte que en la confesión de la verdadera y sempiterna Deidad sea adorada la propiedad en las Personas, la unidad en la Esencia y la igualdad en la Majestad» (Prefacio de la Santísima Trinidad), «Ofrecemos a tu excelsa majestad, de tus mismos dones y dádivas, la víctima pura, la víctima santa, la víctima inmaculada» (Oración Unde et mémores, posterior a la Consagración), «Por Cristo Nuestro Señor, por Quien siempre creas, Señor, estos dones, los santificas, los vivificas, los bendices y nos los comunicas. Por Cristo, con Él y en Él…» (Parte final de la invocación a los Santos e inicio de la Doxología final del Canon) y, naturalmente, el enunciado que a menudo se repite: «Por el mismo Señor Jesucristo, Tu Hijo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos».

En efecto, al ser Dios y Hombre verdadero, consustancial al Padre, que es Primera Persona de la Santísima Trinidad, «la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas». Esta soberanía sobre ellas, escribió el Papa, no es «arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza».
A continuación, quien en el siglo llevara el nombre de Ambrogio Damiano Achille Ratti expuso que el campo de la Realeza del Redentor se extiende a tres ámbitos: el espiritual, el temporal y el de los individuos y las sociedades.
Después de explicar cada uno de estos aspectos, Pío XI decretó:
«Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente».
La primera vez que se celebró la fiesta de Cristo Rey en la Iglesia Universal fue el último domingo de octubre de 1926, día 25, cuando ya en México los cultos habían sido suspendidos y, poco a poco, comenzaban a estallar los diversos levantamientos armados de los católicos en contra del régimen perseguidor. Pero allí no se quedó todo, porque muy pronto su grito de batalla honró la festividad recién establecida: «¡Viva Cristo Rey!» Con esta aclamación vivían, luchaban y morían, al grado de que el gobierno, con desprecio, les dio el mote despectivo de «cristeros».
Pero para ellos, era la mayor de las glorias. Y también para los Mártires que fueron surgiendo a lo ancho y largo del país. Todos ellos morían con el vítor santo a flor de labios, a menudo uniendo el nombre de la Santísima Virgen de Guadalupe.
Actualmente, en el calendario posterior al Concilio Vaticano II, la festividad se denomina «Solemnidad de Cristo Rey del Universo» y se celebra el último domingo del año litúrgico, inmediatamente antes del primer domingo de Adviento. Empero, la fecha fijada por Pío XI todavía se observa en las comunidades que conservan la Liturgia preconciliar.
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Bibliografía litúrgica: Misal Diario Católico Apostólico Romano 1962 editado por Ángelus Press.
Enlace completo a la Encíclica Quas Primas: https://www.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_11121925_quas-primas.html
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