
Hace 123 años, nació Antoine Marie Jean-Baptiste Roger Conde de Saint-Exupéry, un 29 de junio de 1900. Creador de “El Principito”.
La noche del 31 de julio de 1944, en Córcega, era visto por última vez, antes de despegar de una base aérea en un avión P-38 y más tarde desaparecer. El misterio de lo que pudo suceder al escritor durante aquella misión fue motivo de múltiples teorías durante seis décadas, hasta que en 1998, el pescador Jean-Claude Bianco hizo una captura rutilante al sureste de Marsella: una pulsera identificativa de plata que llevaba el nombre del autor, de su mujer y de su editorial en New York. La autenticidad de la pieza fue cuestionada, y aquí entra en escena una parte determinante en la historia que sigue: los herederos de Saint-Exupéry, que llegaron a acusar a Bianco de fraude.
Se trataba de un indicio de que el avión podría estar cerca, hundido en el Mediterráneo. Sin embargo, ni el gobierno francés ni la familia de Saint-Exupéry le creyó en ese entonces. Temían que por el lugar donde se encontró el brazalete, muy lejos de donde se suponía que debía volar, el autor se hubiera suicidado.
Quien sí le creyó al pescador fue Luc Vanrell, un buzo francés quien decidió investigar y finalmente resolvió un misterio, aunque unos cuantos años más tarde.
En 2000 se calzó el traje de buceo y documentó decenas de pecios de aeronaves en la zona hasta dar con lo que era inequívocamente un P-38. Cándidamente, Vanrell pensaba que la autorización para investigar los vestigios llegaría con facilidad y urgencia ante la posible resolución de un episodio histórico de tal magnitud. Pero se equivocó. El gobierno francés tardó tres años en conceder el permiso, y solo lo hizo cuando otros equipos y cámaras de televisión comenzaron a merodear por el yacimiento.
La causa de este bloqueo fue, una vez más, la influencia de la poderosa familia de Saint-Exupéry. Pero cuando en 2003 los restos del avión fueron por fin examinados y recuperados, pudo confirmarse inequívocamente que aquel era el P-38 que Saint-Exupéry pilotaba el último día de julio de 1944.
Un día después de que desapareció misteriosamente del radar, una mujer reportó lo que parecía haber sido la caída de un avión cerca de Tolón, y días después se encontró un cadáver al sur de Marsella. A pesar de que no se identificó el cuerpo, se podían ver insignias francesas en la ropa. Aquel aviador anónimo fue enterrado en una fosa común en la localidad de Carqueiranne. Por entonces, una mujer dijo también haber presenciado la caída de un aeroplano al mar.
¿Sería aquel cuerpo el de Saint-Exupéry? Al parecer, en su día el sepulturero de Carqueiranne y el guarda del cementerio describieron que el cadáver, con graves lesiones en la cabeza y en las piernas, poseía una corpulencia que se correspondía con la del escritor. En los años 60 los restos de la fosa común se reubicaron, pero según parece aún están localizados. Es posible que quede poco o nada de ellos. Pero siempre que los restos no fueran incinerados y que aún persista algún fragmento, una posible identificación no sería en principio del todo descartable, incluso aunque se hayan mezclado con los de otras personas.
Las experiencias vividas como piloto fueron en algunas ocasiones su fuente de inspiración como escritor. A partir de entonces, a cada destino del piloto le atañe una período de su producción literaria, nutrida con la experiencia. Mientras se desempeñaba como jefe de estación aérea en el Sahara español, escribió su primera novela Correo del Sur (1928). Y otras que le sucedieron: Vuelo nocturno (Vol de Nuit) en 1931, Tierra de hombres (Terre des Hommes) en 1939 y Piloto de guerra (Pilote de Guerre) en 1942.
En uno de sus viajes, mientras se encontraba en África, sufrió un accidente y se perdió en el gran desierto. De esta experiencia surgiría su obra maestra: “El Principito”, cuya historia escribió durante su estadía en la ciudad de Nueva York al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Publicado en 1943, es uno de los libros infantiles más leídos y traducidos de todos los tiempos.
Fuente: Literatura y algo más
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